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La Leyenda De Los Seinshuns

La Vida de un Sobreviviente, Parte 1

La historia comienza con un niño de unos seis años, inconsciente dentro de un pequeño bote que flotaba a la deriva en medio del Mar Dulce. Llamado así por sus aguas cristalinas y sorprendentemente dulces, este mar contrastaba con los océanos salados y servía como principal vía de navegación para los barcos pesqueros. A lo lejos, elevándose imponente sobre la bahía, se encontraba "Cielo Azul", una majestuosa y hermosa ciudad que servía como la capital central del país conocido como El País de los Nueve Clanes.

El niño despertó de golpe cuando su cabeza chocó contra el borde del bote tras el paso de un barco cercano. Se incorporó de inmediato, desconcertado y asustado. Su respiración era agitada. No tenía idea de dónde estaba ni cómo había llegado allí.

Al girar la vista hacia la izquierda, divisó una bahía formada completamente por piedras. Sintió un impulso inexplicable de dirigirse hacia ella. Sin pensarlo demasiado, se puso de pie con dificultad y saltó al agua, nadando con torpes brazadas hacia la orilla.

El Mar Dulce, vasto como la propia ciudad, parecía abrazarlo con su calidez. Sin embargo, a mitad del trayecto, un dolor agudo le atravesó la cabeza. Un quejido ahogado escapó de sus labios, y su mano se aferró a su frente en un intento inútil de aliviar la punzada.

En ese instante, una imagen fugaz apareció en su mente: una mujer adulta, su rostro borroso pero impregnado de una calidez infinita. Su voz, aunque etérea, resonó con claridad dentro de su cabeza:

—Te amo, Saito.

El dolor se disipó lentamente, dejándolo flotando en el agua con una sensación extraña en el pecho. Saito… ¿Era ese su nombre? No estaba seguro, pero algo en su interior le decía que sí. Sin embargo, la verdadera pregunta era: ¿quién era ella?

Con esas incógnitas latiendo en su mente, reanudó su trayecto hacia la bahía. Al llegar, luchó por trepar hasta la orilla con su pequeño y frágil cuerpo infantil. Las rocas eran resbaladizas, y la altura representaba un desafío, pero con determinación logró impulsarse hasta ponerse a salvo.

Apenas puso un pie en tierra firme, las personas que trabajaban en la zona voltearon a verlo con asombro. No todos los días aparecía un niño solitario en la bahía, y menos uno con una apariencia tan peculiar.

Saito tenía un encanto singular. Sus ojos eran de un azul intenso y brillante, enmarcados por un cabello negro, liso y sedoso que caía suavemente sobre su frente. Su piel, de un blanco impoluto, parecía bien cuidada, como si hubiera sido criado en un entorno de privilegio. Vestía un kimono tradicional japonés de mangas largas, azul oscuro, que le llegaba hasta los talones. Era una prenda holgada y cómoda, pareciendo más un atuendo para dormir.

Las miradas de los trabajadores se cruzaron con incertidumbre. ¿Quién era este niño? ¿De dónde había salido? Y, más importante aún… ¿cómo había llegado hasta allí solo?

Saito estaba completamente confundido. No tenía idea de cómo había llegado allí y, para empeorar las cosas, ni siquiera estaba seguro de su propio nombre.

—¿Realmente me llamo Saito?

Giró la cabeza hacia la derecha y vio a varias personas que parecían ser pescadores. Tragó saliva, inseguro, pero decidió acercarse a uno de ellos. Se trataba de un hombre mayor, de unos cincuenta años, con el rostro curtido por el sol y las manos ásperas de tanto trabajar en el mar. Con timidez, Saito preguntó:

—Señor… ¿sabe dónde están mi mamá y mi papá?

El pescador, llamado Yamato Kimura, lo miró con curiosidad antes de responderle con voz ronca pero amable:

—No sé quiénes son tus padres, hijo. ¿Recuerdas sus nombres? Tal vez así pueda ayudarte.

