capitulo 3

El sonido de las botas alejándose se desvaneció en el pasillo, dejando un silencio denso en el almacén. Ethan esperó unos segundos antes de abrir la puerta del armario. Ariana se coloco la sudadera y salió tambaleándose, con el rostro pálido pero los ojos llenos de furia contenida.

—No necesitabas salvarme —escupió, ajustándose la sudadera.

—Y sin embargo lo hice —replicó él, con voz baja, casi un susurro helado.

Ella intentó caminar hacia la salida, pero el tobillo inflamado la traicionó. Tropezó, soltando un quejido de dolor. Ethan reaccionó antes de que cayera, tomándola entre sus brazos con la misma firmeza con la que habría cargado un arma.

—¡Suéltame! —gruñó Ariana, golpeándole el pecho con los puños cerrados.

—Si te suelto, no llegarás ni a la puerta —dijo él, con calma implacable.

La lluvia comenzó a golpear los ventanales rotos, primero como un murmullo, después como un rugido constante. Ethan salió con Ariana en brazos, el agua empapando sus cabellos y la sudadera que la cubría.

Ella se retorcía en vano.

—¿Adónde me llevas?

—A un lugar donde no te encuentren —contestó sin mirarla.

---

La casa olvidada...

Ethan cruzó varias calles hasta llegar a una vivienda apartada, un antiguo hogar de su infancia. El portón chirrió al abrirse y, al entrar, el aire húmedo y el olor a madera vieja los envolvieron.

La dejó suavemente en un sillón del salón. Ariana respiraba agitada, sus labios temblaban de frío y rabia.

—¿Qué es este lugar? —preguntó, mirándolo con recelo.

—Mi refugio. Nadie viene aquí.

Encendió una lámpara, apagando el foco central para no llamar la atención desde afuera. Luego fue hasta un cajón y sacó una pomada y unas vendas. Se arrodilló frente a ella.

—No te muevas —ordenó con suavidad, tomando su tobillo.

Ariana quiso apartarse, pero el contacto de sus manos firmes y cálidas la inmovilizó más que el dolor. El contraste era desconcertante: el mismo hombre que la había puesto contra el suelo hace apenas unos minutos ahora aplicaba la crema con cuidado, como si temiera lastimarla.

—¿Por qué haces esto? —susurró ella, intentando ocultar su confusión.

—Porque, no lo se, solo no soy como tú crees. Y porque dejarte morir no me haría más fuerte.

Ariana lo observó fijamente. Había algo en su mirada que no encajaba con el monstruo despiadado que se había imaginado.

---

El peso de las familias

Mientras envolvía el tobillo con la venda, el teléfono de Ethan vibró. Contestó sin dejar de trabajar en la cura.

—¿Qué quieres, papá? —dijo con voz cortante.

Ariana escuchó cada palabra, contenida en el silencio.

—Ya te lo dije —continuó Ethan, con un tono helado—. No voy a casarme con esa mujer. No me interesa, ni hoy ni nunca. Si la vuelves a invitar a casa, me aseguraré de que se arrepienta.

Colgó de golpe, sin darle oportunidad de responder. Ariana sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

¿De verdad… sería capaz de matar a alguien por ordenarle un compromiso?

Ethan guardó el móvil y se levantó, suspirando.

—Listo. El dolor bajará pronto.

Ella, aún cubriéndose con la sudadera, lo miró con mezcla de miedo y gratitud.

—Tú… eres aterrador.

Él sonrió apenas, sin humor.

—Lo mismo pienso de ti.

---

Una tregua bajo la tormenta.

La lluvia azotaba los cristales, cubriendo la ciudad en un velo gris. Ethan se levantó y caminó hacia la cocina.

—No te muevas. Voy a preparar algo de comer.

Ariana lo siguió con la mirada. En ese instante, pese a todo el dolor y la tensión, sintió algo extraño en el pecho: como si el enemigo que debía odiar no fuera tan sencillo de rechazar.

Se abrazó a la sudadera, con la respiración aún agitada. El latido de su corazón era un tambor que no podía callar.

Y mientras él encendía la estufa en la habitación contigua, ambos compartían la misma certeza, aunque ninguno lo diría en voz alta: aquella noche los había marcado para siempre.

