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"Infancia Robada, Poder Sellado"

"Infancia Robada, Poder Sellado"

Status: En proceso
Genre:Venganza / Familias enemistadas / Secretos de la alta sociedad / Mundo mágico
Popularitas:3.9k
Nilai: 5
nombre de autor: Vic82728

En las tierras frías del Reino de Belfast, un niño fue arrancado de los brazos del amor y lanzado al abismo del desprecio. Victor, de apenas ocho años, sobrevive bajo el techo de sus propios enemigos, el Rey y la Reina que arrasaron su pasado. Lo llaman débil, lo humillan, lo marcan con su odio… sin imaginar lo que realmente duerme en su interior.

Esta no es la historia de un héroe elegido. Es la travesía de un alma quebrada que se arrastra por los escombros del trauma, el dolor y la soledad. Cada mirada de desprecio, cada palabra cruel, cada herida invisible es una chispa que alimenta una tormenta silente. Y cuando el momento llegue… ni el trono ni la sangre real podrán detener lo que ha nacido del silencio.

Un cuento oscuro donde no hay luz sin sombras, ni infancia sin cicatrices. Un viaje que transforma al niño temeroso en la incógnita más temida por todos.

NovelToon tiene autorización de Vic82728 para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 2 – El Niño sin Nombre

El amanecer no existe dentro de las paredes del castillo de Belfast.

No hay canto de aves, ni luz que se cuele entre cortinas. Solo el crujir de la madera vieja, el goteo constante de humedad desde las piedras del techo, y el chirrido agudo de las llaves girando en las cerraduras. Ese fue el sonido que despertó a Víctor, cubierto por una manta áspera, sucia, con el cuerpo encogido por el frío y la mente hecha pedazos por la pesadilla de la noche anterior… aunque él sabía que no fue un sueño.

Un guardia entró. Alto, con armadura oscura y expresión indiferente. Arrojó un mendrugo de pan duro y un cuenco con agua turbia al suelo.

—Come. Y luego sígueme —dijo sin mirarlo.

Víctor lo obedeció. No porque tuviera hambre. No porque tuviera fuerzas. Sino porque no tenía opción. En este lugar, desobedecer significaba dolor. Lo entendía, aunque aún no lo había sentido en carne propia.

Lo llevaron por pasillos distintos a los anteriores. Aquí las paredes estaban decoradas con retratos de antiguos reyes. Todos con la misma expresión vacía. Nadie parecía haber sonreído jamás en ese linaje. A medida que avanzaban, el suelo se volvía más liso, más frío. Llegaron a un enorme portón de madera tallada con figuras de monstruos y ojos que parecían observar.

El guardia golpeó dos veces. El portón se abrió solo.

Dentro, una sala amplia. Circular. Con pisos de mármol oscuro. En el centro, una mujer delgada, de rostro severo y vestimenta gris como la ceniza.

—¿Este es el niño? —preguntó sin emoción.

—El que ordenó el rey.

La mujer asintió.

—Puedes irte.

El guardia cerró la puerta tras él, dejándolo a solas.

—Mi nombre es Maestra Elira —dijo la mujer—. Estoy a cargo de tu “educación”, si es que podemos llamarla así. A partir de hoy, servirás en el castillo. Limpiarás, cargarás, obedecerás. No hablarás a menos que se te hable. No mirarás a nadie a los ojos. Y, sobre todo, no llorarás. Los que lloran, desaparecen.

Víctor no dijo nada.

—¿Tienes nombre? —preguntó ella, cruzándose de brazos.

—V…

—No importa —interrumpió, igual que Lilith la noche anterior—. Ya no lo tienes.

Lo miró como si fuera una herramienta mal fabricada.

—No estás aquí para vivir. Estás aquí para servir. Y si fallas… te reemplazan. Siempre hay más niños allá afuera.

