El silencio tras las lágrimas pesaba más que la tormenta afuera. Ariana aún tenía el rostro escondido contra el pecho de Ethan, y él, sin darse cuenta, acariciaba suavemente su cabello húmedo.
Por primera vez, ninguno de los dos llevaba puesta la máscara que usaban frente al mundo: ni la mafia, ni la escuela, ni sus familias… solo ellos dos, desnudos en su vulnerabilidad.
—Ethan… —susurró Ariana, levantando lentamente la mirada.
Los ojos verdes de ella brillaban con un resplandor que mezclaba dolor y desafío. Los de él, oscuros y serenos, se clavaron en los suyos con una intensidad peligrosa. El espacio entre ambos se redujo. Sus respiraciones chocaban, sus labios apenas a centímetros de distancia.
Un rayo iluminó la habitación, y en ese destello parecía que el universo los empujaba a cruzar la línea.
El corazón de Ariana latía desbocado, y aunque una parte de ella gritaba “¡Es tu enemigo, aléjate!”, otra voz, más profunda, murmuraba: “Por primera vez alguien me ve de verdad…”.
Ethan inclinó un poco más el rostro. La mano de él, todavía en su mejilla, la sostenía con delicadeza. Sus labios casi rozaron los de ella.
—Ariana… —murmuró, apenas audible.
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La interrupción
De pronto, un fuerte golpe en la puerta de entrada retumbó en la casa.
—¡Ethan! —una voz masculina, grave y autoritaria, se escuchó entre la tormenta.
Ariana se sobresaltó, retrocediendo bruscamente. Su rostro enrojecido se cubrió de vergüenza y confusión.
Ethan se tensó al instante, la mandíbula apretada. Reconocía esa voz: era uno de los hombres de confianza de su abuelo. Nadie más se atrevería a llegar hasta esa casa en medio de la tormenta.
Se levantó con rapidez, lanzándole una mirada a Ariana.
—No te muevas. Pase lo que pase, quédate aquí.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos, el corazón aún latiendo por lo ocurrido segundos antes.
—¿Quién… quién es?
Ethan no respondió. Se dirigió a la puerta con pasos firmes, pero antes de abrir, respiró hondo y recuperó su máscara fría y autoritaria.
Giró la cerradura.
Un hombre alto, vestido de negro y empapado por la lluvia, apareció en el umbral. Sus ojos oscuros miraron a Ethan con respeto, pero también con nerviosismo.
—Tu abuelo quiere verte. De inmediato.
Ethan frunció el ceño.
—¿Y vienes hasta aquí, bajo la tormenta, solo para eso?
El hombre dudó un segundo, bajó la voz y añadió:
—No solo eso… hay un rumor. Dicen que la heredera del clan rival está herida. Puede que la tengas más cerca de lo que piensas.
Ethan sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Ya la buscaron?
Con calma fingida, respondió:
—Si estuviera aquí, ¿crees que seguiría vivo para contarlo?
El hombre tragó saliva y se inclinó, retrocediendo un paso.
—Lo siento, joven amo. Solo cumplo órdenes.
Ethan cerró la puerta con fuerza, bloqueándola. Su respiración se aceleró un segundo antes de volver al salón. Ariana lo esperaba, con el rostro lleno de preguntas.
—¿Quién era? —preguntó ella, nerviosa.
Ethan la observó, sus ojos fríos otra vez, ocultando lo que había sentido momentos antes.
—Nadie que debas conocer.
Pero en su interior, sabía que el peligro acababa de acercarse demasiado.
Ethan apenas tuvo tiempo de recomponerse. Ariana lo miraba con desconfianza y miedo, todavía con la sudadera demasiado grande cubriéndola. La tormenta seguía rugiendo, pero ahora el verdadero peligro no estaba afuera: estaba acercándose a la puerta.
Un estruendo retumbó en la entrada. No era un simple golpe: era una patada fuerte.