Saito bajó la mirada y negó con la cabeza.

—No lo sé, señor… Ni siquiera sé cómo llegué aquí.

La respuesta dejó a Yamato perplejo. Era raro, demasiado raro, que un niño no recordara quiénes eran sus propios padres o cómo había terminado en la bahía. Frunció el ceño y se cruzó de brazos antes de decir:

—Si ni tú mismo sabes sus nombres, ¿cómo lo voy a saber yo?

Saito guardó silencio. Algo dentro de él le decía que debía recordar, pero su mente era un completo vacío. Yamato, aún con dudas, insistió:

—¿Ni siquiera recuerdas cómo lucían?

Saito se esforzó en pensar, pero su mente seguía siendo un mar en blanco. Después de unos segundos, respondió con sinceridad:

—No lo sé, señor… Cuando desperté, ni siquiera sabía quién era.

Yamato lo miró con incredulidad.

—¿"Cuando despertaste"? ¿De qué hablas?

Saito tomó aire y explicó con calma:

—Me desperté en ese bote de allá, flotando en medio del mar. No sabía dónde estaba ni cómo me llamaba… hasta que una imagen apareció en mi cabeza. Era una mujer… no puedo verla con claridad, pero me dijo: "Te amo, Saito".

El niño bajó la vista, sintiendo una extraña tristeza en el pecho.

—Así que supuse que ese era mi nombre. Pero no entiendo por qué no está aquí… ni por qué siento que se estaba despidiendo de mí.

Yamato se quedó en silencio, observando al niño con una mezcla de compasión y desconcierto. ¿Cómo es posible que un niño termine en medio del mar sin recordar nada?

Tras unos momentos de reflexión, suspiró y dijo:

—Lamento lo que te ha pasado, muchacho, pero no sé cómo ayudarte. Si no recuerdas a tus padres, no tengo manera de encontrarlos.

Saito asintió, sin querer causar más molestias.

—Está bien… Gracias de todos modos, señor.

Dicho esto, desvió la mirada hacia la enorme ciudad que se extendía frente a él. Cielo Azul era impresionante. Desde el muelle podía ver las casas de madera con ventanas de papel al estilo tradicional y tejados curvos que le daban un aire elegante y antiguo. Nunca había visto algo así… o, al menos, no lo recordaba.

Detrás de aquellas casas se alzaban más edificios, incluidos restaurantes y otros establecimientos. Al notar la expresión de asombro en el rostro del niño, Yamato sonrió y comentó:

—Es hermosa la ciudad, ¿no lo crees?

Saito asintió, aún maravillado. Yamato entonces explicó:

—Esta ciudad se llama Cielo Azul. Es la capital de nuestro país, fundado gracias a la cooperación de los nueve clanes, lo que dio origen a lo que hoy conocemos como el País de los Nueve Clanes.

La curiosidad de Saito se encendió al escuchar sobre los clanes. Sin pensarlo, preguntó:

—¿Los nueve clanes? ¿Qué son?

Yamato frunció el ceño, sorprendido.

—¿No sabes qué son los nueve clanes, niño?

Saito negó con la cabeza. La sorpresa del pescador se hizo evidente. Cualquier niño de la región conocía la historia de los clanes, incluso los más pequeños.

—Niño… ¿no serás un extranjero o algo por el estilo?

Saito se encogió de hombros.

—Tal vez… Oiga, señor, ¿puede contarme más sobre los nueve clanes?

Los ojos del niño brillaban con emoción, lo que hizo que Yamato sonriera con diversión.

—Vaya, sí que te interesa el tema, ¿eh? Bueno, ven conmigo.

Señaló con el pulgar su barco, amarrado al muelle.

—Será mejor que hablemos allí. Estaremos más cómodos.

Saito asintió y lo siguió hasta el barco. Una vez dentro, Yamato se percató de que el estómago del niño rugía con fuerza.

—¿Tienes hambre, niño?

