Capítulo Cinco

Nacer en la opulencia de una familia noble no te garantiza una vida fácil, su madre era una noble que administraba algunas habitaciones a los viajeros y su padre era un conocido mercader del pueblo. Pero ella lo tenía difícil al lidiar con sus hermanos mayores que habían nacido con grandes dotes en las matemáticas y el comercio; ella siendo la menor sólo había sido bendecida con su belleza o al menos eso siempre dijeron sobre ella, y jamás su madre le enseñó a aspirar a algo más que no fueran la crianza de sus hijos y el mantenimiento del hogar.

Así sólo se le enseñaban aquellas tareas que sólo acrecentarian su belleza, modales y jardinería. Tu belleza tiene que ser suficiente para atraer a cualquier hombre; fué el consejo que le dio su madre y el que se le grabaría a fuego. Si eres una mujer bella tienes garantizado todo en la vida.

Y así su belleza la llevo hasta ser la principal concubina de su majestad el rey Guillermo, con esa posición llegó su mayor logro y por fin pudo separarse de las sombras de sus hermanos; más cuando le había dado al rey aquellas niñas que podrían ser herederas al trono.

Con ellas había hecho lo que su madre no hizo, les enseñó a aspirar a que el mundo se arrodillara ante ellas, a que el mundo les perteneciera; una de esas niñas sería la futura reina, se aseguraría de que eso sucediera.

Sus ojos veían a lo lejos a aquel par de niñas tomar sus clases, la mayor era su mayor orgullo, una pequeña que sabía lo que valía y tenía claro su destino; alguien que escuchaba sus consejos y quien podría conseguir todo lo que se propusiera. La mayor de las gemelas era muy buena en sus estudios y lograba destacarse, más desde que la princesa heredera se había ido lejos. Ahora todos los ojos de la corte estaban en la prometedora pequeña de rubios cabellos y la mujer se aseguraría de que también lo estuvieran los votos cuando llegue el momento de elegir a un sucesor.

El resto del día la mujer lo paso disfrutando de un buen té, a pesar de los climas cálidos de la primavera, ella disfrutaba aquel momento donde podía relajarse mientras bordaba aquellos hermosos diseños para los vestidos de sus pequeñas. El tiempo había pasado con bastante tranquilidad desde la partida de la otra pequeña, su majestad se encontraba aún un poco afligido y en aquellos momentos, ella aprovecho para mover en silencio sus piezas. Era el momento perfecto para que su majestad posara sus ojos en sus otras hijas, tal vez eso podría beneficiarles un poco. Tener el cariño de su majestad era casi como tener un sello de distinción y un poco de poder.

Por otro lado, con la reina estaba un tanto ausente, ella había tomado las tareas de beneficencia y podía ir formando el nombre de sus pequeñas en el pueblo; la princesa heredera era un tanto desconocida así que aquello podría catapultar el apoyo del pueblo a sus hijas. Después de todo no podrían apoyar a quien jamás habían visto.

—Buenas tardes, mi señora.—pronunció una voz detrás suyo.

—General Antonio, ¿A qué debo el honor de su visita?.—preguntó la mujer viéndolo.

—No se por que se sorprende, no sería extraña una visita si usted me mandó a llamar.—argumentó el hombre.

La mujer río divertida.

—Sólo era un poco de educación de mi parte, General.—respondió burlonamente.

—Entonces creo que sería correcto preguntar—añadió verdaderamente intrigado.—¿A qué se debe su llamada?.

—Por favor General, no se ponga a la defensiva conmigo—conto la mujer aún con el tono burlón.—Ambos podremos llegar a entendernos.

Esta vez fue el robusto hombre quien río, incrédulo de lo que oía.

—Esta bien, seré sincera e iré directo al grano—expresó bajando aquella taza de té.—¿Te apetece formar una alianza?.

—¿De qué está hablando?.—preguntó sorprendido.

—Digamos un acuerdo que nos beneficiará a ambos, de aquí a unos años.—comentó tranquilamente.

—¿Qué estaría ganando a cambio?.—preguntó directo.

—Un puesto mejor que general para tu hijo—mencionó viéndolo.—Tal vez, un puesto que muchos estarían anhelando.

Los ojos del hombre no pudieron abrirse más de la sorpresa, un mejor futuro para su hijo y una oportunidad de alejarlo de una muerte vacía. La oferta le resultaba sumamente tentadora, más cuando aquellas delicadas manos rozaron las suyas.

—Tiene mucho tiempo para pensarlo General—agregó la mujer coqueta.—No soy una mujer reservada.

La mujer sugería lo que no sería correcto decir, más por alguien de su categoría; después de todo siempre podía negar las segundas intenciones y acusarlo de vulgaridad con su majestad. El hombre lo sabía y aunque ella intentaba disfrazar sus palabras, no había forma de malinterpretar sus palabras. Estaba jugando con fuego pero después de todo aquel jardín estaba vacío y ellos eran sólo dos nobles disfrutando de una buena charla, no podrían levantar sospecha alguna.

Por otro lado, aquellos niños disfrutaban de una hermosa tarde de juegos en el amplio jardín; aunque una de las pequeñas se encontraba sentada junto a las doncellas viendo a los demás correr y reír felices.

—Tan sólo han pasado unos meses, se sienten ya como años.—oyó a una de las señoritas decir.

—No pasa un día que no extrañe a su majestad.—respondió la otra.

—Debe estar pasándolo mal, lejos de su madre y en un lugar que no conoce.—añadió otra.