—¡Ethan! ¡Ábre la puerta ahora mismo! —gruñó la voz del hombre que había visto hace unos minutos.
Ariana se puso de pie de golpe, tambaleándose por el tobillo lastimado.
—¿Qué está pasando? ¿Quiénes son? —preguntó, casi en un susurro.
Ethan la miró, sus ojos oscuros como acero. Se acercó a ella con pasos firmes y la tomó de la muñeca.
—No tienes que saberlo. Solo haz lo que te digo.
Antes de que pudiera responder, la arrastró hacia el pasillo lateral, espera!, —dice Ariana quejándose por su tobillo. Ethan abrió una puerta pequeña que daba a un cuarto estrecho, polvoriento, usado como bodega. Estaba oscuro, con cajas viejas y un ropero de madera que ocupaba la pared del fondo.
Ethan la empujó suavemente dentro.
—Métete aquí. —Abrió el ropero y corrió la ropa que aún colgaba dentro. El espacio era reducido, apenas cabía una persona.
Ariana lo miró, indignada.
—¿Quieres que me esconda como una cobarde?
—¡Quiero que sigas viva! —gruñó él, con una dureza que no dejaba lugar a dudas.
Ella se mordió los labios, sintiendo una mezcla de rabia y miedo. Finalmente, accedió. Ethan cerró la puerta y salio hacia su cuarto, haciendo como si estuviera solo en esa casa.
Antes de irse le dijo:
—Ni un ruido —susurró Ethan, si quieres sobrevivir esta noche.
Su orgullo quería protestar, pero el miedo a ser descubierta la dejó muda.
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El registro
La puerta principal de la casa se abrió de golpe. Se escucharon pasos pesados, botas mojadas golpeando el suelo de madera.
—¡Registra todo! —ordenó el hombre de antes.
El sonido de muebles moviéndose, puertas abriéndose y voces masculinas llenó la casa.
Dentro del ropero, Ariana tragó saliva, su cuerpo temblando contra ese estrecho lugar. —Se agarra sus dos piernas abrazándose y haciéndose mas pequeña, colocando su cara contra de ellas.
Uno de los hombres se acercó peligrosamente a la bodega. Se oyó el chirrido de la puerta al abrirse.
—Aquí no hay nada —dijo una voz.
El corazón de Ariana casi se detuvo. Si el hombre daba un paso más, encontraría el ropero.
El hombre revolvió unas cajas y luego salió. La puerta de la bodega volvió a cerrarse.
Ariana dejó escapar un suspiro ahogado, pero cubrió su boca con la mano, manteniéndose en silencio. El lugar era sofocante, y frío. Ella podía sentir su pulso acelerado a través de la palma de su mano.
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Los pasos se fueron alejando poco a poco. El silencio regresó, roto solo por el golpeteo de la lluvia.
Ariana retiró lentamente la mano de su boca , pero no se salio del lugar. Seguía tan asustada que cada respiro se mezclaba con el otro, como si no pudiera respirar.
El aire estaba cargado de tensión, y cada golpe de botas sobre el piso de madera retumbaba como un trueno en sus nervios.
Pasaron segundos que parecieron horas. Las voces de los hombres se alejaban. El silencio se volvió más denso, como si todo estuviera a punto de romperse. Ariana apenas se atrevió a mover los dedos… y entonces lo vio.
—Ella giró un poco el rostro y, en la penumbra, sus ojos verdes se cruzaron con los de él.
Una sombra pequeña, rápida, recorrió el suelo a centímetros de ella.
—No… no puede ser… —murmuró apenas.
Un ratón.
La criatura se deslizó entre sus zapatos y Ariana soltó un grito involuntario, agudo y desgarrador.
—¡Ahhhhhh!
El sonido rebotó por toda la casa como un disparo.
—¡Maldición! —Ethan apretó los dientes desde el pasillo.
