CAPÍTULO 5

Si bien estaba calmado respecto a aquello, muchas preguntas se vinieron a su mente, en especial un sentimiento de recelo contra la mujer, ya que ella era cercana al papa y este le recordaba a la mujer que por todos los medios estaba intentando conseguir divorciarse de él. A la mujer que no le importó matar a su hijo no nato con tal de liberarse de su matrimonio.

—¿Cómo es posible?—preguntó en un susurro apenas audible.

—Una larga historia, capitán—respondió el rey—la cosa es que hasta que resuelva mi disputa con la iglesia y el papa, ella se ocultará en su casa y será la nodriza de su hijo. Nadie sospechará que de manera tan evidente escondí a la santa.

—Mi rey, aun sigo oficialmente casado con la nieta del papa, ¡He sido acusado de asesinato e intento de asesinato! ¡La familia papal buscará mi cabeza!—habló preocupado—¿Está consciente que al ayudarme usted está empeorando su situación con la iglesia?

Él movió la cabeza asintiendo, sabía muy bien lo que iba a ocurrir, pero de verdad necesitaban detener al papa. Las atrocidades que él, cubriéndose con la figura de la iglesia, era capaz de hacer a puertas cerradas, de verdad eran indescriptibles.

—Lo estoy, al igual que ella—respondió el monarca—ella sabe muy bien la verdad.

—¿Por eso escapaste?—cuestionó.

—Y por eso trabajaremos juntos—respondió de nuevo el rey sin dejar hablar a Aurora—te daré unos días para descansar, usaremos el revuelo mediático de tu divorcio en contra de ellos, hasta entonces, ella los protegerá.

Ambos se levantaron y con una reverencia vieron partir al rey, después de tomar una última taza de té. El capitán, una vez estuvieron solos, miró con recelo a la chica que se supone "los protegería" tanto a él cómo a su hijo.

—¿Cuántos años tienes?—preguntó.

—18 años, capitán—respondió con una sonrisa.

De inmediato cerró los ojos mientras se sentaba, no solo era la santa por la cual la iglesia estaba intentando hacerle la guerra al rey, sino que también era menos que él por más de 20 años. Suspiró incrédulo ante eso, si no fuera porque el mismo rey lo dijo, creería aun que estaba muerto.

—Solo concéntrate en Bolita de arroz, yo me ocuparé de la seguridad—dijo antes de intentar marcharse, si no fuera porque ella lo detuvo—¿Qué ocurre?

—¡Bolita de arroz no es un nombre!—reclamó—¡Aurora quiere que el bebé tenga un nombre propio!

Volvió a suspirar con pesadez, no solo le desesperaba la actitud retardada de la santa, sino que el tacto con una mujer le desagradaba a montones. Por lo que apartó con brusquedad su brazo de la mano de ella, asustándola enormemente.

Comenzó a acercarse, mientras ella retrocedía, hasta arrinconarla contra la estantería de libros. Mirándola directamente a sus ojos, con una frialdad propia de la media noche, si no fuera por el porte digno que ella una vez tuvo cuando estaba en la iglesia, pareciera como un venado siendo arrinconado por su cazador.

—Es mi hijo y decido que nombre ponerle—le espeto con enojo—por tu bien, no vuelvas a tocarme.

Dicho eso comenzó a caminar rumbo a las escaleras, quería estar solo un rato, pero lo que no esperó fuera que la puerta del salón de estar se cerrara de inmediato, siendo bloqueada por una fuerza que le pasó una corriente eléctrica a su mano cuando intentó forzar la cerradura.

—Cuando Aurora estaba sirviendo a la iglesia, pudo ver que en los lugares santos el mismo infierno puede llegar—respondió enojada, acercándose a él—Aurora dejó de tener miedo del papa cuando escapó, mucho menos lo va a tener de usted. Aurora puede ser una retardada discapacitada, ¡Pero no miedosa!

—¿A dónde quieres llegar con ese discurso de poca monta?—preguntó enojado.

—¡Que Aurora protegerá a Bolita de arroz, aun cuando sea usted el que le esté haciendo daño! ¡Esa es la misión de Aurora!—respondió colocándose de puntas en sus pies para ser más alta—¡Así deba tocarlo y sacarle su orgullo herido! Ahora es papá, su prioridad es su bebé, ¡No deje que la amargura por lo de su esposa lo aleje de él!

Una vez aclarado aquello, ella le sacó la lengua y corrió a un lado, para salir del salón de estar. Dejando al capitán Redfield atónito por lo sucedido, tanto que no sabía ni que pensar. No solo una niña que fácilmente podía ser su hija lo había regañado, sino que también le había sacado la lengua y segundos antes prometido que le haría frente incluso a su orgullo e ira por lo ocurrido.

—¿De verdad esa retardada es la santa?—preguntó mientras la observaba subir las escaleras—si no fuera porque salvó a mi hijo, ya la hubiera echado de esta casa.

"¡Qué Dios bendiga al hombre que se case con ella y tenga que soportar a alguien tan desesperante!"

Refunfuñó mientras subía a la habitación de la mujer que aún era su esposa, recordando así los momentos previos a todo lo ocurrido. Desde que ella quedó en embarazo, decidió dormir sola, ya que alegaba que él le daba asco y que lo vomitaría por el mal que le hizo al haberla embarazado. De tan solo recordar ese momento en específico, hizo que se detuviera en frente de su puerta.

Fue una noche de invierno, cuando tuvieron que llamar a un médico a causa de un malestar que presentaba. Después de examinarla, este había indicado su posible sospecha de embarazo, provocando que el capitán despidiera al hombre con una sonrisa, mientras daba pequeños brincos de alegría. Lo que jamás pensó fue ver a su esposa, sintiéndose mal, tomando una copa de vino.

—¡Cariño! ¡Beber es malo!—gritó quitándole la botella.

—¡¿Por qué me amarraste con este maldito bebé?!—gritó iracunda—¡¿No ves que no te amo?! ¡Te odio! ¡Dame el divorcio por una puta vez!

Se masajeó las sienes mientras intentaba apartar ese recuerdo, tan mal se ponía que sentía de nuevo el miedo que pasó al ver a su esposa en el suelo sangrando, mientras escondía su sonrisa. Aunque la amaba, y quería luchar por su matrimonio, le hubiera dado el divorcio, pero no entendía la razón por la cual desquitarse con una criatura que no había nacido aún.

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