La Leyenda De Los Seinshuns
Una ciudad en llamas resplandece en la oscuridad, y su pueblo arde junto con ella. El gemido del dolor y el crujido de dientes son sus compañeras y amantes en la noche, y la esperanza se divorció de ellos. Los abandono, así como lo hicieron la misericordia y el amor hace días. Pero uno de sus descendientes vive todavía, uno de corazón puro y noble como ninguno que allá nacido entre los hijos de los hombres... Y SU HISTORIA RECIÉN EMPIEZA.
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...Ocho Años Después:...
Una batalla feroz da inicio. Una lucha que casi cruza los límites de lo mortal se desarrolla. Y un cuerpo que sale de la arena completamente vencido se desenlaza para los espectadores.
El vencedor se enaltece a si mismo, y los espectadores lo enaltecen todavía más. El vencido se queja de su dolor y solo una de entre muchos se preocupa por su bienestar.
—¿Que pasa, Saito? ¡¿Eso es todo lo que puedes hacer después de estar tantos años aquí?! —pregunta el vencedor, su corazón lleno de ego y de deseos malignos acompañan sus palabras— ¿Cómo es posible que no puedas aguantar ni siquiera un par de golpes sin echarte al piso? ¡Eres una vergüenzas para todos nosotros!
El que yace en el suelo, cuyo nombre es Saito, agacha la cabeza con vergüenza. Su corazón solo quiere terminar con todo e irse a dormir a casa.
—¡Gard! ¡¡Ya basta!! —alza la voz una mujer de entre los jóvenes presentes— Ya ganaste. No hace falta que te comportes como un villano con tu compañero.
La mujer clavo la mirada a todos sus alumnos.
—Ya se pueden ir todos. La clase termino por hoy.
El vencedor, cuyo nombre completo era Gard Lee, se retira satisfecho con su victoria. Sus demás compañeros y amigos lo acompañan con emoción. Riéndose cada uno de ellos de su compañero caído y humillado en el suelo, refiriéndose a él como basura inútil.
Y habiéndose retirado y llendose todos a sus respectivos hogares cada uno, Saito se levanto con ayuda de la mujer, cuyo nombre completo era Esmeralda Kanzaki, su sensei.
—Saito, ¿estás bien? —Pregunto Esmeralda, preocupada.
—Estoy bien, Esmeralda-sensei —Respondió Saito, adolorido de sus costillas y sus órganos.
La sensei Sayuri noto esto, y rapidísimo le entrego una píldora de sanación de modesta calidad para que se recuperará de sus heridas.
—Toma, recupérate con esto —ordeno Kanzaki con autoridad.
Saito la tomo y la trago, y su cuerpo ya no presentó ningún tipo de dolor. Su corazón se sintió muy agradecido por esta acción.
—Gracias, sensei —agradece Saito— Es usted muy considerada.
—No me agradezcas. Soy tu sensei y eres como todos mis alumnos una gran prioridad para mí. Ve a casa y descansa bien. En unos días será el Examen de Admisión de Equipos de este año, y necesitaras estar en las mejor condición posibles para entonces.
Esmeralda lo miro fijamente, sus hermosos ojos color esmeralda brillaran con emoción.
—Soportaste muy bien las palizas hasta ahora. Ya no necesitaras contenerte más. Sorprende a todos tus compañeros en los exámenes tal y como lo planeamos hace años.
Saito sonrió de la emoción por esto y le agradeció sinceramente a su sensei por toda la ayuda que le dió hasta ahora y en el pasado también. Y una vez que Kanzaki le despidió, Saito se fue contento a su casa. Emocionado por demostrarles a todos lo que realmente podía hacer.
La mujer lo vio marcharse con alegría, y entonces se percató de la presencia de un viejo amigo suyo, quién también sonreía viendo al joven irse a lo lejos.
—Buenas tardes, Esmeralda—saludo el hombre con naturalidad—. Hace tiempo que no nos vemos. ¿Cómo estás?
Este hombre es Osamu Okamoto. Director de la Academia Hormiga y un maestro elemental famoso por alcanzar el rango B en la maestría con el rayo.
—Hola Osamu —Saludo Esmeralda—, un gusto verte. ¿También viniste a ver el desempeño de Saito como siempre lo haces?
—Si, es un chico que sin duda llegará a ser una sorpresa para todos aquí. Ya espero que sea los exámenes y ver qué tanto se a fortalecido en estos seis años que estuvo aquí.
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Piernas jóvenes destellan de una energía eléctrica brillante y vuelan a una velocidad tan grande que para algunos pasa su señor como un borrón azul.
Saito, con una gran sonrisa, da un salto de cinco vueltas hacia el cielo hasta aterrizar con elegancia sobre un barco estacionado en la bahía de un enorme y basto mar.
Este mar era llamado Mar Dulce, por qué sus aguas son conocidos por todos como dulces en contraste con las saladas.
Y al escuchar que alguien aterrizó en su barco y viendo quién era, un anciano no más de 60 años miró a su joven ayudante con gran ánimo y alegría.
—Saito, ya llegaste —Saludo el hombre mayor—. ¿Cómo te fue en la academia?
El nombre de este hombre es Yamato Kimura, el único pescador de esa bahía junto a Saito, su ayudante.
—Hola, señor Yamato —saludo Saito cortésmente—. Me fue... cómo siempre, pero sin huesos rotos está vez.
Yamato asintió en compresión al ver los moretones en la cara del chico, y le pregunto seriamente si se encontraba bien, pero este lo tranquilizó al informarle que Midori le dió una pastilla de sanación para aliviar el dolor, lo que tranquilizó un poco.
De repente, Yamato sintió un dolor muy fuerte en la espalda y se sentó en una caja de madera. Quejándose mucho de su intenso dolor.
