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"Infancia Robada, Poder Sellado"

"Infancia Robada, Poder Sellado"

Status: En proceso
Genre:Venganza / Familias enemistadas / Secretos de la alta sociedad / Mundo mágico
Popularitas:4k
Nilai: 5
nombre de autor: Vic82728

En las tierras frías del Reino de Belfast, un niño fue arrancado de los brazos del amor y lanzado al abismo del desprecio. Victor, de apenas ocho años, sobrevive bajo el techo de sus propios enemigos, el Rey y la Reina que arrasaron su pasado. Lo llaman débil, lo humillan, lo marcan con su odio… sin imaginar lo que realmente duerme en su interior.

Esta no es la historia de un héroe elegido. Es la travesía de un alma quebrada que se arrastra por los escombros del trauma, el dolor y la soledad. Cada mirada de desprecio, cada palabra cruel, cada herida invisible es una chispa que alimenta una tormenta silente. Y cuando el momento llegue… ni el trono ni la sangre real podrán detener lo que ha nacido del silencio.

Un cuento oscuro donde no hay luz sin sombras, ni infancia sin cicatrices. Un viaje que transforma al niño temeroso en la incógnita más temida por todos.

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Capítulo 1 – La Orden del Rey

El cielo se cubrió de nubes tan densas que parecía que el sol había sido devorado. Un viento frío, ajeno a la estación, descendió desde las colinas del norte. En el pequeño pueblo de Arven, los ancianos lo notaron primero: el silencio. Ni pájaros, ni insectos, ni risas de niños. Solo un presagio, sordo y aplastante.

A muchos kilómetros, tras los muros de piedra negra del castillo de Belfast, el rey Carlos observaba el mapa desplegado sobre la mesa de guerra. Sus dedos recorrían con lentitud los caminos del reino, como si acariciara la garganta de una presa invisible.

—¿Estás segura? —preguntó, sin mirarla directamente.

Vanessa, de pie junto a la ventana, contemplaba el paisaje con indiferencia. Su vestido escarlata parecía sangrar bajo la luz grisácea. Sus labios se curvaron apenas, como si disfrutara del momento.

—Ese pueblo es insignificante —respondió—. Pero en él vive lo que necesitamos.

Carlos frunció el ceño.

—Necesitamos un heredero, Vanessa. No un niño cualquiera. ¿Y si no sirve?

—Entonces lo desechamos —dijo ella con frialdad—. Como a los demás.

La orden fue dada esa misma noche. Un destacamento reducido, letal y silencioso, abandonó el castillo antes del amanecer. Vestían capas oscuras. Sin estandartes. Sin gloria. Solo acero y un objetivo.

Arven dormía. Las antorchas titilaban en las esquinas del camino. La taberna había cerrado temprano y los granjeros, cansados de un día de cosecha, soñaban sin saber que serían los últimos.

La casa estaba al final del sendero, más allá del puente, junto al río. Una cabaña pequeña, sencilla. De madera vieja, con un jardín cuidado con esmero. Dentro, una familia.

El padre afilaba cuchillos. La madre doblaba mantas. El niño… dormía, con un peluche remendado entre los brazos.

Nadie escuchó los pasos. Nadie vio las sombras que se deslizaban entre los árboles. Solo el perro ladró, pero fue silenciado de inmediato. Y cuando la puerta fue derribada, todo se volvió caos.

—¡Llévense al niño! ¡Solo al niño! —ordenó el capitán, mientras su espada atravesaba el pecho del padre.

La madre gritó. Intentó cubrir a su hijo con el cuerpo. Imploró, lloró, maldijo. No importó. El filo fue tan rápido como impersonal. Y la sangre manchó las sábanas blancas.

Víctor no comprendía. Los ojos desorbitados, los labios temblando, los pies inmóviles. Quiso gritar, pero su voz se ahogó en su garganta. Una mano lo agarró por el brazo. Lo arrastraron fuera, como un saco de grano.

Él miró atrás. Y esa imagen —los cuerpos de sus padres sin vida, la puerta rota, el fuego empezando a consumir su hogar— se grabó en lo más profundo de su ser. Un silencio nuevo lo envolvió. No el del bosque. Uno que venía desde adentro.

El viaje al castillo fue largo, pero nadie habló. Ningún soldado lo miró a los ojos. Ninguno respondió a sus preguntas, cuando finalmente logró articularlas entre sollozos. Solo el sonido de los caballos, y el crujir de las ruedas.

Cuando llegaron, el castillo parecía una bestia dormida, acechando desde la oscuridad. Las torres se alzaban como garras negras contra el cielo. Las antorchas parpadeaban con una luz pálida, casi burlona.

Lo arrojaron en una sala de piedra. Fría. Vacía. Las puertas se cerraron con un eco metálico. Víctor se abrazó a sí mismo. Temblaba. Y fue entonces que lo vio.

Carlos.

De pie frente a él, envuelto en sombras. Alto, imponente, con ojos que no mostraban humanidad.

—Este es el niño —dijo con una voz seca.

Vanessa entró tras él. Caminaba como si flotara. Se acercó a Víctor con una expresión de asco apenas disimulada. Lo rodeó, lo examinó como si fuera ganado.

—No parece gran cosa —comentó con un suspiro de decepción.

Carlos no apartó la mirada. Algo en él hervía. Ira. Desprecio. Odio sin razón.

