Santiago Jr. y Maggie se casaron en una noche de copas en Las Vegas. Ella desapareció después de la noche de bodas y Santiago Jr. comenzó a buscarla para corregir su error y divorciarse. Pero Maggie después de esconderse por meses viene dispuesta a sacarle a Santiago Jr. hasta el último dólar a cambio de darle su libertad.
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CAPÍTULO 2
Apenas salieron del hotel. Santiago Jr. tomó a Maggie con fuerza por la mano.
—A ver, esposita escurridiza. Ahora tú y yo vamos a hablar.
Una sonrisa perversa se dibujó en el rostro de la joven mujer.
Ella solo se dejó guiar por él y subió al auto de su esposo.
Santiago Jr. la miraba de arriba abajo y detallaba cada rasgo. Él no podía negar que era una mujer hermosa, pero no sentía ningún tipo de atracción hacia ella.
Maggie frunció el ceño y después le sacó la lengua.
—¿Qué me ves idiota?, ¿Nunca has visto una mujer hermosa?
Santiago Jr. soltó una sonora carcajada y negó con la cabeza.
—Millones, más bonitas que tú.
—¡Ja, ja, ja, pero solo yo te llevé al altar, solo a mí me pediste matrimonio y que insistente fuiste! Ja, ja, ja, más insistente de lo que has sido con el divorcio. Incluso creo que te has enamorado de mi.
Santiago Jr. sintió ganas de agarrar a esta mocosa y darle un par de nalgadas, pero su hermano le había advertido que no le tocará ni para besarla.
—Ja, ja, ja, ¿Te refieres al divorcio millonario? Sabes bien que es un robo. Eres una estafadora. No voy a darte ni un centavo.
Maggie sonrió de manera maliciosa e hizo un pequeño puchero. Antes de responderle a su marido.
—Ah, no puedes darme dinero, pero sí pudiste darme cuernos, vergüenza, pisar mi dignidad y mi autoestima. ¿Cómo crees que me sentí al verte con esa zorra prepago? Te luciste con ella por casi un año. Le diste lujos, viajes, coches y todo lo que te pidió. Entonces es justo que yo reclame lo que me corresponde como tu esposa legítima y tu mujer porque nuestro matrimonio fue consumado.
Santiago Jr. se quedó petrificado con el descaro de esta mujer. Él la observaba detalladamente. Estaba desconcertado, porque cuando cerraba los ojos y venían pequeños recuerdos de esa noche, él se sentía excitado, pero no se explica porquela tenía cerca y no le inspira nada más que ganas de darle dos nalgadas para que no sea tan altanera.
Santiago Jr. bufó y siguió conduciendo hasta su hotel. Maggie se sintió nerviosa al ver el auto entrar al estacionamiento de aquel lujoso lugar.
—Tú y yo, tenemos una cuenta pendiente. Esposita.
Maggie tragó grueso y entrecerró los ojos.
—¿Qué piensas hacerme?, pervertido. —le preguntó con la voz entrecortada.
Santiago Jr. se sintió satisfecho de verla nerviosa; al parecer, esta mocosa era pura bulla.
Entonces él la atrajo hacia él y le acarició la mejilla.
—¿Por qué tan nerviosa? ¿No quieres disfrutar de los derechos de ser mi esposa? Bueno, muñeca, primero tienes algunos deberes que cumplir.
Maggie lo fulminó con la mirada, antes de soltar una sonora carcajada.
—Ja, ja, ja. Sigue soñando idiota. Yo no pienso acostarme contigo. No sé, que pasó en Las Vegas, pero no eres para nada mi tipo. Así que solo firma el divorcio, y cada quien por su lado.
Ahora era Santiago Jr. quien lucía molesto.
—Mira Esposa de cartón, lleguemos a un acuerdo. Estoy dispuesto a darte cinco millones de dólares si firmas y desapareces de mi vida.
Maggie hizo un pequeño puchero y golpeó varias veces sus labios con su dedo índice como señal de que estaba pensando.
Entonces, le sonrió a Santiago Jr.
—Dame un millón en este momento y lo pensaré. En tres días tienes mi respuesta.
Santiago Jr. frunció el ceño. Definitivamente, la oferta era tentadora, pero no le tenía confianza a este demonio vestido de mujer. Pero no le costaba nada arriesgarse a perder un millón o a ganar su libertad.
Santiago Jr. hizo silencio y Maggie suplicaba porque este idiota aceptara darle ese dinero. Ella lo necesitaba con urgencia.
El silencio era ensordecedor y después de varios minutos el aire se sintió espeso. Maggie sentía que no podía respirar de la tensión que existía entre ellos.
Pero pronto su agonía llegó a su fin. Santiago Jr. apagó el auto y abrió la puerta, bajó del auto y como todo un caballero, le abrió la puerta a su esposa.
Maggie tomó su mano y Santiago Jr. soltó una pequeña risa al sentir la humedad en las manos de su esposa. Era evidente que ella estaba nerviosa, pero él era un caballero y jamás lastimaría a una dama. Ni siquiera a una descarada como está.
Los esposos entraron juntos a la habitación y Maggie saltó asustada al escuchar la puerta cerrarse detrás de ellos. Ella retrocedió para alejarse de su esposo y Santiago Jr. soltó una sonora carcajada.
—Ja, ja, ja. No tengas miedo esposita. Si pasa algo, va a ser con tu consentimiento. No soy un agresor de mujeres. Así que relájate. —Santiago se alejó de ella y caminó hasta el bar —¿Quieres tomar algo? —le preguntó a Maggie mientras le servía un trago.
Maggie negó varias veces con la cabeza, pero después se arrepintió.
—¿Dónde está la cocina? Quiero un poco de agua.
Santiago Jr. le señaló a un costado y ella caminó rápidamente hacia allá. Abrió la nevera y tomó una jarra con agua, se sirvió en un vaso y se lo tomó de un solo golpe.
—Con calma esposa. Relájate. Apenas está llegando y ya estás nerviosa. Ya te lo dije. Soy incapaz de lastimarte. Bueno, un par de nalgadas sí te las daría, pero no hoy así que relájate.
—Idiota. Vamos al punto. ¿Qué decidiste?
Santiago Jr. sintió desconfianza del afán de su esposa, pero estaba dispuesto a arriesgarse. Entonces se dirigió a su habitación, miró hacia la puerta para asegurarse de que su esposa no lo siguiera y abrió su caja fuerte y sacó un fajo de billetes, después otro y otro hasta que completó la cantidad solicitada y regresó con su esposa con un pequeño bolso en la mano.
—Aquí tienes quinientos mil dólares en efectivo y voy a darte un cheque por el resto.
Maggie sintió desconfianza, pero igual depositaria en cheque.
Santiago abrió frente a ella el bolso para mostrarle el contenido y Maggie se sintió satisfecha.
Santiago Jr. se sentó en el sofá y sacó la chequera para terminar de cumplir con su parte del trato.
Santiago Jr. extendió la mano hacia su esposa.
—Dame tu identificación.
Maggie retrocedió y negó con la cabeza.
—Uff, la dejé en el camerino idiota. Todo por tu culpa.
Santiago Jr. le dió una mirada de reproche.
—Entonces escribe aquí tu nombre. No quiero equivocarme en el cheque.
Maggie tomó una servilleta y firmó como Maggie de Santibáñez.
—Aqui tienes. Ahora apúrate que tengo que regresar al salón por mis documentos.