Morí sin ruido,
sin gloria,
sin despedida.
Y cuando abrí los ojos…
ya no eran míos.
Ahora respiro con un corazón ajeno,
camino con la piel del demonio,
y cargo el nombre que el mundo teme susurrar:
Ryomen Sukuna.
Fui humano.
Ahora soy maldición.
Y mientras el poder ruge dentro de mí como un fuego indomable,
me pregunto:
¿será esta mi condena…
o mi segunda oportunidad?
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CAPÍTULO 21– HERIDAS ABIERTAS
El aire de la superficie era más limpio, aunque el cielo aún estaba cubierto por una oscuridad sobrenatural que no se disipaba. Victor, con el cuerpo ensangrentado y el rostro desfigurado por la culpa, emergió desde los túneles cargando a Megumi en sus brazos.
Frente a él, como si lo estuviera esperando, se encontraba Maki Zenin. Su ropa estaba desgarrada por la batalla, su lanza descansaba sobre su espalda, y su mirada era tan fría como el acero que manejaba. Al ver a Megumi, sus ojos se abrieron apenas, pero su expresión permaneció firme.
—¿Qué pasó? —preguntó, sin rodeos.
Victor cayó de rodillas, dejando a Megumi con cuidado sobre el suelo. Su voz temblaba.
—Fue… mi culpa —murmuró—. Sukuna tomó el control. Peleó contra Mahoraga. Megumi quedó así por intentar detenerlo. ¡Y todo fue por mí!
Maki se acercó y se arrodilló junto a Megumi. Palpó su cuello, comprobando su pulso. Luego lo miró más de cerca y, sin decir nada, sacó una venda de su cinturón para detener la hemorragia de su brazo.
—No hay tiempo para lamentaciones. Tenemos que llevarlo de vuelta a la escuela —dijo con tono tajante.
Victor apretó los puños.
—No entiendo por qué todavía me permiten estar cerca… después de todo lo que causé…
Maki lo miró por primera vez con dureza.
—Porque si no estás aquí, nadie más puede controlarlo. Nadie más puede pelear a su nivel. —Y luego añadió con un tono más bajo—: Y porque Megumi aún te considera su amigo.
Esa palabra atravesó a Victor como una lanza. “Amigo.” ¿Después de todo lo que había hecho… Megumi aún lo veía así?
—Está bien —dijo Victor finalmente, poniéndose en pie—. Vamos.
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El camino a la escuela fue difícil. Las calles de Shibuya seguían plagadas de maldiciones menores, restos de la batalla, y cuerpos que no habían podido ser evacuados. Maki lideró el grupo, abriendo paso con precisión letal. Cada maldición que se interponía era partida en dos sin esfuerzo.
Victor caminaba detrás, sosteniendo a Megumi como si fuera su vida misma. Cada paso lo sentía más pesado. No por el peso físico, sino por la carga emocional. El recuerdo de Sukuna, de los edificios destruidos, de los gritos, seguía presente en su cabeza. Aún podía oír la risa del Rey de las Maldiciones resonando en su mente.
—Mátalos a todos… ¿no es eso lo que quieres realmente?
Victor apretó los dientes. No. No iba a dejar que volviera a salir. No ahora. No más.
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Ya en las afueras del instituto Jujutsu, Shoko Ieiri salió corriendo al verlos llegar. Su expresión cambió al ver el estado de Megumi.
—¡Llévenlo a la enfermería ahora!
Mientras lo ingresaban, Yuji e Yuki llegaron corriendo desde otra dirección. Ambos estaban cubiertos de heridas, pero vivos. Yuji, al ver a Victor, se detuvo un segundo. Luego asintió.
—Hiciste lo correcto.
Victor no respondió. Solo observó a Megumi siendo llevado. Sabía que esa batalla interna estaba lejos de terminar.
Y mientras todos se reagrupaban, en las sombras, Kenjaku observaba desde un tejado lejano.
—Cinco más —murmuró—. Solo faltan cinco dedos… y entonces, el verdadero espectáculo comenzará.
CAPÍTULO VEINTIUNO (Parte 2) – CICATRICES QUE NO SANAN
Las puertas del Instituto Jujutsu se abrieron de par en par con la energía residual del caos que había arrasado Shibuya. El ambiente, aunque más tranquilo que en las calles, aún cargaba la tensión de una guerra silenciosa. Shoko Ieiri y un grupo de aprendices médicos recibieron rápidamente a Maki y Victor, llevando a Megumi a la sala de emergencia.
Victor se quedó inmóvil en el pasillo, su respiración agitada, sus ojos perdidos… hasta que sintió algo cálido recorrer su brazo. Bajó la vista.
Sangre. Mucha sangre.
No se había dado cuenta.
Sus manos estaban destrozadas. La piel se había desgarrado por completo. Las uñas arrancadas. Fragmentos de asfalto incrustados en sus palmas. En su desesperación por arrastrarse por las calles mientras gritaba por morir, había destruido sus propias manos. Pero él ni siquiera lo había sentido… no hasta ahora.
—¡Victor! —gritó Yuji, que acababa de llegar—. ¡Tu mano! ¡¿Qué te hiciste?!
Victor levantó la vista, como si recién despertara. Vio el rostro pálido de Yuki, que lo miraba horrorizada. Maki se giró también, frunciendo el ceño.
