Adrien Marlow siempre consideró a Kai Min-Fletcher un completo patán cuya actitud y personalidad dejaban mucho que desear. Era bruto, arrogante y un imbécil que a veces disfrutaba despreciar a los demás, justo el tipo de persona que Adrien detestaba. Por ello creyó que nunca se relacionarían. Pero entonces, en una noche de lluvia, descubrió algo inesperado: ¿Kai estaba llorando? Antes de que pudiera pensar con claridad, los dedos de su mano presionaron el botón de su cámara. Cuando el sonido alertó a Kai, Adrien no era consciente de que, en ese momento, su vida estaba a punto de cambiar… y que, quizá, también cambiaría la vida de alguien inesperado.
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Con el trato cerrado, Kai se retiró del salón alegando que tenía un compromiso. Ni siquiera le dio tiempo a Adrien de expresar su opinión: en cuanto Dylan hizo la sugerencia, Kai aceptó por ambos y se fue, asegurando que luego se encargaría de buscarlo para la sesión de fotos.
Cuando la puerta se cierra tras Kai, Adrien, aún intentando asimilar cómo terminó involucrado, se deja caer en el sillón. ¿No pueden simplemente ir a un centro de servicio como cualquier persona? ¿Por qué tiene que ser tan complicado? Reconoce que Kai está cumpliendo su promesa, pero no esperaba este método poco convencional.
El celular descompuesto ahora está en manos de Edith, quien lo guarda en su bolsa después de pegarle una etiqueta amarilla en la parte trasera. ¿A quién va a contactar para la reparación? Adrien prefiere no preguntar. Presiente que la respuesta no le gustará. Dylan, al notar que Adrien sigue atrapado en un dilema interno, agrega para tranquilizarlo:
—Descuida, verás que todo saldrá bien. Puede que Edith no siga del todo las reglas morales, pero yo siempre me encargo de cuidar que no se meta en asuntos turbios —dice mientras revuelve los mechones rubios de Edith, dejándola despeinada—. Vamos, Edith, prométele a Adrien que te controlarás y no harás nada raro.
Con un manotazo, Edith aparta las manos de Dylan y de inmediato suelta la pinza que sostiene su cabello, con la intención de volver a acomodarlo.
—Lo siento, Adrien. No quise asustarte. Prometo que me mantendré dentro de los parámetros legales —entonces desvía ligeramente la mirada, aunque, por el reflejo de sus lentes, el gesto no se aprecia del todo—. Entiendo si te incomodo... no te culparé si ya no me ves como una amiga de confianza.
—Para nada. Es cierto que me sorprendí, pero sé que eres una buena persona —responde Adrien con una sonrisa—. No sabía que eras tan ingeniosa. De haberlo sabido antes, habría recurrido a ti desde el principio.
Conmovida, las comisuras de los labios de Edith se elevan, devolviéndole la sonrisa. Al notar el cambio en su expresión, Dylan aprovecha para molestarla diciendo cosas como:
—Ay, ¿quieres llorar? Adrien ablandó tu retorcido corazoncito, ¿verdad? Adelante, llora todo lo que quieras. Yo te consuelo.
Mientras habla, Dylan vuelve a despeinarla, haciéndola enojar. Como venganza, Edith le revuelve sin piedad las hebras hasta dejarle el cabello completamente esponjado por la fricción. Así, los dos comienzan otra de sus típicas discusiones. Al verlos, Adrien siente que su humor mejora.
—Ustedes dos hacen una bonita pareja —comenta.
Al escucharlo, Edith y Dylan detienen su disputa al instante. Lentamente, se miran entre sí y, al segundo siguiente, sueltan una sonora carcajada al unísono. Dylan es quien ríe con más fuerza; Edith, por su parte, se cubre la boca con la mano para disimular. Es como si Adrien hubiera contado el chiste más gracioso del mundo.
—¿Yo, de pareja con él? Eso es imposible. Para empezar, yo tengo novio —revela Edith cuando logra calmar su risa—. Y este tonto de aquí lleva meses perdidamente enamorado de alguien.
