La llegada de la joven institutriz Elaiza al imponente castillo del Marqués del Robledo irrumpe en la severa atmósfera que lo envuelve. Viudo y respetado por su autoridad, el Marqués encuentra en la vitalidad y dulzura de Elaiza un inesperado contraste con su mundo. Será a través de sus tres hijos que Elaiza descubrirá una faceta más tierna del Marqués, mientras un sentimiento inesperado comienza a crecer en ellos. Sin embargo, la creciente atracción del marqués por su institutriz se verá ensombrecida por las barreras del estatus y las convenciones sociales. Para el Marqués, este amor se convierte en una lucha interna entre el deseo y el deber. ¿Podrá el Márquez derribar las murallas que protegen su corazón y atreverse a desafiar las normas que prohíben este amor naciente?
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después de la tormenta
El vapor cálido envolvía a Rosalba como un abrazo suave, disipando poco a poco el temblor que aún sacudía sus pequeños hombros. El agua con un tenue aroma floral arrastraba los últimos rastros pegajosos de la comida que minutos antes la habían cubierto de la cabeza a los pies.
Elaiza, arrodillada junto a la bañera, humedecía una esponja con delicadeza y limpiaba los restos que se aferraban a su cabello, mientras otras sirvientas preparaban la ropa que usaría Rosalba al salir.
Un silencio reconfortante se había instalado en la estancia, solo interrumpido por el chapoteo suave del agua y los suspiros ocasionales de Rosalba, ahora más parecidos a pequeños sollozos contenidos.
Emmanuel al otro lado de la puerta, sentado en un sillón tapizado cerca de la ventana, observaba el jardín. Sus ojos seguían los movimientos suaves del aire que mecía los arboles, Él también esperaba a su padre. Con la reina sentada cerca de el observándolo tiernamente.
La puerta de la habitación se abrió con un golpe seco, sobresaltando a los dos. La figura imponente del Marqués llenó el umbral. Su rostro, mostraba su carácter temperamental del que muchos hablaban. Sus ojos escrutaron la habitación, deteniéndose brevemente en Emmanuel antes de fijarse en la puerta del baño, de donde aún emanaba vapor.
"¿Qué ha sucedido?" preguntó con un tono grave que resonó en el silencio. La Reina, con una expresión de serena compostura, se adelantó unos pasos
"Marqués," comenzó con una voz suave pero firme, "ha habido un pequeño accidente durante el almuerzo. Una de las sirvientas, torpemente, tropezó y... ensucio a la pequeña Rosalba."
Desde el interior del baño, Elaiza y Rosalba escucharon La voz tranquila de la soberana contrastaba fuertemente con la tensión palpable que emanaba de la figura del Marqués.
"¿Un simple accidente?" replicó el Marqués, su voz ahora cargada de un escepticismo cortante. "¿Una torpeza que humilla de esta manera a mi hija en pleno palacio?"
Elaiza intercambió una mirada preocupada con una de las sirvientas. La atmósfera en la habitación contigua se había vuelto densa y amenazante. Sabían que la furia del Marqués podría tener consecuencias, El Marqués, con impaciencia, golpeó la puerta del baño con los nudillos. El sonido seco resonó en la habitación, sobresaltando a Rosalba, quien se aferró con más fuerza a la toalla que la cubría.
"¡Abran la puerta! Quiero ver a mi hija" demandó con un tono que no admitía réplica.
Elaiza se acercó a la puerta, manteniendo la voz firme a pesar del ligero temblor que sentía en las manos. "Marqués, con el debido respeto," dijo a través de la madera, "Rosalba se encuentra indispuesta en este momento. Estamos terminando de asearla. Les aseguro que está bien, dentro de lo que cabe."
Dentro del baño, Rosalba escuchaba con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. El tono de su padre la aterraba. Siempre había sido estricto y exigente, y la idea de haber causado tal revuelo, de haber sido el centro de una escena tan bochornosa en medio de la celebración, la llenaba de angustia.
Temía su reprimenda, imaginando sus palabras y su mirada severa. La Reina intervino de nuevo, acercándose al Marqués y posando una mano suave en su brazo.