—¡Señor Yamato, ¿esta usted bien?! —pregunto Saito, angustiado en gran manera.
—Si, estoy bien —Respondió Yamato, muy adolorido—. Necesito descansar. Es triste que ya no este en mis mejores días.
Yamato miró a quién consideraba su pequeño hijo mirándolo a él con genuina preocupación por su bienestar.
—Saito, necesito que hagas algo por mí.
—Que necesita que haga —pregunto ansioso el menor.
—Quiero que lleves estás bolsas de peses que pesque al restaurante de Izumi. Y con el dinero que te dé por los peses, ve a una tienda en el centro de la ciudad y comprá medicamentos para el dolor si no es mucha molestia para ti.
Saito no se lo pensó dos veces y recogió las cuatro bolsas llenas de peces en sus hombros con la intención de llevarlos al restaurante de su amiga de la infancia.
—Vaya a descansar, señor Yamato —ordeno Saito—. Yo me encargo de esto. Me aseguraré de ir y volver lo más rápido posible. No tardó.
Y sin más, se echó a correr a toda velocidad.
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Su cuerpo, más grande y fuerte que cuando tenía seis años, reflejaba el resultado de ocho años de trabajo en la pesca y su entrenamiento en la academia para convertirse en maestro elemental profesional. Su principal fortaleza era la velocidad, y lo demostró al llegar al restaurante en tiempo récord: apenas un minuto.
Agotado tras la carrera, Saito entró al establecimiento y sus ojos se encontraron con una mujer de belleza serena. No parecía tener más de veinticuatro años. Su cabello negro lacio caía con elegancia, y sus ojos oscuros transmitían una mirada profunda. Vestía un sencillo pero impecable vestido negro con mangas largas arremangadas, sandalias de madera y un delantal blanco con la imagen de un pez dibujado en el centro.
En ese momento, ella terminaba de atender a un cliente que pasó junto a Saito con el ceño fruncido y una expresión de evidente enojo. Sin decir palabra, el hombre salió del restaurante y se perdió entre la multitud.
Cuando el cliente finalmente se marchó, Izumi dirigió su mirada hacia la puerta y, al reconocer a su visitante, una sonrisa radiante apareció en su rostro.
—¡Saito! Qué gusto verte por aquí. ¿A qué se debe tu visita?
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...Hace Ocho Años:...
Después de treinta minutos de caminata, un joven Saito de 6 años llegó ante un modesto restaurante con un gran letrero que decía "Chacos", acompañado de la imagen de un pez. Desde afuera, el local parecía pequeño, y al entrar, comprobó que los muebles, aunque gastados y envejecidos por los años, estaban sorprendentemente bien cuidados. A pesar de la falta de mantenimiento evidente, el lugar tenía cierto encanto rústico.
Se acercó al mostrador, dispuesto a entregar el encargo, cuando de repente, una joven emergió de detrás de la recepción cargando una bolsa de harina. Su repentina aparición lo tomó por sorpresa, haciéndolo dar un paso atrás.
La chica, de aproximadamente dieciséis años, tenía el cabello negro y los ojos igualmente oscuros. Su piel clara y tersa reflejaba un cuidado meticuloso, y su porte desprendía una mezcla de sencillez y gracia. Vestía un uniforme de trabajo compuesto por un vestido negro y una bata blanca ceñida a la cintura, adornada con el emblema del restaurante: la figura de un pez.
La joven misteriosa dejó la bolsa de harina sobre el mostrador y, al levantar la vista, notó la presencia de un niño pequeño que la observaba con una mezcla de asombro y timidez. Su expresión de susto, contrastada con las dos bolsas blancas que sostenía con ambas manos, le pareció enternecedora.
Una sonrisa cálida se dibujó en su hermoso rostro antes de inclinarse ligeramente hacia él.
—¡Pero qué niño tan adorable! —exclamó con dulzura—. Nunca te había visto por aquí. ¿Te mudaste recientemente? ¿Quiénes son tus padres? ¿Dónde vives? ¿Cuál es tu nombre? ¿Tienes novia?
Saito quedó paralizado ante la ráfaga de preguntas. No sabía cuál responder primero, así que optó por las más esenciales.
—Lo siento, pero… no sé de dónde vengo ni quién soy. Solo vine a entregar esto que me pidió un señor llamado Yamato Kimura.
La sorpresa se reflejó en los ojos de la joven. Un niño sin recuerdos de su origen le parecía desconcertante, pero lo que más le llamó la atención fue el hecho de que Yamato lo hubiera enviado hasta su restaurante. Ese hombre no solía confiar en nadie, mucho menos en un niño tan pequeño e indefenso. ¿Quién era realmente este chico?
"¿Será su nieto?" —pensó ella, frunciendo ligeramente el ceño—. "No lo creo… Yamato nunca tuvo hijos, que yo sepa. Quizás solo sea un niño que se ofreció a ayudarlo por dinero o algo similar."
Aún intrigada, la joven decidió hacer otra pregunta.
—¿Recuerdas al menos tu nombre o apellido?
El pequeño asintió.
—No recuerdo mi apellido… pero mi nombre es Saito. Así que, si quieres, llámame así.
La joven sonrió con ternura.
—Saito, ¿eh? Encantada de conocerte. Mi nombre es Izumi Izusuki.
El niño la observó con más detenimiento y, por primera vez, notó lo hermosa que era. Sus mejillas ardieron levemente, pero logró contener el rubor con gran esfuerzo.
Izumi retomó la conversación con una expresión amable.
—Entonces, viniste a entregar un recado en nombre de Yamato… ¿Eres su hijo o algún pariente suyo?
Saito negó con la cabeza.
—No, solo me pidió que trajera esto.