Saito bajó la cabeza, avergonzado, y asintió.

—No eres de hablar mucho, ¿verdad? —comentó Yamato con una ceja alzada.

El niño volvió a asentir.

Suspirando, el pescador se frotó la nuca.

—Bueno, chico, déjame prepararte algo de comer. Mientras comes, te contaré todo sobre los nueve clanes. ¿Qué dices?

Saito alzó la mirada con ilusión y asintió rápidamente.

Quince minutos después, Yamato colocó frente a él un plato con pescado asado acompañado de verduras y dos rodajas de limón a un lado. El aroma era delicioso, y la presentación hacía que Saito tragara saliva con impaciencia.

El pescador rió al ver cómo se le hacía agua la boca.

—Come con cuidado, niño. Puede tener espinas.

Saito no necesitó más indicaciones. Tomó un trozo y, tras el primer bocado, su rostro se iluminó.

—¡Está delicioso! —exclamó con emoción, sus ojos brillando de felicidad.

—Me alegra que te guste —respondió Yamato con una sonrisa. Luego, apoyó un codo sobre la mesa y lo observó con curiosidad—. Dime, ¿de verdad te llamas Saito?

El niño dejó de comer un momento y respondió con sinceridad:

—No lo sé, señor. Es solo una suposición. No sé si realmente es mi nombre, pero si quiere, puede llamarme así.

El pescador asintió.

—Está bien, Saito. Ahora, presta atención, porque esta es una historia larga.

Saito dejó de lado su plato por un momento para escuchar con atención.

—Los nueve clanes que conforman nuestro país son los siguientes —comenzó Yamato—. Primero, está el Clan de la Grulla, el más débil y con menor prestigio en la actualidad. Luego, el Clan de la Hoja, famoso por sus poderosos maestros elementales de las plantas.

—Después tenemos el Clan de la Serpiente, reconocido por sus habilidades de infiltración y espionaje. Y el Clan de la Tortuga, que se especializa en la defensa y el contraataque.

—Luego está el Clan de las Sombras, maestros del elemento rayo. Sin embargo, sus rayos son diferentes a los comunes. En lugar de ser azules o blancos, son negros y mucho más violentos.

Saito escuchaba con fascinación.

—Uno de los clanes más poderosos es el Clan Pétalos de Sangre —continuó Yamato—. Está compuesto exclusivamente por mujeres y sus habilidades están ligadas a los pétalos de sangre, que pueden usarse tanto para la defensa como para el ataque. Son famosas por su belleza… y por lo peligrosas que pueden ser. Así que, si alguna vez decides coquetear con una de ellas, mejor piénsalo dos veces.

El pescador hizo una mueca de terror al decir esto último, lo que hizo que Saito se riera.

—Sigamos —prosiguió Yamato—. El Clan Tigre Blanco es uno de los más fuertes y completos en términos de combate. Sus miembros tienen una conexión especial con el agua. Su líder, Yonko Kaneda, posee un elemento raro: hielo, una combinación entre el rayo y agua.

—Luego está el Clan León del Fuego, igual de fuerte que el Tigre Blanco. Su enfoque es más ofensivo, y la mayoría de sus miembros son maestros del fuego.

—Y, por último, el legendario Clan Seinshun.

Saito notó cómo la voz de Yamato se tornaba más seria al mencionarlo.

—Este clan es único. No tiene la riqueza del Clan Pétalos de Sangre ni el prestigio del Clan León del Fuego, pero en términos de combate, es el más completo. Son expertos en el uso de armas: espadas, lanzas, cuchillos, arcos… cualquier cosa que pueda usarse en batalla.

—Además, sus miembros suelen poseer dos afinidades elementales en lugar de una. Son guerreros natos, pero lo que realmente los hace legendarios es una técnica que todos los clanes codician: el Raisengan.

Saito parpadeó.

—¿Raisengan?

El nombre resonó en su mente, como si lo hubiera escuchado antes.

