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Entre el Deber y el Deseo

Entre el Deber y el Deseo

Status: Terminada
Genre:Venganza / Matrimonio contratado / Mujer poderosa / Matrimonio arreglado / Completas
Popularitas:32
Nilai: 5
nombre de autor: Dana Cardoso

A los dieciséis años, fui obligada a casarme con Dante Moretti, un hombre catorce años mayor, poderoso y distante.
En sus ojos, nuestro matrimonio era solo un contrato; en los míos, era amor.
Fui enviada al extranjero para estudiar y, durante cinco años, viví con la esperanza de que algún día él realmente me viera.
Ahora, graduada y decidida, he vuelto a Florencia.
Pero lo que encuentro me destruye: mi esposo tiene a otra mujer y planea casarse de nuevo.
Solo que esta vez no será a su manera. Ya no soy la chica ingenua que dejó partir.
He vuelto para reclamar lo que es mío: el nombre, la fortuna, el respeto… y quizá, mi lugar en su cama y en su corazón.

NovelToon tiene autorización de Dana Cardoso para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 15

(POV: Dante)

El sonido suave de los pasos de mi madre en el pasillo siempre fue algo que me traía un tipo extraño de paz. Desde niño, aquel compás ritmado denunciaba la calma que yo nunca tuve. Ella era lo opuesto a mí en todo — donde yo veía riesgos, ella veía caminos; donde yo erguía muros, ella plantaba flores.

Aquella tarde, la encontré en el jardín, cuidando de las rosas que ella insistía en mantener vivas, incluso cuando el viento parecía querer destruirlas. Bianca estaba con ella, sentada en el banco de piedra, riendo de algo que mi madre decía. La imagen me alcanzó con fuerza — el contraste entre el rojo de las flores, el vestido claro de Bianca y la sonrisa leve que hacía el mundo parecer menos áspero.

Por un instante, dudé en aproximarme.

Dos mujeres tan diferentes… y aún así, allí, parecían entenderse sin palabras.

— Dante — la voz de mi madre me llamó, dulce y firme al mismo tiempo. — Estábamos justamente hablando de ti.

Bianca levantó la mirada, y por un segundo el aire entre nosotros pareció pesar. Desde el beso, nada había vuelto a la normalidad. Ella me miraba con aquella mezcla de desafío y dulzura que me desmontaba por dentro.

— No imaginé que tendría ese privilegio de recibir la visita de la gran Sra. Moretti... su bendición madre — respondí, intentando esconder mi nerviosismo.

— ¡Mi hijo! El privilegio es mío de poder ver a mi lindo hijo y mi amada nuera — dijo mi madre, sonriendo de un modo que me hacía sentir niño nuevamente. — Estaba pidiéndole a Bianca que no desista de conversar conmigo. Ella me recuerda tanto a…

Ella no terminó la frase. Yo sabía de quién hablaba. De la mujer que me enseñó el significado de la palabra “pérdida”: mi hermana. El recuerdo traía tristeza, dolor y culpa, todo al mismo tiempo.

Mi madre se volvió hacia Bianca y sujetó sus manos.

— Sabes, querida, Dante es un hombre que cree que amar es debilidad. Pasó tanto tiempo intentando ser inmune que olvidó cómo se permite sentir.

Me quedé sin saber qué decir.

— Madre… — empecé, pero ella alzó una de las manos, silenciándome como cuando yo era niño.

— Él necesita a alguien que lo enfrente — continuó ella, mirando a Bianca a los ojos. — Y tú eres la única que consigue hacer eso sin herirlo.

Bianca bajó la mirada, como si aquellas palabras la tocasen más profundo de lo debido. Vi su expresión vacilar — una mezcla de sorpresa y emoción contenida. Ella respondió en un tono bajo, casi un susurro:

— Yo no sé si él quiere ser salvado, Doña Helena.

— Nadie quiere — respondió mi madre. — Hasta que el amor haga falta demasiado.

