Patricia Álvarez siempre ha creído que con trabajo duro y esfuerzo podría darle a su madre la vida digna que tanto merece. Esta joven soñadora y la hija menor más responsable de su familia no se imaginaba que un encuentro inesperado con un hombre misterioso, tan diferente a ella, pondría su mundo de cabeza. Lo que comienza como un simple encuentro se convierte en un laberinto de secretos que la llevará a un mundo que jamás imaginó.
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Arrepentido
Punto de vista de Alejandro
Me estaba volviendo loco. El rechazo de Patricia me hizo sentir algo que no estaba acostumbrado a sentir: inferioridad. No sabía qué me estaba pasando con ella; nunca imaginé que haría algo tan ruin como lo que estaba a punto de hacer. Pero creí que era la única manera de tenerla a mi lado. Quería obligarla a amarme, por lo que le di un ultimátum. Ya que no quería estar conmigo por las buenas, tendría que ser por las malas.
Le envié un mensaje:
“Mañana iré por ti, es hora de que pagues tu deuda.”
No obtuve una respuesta inmediata, aunque el mensaje fue leído. Pocos minutos después, por fin llegó su respuesta:
“Está bien, pero una vez que pague me dejarás en paz. Nunca más volverás a buscarme.”
Su respuesta me llenó de ira. En realidad, quería que se negara. Quería que luchara. Pero lo que dijo solo me comprobó que ella era otra interesada más, que solo le importaba el dinero y que, al final, no le importaba nada de mí. Pensé que me propondría algo, cualquier cosa. Pero su respuesta fue fría, directa y tajante.
Esa noche no pude conciliar el sueño. La idea de que al día siguiente sería la última vez que la vería, de que nuestros caminos se separarían para siempre, me estaba matando por dentro. Creo que me había enamorado de ella desde el primer momento en que la vi, pero este sentimiento solo vivía en mí. Sentirme vulnerable hizo que la rabia surgiera aún más. No tendría compasión por ella. No se lo merecía. Estaba dispuesto a ponerle el mundo entero a sus pies, sin embargo, ella me despreció.
El tiempo transcurría lento. Pasé toda la mañana planeando la fachada que pondría cuando la viera. La fachada de un hombre de negocios, sin escrúpulos ni sentimientos. Quería hacerla sufrir un poco, que sintiera lo que yo estaba sintiendo. Cuando la vi por primera vez en aquel pasillo, vestida de manera sencilla, me costó mantener la compostura. Quería lanzarme a sus brazos, decirle que todo estaba bien, que no se preocupara por nada, pero mi maldito orgullo me lo impedía.
La vi acercarse al auto, y supe que había perdido una batalla contra ella. Se veía vulnerable, pero al mismo tiempo valiente. Sus ojos expresaban miedo, pero también un atisbo de desafío que me hizo apretar los puños de impotencia. Una vez en el auto, le ordené al chofer que arrancara. No quería que me viera, no quería que mis ojos revelaran lo que sentía por ella. El silencio se hizo en el auto, un silencio que me estaba torturando.
—¿A dónde vamos? —preguntó, con la voz apagada.
Un profundo silencio fue mi única respuesta. No quería decírselo; quería ver su cara de sorpresa al llegar a mi apartamento, quería ver la decepción en sus ojos, la misma que sentí cuando me despreció.
El auto se detuvo. Bajé la mirada y le ordené que se bajara. Cuando lo hizo, sentí que mis piernas flaqueaban. El valor que había reunido para ese momento se desvaneció al ver su expresión. Estaba asustada. Me sentía como el monstruo que ella pensaba que era.
Entramos al edificio en completo silencio. La guié hasta mi apartamento, esperando que las lágrimas cayeran de sus ojos, pero se mantuvo firme. Cuando entramos al apartamento, me detuve, mirándola de frente. Mi corazón se encogió.
—Lo que va a pasar, Patricia —dije, con la voz ronca—, es que de ahora en adelante, harás lo que yo diga. Estás en mi juego, bajo mis reglas, y no tienes escapatoria. Lo que teníamos ya no es un regalo. Es una deuda que vas a pagar, y tu precio es tu obediencia.
La vi temblar. El terror en sus ojos era un espejo de mi propio dolor. Me sentí como un monstruo. Me había convertido en lo que odiaba. Un hombre que usaba su poder para conseguir lo que quería.
Me obligué a soltarla. La abracé con fuerza, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío. En ese momento, no pude continuar con mi despreciable acto, no pude saciar mi sed de ella, no pude obligarla a que fuera mía.
—Perdóname, Patricia —susurré, enterrando mi rostro en su cuello. —Perdóname por esto, perdóname por hacerte sentir mal. No me perdonaré si te hago daño.
—No quiero obligarte a nada, quiero que te quedes a mi lado porque quieres, porque me quieres, no por un simple capricho mío. La deuda de tu madre está saldada y no tienes que volver a verme, a no ser que tú lo desees.
La solté y me alejé, mirándola a los ojos. —Te voy a dejar ir, pero si no vuelves por mí, no me quedará más remedio que dejar que la obsesión me controle.
Sus ojos volvieron a brillar como aquella noche cuando la conocí, su hermosa sonrisa apareció nuevamente y un suspiro de alivio salió de su boca.
—No tenías que llegar a todo esto, debiste entender que estaba bajo mucha presión y que todo a mi alrededor era un caos. —hizo silencio como si pensara sus palabras. —Primero debemos conocernos y ver si de verdad hay algo entre los dos. No podemos apresurar las cosas.
Un atisbo de esperanza nació en mi, Patricia estaba dándome una oportunidad a pesar de mi error. Pero ya no estaba en edad de andar en un amor adolescente.
—No soy hombre de andar de manitos sudada y portándome como adolescente. ¿Puedes vivir con eso? — pregunté.
Ella negó con la cabeza ante mi arrogancia, pero este era yo y se me era difícil cambiar de la noche a la mañana.
—No sé que responder, sinceramente. Pienso que debemos esperar un tiempo...
No le di tiempo de responder cuando me adueñe de sus labios, sabía que me estaba apresurando, pero no podía estar un segundo más sin besar sus suaves labios.
—Eres muy impaciente, —susurro tratando de recuperar el aire.
—Tú me vuelves impaciente, ojalá estuvieras en mi mente y en mi cuerpo para que supieras como me haces sentir. — dije uniendo nuestras frentes.
Hicimos silencio quedandonos en esa posición, esperando que el tiempo no transcurre.
Que buena está la novela