Editando Mi Propia Historia.

**Departamento de Abigaíl**

Las luces del edificio parecían más brillantes de lo normal. O tal vez era su visión, alterada por la tormenta de emociones que llevaba por dentro.

Abigaíl entró sin mirar atrás, sin atreverse siquiera a voltear para ver si él seguía allí. Sabía que sí.

Cerró la puerta con manos temblorosas y apoyó la frente contra la madera, cerrando los ojos con fuerza.

Su respiración seguía agitada, aunque ya no era por el encierro. Era por él. Por ese perfume masculino, por la forma en que la sostuvo, por la voz que se coló entre sus grietas y la hizo temblar más que la oscuridad misma.

Se dejó caer lentamente al suelo, como si sus piernas ya no pudieran sostenerla.

Un gemido ahogado escapó de su garganta.

—¿Por qué ahora? —susurró, cubriéndose el rostro con las manos.

El ascensor había sido un infierno para su cuerpo, pero un castigo aún más cruel para su mente. Tenerlo tan cerca, sin poder evitarlo. Sentir sus brazos envolviéndola como si nunca la hubiera soltado. Y lo más desgarrador… él aún no lo sabía.

O eso quería creer.

Porque hubo un instante, solo uno, en el que juraría que Erick supo exactamente quién era ella. Fue en la forma en que la olió. Sí, la olió. Como si con ese gesto estuviera confirmando un recuerdo que lo había perseguido durante años.

Abigaíl llevó una mano a su cuello, justo donde él había respirado contra su piel. Cerró los ojos, perdida entre memorias y arrepentimientos.

—Eres un tonto, Erick Black… y yo soy una cobarde —murmuró contra la madera fría.

No sabía cuánto tiempo se quedó en el suelo. El reloj pareció detenerse junto con su fuerza de voluntad. Cuando por fin logró levantarse, fue directo a su habitación. Encendió la lámpara de noche con manos torpes y caminó hasta el armario.

Se arrodilló frente a él, sacando del fondo una pequeña caja de madera gastada. La abrió como quien desentierra una herida vieja.

Dentro, fotos arrugadas, un boleto de avión amarillento… y una pulsera negra con una diminuta letra "E" colgando de un fino hilo de plata.

La sostuvo entre los dedos como si quemara.

—Te odié y te amé durante cinco años, Erick Black —confesó en un susurro tembloroso.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero ninguna cayó.

No ahora.

—¿Qué vas a hacer si descubres que la mujer de aquella noche era yo? —preguntó al silencio—. ¿La que huyó al amanecer, avergonzada de todo lo que había experimentado a tu lado?

Apretó la pulsera contra su pecho como un amuleto maldito y se dejó caer en la cama, sin siquiera cambiarse de ropa, deseando que el cansancio la arrastrara al olvido.

Pero no. El pasado no perdona. Y su mente, traicionera, la arrastró una vez más a esa noche.

**Flashback**

La habitación estaba impregnada de un aroma cálido: sábanas revueltas, cuerpos entrelazados y promesas silenciosas que Abigaíl no se atrevía a escuchar.

Erick dormía profundamente a su lado, el torso descubierto bajo las sábanas, el rostro relajado como si el mundo entero no existiera más allá de ellos.

Ella lo miró, sintiendo una punzada de terror.

¿Qué había hecho?

Cada caricia, cada beso, cada gemido que había arrancado de su alma durante esa noche todavía vibraba en su piel. Nunca había sentido algo así.

Nunca había sido tan libre… ni tan vulnerable.

Y eso la asustaba más que cualquier otra cosa.

Con movimientos torpes, temblorosos, recogió su vestido del suelo. Cada paso, cada prenda que se ponía, era un latido más de dolor en su pecho. Se vistió deprisa, como si la culpa la persiguiera. Como si el amanecer la condenara.

Antes de marcharse, se detuvo un instante junto a la cama.

Erick murmuró algo en sueños. Su nombre.

No su apodo. Su verdadero nombre.

Abigaíl sintió que el alma se le desgarraba.

Apretó los labios, conteniendo el sollozo que amenazaba con romperla, y salió de la habitación con el corazón hecho trizas.

Esa fue la última vez que lo vio.

Hasta ahora.

**Fin del flashback**

Abigaíl cerró los ojos, abrazando la pulsera con fuerza.

Sabía que ya no había vuelta atrás.

La máscara que había construido con tanto esfuerzo se resquebrajaba más con cada encuentro.

Con cada roce.

Con cada suspiro que no podía controlar.

Y sabía también que Erick no tardaría en exigir respuestas.

Que pronto, muy pronto, todo explotaría entre ellos.

Y ella tendría que decidir: seguir huyendo… o enfrentar la verdad.