---

La tormenta continuaba rugiendo afuera, como si quisiera derrumbar las paredes de aquella vieja casa. Ariana permanecía en el sillón, con la sudadera de Ethan envolviéndola, mirando de reojo cada movimiento del chico en la cocina.

El olor a sopa caliente comenzó a llenar la estancia. A pesar de todo, el aroma le despertó el apetito. Su estómago gruñó traicionero, y ella, avergonzada, cruzó los brazos para ocultarlo.

—Toma —dijo Ethan, ofreciéndole un plato humeante—. No es un banquete, pero servirá.

Ariana lo aceptó en silencio, intentando mantener su orgullo intacto. Probó una cucharada. El calor del caldo bajó por su garganta como un abrazo inesperado.

—No está mal —murmuró, casi como un cumplido escondido.

—Mejor que nada —contestó él, tomando asiento frente a ella con su propio plato.

Por un momento, la escena parecía surreal: dos enemigos cenando bajo la misma tormenta, como si fueran dos desconocidos atrapados por casualidad.

---

La llamada

El silencio fue interrumpido por el sonido del móvil de Ariana, vibrando en el bolsillo interno de la sudadera. Ella palideció.

—No contestes —advirtió Ethan, con tono firme.

Pero Ariana ya había sacado el teléfono. El nombre en la pantalla la golpeó como un puñal: “Mamá”.

Temblando, deslizó para responder.

—¿Mamá?

—¿Dónde demonios estás, Ariana? —suena la voz, baja como un cuchillo—. Te hablo claro y sin rodeos: eres la vergüenza de esta casa. Ya estoy harta de tus locuras, de tus actitudes. No voy a permitir que sigas mancillando el apellido. Te voy a arreglar la vida yo misma: te caso con quien yo diga, y punto.

Se oye la respiración contenida.

—¿Casarme? —dice Ariana con voz que intenta controlarse—. Mamá, no puedes seguir decidiendo por mí. ¿Desde cuándo mi vida le pertenece a otra gente? ¿De verdad crees que un anillo puede comprar mi silencio?

—¡No me contestes con sermones! —corta la madre, con voz agria—. Es por tu bien. ¿Quieres que esta familia quede en la calle? ¿Que la gente hable? Yo me sacrifico por la sangre —y escupe la palabra como si fuera barro—. Si no cooperas, traeré a alguien que haga lo que tú no quisiste hacer. Te lo advertí.

Se siente en la voz de Ariana un latigazo de ira. —El silencio antes de su respuesta es un espacio lleno de veneno.

—¿Traer a alguien? ¿Eso es una amenaza? —Ariana ríe con amargura—. ¿Y de verdad crees que eso me asusta? Llevo años soportando tus planes, tus humillaciones, tus sermones sobre familia y honor. ¿Sabes qué? Estoy cansada.

—¡No me digas que estás cansada! —la madre grita—. ¡Esto no es capricho! Vas a tener estabilidad, vas a dejar de hacer el ridículo y punto. Tu vida ya tiene dueño y es victor de las vegas.

—¿Estabilidad? —Ariana lo escupe palabra por palabra—. ¿Llamas estabilidad a venderme como moneda de cambio? ¿A vivir con un hombre que no elegí? ¿A mirar por la ventana mientras mi vida se deshilacha por decisiones que no tomo? No. Eso no es vida.

—La madre respira, su ira se convierte en un veneno más frío.

—Si sigues así, juro que te quitaré todo: herencias, nombres, hasta la dignidad. Yo sé manejar esto. Y si no te portas, iré y arreglaré las cosas por las buenas o por las malas.

—¿Por las “malas”? —la voz de Ariana se vuelve filosa, letal pero contenida—. ¿Eso crees que me sorprende? Me criaste con esa palabra: “arreglar”. Arreglas vidas, rompes sueños, coses bocas con tu moral barata. Pero escucha: ya no vivo contigo. Hace dias que me fui de tu casa, me casaré y haré lo que quiera, cuando yo quiera. No eres mi dueña.

(Un silencio largo, la madre intenta recobrar fuerza.)

—¡No te atrevas! —escupe—. No me desafíes.

—Te voy a decir algo que quiero que se te quede pegado a la garganta —responde Ariana, y ahora no hay contención, solo verdad cruda—: si tanto te obsesiona el “bien de la familia”, casalo con tu hija favorita. Ponla en un vestido, ponle el anillo que quieres imponerme a mí, y que ella cumpla tu plan perfecto. Déjame fuera. Déjame en paz.