Dicho esto, levantó las bolsas que le había dado Yamato y se las mostró a Izumi. Ella las tomó y, al abrirlas, vio que contenían pescado fresco, aún conservando su brillo natural y sin ningún rastro de mal olor.
—Como siempre, de excelente calidad —comentó con una leve sonrisa.
Acto seguido, sacó una pequeña bolsa del mostrador y se la entregó al niño.
—Dásela a Yamato y dile que, como siempre, agradezco su mercancía.
Saito asintió y se giró para marcharse, pero antes de cruzar la puerta, Izumi lo detuvo con un comentario inesperado.
—Espero verte más seguido, Saito. Hace tiempo que no veía a un niño tan encantador como tú por estos lares.
El pequeño se giró con una sonrisa sincera.
—Yo también lo espero.
Izumi lo contempló en silencio por un momento antes de añadir, con una expresión juguetona:
—Ahora que te observo mejor… Para ser tan joven, eres bastante lindo y adorable. Tanto que me dan ganas de saltar el mostrador y comerte a besos.
Lo dijo con un tono pícaro, solo para molestarlo, esperando verlo avergonzado. Pero la respuesta de Saito la tomó por sorpresa.
—Si una jovencita tan hermosa como usted hiciera eso… no tendría ninguna objeción.
Izumi se quedó boquiabierta, sintiendo un leve calor subir a sus mejillas. Nadie, salvo su padre, la había elogiado con tanta naturalidad antes.
Saito, sin darle mayor importancia, le dedicó una última sonrisa antes de despedirse.
—Debo irme. Tengo que entregarle esto al señor Yamato. Cuídese mucho, señorita Izumi.
Y con esa despedida, salió del restaurante.
Izumi se quedó viéndolo marcharse, sumida en sus pensamientos.
"Qué niño tan extraño… No recuerda quién es ni de dónde viene, pero tiene la educación y elegancia de un caballero. Algo que muchos hombres hoy en día no pueden presumir. Y además… es increíblemente lindo para su edad. Seguro lo será aún más cuando crezca."
Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios al imaginarlo unos años mayor.
"Si ese es el caso… entonces esperaré a que cumpla la mayoría de edad. Y cuando lo haga… lo haré completamente mío. ¡Y eliminaré a cualquier solterona desesperada que intente arrebatármelo!"
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...En La Actualidad:...
Saito le devolvió la sonrisa con calidez, como si estuviera viendo a una hermana mayor muy querida.
—Hola, Izumi. Te traje algo que podría interesarte.
Se acercó al mostrador y le mostró los pescados que Yamato había conseguido esa mañana. Izumi los observó con atención y, tras unos segundos, dejó escapar una exclamación de asombro.
—Vaya… Esto sí que es impresionante. Todos frescos y en gran cantidad. Digno de mi mejor proveedor.
Con una expresión satisfecha, Izumi sacó de su mostrador una pequeña bolsa del tamaño de la palma de un hombre adulto y la colocó sobre la mesa, el pago justo por la mercancía. Sin embargo, cuando Saito extendió la mano para tomarla, Izumi la detuvo con suavidad, mirándolo con una sonrisa traviesa.
—Tienes suerte, ¿sabes? Hace unos minutos, un hombre me hizo una oferta bastante tentadora. Casi la acepto… De no ser porque sabía que vendrías. Y eso significa que ahora me debes un favor. Y lo quiero cobrar en este mismo instante.
Saito arqueó una ceja, intrigado por sus palabras.
—¿Y qué favor sería ese?
Sin previo aviso, Izumi se inclinó hacia él hasta quedar peligrosamente cerca. Sus rostros estaban tan próximos que sus narices casi se rozaban. Saito sintió su aliento cálido y un inconfundible aroma a rosas invadiendo su espacio personal. Su corazón se aceleró, y un leve sonrojo comenzó a aparecer en su rostro.
—Quiero que seas mi pequeño novio —susurró con voz seductora—. Y como bono por todos los favores que te he hecho en estos ocho años, también quiero tu primer beso.
El rostro de Saito enrojeció al instante, hasta parecer un tomate maduro. No podía creer lo que acababa de escuchar.
—Izumi… —dijo, intentando recuperar la compostura—. Me agradas mucho, y aunque eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida, no tengo tiempo para cosas como esa. Tengo mucho trabajo y responsabilidades que atender. Además…
Hizo una pausa y la miró con seriedad.
—Estoy reservando mi primer beso para la mujer con la que me casaré algún día. Así que lo siento, pero no puedo aceptar tu favor, ni siquiera por ti.
Izumi lo miró fijamente, pero antes de que pudiera responder, Saito añadió con los brazos cruzados y con firmeza:
—Además, salir con un menor de edad es ilegal. Así que,Llamaré a la policía
Al instante, Izumi se alejó, soltando su mano, asustada.
—Está bien, era una broma… No eres nada divertido cuando te pones tan serio, ¿sabes? —dijo Izumi con un tierno puchero.
Saito suspiró, tomó la bolsa de pago y la guardó en su bolsillo.
—Como siempre, fue un placer hacer negocios contigo, Izumi. Pero debo irme.
Justo cuando se daba la vuelta para salir, Izumi saltó por encima del mostrador y lo abrazó por la espalda, estrechándolo con fuerza.
—Sabes… —susurró en su oído con voz juguetona—. Aunque lo haya dicho en broma, sigues debiéndome muchos favores. Y en algún momento, los cobraré uno por uno… Empezando por este.
Antes de que Saito pudiera reaccionar, sintió los labios de Izumi posarse suavemente sobre su mejilla. Fue un beso cálido y delicado, lo suficientemente intenso como para que un escalofrío recorriera su espalda.
