Un chico se queda solo en un pueblo desconocido después de perder a su madre. Y de repente, se despierta siendo un osezno. ¡Literalmente! Días de andar perdido en el bosque, sin saber cómo cazar ni sobrevivir. Justo cuando piensa que no puede estar más perdido, un lince emerge de las sombras... y se transforma en un hombre justo delante de él. ¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? El osezno se queda con la boca abierta y emite un sonido desesperado: 'Enseñame', piensa pero solo sale un ronco gruñido de su garganta.
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Lo admito estoy cel-oso
El lunes en la oficina todo parecía marchar sin mayores sobresaltos. Los rumores y chismes que Karla había lanzado se habían ido calmando poco a poco, pero algo seguía flotando en el aire. Las malas lenguas siempre encontraban algo de qué hablar, y con Karla siempre era lo mismo: sus comentarios cargados de malicia, de esos que no se podían ignorar del todo. Afortunadamente, los proyectos iban viento en popa. Mis propuestas habían sido bien recibidas, y eso ya era un respiro. Como era tradición, cuando el proyecto de uno no era seleccionado tenía que pagar las cervezas del ganador, y otra vez Lukas sería el que se encargara de la cuenta.
Pero en el fondo, yo no podía dejar de pensar en lo que realmente quería. Por un lado, deseaba regresar al pueblo, al bosque, a mi cabaña, donde la calma me esperaba. Pero, por otro lado, había algo que me detenía. La idea de estar cerca de Ámbar, aunque me doliera admitirlo, me incomodaba. La había estado observando, más de lo que me gustaría. Desde que volví a la ciudad, y las imágenes de ella sonriendo con Tobias el domingo me rondaban en la cabeza.
Había sido un día normal, de esos en los que me salía a pasear por el pueblo, un descanso fugaz entre mis responsabilidades. No era para espiar, pero cuando pasé por la cafetería y la vi. Ella estaba charlando animadamente con Tobias, riendo cómodamente. Sabía que Tobias no esta interesado en ella, pero si ella...
Tobias, con su caminar elegante y su porte felino, era el tipo de hombre que atraía miradas sin esfuerzo. A veces me parecía que todo en él estaba diseñado para eso. Sus movimientos fluidos, casi como si flotara, y esa sonrisa suya que jugaba entre la burla y la coquetería, no podían evitar causar una reacción en cualquiera que estuviera cerca. Y cuando Ámbar reía, la forma en que se le iluminaba el rostro, esa era la señal clara de que lo que él decía le estaba llegando, quizás de una manera más profunda de lo que yo me atrevía a imaginar.
Claro, yo pasaba casi cinco días en la ciudad y solo dos en el pueblo. Las probabilidades de que ellos se vieran más a menudo eran altas, y eso me mataba. Al final, la verdad era que, para ella, yo era solo el amigo.
Estaba cerca de la cabaña, con el fin de semana por delante. Planeaba hacer lo mismo de siempre: molestar a mi tía, salir a pasear con Dana, y tal vez comprarle algunas prendas con esos estampados de sus ídolos musicales que tanto le gustaban. No entendía el idioma, pero a veces la escuchaba cantar con una sonrisa tonta en la cara, como si le gustara cómo sonaban las palabras, aunque no tuviera ni idea de lo que significaban. Me encantaba verla tan libre y feliz. No era la típica chica preocupada por las cosas del mundo, y eso me gustaba.
Esta vez, me prometí mantenerme lo más lejos posible de Ámbar. Un mensaje de texto casual, un par de palabras amables y nada más. Ya no la espiaría, bueno, no es que lo hiciera en sí... solo un vistazo aquí y allá, pero ya no más. No quería darme el lujo de pensar que me afectaba verla tan tranquila con Tobias, como si su amistad fuera más importante que cualquier otra cosa. En fin, esa era mi decisión, y estaba decidido a mantenerla.
Estacioné la camioneta, saqué mi laptop y algunas compras de la semana. No admitiría que, entre las cosas, llevaba también el libro que Ámbar me había regalado. Sí, ese que ella me había dado por mudarme solo. No era que lo hubiera planeado, pero no podía evitarlo. Me gustaba leerlo, incluso si solo era en momentos fugaces. Era como una conexión con ella, aunque me costara aceptarlo.