—¿Qué es el Raisengan, señor Yamato?

El pescador se encogió de hombros.

—No sé mucho al respecto, muchacho. Nunca lo he visto con mis propios ojos, y con mi trabajo no he tenido tiempo de investigar.

Saito frunció el ceño, pensativo. Algo en el nombre Seinshun y en la palabra Raisengan le resultaba familiar, pero por más que intentaba recordar, su mente seguía en blanco.

Para despejarse, cambió de tema.

—Señor Yamato, ¿qué hay dentro de la ciudad?

Yamato sonrió.

—Te sorprenderías, niño. Cuanto más te adentras en Cielo Azul, más impresionante se vuelve. Sin embargo, también puede ser peligrosa, especialmente de noche. Así que, si vas, hazlo con cuidado.

El pescador se puso de pie y se estiró.

—Bueno, niño, tengo que volver al trabajo.

Saito lo miró con curiosidad.

—¿Puedo ayudar en algo?

Yamato arqueó una ceja.

—Vaya, sí que eres un niño educado. De hecho, sí. Tenía que entregar estos pescados hace unos minutos, pero me distraje hablando contigo y ahora debo salir a pescar más.

Saito se sintió culpable.

—Lo siento, señor Yamato…

El pescador rió.

—Bah, no te preocupes. Solo fue un retraso de unos minutos. De hecho, disfruté nuestra charla.

Tomó dos bolsas con pescado y se las tendió.

—Llévalas a un restaurante llamado "Chacos". Está a unas calles de aquí. Dile a la dueña que Yamato Kimura las envía y que me disculpe por la tardanza. Solo sigue derecho y lo encontrarás.

Saito tomó las bolsas con entusiasmo.

—¡Lo haré, señor Yamato! ¡Quiero ver cómo es la ciudad!

El pescador sonrió.

—Ve con cuidado, muchacho. Nunca se sabe qué puede pasar en un lugar como Cielo Azul.

Sin saber lo que le esperaba, Saito emprendió su camino hacia la ciudad.

...Continuara....

La Vida de un Sobreviviente, Parte 2

Saito partió con la encomienda de Yamato, llevando consigo la carga de peces. El pescador lo observó alejarse con una sonrisa amplia, sintiendo un genuino afecto por el niño. Mientras lo veía perderse entre las calles, pensó con alegría:

"Ese chico... Parece que disfrutará recorriendo la ciudad por su cuenta. Probablemente termine haciendo lo mismo que yo en mi juventud. Je, je, je."

De repente, una idea se instaló en su mente.

"Tal vez debería proponerle que trabaje conmigo como pescador. Si mis sospechas son ciertas y ha sido abandonado, es probable que no tenga un lugar al que regresar. Dejarlo solo en la capital sería peligroso… Además, no me vendría mal algo de ayuda. Ya no tengo la fuerza de cuando tenía veinte años, y un joven enérgico como él podría aliviarme varias cargas."

Con esa reflexión en mente, el tiempo pasó sin que se diera cuenta.

...----------------...

Treinta minutos después, Saito llegó ante un modesto restaurante con un gran letrero que decía "Chacos", acompañado de la imagen de un pez. Desde afuera, el local parecía pequeño, y al entrar, comprobó que los muebles, aunque gastados y envejecidos por los años, estaban sorprendentemente bien cuidados. A pesar de la falta de mantenimiento evidente, el lugar tenía cierto encanto rústico.

Se acercó al mostrador, dispuesto a entregar el encargo, cuando de repente, una joven emergió de detrás de la recepción cargando una bolsa de harina. Su repentina aparición lo tomó por sorpresa, haciéndolo dar un paso atrás.

La chica, de aproximadamente dieciséis años, tenía el cabello negro y los ojos igualmente oscuros. Su piel clara y tersa reflejaba un cuidado meticuloso, y su porte desprendía una mezcla de sencillez y gracia. Vestía un uniforme de trabajo compuesto por un vestido negro y una bata blanca ceñida a la cintura, adornada con el emblema del restaurante: la figura de un pez.