Su cara explotó en un rojo intenso, incluso sus orejas se tornaron carmesí. Izumi se alejó lentamente y lo observó con una sonrisa burlona.
—¡Vaya, vaya! Jamás había visto unas mejillas tan sonrojadas —se rió con picardía—. Te gustó, ¿verdad?
Saito no lo admitiría en voz alta, pero en el fondo… había disfrutado el gesto más de lo que quería aceptar. El amor con el que lo hizo, junto con la calidez de sus labios, era algo que quería que durara un poco más.
Intentó recomponerse y, con su rostro aún encendido, la miró con seriedad.
—Izumi, ¿podrías soltarme? Me tengo que ir. Tengo cosas que hacer.
Izumi, lejos de obedecer, lo abrazó con más fuerza.
—¡Ni hablar! ¡Te quedarás entre mis brazos para siempre!
Saito forcejeó, pero su agarre era más fuerte de lo que esperaba. Frustrado, terminó gritando:
—¡No, en serio, Izumi, suéltame! ¡Tengo que comprar medicamentos para el señor Yamato, y luego…!
—¡Dije que no! —lo interrumpió Izumi con un tono burlón—. A menos que me des un besito, no te dejaré ir.
Saito suspiró profundamente y, en su mente, se hizo la pregunta más lógica del momento:
"¿Por qué las mujeres no pueden aceptar un 'no' por respuesta?"
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Luego de que se liberara de las garras de Izumi, Saito corrió al centro de la capital y fue a una tienda de medicinas y, con el dinero que ganó por la compra de los peses, compro medicamentos para aliviar el dolor y sanar molestías físicas de calidad modesta.
Y una vez que compro todo lo que necesitaba se disponía a irse, pero entonces percibió algo que le llamo la atención: en un rincón oscuro de un callejón de malas condiciones higiénicas, vió a una niña de su edad. Su cabello morado, salpicado de manchas negras, contrastaba con su desaliñado kimono de igual tono, que se encontraba rasgado y sucio. La niña parecía desnutrida, como si no hubiera comido en semanas.
Saito, con cautela, se acercó a ella para verificar si aún estaba viva. Al acercarse, la niña abrió los ojos lentamente, revelando un par de ojos morados, hermosos a pesar de su débil estado.
Con voz quebrada, ella le susurró:
—Por... favor... ayúdame...
Y antes de que pudiera decir más, se desplomó, desmayada por la desnutrición. Sin pensarlo, Saito la levantó con rapidez, la cargó en sus brazos y la llevó al hospital más cercano, con la esperanza de que no fuera demasiado tarde.
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Después de correr desesperadamente durante lo que parecieron horas, aunque solo fueron minutos, Saito finalmente llegó al hospital más cercano. Al entrar, urgió con desesperación para que atendieran a la niña, y rápidamente la llevaron al área médica, pero a él no se le permitió acompañarla.
Pasó una hora y media (una hora y treinta minutos), durante la cual Saito permaneció en una silla junto a la recepción, esperando noticias sobre el estado de la chica. Aunque no la conocía, no podía evitar sentirse preocupado. No deseaba que le ocurriera algo malo, y solo encontraría paz al saber que ella se encontraba fuera de peligro, habiéndose olvidado de Yamato por completo.
Las puertas se abrieron de repente, y apareció un médico de cuerpo delgado, vestido con un quimono blanco con las mangas remangadas, su rostro marcado por el cansancio y el agotamiento. Su cabello negro y alborotado no disimulaba la fatiga. Saito, sin pensarlo, se levantó de la silla casi de un salto, ansioso por saber cómo estaba la chica.
El médico, cuyo nombre era Ishikawa, le dio una noticia que alivió su corazón:
—Ella está bien. Logramos estabilizarla, y ahora está descansando. Sin embargo, debido a la grave desnutrición que sufrió, deberá reposar aquí unos días para recuperarse completamente.
Esa respuesta llenó a Saito de un alivio profundo; por fin podría marcharse en paz, sabiendo que la chica estaba fuera de peligro. Pero Ishikawa añadió algo más que dejó a Saito aún más sorprendido.
—Eres un héroe, chico. Si hubieras llegado solo una hora más tarde, probablemente no hubiera sobrevivido ni un minuto más antes de llegar a este hospital.
Saito, sorprendido por la gravedad de la situación, preguntó con una mezcla de temor y duda:
—Pero… ¿ella estará bien, verdad?
Ishikawa asintió con la cabeza.
—Así es. No tienes de qué preocuparte. Si permanece tres días aquí, su salud mejorará considerablemente. ¿Eres pariente de ella o algún amigo cercano?
Saito negó con la cabeza, explicando que no conocía a la chica. La ayudó únicamente porque ella se lo había pedido y porque no quería que muriera en ese sucio y maloliente callejón.
Ishikawa asintió, comprendiendo la situación, y luego le entregó a Saito la factura del tratamiento. Al ver la cantidad, el corazón de Saito se le hizo un nudo.
El médico, con tono calmado, le explicó:
—Dado que no eres familiar directo de la chica, no estás obligado a pagar nada. Sin embargo, considerando su estado, dudo que pueda costearlo por sí sola. Si está en tu corazón el ayudarla, puedes pagar la deuda de ella si así lo deseas.
Saito, sin dudarlo, aceptó hacerse cargo del pago en la medida de sus posibilidades, no queriendo que la chica tuviera más problemas debido a su situación económica.
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Al salir del hospital y emprender el camino de regreso al barco donde vivía, Saito no pudo dejar de pensar en la chica que había salvado. Sus ojos morados, su cabello del mismo color, su piel blanca y bien cuidada, incluso en su estado de suciedad; su ropa, aunque desgastada y rota, tenía un aire de lujo, casi real, que lo hacía preguntarse quién era realmente.
