Funeral

Lejos de allí, en la compañía familiar de la cual Manuel era el CEO, este se encontraba sentado, absorto en los acontecimientos recientes.

—Señor, ¿se encuentra bien?

José, su asistente, notó su ausencia mental durante la junta. Todos temían el temperamento del señor Manuel; su sola presencia les robaba el aliento, no solo por su gran belleza, sino también por su aura dominante y poderosa. No era para menos: él dirigía gran parte de la economía del país. Los Carrasco eran solo una parte de ello. Al graduarse, fundó un nuevo grupo empresarial llamado MC (Manuel Carrasco), completamente independiente de los bienes familiares, por lo que su poder iba más allá de su linaje. Ese era el motivo del rencor que su sobrino Óscar le guardaba. A pesar de sus esfuerzos, no había logrado ascender de puesto. Su padre había intentado ayudarlo, incluso recurriendo al abuelo para quitar a Manuel del cargo, pero no logró nada contra él.

—José, prepara estos regalos para la próxima semana.

Era una larga lista. Se trataba de la dote para Regina; ahora que era su esposa, debía hacer las cosas bien.

—Entendido, señor... La gran señora está al tanto de lo sucedido anoche. Creo que no está nada feliz.

—Deja que haga su berrinche. Fue ella quien propuso esta unión, debe atenerse a las consecuencias.

La madre de Manuel, conocida como la gran señora, se había enterado de los eventos gracias a Eilyn, quien mantenía una estrecha amistad con la hermana de Manuel. Eilyn le había contado que Regina no deseaba casarse con Manuel y que incluso estaba tramando cosas poco decentes para evitarlo. Así, la abuela se enteró tras retirarse de la fiesta de anuncio de compromiso.

—Asegúrate de que todo se haga con la mayor discreción. Aún no es momento de hacerlo público —comentó Manuel, seguro de que Regina también tenía sus propios planes.

En un abrir y cerrar de ojos, llegó la mañana del funeral. Regina estaba parada frente al espejo, observando su nueva imagen. Ese día vería a Óscar por primera vez desde que había reencarnado en este cuerpo.

—Regina, hija, ha llegado un auto por ti.

—Gracias, madre.

—¿Estás segura de asistir? Si vas, todo el mundo sabrá que has aceptado ser parte de la familia Carrasco.

—Estoy bien, madre. Esto es lo que quiero.

Con una sutil sonrisa, salió de su habitación y caminó hacia el auto que la esperaba en la entrada. Antes de que siquiera tocara la puerta, Manuel bajó para ayudarla a subir.

—Gracias.

—Vamos, se hace tarde.

Ambos partieron en el auto.

—¿Dónde será el funeral?

Le temblaban ligeramente las manos. Se preguntaba si Óscar permitiría que su cuerpo descansara en el cementerio familiar o si, en el mejor de los casos, lo relegaría a una fosa pública.

—Fue parte de la familia Carrasco. Debe tener un lugar digno de descanso eterno.

—Pero no es ella la persona a la que el señor Óscar amó.

Manuel la miró. Ella apartó la vista de inmediato. Temía que descubriera algo. Él, por su parte, la observó unos segundos más.

—En esta vida, y en nuestra posición social, el matrimonio por amor no es una opción.

Regina suspiró. Recordó cómo se había encaprichado con Óscar, cómo obligó a sus padres a aceptar el matrimonio. Había sido tan necia entonces.

—¿Crees que este año juntos podríamos vivir bien?

Manuel no podía negar que ella era una buena opción matrimonial. Tenía una posición social estable, y él, dinero de sobra. Incluso si la familia Carrasco caía, él no lo haría. Tenía todo lo necesario para darle una vida de lujos, si así lo quisiera.

—Eso espero, porque ya he decidido pasar el resto de mi vida a tu lado. No recuerdo haber aceptado la segunda solicitud —respondió con una sonrisa ladina.

El aura fría que los rodeaba desde que subieron al auto se disipó, dejando en su lugar una incomodidad evidente. Los ojos de Manuel brillaron con una luz extraña. Esta mujer no se daba cuenta de que había caído en la trampa de un lobo vestido de oveja. Antes de que ella pudiera responder, José interrumpió la conversación: habían llegado al lugar donde se celebraría el funeral de Alicia.

La tensión en el cuerpo de Regina era palpable. Sus pasos eran lentos; temía ser descubierta por la persona que más había amado en su vida pasada.

—¿Te estás arrepintiendo?

Ella se volteó al sentir cómo él entrelazaba su mano con la suya. Sus ojos reflejaban una burla sutil. Como mujer, no debía permitir que su esposo la intimidara.

—¡Tonterías! Eres mi esposo. Eres tú quien debería tener cuidado; soy muy bella, cualquiera podría robarme de tu lado.

Manuel no pudo evitar reír. De un momento a otro, la rígida esposa se había convertido en una mujer descarada. La pareja captó la atención de todos los presentes. La elegancia con la que caminaban, tomados de la mano, dejó a más de uno boquiabierto.

Eilyn, quien se encontraba al lado de su hermana, se sintió invadida por los celos. Ver cómo se complementaban le causaba una punzada en el pecho. No entendía cómo Regina podía mostrarse tan a la altura de Manuel. Pero lo que no sabía era que todo eso no venía de Regina, sino de Alicia. En su vida pasada, Alicia siempre se había destacado por su elegancia, su porte y su manera de ser que nadie podía igualar. Por eso los Carrasco no dudaron en aceptar su matrimonio con Óscar. Sus padres creían que, al aprovechar las virtudes de Alicia, Óscar podría superar a Manuel. Nunca imaginaron que Óscar terminaría destruyendo a la joven, apagando poco a poco su brillo.

—Hermana, dijiste que ella no quería estar con Manuel. ¿Por qué aparece tomada de su mano?

—N-no lo sé... Creí que él se alejaría de ella en cuanto la gran señora supiera lo que pasó anoche.

—Ve a ver qué pasa. No dejes que interfiera en mis planes.

Eilyn caminó decidida hacia la pareja. Ellos ya habían presentado sus respetos a los padres de la difunta. Por más que Regina deseaba abrazar a sus propios padres, no podía. Para ellos, ella ya estaba muerta. Ahora era Regina. Pero si algo tenía claro, era que debía hacer justicia. Solo así sus padres podrían tener consuelo.

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