¿Extraño a la vista o… no?
—Jane, corre —susurraba la niña para sí misma. Después de haber escapado, como ya era costumbre, había tomado una ruta diferente. Sabía que llegaría al pueblo más tarde que nunca, pues, aunque ya había recorrido ese camino dos o tres veces, era más largo. Aun así, lo prefería. Estaba sedienta y cansada, pero era mejor que quedarse en casa.
—Tú puedes, falta poco —se animaba con voz baja. Para ella, esto era pan de cada día. Odiaba estar en casa cuando su madre se enfurecía… y esa parecía ser su emoción constante. Todo la enojaba: un paso mal dado, un ruido inesperado, incluso el simple hecho de que Jane existiera.
Y eso entristecía profundamente a la pequeña. Solo quería verla feliz, pero eso parecía casi imposible… si no es que completamente imposible.
Desde que su padre murió en batalla, su madre no había vuelto a ser la misma. Siempre estaba en su despacho, fuera de casa, o simplemente encerrada en su habitación. Lo que más dolía era que ni siquiera la miraba. Parecía que no tenía hija. Jane se conformaba con que, al menos, no le hiciera daño, como sí lo hacía con las personas que la confrontaban.
A pesar de ser tan pequeña, Jane sabía cosas. A sus cuatro años era muy inteligente, observadora, y aunque adoraba a su madre e intentaba comprenderla, no lograba entender por qué la ignoraba.
¿Acaso la odiaba? ¿Acaso no la amaba? ¿O simplemente le era indiferente su existencia?
La niña sacudió la cabeza con fuerza, intentando alejar esos pensamientos, y apresuró el paso. Tras varios minutos de caminata, llegó a su destino: un pequeño y encantador pueblo ubicado en las afueras del territorio de su madre.
Su madre era la duquesa de Hamill, un ducado conocido por sus ricas minas de carbón y también por sus piedras preciosas. Muchos otros ducados envidiaban esas riquezas y habían intentado quitarle el poder a la duquesa en más de una ocasión.
Sin embargo, el rey consideraba a la duquesa una mujer fuerte y capaz, y por eso nunca la obligó a desposarse, aunque sabía que muchos hombres la pretendían. También sabía que ella rechazaba a todos. No quería que ningún hombre interfiriera en su vida ni en su gobierno.
—¡Has llegado! Te mereces un pastel de zarzamora, Jane. ¡Sí, claro que sí! —se felicitó a sí misma con una gran sonrisa. Sus pequeñas piernitas palpitaban de dolor, pero eso no era impedimento. Anhelaba ese pastel que tanto le gustaba.
Con paso decidido, se dirigió a su tienda favorita de pasteles: la Pastelería McAkuil. El nombre podía parecer peculiar, pero a Jane no le importaba. Era el apellido de la familia que llevaba el negocio, y la fama de sus pasteles hablaba por sí sola.
Para ella, lo único que importaba era el delicioso pastel de zarzamora… y tal vez un poquito de la atención y cariño que le daban en ese lugar.
Entró con una sonrisa enorme. Todos los empleados la conocían y sabían que era la pequeña hija de la duquesa, pero no la querían por su linaje, sino porque se había ganado su afecto. Era dulce, alegre, educada, y siempre traía consigo un aire de inocencia que enternecía a todos.
Corrió con entusiasmo hacia el mostrador, tan concentrada en su pastel que no vio por dónde iba… y tropezó con un joven de cabello negro y ojos verdes.
—Disculpe, señor. No me fijé por dónde iba —dijo con voz suave, bajando la mirada, visiblemente nerviosa. Kalé, el joven frente a ella, la miró con una sonrisa cálida.
—Discúlpame tú a mí, no te vi —respondió, haciendo alusión a su diferencia de estatura.
—Desde hoy juro mirar hacia todos lados —añadió Jane con tono serio, intentando sonar adulta.
La sonrisa de Kalé se volvió más cálida. Aquella niña le pareció encantadora.
—¿Me permites invitarte algo? —preguntó, un poco nerviosa.
En la mente de Kale solo había una palabra para describirla: adorable.
—¡Oh! —exclamó Kalé, sorprendido—. Claro, bella dama, pero lo correcto es que yo le invite. Fue mi culpa.
Kalé, que solo había ido por un pastel y no tenía ningún plan para el resto del día, aceptó sin pensar mucho. Tal vez estar solo no era lo que más deseaba hoy.
—¿Qué te parece si yo te invito y tú a mí? —propuso la niña, con una sonrisa pícara. Eso sorprendió aún más al joven. Era demasiado ingeniosa para su edad.
—Bien… ¿qué deseas? —preguntó él con tono formal. Jane levantó la mirada, curiosa. Hablaba como un noble, pero su ropa era la de un plebeyo. Ya no estaba segura de quién era.
Desde el otro lado del mostrador, Mari, la dueña del local, observaba la escena con atención y cierta desconfianza. Ella quería a Jane como si fuera su hija. Ver a un desconocido hablarle con tanta familiaridad la ponía en alerta. Aun así, el joven no había sido grosero, ni le había dicho nada fuera de lugar. Le daría el beneficio de la duda, pero no le quitaría el ojo de encima.
—Pequeña Jane, ¿qué quieres hoy? —preguntó con una sonrisa sincera dirigida únicamente a la niña. A Kalé, en cambio, le dedicó una mirada dura y reservada. Él lo notó y simplemente le devolvió una sonrisa educada.
—Oh, Mari, te presento a mi nuevo amigo. Nuevo amigo, ella es Mari. Hace los pasteles más deliciosos del mundo. Si no sabes qué pedir, pregúntame. Soy experta, los he probado todos —dijo Jane, inflando el pecho con orgullo.
Kalé rió con ternura. Aquella niña tenía una luz especial. Tal vez era su inocencia… o su gran sonrisa que le ponía rosadas las mejillas y le daban ganas de apretarlas.
—Claro, lo haré con gusto. Así que quiero que me recomiendes algo que no sea tan dulce, pero que sea inolvidable. Confío en ti.
Ese día, Kalé anotó en su lista de recuerdos especiales el pastel que iba a probar… pero sobre todo anotó el nombre de aquella niña que, sin saberlo, le había devuelto una chispa de felicidad a su corazón.
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Hola amigos estoy haciendo corrección de todos los Capítulos. Seguiré con la novela sean pacientes.
Besos y abrazos
..DM..
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Comments
Betty Saavedra Alvarado
Mary desconfía de kale como una niña de cuatros años este sola sin que nadie la cuide irresponsable familia le pueden hacer daños
2023-09-02
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