Serena estaba temblando en el altar, avergonzada y agobiada por las miradas y los susurros ¿que era aquella situación en la que la novia llegaba antes que él novio? Acaso se había arrepentido, no lo más probable era que estuviera borracho encamado con alguna de sus amantes, pensó Serena, porque sabía bien sobre la vida que llevaba su prometido. Pero entonces las puertas de la iglesia se abrieron con gran alboroto, los ojos de Serena dorados como rayos de luz cálida, se abrieron y temblaron al ver aquella escena. Quién entraba, no era su promedio, era su cuñado, alguien que no veía hacía muchos años, pero con tan solo verlo, Serena sabía que algo no estaba bien. Él, con una presencia arrolladora y dominante se paro frente a ella, empapado en sangre, extendió su mano y sonrió de manera casi retorcida. Que inicie la ceremonia. Anuncio, dejando a todos los presentes perplejos especialmente a Serena.
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Capitulo 2
Mientras intentaba relajarse ante la abrumadora realidad que acababa de imponérsele, Serena dejó que su mente divagara hacia los recuerdos de su vida en el Marquesado Aurelliene.
Tristemente, reconoció que no había mucho que recordar. Pocas veces había visto el rostro de su padre y menos aún había escuchado su voz. De su madre, la única imagen que guardaba eran algunas pinturas que él mantenía celosamente escondidas, pero que Serena, con paciencia e ingenio, había logrado espiar en más de una ocasión.
No había mucha gente en Aurelliene… o al menos no desde que tenía conciencia. Las pocas personas con las que cruzaba palabras eran empleados del marquesado, y no podían considerarse amables.
Solía escuchar sus conversaciones a escondidas, donde hablaban sobre los problemas que ahogaban la casa y sobre la condición de su padre. Era la única forma en que Serena podía enterarse de lo que sucedia en su casa y con su padre.
Algunas doncellas, en especial, parecían tomar cierto deleite en humillarla. La habían hecho tropezar en los pasillos, empujar contra las paredes, para luego fingir que no había sido intencional. Entre sonrisas hipócritas, le lanzaban comentarios hirientes.
—La situación no era tan mala antes de que nacieras… parece que la desgracia llegó contigo.
Palabras como esas se le clavaban como espinas. Incontables veces había llorado en silencio, convencida de que tal vez tenían razón, de que todo lo malo en Aurelliene había comenzado con ella.
Con el tiempo, encontró un tenue refugio en la biblioteca. Entre libros polvorientos y el silencio de aquel lugar olvidado, empezó a acostumbrarse a esa vida solitaria, resignada a la indiferencia de todos. Pero sus anhelos no cambiaron. Seguía deseando atención, soñando con que su padre algún día la mirara con orgullo, imaginando tener amigos, recibiendo amor. A pesar de todo, Serena conservaba una dulzura e inocencia que nada había conseguido marchitar.
Sin embargo, en ese momento, viendo el ceño fruncido de la mujer sentada frente a ella, pensó que tal vez sus añoranzas seguirían siendo solo eso añoranzas.
Todo el trayecto hacia la mansión Volrhat le resultó asfixiante. Tenía la sensación de que ni siquiera podía respirar con libertad en presencia de la Condesa Julia. Aquella mujer tenía facciones frías y afiladas, unos ojos azules oscuros que parecían atravesarla, un cabello castaño con tonos rojizos perfectamente peinado, y una postura amenazante que le hacía dudar en si mirarla directamente.
—Siéntate derecha —ordenó Julia en un momento, sin siquiera mirarla.
Serena obedeció de inmediato, con las manos juntas sobre el regazo, evitando cualquier movimiento que pudiera incomodar a la mujer. El silencio en el carruaje era tan espeso que podía oír con nitidez el golpeteo rítmico de los cascos contra el suelo y el leve crujido de la madera en cada bache del camino.
Al llegar a la mansión Volrhat, Serena no pudo evitar quedar maravillada. Nunca había visto tanto lujo. El edificio, con sus altos ventanales y paredes bañadas por el sol, parecía brillar, tan distinto al paisaje gris y decadente al que estaba acostumbrada en Aurelliene.