---

Los días en el castillo pasaban sin distinguirse unos de otros. A Víctor le asignaron los rincones más oscuros y fríos: las escaleras que nadie usaba, las cocinas subterráneas, los pasillos que conectaban zonas que ni él entendía. Siempre vigilado. Siempre solo.

Le daban una hora para dormir. Dos para comer. O menos. El resto, trabajo. Barrer suelos llenos de sangre seca. Limpiar herramientas oxidadas. Quitar excremento de los establos.

Y si se equivocaba… si rompía algo, si tardaba, si respiraba más fuerte de lo necesario… llegaba el castigo.

La primera vez fue simple. Un azote en la espalda, sin aviso, por dejar caer una cubeta. La segunda fue peor. Tres días sin comer. La tercera… lo encerraron en una habitación sin luz, sin agua, con ratas que lo olfateaban por las noches.

Víctor empezó a cambiar. No hablaba. No lloraba. Solo observaba. Memorizaba rutas. Recordaba rostros. Escuchaba todo, incluso lo que no estaba destinado para él.

---

Una tarde, mientras cargaba leña hacia la parte alta del castillo, volvió a verla.

Lilith.

Sentada en el alféizar de una de las ventanas interiores, balanceando las piernas como si flotara sobre el abismo.

—Mira, el perrito sigue vivo —dijo en tono burlón—. Pensé que ya te habrías roto.

Víctor no respondió. Siguió caminando.

—No hablas, no lloras, no gritas… Eres aburrido.

Ella saltó desde la ventana, aterrizando con una ligereza casi sobrenatural frente a él. Llevaba un vestido blanco impecable, contrastando con la suciedad que cubría a Víctor.

—¿Sabes qué hacen con los niños que se portan bien? —preguntó, sonriendo—. Los usan. Hasta que se rompen.

Lo rodeó como una serpiente curiosa.

—Pero tú eres distinto… Ellos no lo saben aún. Ni tú. Pero yo sí.

Víctor alzó la vista, por primera vez. Sus ojos, oscuros y hundidos por las ojeras, chocaron con los de ella.

—¿Qué soy? —preguntó en un susurro.

Lilith sonrió, pero esta vez su sonrisa no era alegre. Era peligrosa.

—Un error.

Y luego se fue, dejando el aire más frío de lo que estaba antes.

---

Esa noche, al regresar a su celda, Víctor encontró algo diferente.

Sobre la piedra donde dormía… había una pequeña marca. Un símbolo tallado, nuevo, que no estaba antes. Como si alguien lo hubiera grabado con una uña, o una hoja afilada.

Un círculo cruzado por una línea vertical.

No sabía qué significaba.

Pero desde esa noche… no volvió a dormir tranquilo.

Las horas pasaban como si el tiempo se hubiese congelado. El castillo parecía devorarlo todo: las emociones, la esperanza, incluso el sentido de los días. Víctor vivía en un ciclo de silencios, miradas esquivas y órdenes cortantes. Nadie lo llamaba por su nombre. Para todos, era solo "niño", "sirviente" o, con suerte, "eso".

Pero el símbolo en la piedra no desaparecía.

Víctor lo observaba cada noche, con creciente inquietud. Cada línea grabada en la roca parecía vibrar con algo que no lograba entender. Intentó ignorarlo. Pero a los pocos días… comenzaron las pesadillas.

La primera fue confusa. Se veía a sí mismo caminando por pasillos interminables del castillo, pero estaban vacíos, cubiertos de sangre seca. Las paredes respiraban. Y al fondo, una figura con una corona oxidada lo observaba… sin rostro.

La segunda fue peor.

El castillo estaba en llamas. Él gritaba, pero no salía sonido. Y en medio del fuego, una niña de ojos oscuros reía mientras apuntaba a su pecho, donde el mismo símbolo del círculo y la línea brillaba como hierro candente.

Despertó jadeando. El sudor le recorría el cuerpo. Afuera, los pasillos seguían en silencio.

Solo entonces se dio cuenta de que, entre las sombras, alguien lo observaba desde la rendija de su puerta.

