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La Rebelde Y El Rey De La Mafia

La Rebelde Y El Rey De La Mafia

Status: Terminada
Genre:Venganza / Matrimonio contratado / Mafia / Completas
Popularitas:237
Nilai: 5
nombre de autor: ysa syllva

Júlia, una joven de 19 años, ve su vida darse vuelta por completo cuando recibe una propuesta inesperada: casarse con Edward Salvatore, el mafioso más peligroso del país.
¿A cambio de qué? La salvación del único miembro de su familia: su abuelo.

NovelToon tiene autorización de ysa syllva para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 1

El barrio donde Júlia Ferraz nació nunca apareció en las postales de la ciudad. Era uno de esos lugares olvidados por el tiempo, donde las casas estaban pegadas unas a otras, los postes vivían apagados y los niños aprendían a correr antes de andar, no por diversión, sino para sobrevivir.

Ella vivía en una casita de dos habitaciones, con paredes desconchadas y el techo cubierto de goteras remendadas con plásticos y ladrillos. Era allí, en ese pedazo de mundo, donde Júlia aprendió a ser fuerte.

A los 19 años, cargaba sobre sus hombros una responsabilidad que la mayoría de las chicas de su edad jamás imaginaría. Su madre había muerto cuando ella tenía apenas 13, víctima de una bala perdida durante un asalto al mercado de la esquina. ¿El padre? Nunca supo quién era. Desde entonces, quien cuidaba de ella era el abuelo, Ernesto Ferraz, un señor testarudo y dulce, con manos callosas de quien ya ha trabajado demasiado y una sonrisa que, a pesar de la miseria, nunca dejaba de aparecer cuando miraba a la nieta.

—Tienes fuego en los ojos, niña —decía él—. Y el fuego, cuando se usa bien, puede iluminar el mundo. Pero si no tienes cuidado... quema todo.

Júlia no estudiaba desde los 16. Dejó el bachillerato para trabajar como dependienta en un mercadillo que pagaba el salario mínimo y exigía todo de ella: cuerpo, paciencia, horas extras y, a veces, dignidad. Pero ella nunca se vendió. Prefería ser despedida antes que agachar la cabeza ante un hombre asqueroso o un patrón abusivo.

En el vecindario, era vista como rebelde. Y lo era. Tenía el pelo negro despeinado, recogido en un moño flojo, tatuajes caseros en las muñecas y la costumbre irritante de decir lo que pensaba. Llevaba un encendedor en el bolsillo, no porque fumara siempre, sino porque le gustaba encender cosas viejas y ver el fuego consumir lo que ya estaba roto.

Júlia era rabia y ternura, mezcladas en dosis iguales.

El día en que todo cambió comenzó como otro cualquiera: se despertó antes del sol, hizo café con el último polvo que tenía, cambió la sábana sudada del abuelo, preparó la sopa aguada que había aprendido a hacer cuando el hambre era rutina. Después, salió con los auriculares colgados y la cara de pocos amigos, como siempre.

En el hospital público, la noticia llegó como una puñalada:

—El señor Ernesto necesita un nuevo ciclo de quimioterapia, pero, lamentablemente... el tratamiento no será liberado sin los exámenes de alto costo. Y esos exámenes... bueno, usted sabe.

Ella sabía. Dinero. Siempre él. Siempre faltando.

—¿Cuánto cuesta todo? —preguntó con la voz seca.

La enfermera la miró con pena. —Cerca de veinte mil reales.

Júlia sintió el mundo girar.

Veinte mil. Ella ganaba mil doscientos al mes, cuando no cortaban los días que llegaba tarde. La única opción que le quedaba era la humillación: pedir dinero prestado al usurero del barrio, o... hacer lo que juró que nunca haría.

Venderse a sí misma. No el cuerpo, sino la libertad.

Fue en ese exacto momento, cuando ella salió del hospital con los ojos rojos y los puños cerrados, que el coche negro paró frente al portón. Dos hombres descendieron. Uno de ellos parecía un guardaespaldas. El otro, un diablo disfrazado de príncipe.

Edward Salvatore.

Pero Júlia aún no sabía quién era él. Aún no sabía que aquel hombre —con sus ojos de hielo y presencia opresora— iba a poner su vida patas arriba.

Ella solo supo que él era peligroso... cuando él la llamó por su nombre.

—¿Júlia Ferraz? —dijo él, como si ya fuera dueño de ella.

Ella lo encaró con desprecio y respondió:

—¿Quién pregunta?

JÚLIA FERRAZ

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