Un hombre apuesto… no tan apuesto
Jane, que había recibido a su madre con una bella sonrisa, ahora tenía una mueca de desagrado. Sabía perfectamente que Carla no había dicho nada, entonces... eso solo significaba una cosa: alguna sirvienta de su madre había estado espiando la conversación. Aquello la enfurecía. ¿Ahora ni siquiera tenía privacidad? ¿Qué seguiría después? ¿Le pondrían guardias fuera del baño?
—Madre, solo estaba jugando. Ya sabes que nosotros los niños somos muy curiosos —le regaló una ligera sonrisa, la más diplomática que pudo forzar.
—Evitaré cualquier comportamiento como el anterior, en algún futuro cercano… o lejano. Lo prometo —añadió, llevando su manita derecha al lado izquierdo de su pecho, cerrando aquella promesa con solemnidad.
—Eso espero. No quiero que el futuro de Hamill tenga comportamientos inapropiados —la duquesa hizo una pausa, su voz más gélida que nunca—. Si no cumples tus palabras, encontraré la forma de conseguir un nuevo futuro para Hamill. ¿Quedó claro?
La amenaza estaba dicha con todas sus letras, y Jane lo entendió perfectamente. Su madre conseguiría un nuevo heredero si ella no estaba a la altura. Pero… ¿ella realmente quería estarlo?
—Sí, duquesa.
Tras aquella afirmación firme, la duquesa dio media vuelta y salió de la habitación, dejando una estela de frialdad tras de sí.
—Eso estuvo cardíaco… —susurró Jane mientras se llevaba una mano al pecho, tratando de calmar su corazón, que latía a mil por hora.
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En algún rincón de Hamill...
—¡Le estoy diciendo que no tengo ningún empleo disponible! —gritó el hombre de unos cincuenta años, harto de la insistencia, mientras arrojaba al joven de veintitrés años fuera de su tienda.
—¿En serio? Puedo hacer lo que sea… por favor… —ese “por favor” sonaba más como una queja frustrada que como una súplica real. Kalé entendía al hombre; él mismo ya estaba cansado de rogar por trabajo. Pero no tenía alternativa: debía sobrevivir, encontrar dónde dormir, comer algo. Y Hamill, aquella tierra que decían llena de oportunidades, se le cerraba una y otra vez.
Cansado, decidió regresar al hostal donde se estaba quedando, un lugar modesto que apenas podía pagar con los pocos ahorros que le quedaban. La búsqueda de su padre y hermano estaba resultando más complicada de lo que había anticipado. Creía que al llegar a Hamill todo sería distinto, pero parecía que las oportunidades habían salido huyendo apenas él cruzó la frontera del ducado.
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Horas más tarde, en la Mansión Hamill
Dos adultos y una pequeña niña se encontraban sentados a la mesa, degustando los platillos finamente servidos por el personal. La comida era excelente, pero para Jane, el ambiente era otra cosa.
La mujer era una linda pelirroja de piel clara y ojos azules, intensos, pero sin emoción alguna. Su expresión era serena, casi inexpresiva. Medía cerca de un metro setenta y mantenía una postura erguida, como si la espalda se le hubiera formado a base de disciplina.
A su lado estaba el invitado del día: un hombre con melena rubia peinada con precisión, ojos color miel brillantes —demasiado brillantes para el gusto de Jane— y una sonrisa de esas que huelen a perfume costoso y falsedad. Su piel era clara, aunque ligeramente bronceada, y su complexión era fuerte. Era, sin duda, apuesto… al menos por fuera.
Y por último estaba Jane, con su melena negra y sus ojos verdes, contrastando con todo en la sala. Su piel blanquecina resaltaba la intensidad de su mirada analítica. Para muchos, una mezcla curiosa. Para todos en Hamill, una niña encantadora. Para ella misma, una futura duquesa con grandes sospechas.