Lo que más le preocupaba, sin embargo, era la factura del hospital. A pesar de su buena voluntad, la suma era elevada, y no podía evitar dudar sobre si sería capaz de cubrirla por completo.
Tan sumido estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que ya había llegado al barco de Yamato. Solo lo advirtió cuando, distraído, terminó estrellando su rostro contra el costado del barco, cayendo sobre su trasero con un golpe sordo.
Saito se levantó lentamente, subiendo al barco con la vieja escalera de madera, frotándose la nariz por el dolor que aún sentía. Al llegar a la cubierta, vio a Yamato, Teruki, Izumi y su sensei, Sayuri, quienes al notarlo se acercaron rápidamente. Yamato fue el primero en llegar, su rostro reflejaba una profunda preocupación.
—¡¿Saito, donde estabas?! Te hemos buscado por toda la ciudad, pensábamos que te había pasado algo malo —exclamó, casi sin aliento.
—Sí, Saito, nos tenías muy preocupados —Izumi añadió visiblemente molesta—. Tuve que cerrar el restaurante en cuanto supe que habías desaparecido, para salir a buscarte. ¿Sabes lo que nos hiciste pasar?
—Nos tenías muy preocupados a todos —Esmeralda intervino, con el ceño fruncido y una expresión de angustia—. Cuando me preguntaron si te había visto y supe que no aparecías, me uní a ellos para encontrarte. No podíamos quedarnos tranquilos sin saber si te había ocurrido algo grave.
Teruki, con tono serio, agregó:
—Es verdad, chico. A pesar de que eres un maestro elemental casi graduado, no deberías asustarnos de esa manera. Creo que nos debes una explicación por haberte ausentado tanto.
Todos asintieron, comprendiendo el razonamiento de Teruki. Al ver que no podría escapar sin darles una explicación, Saito bajó la mirada, sintiendo la vergüenza y la culpa apoderarse de él. Con voz suave, comenzó a relatar lo sucedido: cómo había encontrado a la chica, la había ayudado y la había llevado al hospital, donde permaneció esperando noticias de su estado. Les mostró la factura del hospital como prueba de su historia, lo que sorprendió a todos, pues la cantidad era considerablemente alta.
Saito, avergonzado, susurró:
—Perdón por haberlos preocupado tanto. Es solo que no podía dejarla allí, en el hospital, sin saber si estaba viva o no... tenía que asegurarme de que estuviera bien.
El grupo, ya más tranquilo, comprendió la situación. Yamato, con una sonrisa, puso su mano sobre el hombro de Saito y le dijo, con tono reconfortante:
—No tienes que disculparte, Saito. Lo que hiciste fue admirable, algo que muy pocos harían hoy en día. Lamento si te hicimos sentir mal, pero te amamos tanto que, si algo te hubiera pasado, nos hubiera partido el corazón.
Todos asintieron, sonriendo mientras le transmitían su comprensión, dejándole claro que ya no estaban molestos con él.
Saito se sintió profundamente conmovido por las palabras de Yamato, y les agradeció sinceramente a todos por preocuparse tanto por él.
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Habían pasado tres días, y durante ese tiempo, Saito se había ocupado de varias cosas. Había logrado pagar por completo la factura del hospital gracias a la ayuda de Yamato, Izumi, Teruki y Esmeralda, quienes se unieron para asistir a la joven de cabello morado. Además, Saito la visitaba constantemente en el hospital, con la esperanza de verla despertar. Sin embargo, según el médico, la niña había sufrido demasiado debido a la desnutrición, lo que la había llevado a entrar en un coma prematuro, sin saber cuándo se recuperaría. La noticia entristeció profundamente a Saito, pero eso no lo detuvo. Continuó visitándola siempre que podía, esperando, con ansias, ver nuevamente esos hermosos ojos morados.
En paralelo, Saito se preparaba intensamente para los exámenes de admisión a los equipos de ese año, de los cuales Sayuri-sensei le había informado con anticipación. Los exámenes serían una prueba exhaustiva de todo lo que había aprendido en la academia: desde la manipulación elemental hasta combates cuerpo a cuerpo, sin olvidar un difícil examen escrito. Estos exámenes determinarían en qué equipo sería colocado, en función de sus habilidades y limitaciones.
Estaba intentando dominar una técnica avanzada de rango D, sumamente complicada para él. Consistía en crear una espada de energía eléctrica pura. Sabía la teoría, pero ejecutar la técnica correctamente le resultaba un desafío que aún no podía superar. La falta de control pleno sobre su elemento natural le agotaba el cuerpo, pero no se rendía. Justo en ese momento, Yamato interrumpió su concentración.
—Buenos días, Saito. ¿Sigues entrenando para los exámenes de admisión?
—Sí, señor Yamato —respondió Saito mientras intentaba sin éxito ejecutar la técnica—. Estoy tratando de dominar esta técnica que encontré en la biblioteca hace unos días, pero aún no consigo hacerlo.
Yamato, observando el esfuerzo constante de su joven amigo, sonrió con ternura y comentó:
—Es curioso, ¿sabes? Me contaste una vez que tu sueño más grande era convertirte en el pescador más grandioso de la historia. Luego, hace seis años, cuando te dijeron en la academia que tenías el potencial de convertirte en un maestro elemental del rayo, dijiste con entusiasmo: "¡Seré el maestro elemental más grandioso de la historia!"
Saito sonrió avergonzado al recordar esas palabras.
—Sí, cómo olvidarlo —respondió.
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...Hace Seis Años:...