No era un guardia.

Era Vanessa.

Estaba sola. De pie. Silenciosa. Como una estatua en la oscuridad. Sus ojos, fríos y calculadores, no parpadeaban. Al darse cuenta de que Víctor la miraba, esbozó una pequeña sonrisa torcida. Luego, sin decir nada, se dio la vuelta y desapareció.

Esa misma mañana, lo llevaron a una nueva sala.

Una especie de patio de entrenamiento interior, de suelo de piedra y paredes altas. Allí, otros niños. Todos sucios, silenciosos, mirándose entre sí con una mezcla de miedo y resignación. Había unos mayores, otros más pequeños, pero todos tenían la misma mirada vacía.

Un hombre musculoso, con la mitad del rostro quemado, apareció desde el otro extremo.

—Bienvenidos al salón del valor —dijo con voz áspera—. Aquí se separan los útiles de la basura. Aquí, los débiles aprenden a callar. Y los valientes… a sufrir.

Víctor sintió que algo en su estómago se retorcía.

—Hoy, ustedes se probarán —continuó el hombre—. No por gusto. Sino porque el rey lo ha ordenado. Y cuando el rey habla… todos sangran.

Una caja de madera fue abierta, revelando varas, cuerdas, palos. Herramientas de disciplina. Herramientas para destruir sin matar.

El hombre eligió a uno de los niños mayores.

—Tú, golpea al pequeño —ordenó, señalando a Víctor.

El chico dudó. Bajó la mirada.

—¿No me oíste?

El chico tembló.

Víctor se quedó quieto. Sin entender. Sin reaccionar.

El golpe vino sin aviso. Un puñetazo en la cara. Fuerte. Torpe. Más por miedo que por odio. Víctor cayó al suelo, el sabor metálico llenándole la boca.

—¡Otra vez! —gritó el instructor.

El chico lo hizo. Otro golpe. Luego otro. Hasta que Víctor dejó de moverse.

Nadie intervino.

Porque eso era el castillo.

Un lugar donde se premiaba la obediencia y se castigaba la compasión.

---

Más tarde, cuando despertó en su celda, la sangre seca pegada al rostro, lo primero que vio fue el símbolo en la piedra… pero algo había cambiado.

Ya no era solo un círculo con una línea.

Alrededor, habían aparecido otras pequeñas marcas. Rayas, garras, cruces diminutas.

Como si alguien —o algo— lo hubiese estado observando.

Como si el castillo no solo lo quisiera destruir.

Sino también marcarlo.

---

Esa noche, Lilith regresó.

No por la rejilla. No por sorpresa.

Simplemente apareció, sentada dentro de su celda, balanceando las piernas como si el frío y la oscuridad no le afectaran en absoluto.

—Te pegaron fuerte, perrito —murmuró, divertida—. Pero no lloraste. Eso fue inteligente… o estúpido. No estoy segura.

Víctor no respondió.

Lilith se inclinó hacia él, los ojos brillando en la penumbra.

—Hay algo roto dentro de ti, ¿verdad?

Silencio.

—Eso es bueno —dijo, sonriendo—. Los rotos… aprenden más rápido.

Se puso de pie. Caminó hasta el símbolo en la piedra y lo acarició con un dedo.

—¿Sabes qué es esto?

Víctor negó con la cabeza.

—Es una promesa —susurró ella—. O una advertencia. Eso depende de ti.

Y antes de desaparecer entre las sombras, se detuvo en la puerta y dijo algo más, sin mirarlo:

—El castillo quiere romperte… pero yo quiero ver qué queda después.

La puerta se cerró sola. Y Víctor, esta vez, no durmió.

Porque ahora no solo tenía miedo del castillo…

Si no también de sí mismo.

1
Rubi Cuerbo
mui bien
Vic
No se preocupen ya subí el capítulo 36 y 37 mañana a la 7am se sube el capítulo 38
Rubi Cuerbo
quiero ver más capitulos
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