Cuando el carruaje se detuvo y un sirviente abrió la puerta, la Condesa Julia bajó y se volvió hacia Serena con una mirada dura.
—Apresúrate.
—S-sí… sí, señora —balbuceó la niña, descendiendo con torpeza y apresurándose a seguirla.
Cruzaron el umbral, y Serena se encontró rodeada por un derroche aún mayor de ostentación. Cada rincón estaba cubierto de adornos caros, candelabros dorados, alfombras gruesas, estatuas de mármol y cuadros enmarcados en oro. Sin embargo, a pesar de la evidente riqueza, el conjunto resultaba extraño, ningún mueble parecía combinar con otro, y la decoración estaba tan recargada que le transmitía más inquietud que admiración.
Los empleados, mucho más numerosos que en Aurelliene, la observaban de reojo. Sus miradas no eran muy distintas a las que había soportado toda su vida, frías, curiosas, juzgadoras.
De pronto, la voz de la Condesa cambió por completo.
—¡Cariño, ahí estás! —dijo con un tono dulce y aceleró el paso, casi corriendo hacia alguien.
Serena levantó la mirada, ¿qué había provocado ese cambio en la Condesa?
Bajando de las escaleras del segundo piso, frente a ellas estaba un joven de cabello castaño rojizo y ojos de un violeta oscuro, intensos y poco amistosos. Julia lo abrazó con una sonrisa radiante.
—Tengo grandes noticias —anunció con entusiasmo.
El joven, sin embargo, frunció el ceño y se apartó bruscamente.
—No tengo tiempo para esto.
—Es muy importante —insistió ella, manteniendo el mismo tono afectuoso—. Finalmente he encontrado a la prometida adecuada para ti.
Él pareció incomodarse visiblemente.
—Ya te he dicho que el matrimonio no me interesa en este momento.
Serena sintió un estremecimiento al comprender que aquel joven era su prometido, alguien mucho mayor que ella. No sabía por qué temblaba, no lo conocía pero estaba asustada.
Julia, ignorando la protesta de su hijo, adoptó un tono más firme.
—No hay discusión posible. Te casarás, quieras o no. —Hizo una breve pausa y añadió— Sin embargo, hay un pequeño contratiempo… tu prometida es aún muy joven, apenas tiene diez años. Tendrán que esperar el tiempo necesario para concretar la unión.
Entonces, en un murmullo que pretendía ser discreto, dijo.
—Es una niña con sangre real. No podemos dejar pasar algo así.
La Condesa volvió a alzar la voz, ahora más dura.
—Serena, ven aquí.
La niña se estremeció y, tras unos segundos inmóvil, reunió valor para acercarse. Julia la tomó por los hombros y la presentó.
—Roger, ella es Serena Aurelliene, tu prometida.
Roger apenas le dedicó una mirada fugaz. Lo que vio fue a una niña delgada, de cabello despeinado y con la vista fija en el suelo temblando como una hoja frente a él. Chasqueó la lengua con evidente desinterés.
—Tengo cosas que hacer —dijo, y se dio media vuelta para marcharse.
—¡Roger! —Julia trató de detenerlo, pero él ya se alejaba.
Serena sintió un extraño alivio al verlo irse, pero su respiro duró poco. La mirada de la Condesa volvió a fijarse en ella con frialdad.
—A partir de ahora serás educada para convertirte en una buena esposa para mi Roger, ¿entiendes?
Serena parpadeó, aturdida.
—¿Lo entiendes? —repitió Julia con más fuerza.
—S-sí… sí, señora —balbuceó.
—Bien. Entonces pon tu mejor esfuerzo y no causes problemas. Vivirás en el anexo mientras recibes esa educación.
Llamó a una doncella con un gesto.
—Llevala al anexo.
Serena siguió a la mujer en silencio, mientras intentaba procesar todo lo que estaba ocurriendo.