La joven misteriosa dejó la bolsa de harina sobre el mostrador y, al levantar la vista, notó la presencia de un niño pequeño que la observaba con una mezcla de asombro y timidez. Su expresión de susto, contrastada con las dos bolsas blancas que sostenía con ambas manos, le pareció enternecedora.

Una sonrisa cálida se dibujó en su hermoso rostro antes de inclinarse ligeramente hacia él.

—¡Pero qué niño tan adorable! —exclamó con dulzura—. Nunca te había visto por aquí. ¿Te mudaste recientemente? ¿Quiénes son tus padres? ¿Dónde vives? ¿Cuál es tu nombre? ¿Tienes novia?

Saito quedó paralizado ante la ráfaga de preguntas. No sabía cuál responder primero, así que optó por las más esenciales.

—Lo siento, pero… no sé de dónde vengo ni quién soy. Solo vine a entregar esto que me pidió un señor llamado Yamato Kimura.

La sorpresa se reflejó en los ojos de la joven. Un niño sin recuerdos de su origen le parecía desconcertante, pero lo que más le llamó la atención fue el hecho de que Yamato lo hubiera enviado hasta su restaurante. Ese hombre no solía confiar en nadie, mucho menos en un niño tan pequeño e indefenso. ¿Quién era realmente este chico?

"¿Será su nieto? —pensó ella, frunciendo ligeramente el ceño—. No lo creo… Yamato nunca tuvo hijos, que yo sepa. Quizás solo sea un niño que se ofreció a ayudarlo por dinero o algo similar."

Aún intrigada, la joven decidió hacer otra pregunta.

—¿Recuerdas al menos tu nombre o apellido?

El pequeño asintió.

—No recuerdo mi apellido… pero mi nombre es Saito. Así que, si quieres, llámame así.

La joven sonrió con ternura.

—Saito, ¿eh? Encantada de conocerte. Mi nombre es Izumi Izusuki.

El niño la observó con más detenimiento y, por primera vez, notó lo hermosa que era. Sus mejillas ardieron levemente, pero logró contener el rubor con gran esfuerzo.

Izumi retomó la conversación con una expresión amable.

—Entonces, viniste a entregar un recado en nombre de Yamato… ¿Eres su hijo o algún pariente suyo?

Saito negó con la cabeza.

—No, solo me pidió que trajera esto.

Dicho esto, levantó las bolsas que le había dado Yamato y se las mostró a Izumi. Ella las tomó y, al abrirlas, vio que contenían pescado fresco, aún conservando su brillo natural y sin ningún rastro de mal olor.

—Como siempre, de excelente calidad —comentó con una leve sonrisa.

Acto seguido, sacó una pequeña bolsa del mostrador y se la entregó al niño.

—Dásela a Yamato y dile que, como siempre, agradezco su mercancía.

Saito asintió y se giró para marcharse, pero antes de cruzar la puerta, Izumi lo detuvo con un comentario inesperado.

—Espero verte más seguido, Saito. Hace tiempo que no veía a un niño tan encantador como tú por estos lares.

El pequeño se giró con una sonrisa sincera.

—Yo también lo espero.

Izumi lo contempló en silencio por un momento antes de añadir, con una expresión juguetona:

—Ahora que te observo mejor… Para ser tan joven, eres bastante lindo y adorable. Tanto que me dan ganas de saltar el mostrador y comerte a besos.

Lo dijo con un tono pícaro, solo para molestarlo, esperando verlo avergonzado. Pero la respuesta de Saito la tomó por sorpresa.

—Si una jovencita tan hermosa como usted hiciera eso… no tendría ninguna objeción.

Izumi se quedó boquiabierta, sintiendo un leve calor subir a sus mejillas. Nadie, salvo su padre, la había elogiado con tanta naturalidad antes.

Saito, sin darle mayor importancia, le dedicó una última sonrisa antes de despedirse.