Un pequeño Saito, de apenas 8 años, vestido con un atuendo similar al actual, pero en versión infantil y sin el pañuelo blanco en la cabeza, se encontraba frente a una larga fila en lo que parecía una escuela similar a la academia, pero sin áreas de entrenamiento. Estaba tan asombrado que no pudo articular palabra alguna, mientras sostenía una Esfera Elemental que cambiaba de color, de blanco a un brillante azul.
—Vaya, parece que tienes afinidad con el elemento del rayo, pequeño. Deberías sentirte afortunado, ya que no hay muchos civiles con esta clase de afinidad —comentó Esmeralda, una mujer que resultó ser su futura sensei.
—¿Entonces soy un maestro elemental? —pregunto Saito, aún sorprendido.
—Así es —respondió Sayuri—. Y eso significa que yo seré tu sensei a partir de ahora. Puedes llamarme Sayuri-sensei.
Saito asintió agradecido y salió corriendo hacia el barco de Yamato, donde lo encontró en la bahía.
—¡Señor Yamato, señor Yamato, no creerá lo que me pasó hoy!
Yamato, al ver a Saito tan emocionado, le preguntó qué sucedía.
—¡Seré un maestro elemental!
La reacción de Yamato fue de alegría. Se arrodilló para estar a la altura de Saito y le dijo:
—Te felicito, Saito. Estoy seguro de que tendrás un gran futuro como maestro elemental.
Saito, aún más emocionado, exclamó:
—¡Señor Yamato, quiero convertirme en el maestro elemental más grandioso de la historia!
—Y yo sé que lo harás —respondió Yamato, con una sonrisa llena de confianza.
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...En La Actualidad:...
Yamato miraba a Saito con una sonrisa suave mientras observaba su esfuerzo, recordando esos primeros días.
—Recuerdo que, desde aquel momento, te esforzaste muchísimo para lograr lo que querías. Cada vez que venías de la academia, lo único que pensabas era en convertirte en un maestro elemental, y nada más —comentó Yamato.
—Sí, señor Yamato. En ese entonces no quería pensar en nada más. Solo en convertirme en el maestro elemental más grandioso de la historia. Pero con el tiempo, ese título dejó de importarme tanto. Ahora, lo único que quiero es ser un buen maestro elemental. La fama no es buena para nadie, ¿verdad? —respondió Saito, mientras seguía con su entrenamiento sin avances significativos.
Yamato reflexionó y asintió con comprensión sobre sus palabras.
Saito lo miro entonces con duda e inseguridad.
—¿Usted cree que conseguiré pasar los exámenes, señor Yamato? —pregunto.
—Por supuesto —respondió Yamato, sonriente—. Eres un chico muy talentoso, Saito. Estoy seguro de que lo lograrás. Y cuando eso suceda, te estaré esperando con un delicioso budín de chocolate, como los que tanto te gustan.
—¡¿Es en serio, señor Yamato?! —pregunto el joven, emocionado.
—Claro. De hecho, ya conseguí suficientes ingredientes para hacer una pequeña fiesta con todos los que son cercanos a ti. Yo, Teruki, Sayuri e incluso Izumi. ¿Qué te parece la idea? —preguntó Yamato con una ceja levantada y una sonrisa juguetona.
—¡Hagámoslo! —respondió Saito, lleno de alegría.
Con el sol comenzando a iluminar las montañas, Saito dirigió su mirada a la hermosa mañana de siempre, también Yamato lo hizo.
—¿Recuerdas cuándo nos conocimos? —pregunto Yamato, nostálgico.
—Así es —respondió Saito, consumido por la nostalgia tambien—. Y si no lo recuerdo mal, aparecí ante usted cuando la mañana era exactamente igual a esta.
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...Hace Ocho Años:...
Un pequeño niño dentro de un pequeño bote despertó de golpe cuando su cabeza chocó contra el borde del bote tras el paso de un barco cercano. Sus ojos de un color azul intenso y brillante se abrieron débilmente y lo primero que vió fue la hermosa mañana del sol apareciendo detrás de las montañas. Era sin duda deslumbrante.
—Hermoso... —se dijo a si mismo.
Se incorporó entonces, desconcertado y asustado. No tenía idea de dónde estaba ni cómo había llegado allí. De pronto, un dolor agudo le atravesó la cabeza. Un quejido ahogado escapó de sus labios, y su mano se aferró a su frente en un intento inútil de aliviar la punzada.
En ese instante, una imagen fugaz apareció en su mente: una mujer adulta, su rostro borroso pero impregnado de una calidez infinita. Su voz, aunque etérea, resonó con claridad dentro de su cabeza:
—Te amo, Saito.
El dolor se disipó lentamente, dejándolo flotando en sus pensamientos con una sensación extraña en el pecho. Saito… ¿Era ese su nombre? No estaba seguro, pero algo en su interior le decía que sí. Sin embargo, la verdadera pregunta era: ¿quién era ella?
Al girar la vista hacia la izquierda, divisó una bahía formada completamente por piedras. Sintió un impulso inexplicable de dirigirse hacia ella. Sin pensarlo demasiado, se puso de pie con dificultad y saltó al agua, nadando con torpes brazadas hacia la orilla.
Al llegar, luchó por trepar hasta la orilla con su pequeño y frágil cuerpo infantil. Las rocas eran resbaladizas, y la altura representaba un desafío, pero con determinación logró impulsarse hasta ponerse a salvo.
Apenas puso un pie en tierra firme, las personas que trabajaban en la zona voltearon a verlo con asombro. No todos los días aparecía un niño solitario en la bahía, y menos uno con una apariencia tan peculiar.
Saito tenía un encanto singular. Sus ojos eran de un azul intenso y brillante, enmarcados por un cabello negro, liso y sedoso que caía suavemente sobre su frente. Su piel, de un blanco impoluto, parecía bien cuidada, como si hubiera sido criado en un entorno de privilegio. Vestía un kimono tradicional japonés de mangas largas, azul oscuro, que le llegaba hasta los talones. Era una prenda holgada y cómoda, pareciendo más un atuendo para dormir.