Shoko corrió hacia él en cuanto se percató.
—¡Idiota! ¡Estás completamente destrozado! ¿Por qué no lo dijiste antes?
Victor bajó la cabeza.
—No importaba… Megumi está peor.
—¡Tú también eres importante, idiota! —soltó Yuki, empujándolo suavemente al interior de la enfermería—. No puedes salvar a nadie si tú mismo estás roto.
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En la enfermería, Victor se dejó revisar por Shoko. Ella examinó cada una de sus manos con atención. Mientras aplicaba su técnica de Reversión para sanar las heridas, su voz fue suave, casi maternal.
—Esto no es solo físico, ¿verdad?
Victor no respondió.
—¿Quieres que te diga algo? —continuó Shoko—. La culpa puede ser tan destructiva como cualquier maldición. Pero si de verdad quieres proteger a alguien, tienes que empezar por perdonarte a ti mismo.
Victor tragó saliva.
—No puedo…
Shoko no insistió. Solo siguió sanando sus heridas. La carne regenerada, sin embargo, no borraba las marcas que quedaban en su alma.
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Horas después, ya de noche, Victor salió a caminar por los jardines del instituto. El aire era fresco. Se detuvo frente al lago artificial que decoraba uno de los patios.
Yuji se acercó, con las manos en los bolsillos.
—Duele, ¿verdad?
—Como si tuviera clavos en el pecho.
—A mí me pasó. Cuando Sukuna tomó el control por primera vez. Cuando… mató a alguien a través de mí.
Victor giró el rostro, sorprendido.
—¿Cómo lo soportas?
Yuji miró al cielo.
—Aún no lo sé. Pero lo que sí sé es que si nos quedamos quietos, la culpa gana. Y si la culpa gana… entonces Sukuna gana.
Victor cerró los ojos. Su mano vendada tembló.
—Quiero ser más fuerte. Quiero evitar que vuelva a tomar el control. Cueste lo que cueste.
Yuji sonrió, aunque su expresión seguía cargada de dolor.
—Entonces entrenemos. Hasta que incluso Sukuna nos tema.
Ambos permanecieron en silencio por unos segundos. El viento soplaba con suavidad. Por primera vez en mucho tiempo, Victor sintió que tal vez… no estaba completamente solo.
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En lo profundo del edificio principal, una figura misteriosa observaba todo desde una pantalla. Una sombra con múltiples ojos, una sonrisa torcida y una voz que susurró:
—Quince dedos… Solo cinco más.
Y entonces, rió.
La guerra aún no había terminado. Apenas había comenzado.
CAPÍTULO VEINTIUNO (Parte 3) – LA SOMBRA DEL SELLO
La brisa nocturna soplaba con fuerza sobre los jardines del Instituto Jujutsu. Las luces del campus apenas iluminaban los senderos, mientras la oscuridad parecía extenderse como una advertencia silenciosa. Victor estaba de pie frente a la sala de reuniones, con sus manos ya vendadas, aún frescas por la sanación. A su lado, Yuji, Maki, Panda y Yuki Tsukumo aguardaban. El ambiente era tenso.
—¿Estás seguro de querer decirlo tú mismo? —preguntó Maki.
Victor asintió. Dio un paso al frente. Todos lo miraban, expectantes.
—El profesor Satoru Gojo… —dijo con voz baja, pero firme— ha sido sellado.
El silencio cayó como una losa de concreto.
—Estamos solos ahora.
Yuji apretó los dientes, sus puños temblando.
—¿Dónde? ¿Cómo pasó?
Victor bajó la cabeza.
—Durante el incidente de Shibuya. Fue atrapado por el Prisma del Reino Prisión… Kenjaku lo engañó y lo encerró en ese maldito objeto. Y todo… todo esto ocurrió mientras yo… mientras Sukuna usaba mi cuerpo.
—¡Victor! —exclamó Panda—. ¡No fue tu culpa!
—Sí lo fue —interrumpió él con dureza—. Si yo fuera más fuerte, si pudiera controlarlo mejor… nada de esto habría pasado. Kenjaku planeó esto desde hace mucho, y yo fui su peón sin darme cuenta.
Yuki caminó hacia él.
—Ya no es momento de lamentos. Gojo era nuestro mayor pilar, sí… pero ahora nos toca a nosotros convertirnos en pilares. Él peleó para protegernos. Ahora debemos pelear para traerlo de vuelta.
—¿Crees que eso sea posible? —preguntó Yuji, con el rostro sombrío.
Yuki asintió lentamente.
—Kenjaku sigue teniendo planes. Aún quedan enemigos fuertes. Y si tiene los dedos que faltan de Sukuna… entonces no solo selló a Gojo. Está preparando el fin del equilibrio. Si queremos revertir esto… tenemos que actuar rápido.
Victor alzó la mirada. Su rostro aún mostraba dolor, pero también determinación.
—Entrenaré. Me fortaleceré. Controlaré a Sukuna. No permitiré que tome más vidas por mi culpa.
Maki sonrió levemente.
—Entonces será mejor que no pierdas el tiempo. El mundo no se va a detener a esperarte.
Y así, entre la sombra del miedo y la luz tenue de la determinación, los jóvenes hechiceros juraron no retroceder. El mundo sin Gojo era más oscuro, pero también más real. Y ahora… era su turno de cargar con el peso de la batalla.