—Debo irme. Tengo que entregarle esto al señor Yamato. Cuídese mucho, señorita Izumi.

Y con esa despedida, salió del restaurante.

Izumi se quedó viéndolo marcharse, sumida en sus pensamientos.

"Qué niño tan extraño… No recuerda quién es ni de dónde viene, pero tiene la educación y elegancia de un caballero. Algo que muchos hombres hoy en día no pueden presumir. Y además… es increíblemente lindo para su edad. Seguro lo será aún más cuando crezca."

Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios al imaginarlo unos años mayor.

"Si ese es el caso… entonces esperaré a que cumpla la mayoría de edad. Y cuando lo haga… lo haré completamente mío. ¡Y eliminaré a cualquier solterona desesperada que intente arrebatármelo!"

...Continuará....

La Vida de un Sobreviviente, Parte 3: El Pasado de Yamato (1)

Habían pasado treinta minutos desde que Saito salió del restaurante de Chacos para dirigirse al muelle, donde Yamato lo esperaba. Desde su barco, el viejo pescador observó al joven regresar con paso ligero y una expresión de satisfacción en el rostro.

—¡Señor Yamato! —exclamó Saito con entusiasmo—. Ya terminé con el encargo que me pidió. ¿Necesita que haga algo más?

Yamato le devolvió la sonrisa mientras maniobraba el timón.

—¡No, muchacho! Ya hiciste suficiente por hoy. Pero, en realidad, estaba esperándote para hablar de algo importante.

Saito arqueó una ceja, intrigado.

—¿Puedo preguntar de qué se trata, señor Yamato?

El pescador negó con la cabeza.

—Ahora no es el momento, Saito. Déjame atracar el barco y podremos hablar con más calma.

Saito asintió y aguardó en la orilla mientras Yamato aseguraba el barco con el amarre. Una vez en tierra firme, el viejo pescador se acercó con una expresión más seria, pero aún amigable.

—Veo que cumpliste con tu encargo. Dime, ¿conociste a Izumi?

Saito asintió.

—Sí, señor.

El interés en la mirada de Yamato se intensificó.

—¿Y qué te pareció?

Saito titubeó un instante antes de responder.

—Es… interesante.

Yamato soltó una carcajada.

—¿Verdad que sí? Puede ser encantadora, sobre todo con los hombres guapos. Aunque, si te soy sincero, no hay muchos por aquí.

Saito sonrió divertido ante el comentario, pero pronto recordó que Yamato tenía algo importante que decirle.

—Señor Yamato, mencionó que quería hablar conmigo. ¿De qué se trata?

El pescador asintió, cruzándose de brazos.

—Es algo en lo que he estado pensando desde hace un tiempo, y creo que te podría beneficiar bastante.

El interés de Saito creció, atento a cada palabra.

—Pero antes de eso —continuó Yamato—, será mejor que hablemos en mi barco. El viento empieza a enfriarse y no quiero pescar un resfriado. Además, te vendría bien un té caliente.

—¡No tengo problema con eso! —respondió Saito con entusiasmo—. Me dará gusto escuchar lo que quiere decirme.

Yamato sonrió, complacido con la actitud del muchacho, y ambos subieron a la embarcación.

Una conversación importante

Unos quince minutos después, Saito sostenía entre sus manos una taza de té humeante, disfrutando del calor reconfortante. Mientras tanto, Yamato tomaba asiento frente a él, listo para plantearle su propuesta.

—Bueno, niño, como te dije, he estado pensando en esto, y creo que podría ser una buena idea que trabajes conmigo como pescador. Al menos hasta que encuentres a tus padres o algún pariente tuyo.

Saito parpadeó, sorprendido. No esperaba una oferta así.

—¿Qué dices? —preguntó Yamato con una sonrisa—. No es un mal trato, ¿verdad?

Saito bajó la mirada, algo dubitativo.

