CAPÍTULO 4

—O muerto o alucinando, ¿Por qué estoy escuchando el llanto de un bebé?—contra pregunta.

—¡Es su hijo! ¡Está siendo acunado por su nodriza!—habló la enfermera.

Sin poder creer lo que estaba escuchando, el hombre salió corriendo de la habitación, ignorando el hecho de que el propio rey se encontraba saliendo de la habitación de al lado. Fue allí cuando vio, en una pequeña cuna, bañada por el sol cuyo rayos entraban gentilmente por una cortina blanca, una pequeña bolita moviéndose de un lado a otro.

—Sí, estoy muerto—dijo estático como una estatua, temía acercarse a la cuna.

El rey, suspirando por lo que estaba ocurriendo, cansado de todo el ajetreo anterior, ordenó al médico y a la enfermera ayudar al capitán a calmarse. Luego, con una mirada, ordenó a todos, incluyendo a la mujer que acunaba al bebé, salir de la habitación.

—¿Cómo hiciste para que volviera a la vida tan saludable?—cuestionó el monarca a la mujer que ocultaba su cabello en un velo—entiendo que seas la santa, pero, ¿Hasta dónde llega realmente tu poder?

—Aurora solo hizo una oración y Dios la escuchó—respondió la mujer—Aurora solo es una campesina que no sabe leer, ni yo sé como funciona a veces mi poder.

Suspiró bastante escéptico, pero averiguaría la verdad después. Ahora mismo su dolor de cabeza radicaba en el papa, quien estaba apoyando el proceso de divorcio de Sara y su capitán. Así mismo, debido a que las noticias del supuesto "maltrato" se dispersaron, y que en vista a que aun una parte del pueblo lo creí responsable de la desaparición de la santa para usar su poder, estaba contra la espada y la pared.

—Bajemos a la sala de estar, quiero tomar té—ordenó el monarca—mientras tanto démosle al capitán tiempo con su hijo.

El hecho de haber apoyado al capitán ya se había vuelto una declaratoria de guerra contra el mismo papa y la iglesia incluida; no obstante, era peor quedarse de brazos cruzados. Sea cual fuera su decisión, siempre había un plato roto que pagar. Ahora debía buscar una forma de justificar ante el parlamento, los ministros y el propio pueblo la razón por la que le había dado el estatus de "Protegido real".

—Capitán, es su hijo—habló el médico—¡Usted está vivo! La noche en que lo encontraron colgado en la cárcel, los magos pudieron salvarle la vida y hacer que recibiera ayuda inmediata. Luego el rey, tras lo sucedido, lo trajo como protegido de regreso a su hogar.

—¡Mentira! ¡Yo mismo vi como Sara sangraba!—habló alejándose de la cuna—¿Cómo es que está vivo?

El valiente capitán, alabado en el campo de batalla, estaba llorando a mares mientras veía como la pequeña bolita seguía moviéndose. No fue cuando escuchó el llanto del niño que se acercó, temeroso de provocar otra vez la desgracia en la vida de su hijo.

Se detuvo quedando a medio metro de la cuna del bebé recién nacido, pudiendo ver con detalle como su hijo movía sus manos y piernas, mientras abría grande su pequeña boca. Parecía curioso por todo a su alrededor, aunque todo lo viera borroso.

—¿Esta bolita de arroz es mi hijo?—preguntó observando la pequeña bola blanca en la cuna.

—¿No lo cargará?—invitó la enfermera.

—Si lo hago le haré algo malo, lo único que traen mis manos son cosas malas—respondió retrocediendo.

Con el corazón roto, temiendo que si de verdad todo aquello era cierto y habían ambos sobrevivido, que su compañía le trajera mala suerte a su hijo, se fue de la habitación dándole la espalda a la pequeña bolita de arroz que seguía llorando.

Luego de unos segundo en las escaleras, se convenció de que en realidad estaba muerto. La vida no podía ser tan generosa con un hombre que no fue capaz de proteger a su hijo. Resignado a que de verdad estaba muerto y todo aquello era una ilusión, bajó al salón de estar donde lo estaba esperando el rey.

El monarca, observando con estupefacción la actitud de uno de sus mejores soldados, suspiró con mayor cansancio. Solo por la enemistad con el papa había comenzado su interés en el capitán, aunque siendo el también padre podía sentir como se estaba sintiendo Chris.

Levantándose, sabiendo que haría algo que no sería propio de su posición, tomó la taza de te frío y se la aventó al soldado, provocando que este se erizara ante el frío líquido.

—¿Es suficiente esto o tengo que golpearlo para hacerlo ver que de verdad está vivo?—preguntó sentándose de nuevo en el sillón—¿Cómo es que ni siquiera cree a lo que su cuerpo le está contando? ¡Está vivo, capitán!¡Su hijo también!

Aurora se tapó la boca estupefacta por el comportamiento del rey. Hacía solo unos meses que por fin había logrado contactar de manera secreta con el monarca, de modo que pudieran trabajar para destruir al papa; sin embargo, era la primera vez que veía al hombre más rico del reino salirse de su compostura.

Aunque si hubiera sido ella, ya le hubiera lanzado un cojín al capitán. Ya que luego de que este se reuniera con ellos en el salón de estar de la casa, sus palabras los dejaron sin habla. Entendía bien el shock del hombre, pero le dolía que tratara a su hijo como "una bolita de arroz" y que ni siquiera lo hubiera cargado.

—Su majestad, perdone mi grosería—dijo arrodillándose frente al rey—solo que mi alma aun no lo cree, ¿Cómo pudo mi hijo volver de la muerte?

Fue en ese momento que, después de pedir más te, el rey señaló con su mano a la joven que estaba cuidando a su hijo anteriormente. Unos cuantos mechones de su negro cabello, aparte de sus ojos morados, era lo único que veía. Su piel blanca era como el común en la gente, pero la forma en como esta lo miraba le causaba algo raro en su ser.

—Le presento a la santa desaparecida—habló el rey—ella fue quien salvó a su hijo.

El capitán sintió como su corazón se aceleraba de los nervios al estar frente a la mujer que tantos problemas les habían traído. Hubiera sido espectacular tener a la "ángel" desaparecida, de modo que pudieran demostrar que las dos desapariciones no tenían nada que ver.

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