—¡¿En serio?! —Adrien no oculta su asombro. Durante el tiempo que lleva conociéndolos, asumió que Edith y Dylan estaban en una relación. Aunque, para ser justos, nunca preguntó si realmente lo eran.
Para demostrarlo, Edith saca su celular y le enseña una foto donde aparece junto a su novio: un hombre de aspecto más maduro que ellos, probablemente de una edad similar a la de su hermano. Él y Edith están abrazados, lucen bien en la imagen.
—¿Y qué hay de ti, Dylan? ¿Quién te gusta? ¿Es alguien que conozco? —pregunta Adrien, curioso.
—Eso... —Dylan evita los ojos de Adrien. Gracias a Edith, su cabello es un desastre. Para ocultar su nerviosismo, intenta acomodarlo—. Es secreto.
Un leve rubor, apenas perceptible, tiñe sus mejillas. Es la primera vez que Adrien lo ve tan tímido. Esa persona debe gustarle mucho.
Con el ambiente ya más relajado, los tres compartieron el resto de la tarde. El trío de amigos tenía que ponerse al día, así que por la noche también fueron a un bar. Igual que en salidas anteriores, Adrien apenas tocó su cerveza, Dylan bebió hasta reventar, y Edith tuvo que hacer de niñera, cuidando que Dylan no causara destrozos.
...▪︎ • ▪︎...
Por lo general, Adrien lleva su cámara entre las manos, así que está acostumbrado a su peso, tamaño y forma. Pero esta vez, con una mirada de desconcierto, sostiene algo completamente distinto: un casco de motocicleta.
¿Por qué tiene un casco? Adrien rememora lo que pasó hace quince minutos: como los viernes solo tiene una clase de dos horas por la mañana, lo habitual es que se marche directo a casa si no tiene planes. Y ese día no tenía ninguno, por lo que al terminar, se alistó para retirarse de la universidad. Sin embargo, mientras guardaba su laptop, un alboroto lo hizo detenerse. Voces exaltadas —en especial, gritos femeninos— se alzaron en el pasillo. Adrien tuvo un mal presentimiento. Solo conoce a una persona capaz de causar semejante escándalo. Ni bien lo pensó, Kai apareció frente a sus ojos.
Adrien gira el casco entre sus manos. Es rosa. Muy rosa. Aunque el color no es exactamente el problema, lo que le hace fruncir el ceño son las orejas de conejo hechas de felpa adheridas al casco. ¿Por qué un conejo? ¿No suelen ser de gato?
—Suelo llevar a mujeres en mi moto, así que no tengo otro casco para prestarte —comenta Kai—. No lo pienses tanto, a lo mejor hasta te queda lindo.
El ceño de Adrien se frunce aún más. Cuando Kai apareció en la facultad buscándolo, le dijo que estaba libre y, de la nada, sacó el tema de las fotos argumentando que debían hacerlas ese mismo día. Adrien no encontró una razón para negarse, ya que ambos tenían tiempo. No obstante, cuando le comentó que su equipo estaba en su departamento, no esperaba que Kai le dijera que lo llevaría en moto.
—¿Y por qué no usas tú este casco? —cuestiona Adrien, viendo cómo Kai se coloca uno negro con franjas rojas—. Y me das el que tienes.
—No lo haré. Dentro de poco ya tendré suficiente vergüenza usando los disfraces que esa arpía preparó para mí —antes de ir con Adrien, Kai pasó a ver a Edith para recoger el vestuario—. Vamos, tu hombría no se va a caer solo porque uses un casco de niña.
Ante la provocación, Adrien termina por ponerse el casco. No le queda en lo absoluto. Ni siquiera se le ve lindo. Su complexión solo hace que el casco se le vea aún más ridículo, de un modo cómico. Kai no se molesta en ocultar una pequeña risa.
—Muy bien, conejito, ahora súbete —dice, a la vez que hace rugir el motor un par de veces.
—No me llames así. Y tampoco le digas arpía a Edith, es grosero —protesta Adrien al mismo tiempo que observa la moto con total desconfianza—. ¿De verdad tienes licencia?
—Obviamente. ¿Por quién me tomas?
"Espero no morir hoy", piensa Adrien mientras se sube.
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