"Calme se un poco, señor," dijo con suavidad. "Confíe un poco. Ella está cuidando de Rosalba. Es comprensible que la niña necesite un momento de privacidad después de semejante contratiempo."
A pesar de las palabras conciliadoras de la Reina, la tensión en el ambiente no disminuía. Elaiza podía sentir la mirada furiosa del Marqués clavada en la puerta cerrada.
"Bien" gruñó el Marqués, con un tono que dejaba claro que no estaba satisfecho.
Las manos de las sirvientas temblaban ligeramente mientras continuaban secando con suavidad el cabello de Rosalba y terminaban de vestirla.
Elaiza les dirigió una mirada tranquilizadora, un pequeño gesto de apoyo en medio de la tensa situación. Finalmente, la puerta del baño se abrió lentamente. Rosalba salió, de la mano de Elaiza, con el vestid de seda pálido cayendo suavemente a su alrededor, su rostro, lavado de lágrimas, mostraba ahora una expresión de nerviosa compostura.
El Marqués, que había estado sentado en silencio en un sillón, se levantó de inmediato al verla. Contrario a lo que Rosalba había temido, su rostro no reflejaba ira, sino una profunda preocupación,se acercó y acarició con delicadeza los cabellos húmedos de Rosalba. Su tacto fue ligero, casi vacilante.
"Mi pequeña... ¿estás bien?" preguntó con una voz sorprendentemente suave, muy diferente al tono severo que había empleado momentos antes.
Rosalba lo miró, sus ojos aún brillantes. No esperaba esta reacción. Había estado preparándose para la decepción en la mirada de su padre. En cambio, encontró preocupación y una dulzura inesperada.
"Sí, padre," respondió en un susurro. "Me preocupé mucho al escuchar que tuviste un accidente." su mano acaricio su mejilla suavemente "¿Estás herida? ¿Te duele algo?"
Rosalba negó con la cabeza, "No, padre. Solo... fue vergonzoso."
La mirada del Marqués se posó en Elaiza, interrogante. "¿Por qué no se me informó de inmediato? ¿Qué fue exactamente lo que ocurrió?"
Elaiza mantuvo la compostura. "Señor Marqués, fui informada justo después del incidente. Mi prioridad en ese momento fue asistir a Rosalba. "
El Marqués frunció el ceño, aún visiblemente molesto. "Pero ¿qué causó este... accidente? ¿Cómo es posible tal torpeza en un evento como este?"
Rosalba, se aferró a su mano. "Padre, de verdad, ya estoy bien. Fue solo un accidente. La pobre sirvienta... creo que tropezó con algo. Nadie pareció verlo bien."
La Reina, que había permanecido observando la escena con una expresión neutra, intervino con suavidad. "Así es, Marqués. A veces, en medio del bullicio, ocurren percances desafortunados. Lo importante es que la pequeña Rosalba ya está recuperándose."
Elaiza se asintió, apoyada por las palabras de la Reina. El Marqués suspiró, pasando una mano por su cabello con frustración.
Luego, volviéndose hacia el Márquez, la Reina dijo con una sonrisa amable: "Marquez , seguramente lo estarán buscando. Le ruego que regrese al salón principal. Y considerando lo tarde que es y el sobresalto que ha sufrido Rosalba, les ofrezco que se queden a pasar la noche aquí en el palacio. Así evitará que la niña tome el fresco de la noche y corra el riesgo de enfermar."
El Marqués pareció considerar la oferta por un momento antes de asentir. "Sí, creo que sería lo más prudente. Agradezco su consideración, Majestad."
El Marqués asintió a la Reina y a Elaiza antes de salir de la habitación, su semblante aún preocupado mientras cerraba la puerta tras de sí.
La Reina se giró entonces hacia Elaiza, su mirada deteniéndose en las manchas de comida que aún adornaban su vestido.
"Señorita Medina," dijo con una suave sonrisa, "me temo que usted también ha sufrido las consecuencias de este percance."
Elaiza bajó la vista hacia su propio vestido, notando con más detalle las salpicaduras. "Oh, no es nada, Majestad. Con un mandil limpio será suficiente para cubrir me."
La Reina negó con la cabeza con un gesto amable pero firme. "De ninguna manera, señorita. No permitiré que permanezca con esa vestimenta. Por favor, espere un momento."