—Pero, señor… ¿no sería una molestia para usted? No sé nada sobre pesca, nunca he atrapado un solo pez en mi vida.

Yamato soltó una carcajada.

—¡Bah! Eso no es problema. Yo me encargaré de enseñarte. Todos empezamos sin saber nada, niño. Además, si no tienes dónde dormir, puedes quedarte aquí en el barco. Tengo dos camas, una al lado de la otra.

Saito se quedó en silencio por un momento, asimilando la oferta. No tenía un hogar, y la posibilidad de un techo y compañía era más de lo que podía haber esperado. Sin embargo, una duda persistía en su mente.

—¿Está seguro de que no seré una carga para usted, señor Yamato?

El viejo pescador sonrió con paciencia.

—¿Por qué lo serías? No eres la primera persona que invito a quedarse aquí.

Aquellas palabras despertaron la curiosidad de Saito.

—¿Entonces… usted ya vivió con alguien más en este barco?

—Así es, niño —asintió Yamato—. Hace años, vivía aquí con mi familia. Fueron los mejores tiempos de mi vida.

Saito frunció el ceño, sintiendo un ligero nudo en el estómago. Si tenía familia… ¿dónde estaban ahora? La ausencia de otras personas en la embarcación era evidente.

Vacilante, preguntó:

—Señor Yamato… No quiero incomodarlo, pero… ¿qué pasó con su familia?

El viejo pescador lo miró en silencio por unos segundos, lo que hizo que Saito se removiera en su asiento. Finalmente, Yamato exhaló con una leve sonrisa melancólica.

—Esa… es una historia larga. Pero si quieres, puedo contártela.

Saito asintió con interés.

—Muy bien… —dijo Yamato, acomodándose en su asiento—. Supongo que lo mejor será empezar por el principio… el día en que conocí a mi esposa.

El pescador esbozó una sonrisa nostálgica antes de continuar:

—Esto fue hace treinta y tres años, en mis días de juventud, cuando era más alto, más fuerte… y, si me lo preguntas, más atractivo que ahora. Aunque, claro, en ese entonces aún conservaba todo mi cabello.

Saito soltó una pequeña risa, mientras Yamato se pasaba la mano por la cabeza, donde el cabello escaseaba.

La historia apenas comenzaba.

—Hubo un tiempo en el que viví en una ciudad muy lejana a esta —comenzó Yamato, con la mirada perdida en el vaivén de las olas—. En aquel entonces, tuve que arreglármelas por mi cuenta.

Hizo una pausa, como si el peso de los recuerdos lo abrumara por un momento.

—Perdí a mis padres a causa de una neumonía. Fue algo rápido, implacable… y antes de darme cuenta, me quedé completamente solo. Lo único que me quedó de ellos fue este barco, el mismo en el que estamos ahora.

Saito escuchaba en silencio, sin interrumpir.

—Eran tiempos difíciles. Estaba destrozado, sin ganas de hacer nada. Había días en los que ni siquiera quería levantarme… simplemente deseaba desaparecer, o morir.

El viejo pescador suspiró y sonrió con amargura.

—Pero entonces recordé algo que mi padre solía decirme cuando enfrentaba problemas: "La vida no siempre es color de rosas, hijo. Habrá momentos en los que te sentirás débil y solo, en los que pensarás que ya no puedes más. Pero al final, solo tú puedes decidir: levantarte y fortalecerte en el dolor, o rendirte y perecer en él."

Saito sintió un escalofrío. Aquellas palabras, aunque simples, tenían un peso enorme.

—Así que tomé una decisión —continuó Yamato—. En lugar de seguir llorando y lamentándome por lo sucedido, debía levantarme y hacerme más fuerte, tal como mi padre siempre decía. Dejé de hundirme en la tristeza y salí a pescar, porque la comida no iba a llegar sola.

El pescador sonrió con nostalgia.

—Me alejé bastante de la costa, buscando un buen lugar para lanzar la red. Justo cuando estaba a punto de hacerlo… vi algo que me dejó helado.