Las miradas de los trabajadores se cruzaron con incertidumbre. ¿Quién era este niño? ¿De dónde había salido? Y, más importante aún… ¿cómo había llegado hasta allí solo?
Saito estaba completamente confundido. No tenía idea de cómo había llegado allí y, para empeorar las cosas, ni siquiera estaba seguro de su propio nombre.
—¿Realmente me llamo Saito? —se pregunto a si mismo.
Giró la cabeza hacia la derecha y vio a varias personas cerca del muelle, la mayoría de ellas parecían pescadores. Tragó saliva, inseguro, pero algo en su interior lo impulsó a acercarse. Entre ellos, un hombre mayor destacaba por su presencia firme: de unos cincuenta años, rostro curtido por el sol, barba desordenada y manos grandes, endurecidas por el trabajo constante en el mar.
Saito se detuvo frente a él con timidez.
—Señor… ¿sabe dónde están mi mamá y mi papá?
El pescador lo observó de arriba abajo, extrañado. Su mirada era dura, pero no fría. Tras unos segundos, respondió con voz grave:
—No, hijo… No los he visto. ¿Recuerdas sus nombres?
Saito bajó la cabeza, negando lentamente.
—No lo sé, señor… Ni siquiera sé cómo llegué aquí.
El hombre frunció el ceño.
—¿No sabes tu nombre, ni de dónde vienes?
—Solo… solo recuerdo una voz. Una mujer. Me dijo: "Te amo, Saito". Creo que así me llamo… no estoy seguro de nada.
El pescador se quedó en silencio, rascándose la cabeza con una mano. Luego suspiró.
—Vaya lío… —murmuró.
Miró hacia el mar, luego al bote solitario de donde creía haber visto llegar al niño.
—¿Saliste de ese bote?
Saito asintió.
—Desperté ahí. Estaba flotando. Me asusté y nadé hasta aquí.
Yamato lo miró con detenimiento, esta vez con más compasión que confusión. El niño parecía sano, bien vestido incluso, pero estaba completamente solo.
—Bueno, no es algo que uno vea todos los días —dijo, cruzando los brazos.
Saito bajó la vista.
—Perdón si le causé molestias.
El hombre negó con la cabeza.
—Bah, no digas tonterías.
Hubo un breve silencio. Luego, el estómago de Saito rugió con fuerza. El niño se llevó una mano a la panza, avergonzado. Yamato alzó una ceja.
—Tienes hambre, ¿eh?
Saito solo asintió.
El pescador se rascó la barba y soltó un suspiro largo, como si tomara una decisión.
—Ven conmigo, chico. Te daré de comer algo.
—¿De verdad? —preguntó Saito, con los ojos brillando.
—Claro. Y si vas a seguir molestando por aquí, más te vale ganarte el pan. ¿Sabes remar?
Saito parpadeó, confundido.
—¿Remar?
Yamato soltó una risa.
—Ya aprenderás. Vamos, antes de que se te caiga del hambre esa cara flaca.
Con una media sonrisa, se dirigió a su bote amarrado al muelle. Saito lo siguió sin decir palabra, pero con el corazón latiéndole rápido. Había algo en ese hombre que le inspiraba seguridad.
Una vez dentro, Yamato le sirvió un plato con pescado asado, verduras salteadas y unas rodajas de limón. El aroma le hizo agua la boca.
—Come con cuidado —le advirtió—. Puede tener espinas.
Saito probó un bocado y sus ojos se iluminaron.
—¡Está delicioso!
El hombre sonrió, orgulloso.
—Eso dicen de mi pescado. Me llamo Yamato Kimura, por cierto.
—Yo… puede llamarme Saito —dijo el niño, limpiándose la boca—. Es lo único que recuerdo.
—Está bien, Saito —repitió el pescador, probando el nombre—. Te ves fuerte para ser tan pequeño. Si vas a quedarte por aquí unos días, puedes ayudarme con la pesca. Nada complicado: pasar los baldes, mantener la red en orden... cosas simples.
—¿Puedo hacerlo? —preguntó Saito, sorprendido.
—Claro que sí. No me gusta tener vagos a bordo, pero tampoco dejo que un niño se muera de hambre frente a mí.
Saito bajó la mirada, y por primera vez desde que había despertado, sonrió con tranquilidad.
—Gracias, señor Yamato.
—No me llames "señor". Solo Yamato.
—Está bien… Yamato.
El pescador se recostó en el banco del bote, mirando el cielo despejado.
—Descansa, chico. Mañana saldremos temprano. Te enseñaré cómo se pesca de verdad.
Saito lo observó un momento, luego se acurrucó junto a un saco de lona, con el estómago lleno y el alma un poco menos vacía. Por primera vez en mucho tiempo —o al menos desde que podía recordar—, se sintió a salvo.
...****************...
...En La Actualidad:...
—Y desde ese día, me dejó vivir y trabajar con usted aquí desde desde entonces —dijo Saito.
Sus ojos azules se encontraron con los azules de Yamato quién lo miraba con su característica sonrisa radiante.
—Nunca van a bastar las palabras de agradecimiento hacia usted, señor Yamato. Pero gracias, gracias por todo lo que hizo por mí.
—No me lo agradezcas, hijo —respondió Yamato—. Hice lo que cualquier persona con corazón haría, y no me arrepiento de hacerlo. Es más, fue una bendición haberte tenido todo este tiempo conmigo.
Saito se sintió maravillado por las palabras de su mentor, y juntos se quedaron viendo el brillo de la mañana resplandece frente a ellos.
