Tristán se encontraba en su apartamento, uno al estilo vintage con grandes ventanales y muchas plantas en ellos, las cuales regaba con esmero y amor desde que las había plantado, había un bonito cactus en el centro de la mesa del comedor y las cortinas eran color crema, su cama quedaba en el mismo espacio que su sala, comedor y cocina.
Tristán odia diciembre, especialmente por sus traumas de aquella fecha, despedidas y pérdidas que aún dolían en el fondo de su corazón magullado, le recordaba que la terapia no ayudaba y que el alcohol lo hacía sentir menos miserable.
En sus recuerdos aún tiene aquella vez en que inició su destrucción, ya siendo un hombre totalmente independiente aún hay sombras en él de aquel niño inseguro, que se metió en tantos problemas con la intención de olvidar.
Tristán había pasado por mucha mierda, en sus años universitarios descubrió que las drogas son un puto virus que te carcome, la marihuana había estado en su sistema hasta que su madre, en medio de la desesperación, lo saco de casa:
— Tus hermanos merecen un mejor ejemplo— había dicho ella con gruesas lágrimas en sus ojos, aquello sucedió un día como hoy, un primero de diciembre.
Entonces, con lo que pudo, se fue a vivir solo pero en cada lugar había un poco que porro para el desahogarse en la depresión, estaba terriblemente deprimido, con sus ojos siempre hinchados de tanto llorar y sus manos temblando, sus amigos ya no lo eran ¿Quien quiere estar con un desastre?
No eran tan estúpidos como para dejarse consumir por la adicción de Tristán. Les gustaba el porro, pero solo en fiestas o con amigos, no lo tomaban como una adicción; pero Tristán tenía restos de porro por todo lado, ojos rojos y ansiedad cuando no lo tenía.
Así que una noche sin control, terminó convulsionado en el baño de su apartamento y no hubo nadie que lo cuidara, la ambulancia llegó cuando su vecina lo encontró casi muerto pero nadie quería estar a lado de un adicto.
Hacía tiempo que este chico estaba sobrio, escondiendo los fragmentos que aún vivían dentro de él, escondiendo a él inseguro e idiota que vivía dentro de su quebradiza paz.
Tristán se tiró en su cama y cerró sus ojos, sentía un agonizante dolor dentro de su mismo de solo recordar esto, el inicio de su dolor, ahora tenía unos cuantos amigos pero ellos, incluso luego de la recuperación de Tristán, se mantenían distantes y evitaban ser parte fundamental del quebradizo chico.
Cuando el cielo naranja se cubrió de azul oscuro, la puerta de Tristán fue golpeada repetidas veces haciendo que este se acercara a ella y la abriera, afuera se encontró con la hija de su vecina.La niña tenía en sus manos un plato de comida y una taza con chocolate
extendidas hacia Tristán:
— Mamá te lo envía— habló la pequeña con una sonrisa que mostraba que sus dientes delanteros aún no habían salido.
— Gracias— agradeció Tristán y tomó con suavidad el plato y la taza.
Cerró su puerta luego de que la niña se fuera a su apartamento y ceno en su comedor, mirando a su cactus.
Su vecina era la única que medianamente se preocupaba por él, una mujer de treinta y dos años con una hija de siete años, había sufrido de cáncer de mama cuando conoció a Tristán y este la había cuidado, otra alma que había estado solitaria luego del divorcio pero que ahora tenía la compañía de su pequeña hija.
Su vecina sabía de los demonios con los que luchaba Tristán cada diciembre y siempre estaba cuidando de que no terminara muriendo de depresión o de hambre, era costumbre que en este mes ella enviara comida diaria a él, haciéndolo recordar que aún había alguien que lo quería aunque sea un poco.
Tristán estaba marcado por el dolor de la pérdida, porque un primero de diciembre fue que perdió los lazos con su familia y de aquí en adelante, todos estos días, le recuerdan el dolor de la soledad y el amargo sabor de no saber qué es volver a amar.
Asistía a terapia, pero en diciembre siempre lo posponía porque no se sentía cómodo, además de que su psicólogo siempre viajaba para estas festividades hacia la casa de su madre con sus esposa y su hijo de trece años.
Había intentado resolverlo visitando a otro terapeuta pero no servía, entonces empezó a ir con grupos de ayuda y allí descubrió que habían más desamparados como él, entonces le gustó y siguió haciendo esto.
Eran las nueve de la noche y estaba en el lugar donde se hacían las reuniones del grupo de apoyo, aquí había todo tipo de personas que habían sido adictas y otros que aún luchaban contra ello.
Allí estaba Danielle, una chica rubia que llevaba tres años sobria, ella era la más cercana a Tristán y la que más lo comprendía.
Cuando Danielle tenía trece años su padrastro abusaba de ella en repetidas ocasiones haciendo de esto un trauma que intentó curar con heroína, la cual solo la hizo recordar esto más y más frecuente pero que para su desgracia, también se había vuelto una adicción, a sus veinte años su madre la encontró agonizando por una sobredosis en su habitación y desde entonces empezó la rehabilitación, ahora tenía veinticinco años y estaba bien.
Tristán siempre intenta apegarse a ella sin darse cuenta de que eso lo llevaría a conocerlo a él y darse cuenta que el amor es una dolorosa sensación que carcome tu mente y te hace sentir miserable.
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