Me quedé allí, inmóvil, observando a las dos. Y por primera vez en mucho tiempo, sentí miedo.

Miedo de perder el control, miedo de admitir que mi madre tal vez estuviese en lo cierto.

Antes de que pudiese reaccionar, Carlos apareció discretamente a la distancia, avisando algo a mi madre. Ella se despidió de Bianca con un abrazo y me lanzó una mirada cargada de un cariño antiguo — aquel tipo de mirada que llena el corazón hasta de los hombres más orgullosos.

— Es hora de que me vaya, tengo un compromiso. Lléveme hasta el coche hijo mío.

Extendí la mano mostrando el camino que mi madre conocía muy bien.

— No estropees todo muchacho.

— Madre yo...

— Madre nada, yo siempre supe lo que sientes, antes hasta lo entendía por ella era menor, más ahora en esta casa hay una mujer linda que te ama.

— Madre no es tan fácil así...

— Sí lo es, olvida aquella promesa estúpida, él está muerto ahora. — con los ojos fijos en los míos mi madre pausó como si quisiese tomar aliento — sé feliz, y si él estuviese aquí tengo certeza que también iría a querer que la hija fuese feliz, incluso si eso significase que ese casamiento dejase de ser una fachada y se tornase algo concreto.

Cuando ella se alejó, mis pensamientos me traicionaron en la ilusión de un día vivir un casamiento verdadero con Bianca. — volví al jardín y ella aún permanecía allí — mi corazón se disparó con la visión de aquella mujer que invadía mis sueños.

Bianca y yo nos quedamos solos entre las rosas.

— Tú y tu madre tienen una relación bonita — ella dijo, la voz calma. — Es raro ver a alguien tan firme y al mismo tiempo tan afectuosa.

Asentí, desviando la mirada.

— Ella es el lazo entre lo que yo fui y lo que aún intento ser.

Bianca sonrió, melancólica.

— Creo que ahora ella también es un poco mi lazo. Hace tiempo que no siento que alguien me mire… como una hija.

El aire se puso pesado. Había algo quebrado y bonito en la voz de ella, algo que me hizo querer extender la mano, pero no lo hice.

Antes de que pudiese responder, un coche paró delante de la entrada principal de la Villa.

Edward Langford.

El inglés educado demasiado, confiado demasiado, con aquel acento pulido que parecía haber venido directamente de una vida sin cicatrices. Él salió del coche con flores en las manos — una sonrisa que se alargó cuando vio a Bianca.

— Lady Bianca, ya te dije que te ves aún más encantadora a la luz del día.

Sentí mi estómago revolverse.

— Eres un amigo atento — Veo a Bianca decir con una sonrisa ancha en su rostro.

“Amigo.” La palabra sonó como provocación.

Bianca agradeció las flores, y la risa de ella con Edward fue leve demasiado, libre demasiado. Libre de mí.

Y fue allí, observándolos, que percibí cuánto mi madre estaba en lo cierto.

Yo necesitaba a alguien que me enfrentase — y Bianca hacía eso a cada mirada, a cada gesto, a cada respiración.

Pero el problema es que yo también necesitaba que ella fuese mía.

El día ya estaba malo y yo pensé que no podía empeorar hasta que Mellinda apareció, minutos después, entrando en el jardín con una sonrisa cargada de intenciones mal disimuladas, todo dentro de mí se tensionó. Nosotros aún no habíamos resuelto nuestra situación todo en mi cabeza era un torbellino, pero de una cosa yo tenía certeza, no existía más un nosotros para Mellinda y yo. — Ella me saludó con un beso demorado demasiado en el rostro, la mirada provocante demasiado para el horario. Bianca apenas la observó, serena, con aquella elegancia silenciosa que era el mayor de los desafíos.

Y en aquel instante, observé — a Bianca, y recordé las palabras de mi madre sentí algo extraño, casi doloroso:

la sensación de que tal vez, por primera vez en años, el destino estuviese enseñándome lo que realmente significa pertenecer a alguien.

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