Se dirigió a una de sus sirvientas. "Por favor, ofrécanle uno de mis vestidos. Creo que... antes de mi estado actual, nuestras tallas eran bastante similares."
La sirvienta asintió con una reverencia y se acercó a Elaiza, indicándole con un gesto que la siguiera.
La Reina le ofreció una sonrisa maternal. "Vayan, señorita. Y por favor, no dude en pedir cualquier cosa que necesite."
Con una reverencia hacia la Reina, Elaiza siguió a la sirvienta fuera de la habitación, dejando atrás a Rosalba y Emmanuel sintiendo un alivio por aquella interacción.
El salón principal del palacio había quedado considerablemente más tranquilo. La mayoría de los invitados se habían retirado, dejando tras de sí un eco de risas y música.
Rosalba y Emmanuel, habían sido instalados en la habitación de huéspedes, la princesa Margaret, y los niños jugaban Juntos y bajo la atenta mirada de varias sirvientes.
La Reina, por su parte, descansaba con elegancia en un sofá cercano, supervisando la escena con una sonrisa suave. La puerta de la habitación se abrió lentamente y Elaiza entró.
El cambio en su apariencia era notable. Rosalba y Margaret detuvieron su juego y se quedaron mirando a Elaiza, con los ojos muy abiertos. Emmanuel, desde un rincón, señaló a Elaiza con un dedito y exclamó con sorpresa "¡Mira, Rosaba! ¡Qué monito!"
La Reina sonrió al ver la reacción de los niños. "Así es, Emmanuel. La señorita Medina está muy elegante. ¿Verdad que sí, Rosalba, Margaret?"
Elaiza se ruborizó ligeramente ante la atención. "Gracias," murmuró con modestia. "La Reina ha sido muy amable."
Un lacayo, con una reverencia discreta, llamó a la puerta e informó que la cena estaba servida.
La Reina, con una sonrisa amable, invitó a Elaiza a acompañarla. "Los niños estarán más cómodos cenando aquí en la habitación," explicó. "Así evitarán el escrutinio de los pocos invitados que aún permanecen en el salón principal. Usted, señorita Elaiza, merece disfrutar de una buena comida después de un día tan agitado."
Elaiza dudó por un instante. Su instinto era quedarse con Rosalba y Emmanuel, asegurarse de que estuvieran bien atendidos.
"Majestad, se lo agradezco, pero preferiría quedarme con los niños..."
"Tonterías, señorita," insistió la Reina con un tono suave pero firme. "Ellos estarán perfectamente atendidos. Además," hizo un gesto a una de sus criadas, "por favor, tráiganme mi joyero. Siento que a la señorita Elaiza le falta un pequeño toque de... brillo."
Los invitados que aún quedaban ya estaban reunidos alrededor de la larga mesa ricamente adornada. Sus asientos, sin embargo, permanecían vacíos, esperando su llegada.
El Rey, el Marqués y otro hombre de aspecto distinguido estaban inmersos en una conversación animada, sus voces llenando el salón. Pero al ver a la Reina y a Elaiza aparecer en la entrada del comedor sorprendieron a los invitados, un silencio repentino se extendió por todo el comedor.
Todas las miradas se volvieron hacia ellas. El Rey, con una sonrisa cortés, hizo un sutil ademán con la cabeza al Marqués, indicándole que observara a Elaiza.
La luz de las velas danzaba sobre el collar de perlas, iluminando el rostro de la institutriz, quien, sin proponérselo, irradiaba una elegancia inesperada. El sencillo vestido de color azul grisáceo que había llevado durante el día había sido reemplazado por un vestido de líneas sencillas de color palo de rosa. Le sentaba a la perfección, realzando su figura y dándole una elegancia natural. Su cabello, ahora recogido de una manera más elaborada gracias a la ayuda de las sirvientas de la Reina, enmarcaba un rostro que, aunque aún mostraba cansancio, irradiaba una nueva serenidad.
A primera vista, con ese vestido y su porte, Elaiza parecía una dama de sociedad, una invitada más de la nobleza, en lugar de la institutriz de los hijos del Marqués. La diferencia era sorprendente.