Ariana, presa del pánico, abrió la puerta del escondite y salió corriendo sin pensar, ignorando el dolor del tobillo que horas antes había torcido. Corría como si la persiguieran cien hombres armados, aunque lo único que la había rozado era un ratón.
Giró en la esquina del pasillo y, sin mirar, chocó de lleno contra algo sólido. O mejor dicho… contra alguien.
—¡Agh! —exclamaron los dos al mismo tiempo.
El golpe fue tan fuerte que terminaron cayendo juntos al suelo. Ariana aterrizó encima de Ethan, sus manos contra su pecho y sus ojos verdes clavados en los de él. El mundo se detuvo. Solo podían escuchar la respiración agitada de ambos.
Por unos segundos interminables se miraron, tan cerca que el aliento de uno se confundía con el del otro. Ariana parpadeó, consciente de la posición comprometedora. El calor le subió al rostro.
Ethan arqueó una ceja.
—Dime algo, Ariana … ¿no se suponía que tu tobillo estaba lesionado? —preguntó en tono serio, aunque en sus labios se asomaba una sonrisa contenida.
Ariana tragó saliva, aún sobre él.
—Con la adrenalina y el susto… no lo sentí.
Ethan la ayudó a incorporarse, todavía con una mezcla de seriedad y alivio. La sostuvo con firmeza por los brazos, asegurándose de que pudiera mantenerse en pie.
—¿Y se puede saber qué demonios te hizo salir corriendo como loca? —inquirió, su tono grave y lleno de reproche.
Ariana dudó. Desvió la mirada, intentando esquivar la pregunta. Pero Ethan no le quitó los ojos de encima, esperando una respuesta. Finalmente, Ariana murmuró:
—Fue… un ratón.
El silencio se hizo espeso, hasta que Ethan parpadeó incrédulo. Una carcajada ronca escapó de sus labios, tan inesperada que Ariana lo miró ofendida.
—¿Un ratón? —repitió él, entre risas ahogadas—. Con todo lo que hemos pasado, con hombres armados buscándote… ¿y sales corriendo por un ratón?
Ariana cruzó los brazos, molesta.
—¡No es gracioso! Me asustó, ¿ok?
Ethan negó con la cabeza, aún divertido, y bajó la voz para imitarla en tono burlón:
—“Con la adrenalina y el susto no lo sentí”… —repitió, sonriendo con malicia.
—¡Ethan! —protestó ella, dándole un empujón suave.
Él recuperó la seriedad, aunque todavía con esa chispa de burla en los ojos. Se inclinó hacia ella, bajando la voz.
—Pues por tu grito… puede que esos hombres vuelvan por ti.
Sabes me fui a mi habitación, fingí ruido y ellos entraron a revisarla. Lo revisaron todo. —Su expresión cambió, se volvió grave—. Ariana… creo que saben que estás aquí.
Las palabras cayeron como un balde de agua fría. Ariana sintió que la sangre se le helaba. El peligro no había pasado; al contrario, se acercaba con pasos silenciosos.
Y, aun así, mientras Ethan la miraba fijamente con esa mezcla de reproche y preocupación, no pudo evitar recordar el momento en que estuvo sobre él, sus ojos encontrados. Por un segundo, el miedo y el deseo se habían confundido, y ahora ambos lo sabían...
Y entonces, afuera, se oyó otra voz:
—¡Señor Ethan! ¡Su abuelo lo exige en la mansión ahora mismo!
Ethan cerró los ojos, conteniendo una maldición. Se apartó apenas, lo suficiente para no dejarse arrastrar por lo que estaba a punto de pasar.
—Quédate aquí. O no mejor entra en esta habitación y no salgas hasta que yo vuelva —le ordenó, saliendo hacia la puerta de la casa con un movimiento ágil.
Ariana se quedó sola, con el corazón golpeándole el pecho y una pregunta clavada en la mente:
¿Qué soy para él? ¿Una prisionera… o algo más?.