Saito se inclinó ligeramente hacia adelante, intrigado.

—Allí, flotando boca arriba en el agua, había una chica inconsciente.

El joven abrió los ojos con sorpresa.

—Llevaba un hermoso vestido rojo con dibujos de pétalos. Parecía tener mi edad, quizás un poco menos… pero lo que más me impactó fue su belleza. Nunca había visto a una mujer así.

El tono de Yamato se volvió más suave, casi reverente.

—Tenía el cabello rojo como el fuego, una piel increíblemente clara y bien cuidada, y pestañas cortas que realzaban aún más sus rasgos. No tenía un cuerpo voluptuoso, pero eso no importaba… su rostro era simplemente perfecto.

Saito tragó saliva, imaginando la escena.

—No podía dejarla ahí, así que la subí a mi barco. No tenía idea de quién era ni cómo había terminado en el mar, pero en ese momento solo pensaba en salvarla.

Yamato se quedó en silencio por un momento, perdido en sus recuerdos.

—Ese día… cambió mi vida para siempre.

Saito no dijo nada. Solo esperó, ansioso por escuchar el resto de la historia.

—Cuando la saqué del agua, noté algo alarmante: tenía una gran quemadura en la espalda.

El tono de Yamato se tornó serio.

—No tenía idea de lo que le había ocurrido, pero sabía que debía actuar rápido. La llevé a mi cama y traté sus heridas lo mejor que pude. Sin embargo, pronto comenzó a arder en fiebre, y al no tener medicinas en el barco, no me quedó otra opción que volver a la ciudad para conseguir antibióticos.

Saito escuchaba con los ojos muy abiertos, completamente atrapado en la historia.

—Corrí por las calles como un loco, comprando todo lo necesario: vendajes, desinfectante y medicamentos para la fiebre. No podía perder tiempo. Apenas tuve lo necesario, volví al barco lo más rápido que pude.

Yamato respiró hondo, recordando la escena.

—Cuando llegué, la encontré aún peor. Su piel estaba roja, su respiración agitada… la fiebre la estaba consumiendo. No podía permitir que muriera después de haberla sacado del agua.

El pescador apoyó los codos sobre la mesa y entrelazó los dedos.

—Tomé el desinfectante y limpié la herida de su espalda con cuidado. En cuanto el líquido tocó su piel, dejó escapar un gemido de dolor. Pero no podía detenerme, tenía que evitar una infección. Después de desinfectarla, la vendé con sumo cuidado… sin desvestirla.

Saito lo miró con curiosidad.

—Mi padre siempre me decía que a una mujer se le debe tratar con amor y respeto —explicó Yamato—. Y desnudarla sin su consentimiento habría sido ir en contra de los valores que me inculcó.

El joven asintió, comprendiendo la importancia de aquellas palabras.

—También le preparé una sopa caliente y coloqué el medicamento a su lado, en caso de que despertara. Lo único que podía hacer era esperar.

Yamato esbozó una sonrisa nostálgica.

—Cuando estaba a punto de cambiar la toalla húmeda que le había puesto en la frente para bajar la fiebre… de repente, abrió los ojos.

Saito contuvo la respiración.

—Antes de que pudiera decir una palabra, vi un destello de acero.

Yamato hizo un gesto con la mano, como si estuviera sosteniendo algo invisible.

—Sacó una daga que había mantenido oculta en las mangas de su ropa y, en un abrir y cerrar de ojos, la afilada punta estaba contra mi cuello.

El pescador rió entre dientes.

—Y con una voz amenazante, me preguntó: "¿Quién eres?"

Saito tragó saliva. No esperaba ese giro en la historia.

—¿Y qué hiciste? —preguntó ansioso.

Yamato sonrió con picardía, disfrutando de la reacción del muchacho.

—Bueno… eso, muchacho, es otra parte de la historia.

Saito se quejó, pero Yamato solo soltó una carcajada antes de continuar.

...Continuará....

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