—¿Esto es lo mejor que hay? —gruñó—. ¿Este mocoso?

Vanessa sonrió, pero sin alegría.

—No lo sabemos aún. Pero si hay algo en él… lo sabremos.

Carlos se agachó a su altura. Su aliento era helado.

—Escúchame bien, gusano. No eres nuestro hijo. No eres bienvenido aquí. Pero por ahora… te quedas.

Víctor no respondió. No podía. La mirada de ese hombre lo paralizaba. Algo en su interior se quebró esa noche. Algo que nunca volvería a ser igual.

Y en lo alto de la torre, entre pasillos secretos y risas apagadas, una pequeña figura observaba todo desde las sombras. Con una risa suave. Con ojos llenos de malicia infantil.

Lilith.

El frío del suelo de piedra se filtraba por la delgada túnica que los soldados le habían arrojado antes de encerrarlo. Víctor se acurrucó en una esquina de la sala, con la mirada perdida en la oscuridad. El eco de sus propios pensamientos lo perseguía como una sombra hambrienta.

Cada vez que cerraba los ojos, veía la misma imagen: la sangre. Las manos de su madre temblando. El rostro de su padre, rígido. El humo. El fuego. El silencio.

Lloró en silencio, hasta que las lágrimas dejaron de salir.

Horas —o quizá días— pasaron. No había ventanas en la habitación. Solo una puerta de hierro que jamás se abría… hasta que lo hizo.

Un chirrido agudo quebró el mutismo. Dos guardias entraron. No dijeron una palabra. Uno de ellos lo tomó del brazo, el otro lo empujó. Víctor no resistió. No tenía fuerzas.

Lo arrastraron por pasillos sombríos, estrechos, sin antorchas. El castillo olía a humedad, a piedra vieja, a secretos podridos. A medida que avanzaban, pasaron junto a otras puertas cerradas. Algunas dejaban escapar susurros. Otras… sollozos.

Lo llevaron hasta una sala iluminada. Amplia. Con tapices grises colgando de las paredes, todos mostrando escenas de batallas sangrientas y reyes sin rostro. En el centro, un trono de hierro negro.

Carlos estaba sentado en él.

Vanessa se encontraba a su lado, con una copa de vino entre los dedos. Su expresión era de total aburrimiento. Como si todo aquello fuera solo un entretenimiento pasajero.

—Arrodíllenlo —ordenó el rey.

Los guardias obedecieron. Víctor cayó de rodillas.

Carlos se inclinó hacia él. Sus ojos azules brillaban con un desprecio casi divertido.

—A partir de hoy, tú ya no tienes nombre —declaró, con voz firme—. Tu pasado ha sido borrado. Tus padres no existen. Tus recuerdos son basura.

Víctor lo miró, confundido. Asustado.

—¿Por qué…? —susurró, apenas audible.

Carlos le dio una bofetada. No con rabia. Con calma. Como si fuera un acto necesario.

—No tienes derecho a preguntar. Estás aquí porque lo ordené. Porque me pertenece todo en este reino… incluso tú.

Vanessa se acercó con pasos elegantes. Se arrodilló frente a él, y colocó un dedo bajo su barbilla para levantarle el rostro.

—Mírame, niño —le susurró con una voz tan dulce como falsa—. Este lugar es tu hogar ahora. Y nosotros… somos tu familia. ¿No es maravilloso?

Víctor tragó saliva. No supo qué decir. No entendía nada. Su cuerpo temblaba.

—Llora todo lo que quieras —añadió Vanessa, poniéndose de pie—. Pero hazlo en silencio. El castillo odia los gritos de los débiles.

Carlos hizo un gesto con la mano. Los guardias lo arrastraron de nuevo. Esta vez lo llevaron a una celda más pequeña. Oscura. Con una cama de piedra y una cubeta en la esquina.

La puerta se cerró con un golpe metálico.

Víctor se quedó sentado en la oscuridad.

Y entonces la escuchó.

—¿Eres el nuevo? —dijo una voz aguda, infantil, desde algún lugar que no pudo ver.

Víctor se sobresaltó. Miró a su alrededor, pero no había nadie.

—Estoy aquí arriba —rió la voz.

Al alzar la vista, distinguió una pequeña rejilla en el techo. Y detrás de ella… unos ojos brillantes.

—Soy Lilith —dijo la niña—. ¿Cómo te llamas?

Víctor dudó. No sabía si debía hablar.

—Yo… me llamo…

—No importa, igual te lo van a quitar —lo interrumpió ella, soltando una risita—. Todos aquí pierden algo. Algunos pierden la voz. Otros la cordura. ¿Tú qué vas a perder primero?

Víctor no respondió.

—Oye —siguió Lilith—. ¿Sabes guardar secretos?

El niño asintió, con miedo.

—Bien… entonces guarda este: nadie sale del castillo siendo el mismo que entró. Ni tú. Ni yo.

La rejilla se cerró de golpe. El silencio volvió.

Víctor se quedó solo, con la oscuridad y las preguntas. El castillo respiraba alrededor de él, como si estuviera vivo.

Y aunque no lo sabía, ese era solo el primer día de su condena.

1
Rubi Cuerbo
mui bien
Vic
No se preocupen ya subí el capítulo 36 y 37 mañana a la 7am se sube el capítulo 38
Rubi Cuerbo
quiero ver más capitulos
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