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La casa quedó en un silencio inquietante después de que Ethan saliera hacia la puerta. La tormenta seguía azotando con fuerza, pero lo que realmente estremecía a Ariana no era el clima: era la cercanía que acababa de vivir.
Todavía sentía el calor de sus manos en el pecho de Ethan, la presión de su pecho contra el de él, y el roce de sus labios a un suspiro de distancia. Sacudió la cabeza, tratando de borrar esos pensamientos.
—¡Es mi enemigo! —se recordó, mordiéndose el labio con rabia—. No puedo… no debo…
Sin embargo, la curiosidad pudo más que la prudencia. Ariana camino despacio por toda la habitación, aún cojeando un poco por el tobillo.
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Sus pasos la llevaron hasta un cuadro que había en aquella habitación. La lámpara aún estaba encendida, proyectando una luz cálida sobre los muebles y cuadros antiguos.
Se sentó en la cama un momento, respirando hondo. Pero entonces notó algo extraño: en el cuadro que estaba frente a ella .
La tentación la consumió.
—Un vistazo no hará daño —murmuró.
Lo tomó en sus manos y lo bajo al piso por completo. Detrás del cuadro encontró varias cajas metálicas, bien ordenadas. Al tocar una, notó el peso frío del acero. La sacó con cuidado: era un arma. Una pistola negra, impecable, con un grabado en el costado.
Sus ojos se abrieron de par en par. Reconocía ese símbolo: el sello del clan rival. El sello del abuelo de Ethan.
El corazón le latió con fuerza. Así que es verdad… él también es parte de la mafia. No solo un estudiante, no solo un chico amable… él es uno de ellos.
Quiso devolverla a la caja, pero otra caja llamó su atención. Dentro había fotografías.
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Las fotografías
Las manos de Ariana temblaron al verlas. Eran fotos en blanco y negro, vigilancias de varias personas. Entre ellas… ¡ella misma!.
Su rostro capturado a la salida de la cafetería de su abuelo. Caminando hacia la preparatoria. Incluso una imagen entrando a la mansión de sus padres.
Sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Me ha estado vigilando? —susurró, con la voz rota entre miedo y traición.
Rebuscó más y encontró papeles escritos a mano. Informes. Descripciones detalladas de sus movimientos, horarios y hasta los nombres de sus dos mejores amigas.
La sangre le hirvió en las venas. Cerró los ojos, luchando contra las lágrimas.
¿Todo lo que dijo, todo lo que hizo, fue solo un juego para espiarme?
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El hallazgo más peligroso...
Estaba a punto de guardar todo cuando un sobre negro cayó al suelo. Lo recogió, abriéndolo con torpeza. Dentro había una sola hoja con letras rojas:
“Orden de captura: La heredera del clan De Luca.
Objetivo: Ariana De Luca.
Prioridad: Alta.
Destino: entregar con vida al abuelo.”
El papel se le resbaló de las manos. Su respiración se volvió errática.
—Soy… su objetivo.
De pronto, todos los momentos con Ethan se mezclaron en su cabeza: sus palabras, su ayuda, su protección… ¿eran sinceros o solo parte de la misión?
Se levantó de golpe, con el sobre aún en las manos.
—No puedo quedarme aquí. Tengo que irme… ahora.
Pero al girar hacia la puerta, un crujido de madera la hizo congelarse.
Ethan estaba en el umbral. Empapado por la lluvia, los ojos oscuros, la camisa pegada a su cuerpo. Y en su mirada, un destello de algo peligroso al ver lo que ella sostenía.
—¿Qué… estás haciendo? —preguntó con voz baja, gélida, tan distinta a la que había usado cuando la consolaba.
Ariana apretó el sobre contra su pecho, el corazón a punto de estallar.
En ese instante, supo que nada volvería a ser igual.
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Continuará...
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