Jane lo observaba con detenimiento. Ese era el duque mujeriego del que tanto se hablaba. Reconocía que era guapo. Tenía una nariz recta, ligeramente respingada, pómulos bien definidos, mandíbula marcada y labios finos. Su cabello rubio y sus ojos miel hacían una combinación agradable… sí, parecía un príncipe encantador.
Ahora entendía por qué muchas mujeres caían rendidas ante su sonrisa. Aunque, siendo sinceros, para ella esa sonrisa era un chiste. Más que encantador, le parecía un bufón disfrazado de noble.
Su madre, por otro lado, también era hermosa. Nariz recta con un pequeño botón en la punta, labios carnosos que terminaban en forma de corazón, ojos intensos y cabello largo rojizo. Una belleza fuerte y natural.
—Señorita Jane —la voz del duque la sacó de sus pensamientos.
—Duque… —respondió con educación, aunque por dentro se estaba tragando un bufido. El hombre le sonrió con gesto cultivado, pero para Jane aquello no era otra cosa más que un intento incómodo. ¿Le estaría dando una parálisis facial?, pensó. Tal vez una embolia silenciosa. Solo así se explicaba esa sonrisa tan forzada.
—Su madre me dijo que es una niña prodigio.
Jane asintió por mera cortesía. En realidad, lo único que quería era salir de esa sala, escapar por la ventana y correr a esconderse debajo de la mesa del mayordomo si era necesario. Lo que fuera con tal de no verlo otra vez.
—¿Cuántos años tiene, señorita? —insistió el duque, que parecía encantado consigo mismo.
—Cuatro, señor —respondió Jane sin esfuerzo. ¿Acaso ese hombre no se callaba nunca? Hasta su borrego Chan —su mascota, regalo póstumo de su padre— era más silencioso.
—Mmm… muy pequeña —dijo el duque, como si eso significara algo relevante. Jane rodó los ojos mentalmente. Otro punto para su lista de cosas que no le gustaban del duque mujeriego: pensar que la edad era una barrera para la capacidad. Qué aburrido.
—No veo ningún impedimento —intervino la duquesa, que hasta entonces había estado en silencio. Su carraspeo llamó la atención de todos.
—Creo que ya es hora de que vayamos a arreglar lo que nos trajo aquí… o ¿no? —dijo con tono firme. Sin esperar respuesta, se levantó. El duque asintió con su sonrisa en pausa, y ambos se marcharon al despacho para discutir los términos del nuevo acuerdo entre los ducados.
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Jane se quedó esperando fuera del despacho. Sabía que la reunión terminaría pronto y que el duque saldría solo. Lo había planeado todo. Ella necesitaba hablar con él... a su modo.
Unos Minutos después, el duque salió, con esa misma sonrisa pegada a la cara. Pero al ver a la pequeña, la sonrisa vaciló. El monstruito, pensó.
—Monstruito —dijo él, como saludándola. Jane, indignada, reaccionó sin pensar.
—¡Mujeriego! —se le escapó. Al darse cuenta de lo que había dicho, se tapó la boquita con ambas manos. ¿¡Qué acababa de hacer!?
El duque soltó una carcajada estruendosa que resonó por el pasillo vacío.
—Nos vemos luego —se despidió, aún riendo. Pero cuando dio media vuelta, una sombra cruzó su rostro.
"Niña lista… pero no estorbarás en mis planes."
Jane, con los ojitos entrecerrados, pensó con fuerza:
"Mujeriego sin remedio. Apuesto por fuera, pero podrido por dentro."
Y así, sin que nadie lo notara, se declaró la guerra silenciosa entre una pequeña futura duquesa… y un duque encantadoramente detestable.
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CORREGIDO
sigan leyendo....
..DM..
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Comments
Betty Saavedra Alvarado
Jane no te dejas Mario te dice mostruo tu le dices spuedto por fuera podrido por dentro
2023-09-07
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