...****************...
En el interior del barco, Saito recogió todas sus cosas, decidido a llegar unas horas antes a la academia para prepararse mejor. Sin embargo, Yamato lo detuvo:
—¡Oye, Saito! ¡Espera!
Saito se detuvo, miró a Yamato, confundido.
—¿Pasa algo, señor Yamato?
Yamato se arrodilló para ponerse a su altura.
—Si no consigues pasar la prueba, no te desanimes. Yo estaré aquí esperándote con el budín que tanto te gusta, junto con todos los que te amamos.
Las palabras de Yamato conmovieron profundamente a Saito, quien sonrió con gratitud.
—Gracias, señor Yamato. Le prometo que no lo voy a decepcionar. Aprobaré los exámenes de admisión este año.
Yamato, con una sonrisa sincera, respondió:
—Y yo sé que lo harás.
...****************...
En la academia: Saito y sus compañeros se sentaron en sus pupitres de madera, prestando atención a las palabras de su sensei:
—Como saben, hoy recibirán una prueba en tres fases para evaluar su nivel de habilidad. Con base en sus resultados, determinaremos a qué equipo se asignará a cada uno, dependiendo de sus capacidades físicas, mentales y elementales.
—La primera fase de esta prueba será un examen escrito para determinar su coeficiente intelectual (CI). Serán calificados en una escala de A a F. Si sacan una A, B o D, pasarán a la siguiente fase, pero si obtienen una C o F, quedarán reprobados y no podrán continuar. ¿Queda claro?
Los estudiantes asintieron, con algunos preocupados por el resultado. Sin embargo, Saito se veía tranquilo y confiado, pues sabía que su fortaleza era la mente. Había estudiado con dedicación durante todos los años en la academia, y estaba seguro de que no reprobaría el examen escrito.
Esmeralda repartió a cada estudiante una hoja con diez preguntas y dijo:
—En esta hoja tienen resumidos los temas más importantes que hemos visto en estos seis años. Tendrán 2 horas y 30 minutos para completarlo. Comiencen.
Habían pasado dos horas, y la mayoría de los alumnos ya escribía con dolor mental, tratando de completar al menos la mitad del examen. Muchos de ellos ya sentían las manos acalambradas por el esfuerzo constante.
Por otro lado, Saito había terminado el examen escrito por completo, siendo el primero en hacerlo. Al notar que había terminado antes de tiempo, aprovechó para revisar cuidadosamente cada respuesta, buscando posibles errores para corregirlos y asegurarse de obtener la mejor calificación posible.
Tras treinta minutos de revisión, completando así las dos horas y media asignadas para el examen, Esmeralda se levantó de su asiento y, con voz firme, dijo en voz alta:
—¡Se acabó el tiempo, mis niños! Por favor, dejen de escribir y coloquen sus exámenes en mi escritorio para revisarlos.
Los estudiantes asintieron y, obedientemente, se acercaron en fila al escritorio de su sensei, entregando sus exámenes. Algunos lo hicieron con evidente ansiedad, preguntándose si pasarían a la siguiente fase de la prueba, pues muchos habían estudiado solo el día anterior y habían desperdiciado el resto de los días jugando, en lugar de prepararse adecuadamente.
Cuando todos hubieron entregado sus exámenes, Esmeralda los miró y dijo:
—Muy bien, mis niños. Ahora les pido que tengan paciencia y esperen en sus asientos mientras reviso sus exámenes. Después de corregir cada uno, llamaré al alumno correspondiente para decirle si ha pasado a la siguiente fase. ¿Está claro?
Los estudiantes asintieron, y cada uno regresó a su lugar, aguardando en silencio.
Pasaron cuarenta minutos, y Esmeralda ya había llamado a casi todos sus alumnos. La mitad de ellos había reprobado el examen y no pasarían a la siguiente fase. Los que aprobaron, obtuvieron en su mayoría una calificación B, y algunos, apenas alcanzaron la C. Sin embargo, ninguno obtuvo una A.
Esmeralda les informó que aquellos que aprobaron pasarían a los campos de entrenamiento, ubicados detrás de la academia. Uno a uno, fueron pasando, hasta que llegó el turno de Saito, quien era el último en ser llamado. Se acercó al escritorio donde su sensei lo esperaba de pie, devolviéndole su examen.
—Aquí tienes, Saito, te lo ganaste. No muchos logran una calificación así, y menos siendo el único en hacerlo en el salón.
Saito miró su examen en silencio, casi sin aliento. No había cometido ni un solo error, y no solo había obtenido una A, sino una A+ (lo que indicaba un rendimiento perfecto). Esmeralda, al ver su reacción, le preguntó sonriendo:
—¿Sorprendido?
Saito, aún asombrado, respondió:
—¡Sorprendido es poco, sensei! No sé qué decir, solo que esto es mucho más de lo que esperaba.
—No deberías sorprenderte tanto, Saito. Siempre obtuviste un A en todos los exámenes escritos que te di. Solo era cuestión de tiempo para que llegases a este nivel, y qué suerte que lo lograste justo en este momento. Ahora, ¿por qué no vamos a unirte a tus compañeros para comenzar la segunda fase de la prueba? ¿Te parece? —dijo Esmeralda, con una sonrisa amable.
Saito asintió con entusiasmo, y siguió a su sensei hacia el lugar donde se llevaría a cabo la segunda fase, que consistía en algo aún más desafiante para él: “el control elemental”.
...Continuará....
...(Saito se ve así actualmente):...
...(Pero un poco más sucio y con esta vestimenta):...
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Updated 35 Episodes
Comments
Dora Guzman Pacherres
Muy interesante siempre he tenido curiosidad sobre esta cultura además de los samurai también de los clanes.
2025-03-03
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