—Se escucha un bufido del otro lado del teléfono, mezcla de sorpresa y enojo.

—¡Eso es imposible! —responde la madre, como si la idea la quemara—. No puedes humillarme así.

—No me humillas tú. Me humillaste años atrás y lo sigues haciendo. Me humillan tus manos cada vez que intentas coser mi vida a tus expectativas. —Ariana respira, y su voz se endurece, fría—. Me cansé de pedir permiso por existir. Me cansé de ser la vergüenza oficial de la casa. Me cansé de que me digan “tienes que” cuando lo único que quiero es vivir. Así que escucha bien: deja de llamarme, deja de decir mi nombre como si fuera una sentencia. Yo ya no formo parte de tus planes.

—La madre intenta otra arremetida, más venenosa.

—No sabes lo que dices. Vas a arrepentirte. Yo soy la madre aquí.

Las palabras la desgarraban más que cualquier golpe. Ethan la observaba en silencio, sus cejas fruncidas, los puños apretados sobre la mesa.

—Sí, eres la madre —Ariana responde con una sonrisa amarga que no puede oírse—. Pero la madre de Bianca, y ser madre no te da derecho a destrozar a otro. Y un día... —la voz de Ariana se hunde y sale de nuevo más dura—. Un día me vengaré por todo. No lo confundas con capricho: no es teatro, no son palabras al viento. Voy recuperar todo lo que me haz quitado: mi dignidad, mis dias, mi libertad. Y lo haré a mi manera: desmontando cada mentira que sostenías, dejando que todo lo que construiste sobre mí se vea por lo que es.

—¡Basta! —grita ella—. No me hables así.

—Entonces deja de llamarme —Ariana aprieta los dientes—. Si quieres seguir con tus bodas de conveniencia, casa a tu hija favorita. Pero a mí, déjame en paz. Algún día nos encontraremos, y ya verás qué tan “bien” quedó el nombre de la familia.

—El sonido de la línea cambia, como si la madre mordiera las palabras sin poder soltarlas.

—Maldita… —susurra la madre y la llamada se corta de golpe.

—Sus labios se mueven en un murmullo: “Algún dia les voy a cobrar todo lo que me han hecho”.

---

El colapsó

Ariana dejó caer el móvil al suelo. Las lágrimas corrieron libres por sus mejillas. Se encogió en el sillón, abrazándose las piernas, escondiendo el rostro. El orgullo que tanto defendía se rompió en mil pedazos.

Ethan permaneció inmóvil, con el pecho ardiendo. La rabia que le provocaban esas palabras ajenas lo desbordaba, aunque no era su batalla.

Se levantó sin pensarlo, se acercó a ella y la sujetó de los hombros.

—Mírame.

Ella negó con la cabeza, hundida en su dolor.

—¡Mírame, Ariana! —repitió, con voz fuerte pero no violenta.

Al fin, ella levantó la vista. Sus ojos verdes estaban enrojecidos, pero también brillaban de furia y tristeza.

—¿Ahora entiendes? —susurró, con un hilo de voz—. Nadie me quiere. Ni siquiera mi propia madre. Soy solo… un error, la segunda opción.

Ethan apretó los dientes. Por un segundo, se vio reflejado en esas palabras: recordando las veces que su abuelo lo había humillado, tratándolo como un soldado desechable, no como un nieto.

Con brusquedad, la atrajo contra su pecho. Ariana se quedó rígida, sorprendida por el gesto.

—No vuelvas a decir eso —murmuró él, cerca de su oído—. Eres fuerte. Más de lo que crees. Y no eres un error.

Las lágrimas de Ariana empaparon su camisa ya humeda. Ella quiso apartarse, pero sus manos, temblorosas, terminaron aferrándose a la tela, como si por primera vez en años alguien hubiera derribado el muro de soledad que cargaba.

---

Una grieta en las máscaras

La tormenta afuera se volvió más intensa, los truenos iluminando el interior de la casa.

Ariana levantó la cabeza, sus labios rozando apenas el mentón de Ethan, y lo miró fijamente.

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué me haces sentir… que no estoy sola?

Ethan no respondió. Solo la sostuvo con más fuerza, consciente de que en ese instante, aunque fueran enemigos destinados a destruirse, algo mucho más profundo había comenzado a nacer entre ellos.

---

Continuará...

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play