Mi Sexy Hermanastro.

La calle frente al Hotel Crown estaba en silencio. Las luces cálidas del vestíbulo contrastaban con el aire gélido de la noche. Dimitri se quedó de pie junto al auto, sin bajar aún. En su mano sostenía el teléfono. Había marcado el número de Lila cinco veces, pero colgaba antes de que diera tono. No sabía qué decirle. Cómo empezar. Cómo pedir perdón sin sonar patético o falso.

Respiró hondo, apretó los puños y finalmente bajó. Caminó con decisión hacia la recepción, donde una joven de uniforme lo recibió con una sonrisa mecánica.

—¿En qué puedo ayudarle?

—Busco a mi hermana. Lila Facchini. Llegó hoy, debe estar registrada.

La recepcionista frunció el ceño, dudando si debía o no brindar información.

—Lo siento, señor, no podemos revelar la habitación de nuestros huéspedes sin autorización…

Dimitri apoyó una mano sobre el mostrador y se inclinó ligeramente, mostrándole el documento de identidad que confirmaba el mismo apellido.

—Soy su hermano. Por favor. Solo quiero hablar con ella.

La joven dudó unos segundos, luego hizo una llamada rápida. Al parecer, nadie contestó. Finalmente, le indicó con un gesto que lo siguiera. Lo condujo hacia el pasillo de los ascensores.

—Piso ocho. Habitación 812.

Dimitri asintió, agradecido, y subió.

***

Dentro de la habitación, Lila estaba sentada junto a la ventana con una taza de café en las manos. Aún no había terminado de desempacar, pero había logrado darse una ducha larga, cambiarse y calmar su mente. Solo parcialmente. Su alma seguía en guerra.

La imagen de su hermano diciéndole aquellas cosas aún la hería como un cuchillo en carne viva. Lo que más dolía no era el insulto… era la decepción.

De pronto, la puerta sonó.

Golpes firmes. Una vez. Dos.

—¿Lila? —la voz grave y nerviosa al otro lado le heló la sangre—. Soy yo. Por favor, abreme.

Ella dudó. No quería verlo. No tan pronto.

Pero algo en su interior, esa parte terca que aún lo amaba como hermano, se levantó y caminó hacia la puerta. La abrió solo lo suficiente para ver su rostro.

Y ahí estaba él. Su hermano mayor. Con ojeras profundas, rostro tenso, sin arrogancia. Solo humanidad.

—¿Qué quieres? —preguntó ella con voz cansada.

Dimitri tragó saliva.

—Hablar. Escucharte. Pedirte perdón… si todavía eso significa algo.

Lila lo miró en silencio, luego abrió la puerta del todo y se apartó. Dimitri entró lentamente. Observó la habitación, el desorden, la maleta a medio abrir. Y también notó algo más: el eco de su propia culpa en cada rincón.

—No puedo justificar lo que te dije —empezó él, sin sentarse—. Fui cruel, hiriente y estúpido. Ni siquiera sé de dónde saqué tanta basura. Me dejé llevar por la rabia… por la herida que dejó mamá.

—No soy mamá —dijo Lila de inmediato, la voz firme—. Y aunque lo fuera, no te da derecho a tratarme como lo hiciste.

Dimitri asintió, bajando la cabeza.

—Lo sé. Por eso estoy aquí. Tú no eres ella… Y tampoco tienes que pagar por los errores que cometieron nuestros padres.

Ella se cruzó de brazos, la mirada aún dolida.

—Durante años esperé una llamada tuya. Un mensaje. Un “¿cómo estás, Lila?”. Pero no. Lo único que recibía era tu juicio silencioso desde la distancia. Tus condenas por lo que la prensa inventaba. Ni siquiera te molestaste en preguntarme.

—Tenés razón… —susurró él—. Y me duele saber que lo que más hice fue alejarte, justo cuando más necesitabas sentirte cerca. Yo... yo también estaba roto, Lila. Mamá destruyó algo en mí. La manera en que se fue, cómo trató a papá. Y luego te fuiste tú, y sentí que perdía a toda mi familia.

—Entonces lo entiendo, Dimitri… —dijo ella, más suave—. Pero entenderlo no lo hace menos doloroso.

Él se acercó unos pasos.

—No te pido que me perdones hoy. Ni que volvamos a ser hermanos perfectos. Solo… dame una oportunidad. Quiero volver a conocerte. Dejar de verte como un reflejo del pasado. Y empezar a verte como lo que eres realmente.

Lila lo observó largo rato. Luego asintió con lentitud.

—Una conversación no arregla años… pero sí puede ser el inicio de algo. Si te importa de verdad, entonces empecemos de cero.

Dimitri sonrió apenas, con alivio. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que su hermana no era una sombra lejana. Era real. Y podía volver a estar en su vida.

***

Del otro lado del mundo, en la planta más alta del lujoso edificio Altron Tower, Erick caminaba de un lado al otro de su despacho, hecho una furia.

Sobre su escritorio, una revista digital mostraba una imagen tomada por algún paparazzi desde la entrada del Hotel Crown. Ahí estaba Lila. Radiante, aunque cansada. Y junto a ella… Vladímir, tomado de su mano, entrando tras ella en una de las habitaciones de ese lujoso hotel.

—¡¿Qué mierda es esto?! —exclamó Erick, arrojando su copa de vino contra la pared.

Le había costado dos años acercarse a ella. Dos años de respeto, contención, detalles, esperando el momento en que Lila pudiera abrirle de nuevo su corazón. Dos años de creer que al fin tenía algo real con ella.

Y ahora un tipo, que conocía desde hace apenas unas horas, lograba entrar en su habitación de hotel como si nada.

—Esto no puede estar pasando… —masculló, volviendo a mirar la imagen—. ¡No puede!

Marcó su número otra vez. Nada. El buzón. Otra vez. El mismo silencio.

—¡Contesta, Lila, carajo! —gruñó.

Marcó a su secretaria.

—Patricia, cancela todo por una semana. Reuniones, entrevistas, todo. Me voy a Londres esta misma noche.

—¿Londres, señor? Pero tiene la junta del consejo mañana…

—¡Me importa una mierda la junta! ¡Voy a buscar a Lila!

—¿Puedo saber por qué…?

—¡Porque no pienso perderla! —bramó—. Ni por un error, ni por un estúpido que se aprovecha de su vulnerabilidad. ¡No después de todo lo que nos costó estar juntos!

Cortó. Tomó su saco y salió disparado del despacho. El aire nocturno de la ciudad no logró calmar su furia. Porque en su cabeza, ya no era una foto. Era una traición. Una derrota.

Pero más que eso, era miedo. El miedo de perderla para siempre por no haber actuado antes.

Y en su mente solo había una idea: “Aún puedo recuperarla. Aún puedo hacer que entienda. Aún podemos arreglar esto.”

No sabía que esa noche, las piezas del tablero ya se estaban moviendo… y que lo que él creía que era el final, era apenas el principio de una nueva guerra emocional.