De repente, mi teléfono vibró. Era una llamada de Volkon. Su voz preocupada al saludarme me hizo fruncir el ceño. “Derek”, me dijo, “necesito tu ayuda. Ámbar no está bien”. La urgencia en su voz era palpable, y mi primer instinto fue que tenía que cuidar de ella, aunque no supiera qué exactamente estaba sucediendo. Mi corazón se aceleró y, sin pensarlo dos veces, salí rápidamente.
Arranqué la camioneta con rapidez, mi mente en caos mientras conducía. La cabaña, el bosque, las montañas, todo se desvanecía detrás de mí. Solo pensaba en ella.
Al llegar a la trastienda de la cafetería de Volkon, lo encontré hablando con un joven. Bien el muchacho era bonito y eso me estaba irritando sin saber porque.
Volkon, al verme, me lo presentó como Steven. Aunque mi instinto me decía que no tenía nada de malo, había algo en mí, una especie de impulso protector que no reconocía del todo, que no me gustaba la idea de que Ámbar estuviera cerca de este chico.
—Ámbar ha pospuesto mucho tiempo beber directamente de alguien—me dijo Volkon
Eso me puso los pelos de punta. ¿Beber de alguien? Mi instinto me decía que Ámbar no necesitaba a otros, que ella me tenía a mí. Me sacudí la idea rápidamente, pero miré a Steven, preguntándome por qué Volkon hablaba así delante de él.
Steven extendió la mano con una sonrisa amistosa y dijo:
—El tío Volkon me salvó la vida cuando era pequeño. Soy buen tipo, no te preocupes, solo quiero ayudar a tu amiga.
—Primero, no soy tu tío, Steven. —respondió Volkon, con un tono de fastidio—Y segundo, te conozco bien, fanático de Drácula. Estás aquí porque también quieres saber si todo eso de la mordida es cierto.
Steven se rió, nervioso.
—Una parte de Steven es ayudar, y otra parte es curiosidad. Pero es buen muchacho, en serio.—Volkon me miró, disculpándose con una media sonrisa.
Lo miré y pensé que, bueno, no parecía ser un mal tipo, pero aún así no me sentía cómodo con la situación. Aunque sabía que Volkon no lo dejaría acercarse a Ámbar si no lo creía confiable, algo en mí no terminaba de aceptar del todo la idea.
—No he dejado que Ámbar se alimente de las bolsas de sangre ni de animales, así que está ansiosa. Pero ni siquiera eso la hace querer beber. —Volkon siguió hablando, intentando explicarme la situación— Es más difícil ahora porque no quiso aprender desde el principio. Si sigue retrasándolo, será peor. Llegará al punto de no poder controlarse.
Escuchar esas palabras me hizo sentir aún más inquieto, pero no podía dejar de pensar que tenía que ser yo quien alimentara a Ámbar. Si bien no estaba feliz con la idea, no podía arriesgarme a que algo le pasara, así que entré a la trastienda para hablar con ella.
—Tranquila, lo haces una vez, así sabrás cómo hacerlo sin dañar a nadie, y solo en caso de emergencia —le dije. No quería presionarla, pero sabía que no había otra opción. Ella asintió, pero su rostro mostraba incomodidad.
Volkon, con su tono calmado, comenzó a explicarle lo que debía hacer:
—Cuando lo mires a los ojos, piensa en que lo quieres relajado. Piensa en alguna situación agradable para él. El se relajará en segundos—Volkon, con su tono calmado, le explicaba lo que debía hace.— Tres o cuatro sorbos bastarán. Cuando termines, tu saliva cerrará la herida en segundos.
Ámbar asintió con la cabeza, pero al acercarse al joven, pude notar que estaba a punto de romper en lágrimas. Se giró hacia mí, y su voz, quebrada, me golpeó como un ladrillo.
—No me mires, Derek. Por favor.
Sus palabras me hicieron un nudo en el estómago, y aunque mi razón me decía que esto era lo que debía hacer, no pude evitar sentirme devastado por su angustia. Me aparté, sabiendo que lo hacía por ella, pero el dolor de verla así, con la mirada llena de tristeza, me desgarraba.