Aunque no comprendía muy bien, sabía que debían estar hablando de su hermana mayor. Ella no la conocía mucho y nunca había hablado con ella, su madre le había dicho que no tenía permitido hablarle; pero siempre le pareció alguien buena y quería invitarla a jugar con ellos pero su hermana no la dejaba hacerlo.

—La princesa...—dijo llamando la atención de las doncellas.—¿Cómo es?.

Las señoritas sonrieron como si se alegraran por aquella pregunta, todas pronto le contaban lo buena que era y como las ayudaba cuando doblaban las sábanas. Parecía que sólo contaban cosas buenas de ella y era más como si no hubiera nada malo que decir sobre ella. La pequeña oía todo y sentía que quería saber más sobre ella, quería saber todo de ella si fuera posible; ella no entendía aún pero oír lo maravillosa que era se había vuelto su inspiración.

La pequeña de rubios cabellos, ahora quería ser como ella; así cuando fuera más grande le pediría que fueran amigas.

"La vida da vueltas inesperadas y pronto encuentras aliados en quienes menos esperabas. Con el tiempo te darás cuanta que influyes más en las personas cuando eres aquel que parece pasar desapercibido.

Adriana, aprende este valioso consejo, conoce el corazón de las personas y sabrás quienes verdaderamente son."

Los días pasaban más tranquilos en el palacio, aunque sus noches fueran silenciosas y sus jardines mantuvieran su vida. Pero aquello sólo nos demuestra que así como hay tiempos felices, no tardan en llegar también los tiempos difíciles.

Un hermoso día de sol, sólo es un día más de lluvia.

Pero los niños crecen felices sin notar las oscuras decisiones de los adultos, más cuando estos trabajan en las sombras y ellos aún no comprenden como funcionan la codicia y sus hermanos. Algunos niños crecen presionados sin saber que es lo que en verdad desean, otros crecen sabiendo que es lo que deben esperar y nada más; y por último los más sinceros, aquellos que crecen admirando las estrellas sin dejar de ayudar a volar a las luciérnagas.

La primavera trajo hermosos cultivos, el pueblo se vio lleno de trabajo y abundancia una vez más; para el verano y sus épocas de festivales todo era música bañada en colores. El pueblo tenía su camino a seguir, sus habitantes lo superaron rápido y aquellos para los que aún seguía pesando; creyeron que el invierno era el único que los acompañaría.

—Buenos días, su Majestad.—saludó la pequeña.

Aquellos ojos tranquilos se posaron sorprendidos en la extraña visita.

—Buenos días, Señorita Luciana—respondió la mujer.—¿Qué la trae hasta aquí?.

La pequeña tenía una sonrisa tímida pero felíz, era la primera vez que hablaba con aquella mujer, estaba nerviosa por la pregunta que quería hacerle y no quería hacerla sentir mal.

—Quería preguntarle...—añadió apenada.—¿Usted cree que la Princesa Adriana y yo podríamos ser amigas?.

La mujer se sintió abrumada por la pregunta, siempre vio a las pequeñas jugar a lo lejos, no parecían querer relacionarse con su niña y en parte lo sintió lógico. Su hija no tendría una vida tranquila, no podía darse el lujo de evadir responsabilidades sólo para ir a jugar.

—Eres una niña muy buena—dijo la mujer sintiendo un poco de pena.—¿Tú quisieras jugar con ella?.

Los ojos de la pequeña brillaron de emoción ante aquel aparente pedido, pero la princesa no se encontraba allí como para salir a jugar al campo.

—Si quiero jugar con ella—expresó alegremente.—Pero ella no está aquí, quizás cuando vuelva podremos jugar juntas.

—Me gustaría mucho que ambas fueran amigas—pronunció la mujer.

Se sentía triste, sabía las cosas que le había impedido hacer a su niña y ahora lo entendía; quizás habría sido mejor que al menos hubiera conocido la alegría de tener con quien jugar. Ahora comprendía que sin quererlo, había condenado a su hija a una vida solitaria; la había convertido en el tipo de monarca que sería olvidado por el pueblo.

De sus ojos cayeron las primeras lágrimas y pronto sintió los cálidos brazos de esa otra pequeña rodearla. Era querer torturarse, pero no dejaba de pensar en lo que había hecho.

—Por favor, no llore Señora.—dijo la pequeña aún abrazada a ella.

—Lo siento, es que me hubiera gustado que jugaran juntas—respondió secando sus lágrimas.

—¿Extraña mucho a la princesa?.—preguntó tan inocente la pequeña.

La mujer sólo asintió sonriendo con tristeza.

—Mientras ella no está aquí, ¿Puedo acompañarla yo?.—añadió apenada.

Pronto vio a aquella mujer arrodillarse frente a ella, colocó uno de sus cabellos detrás de su oreja con ternura y en su rostro se dibujó una cálida sonrisa que la pequeña sintió le llegaba hasta su corazón.

—Eres una niña muy buena—dijo la mujer viéndola.—Muchas gracias.

La niña sólo sonrió, por alguna razón le hacía felíz reconfortar así a la reina; por dentro la pequeña pensó y le prometió a la princesa que mientras ella no estuviera en el palacio, ella se encargaría de hacer sonreír y cuidar a su madre. Tal vez eso era lo que las amigas hacían.

Por otro lado, aquella otra pequeña no dejaba de mirar a aquel pequeño mientras entrenaba, le parecía asombroso como el pequeño sabía usar esa espada de madera. Y ante todo era un niño muy lindo, no recordaba verlo junto a los demás.

—¿Qué estás haciendo?.—finalmente le preguntó la pequeña.

—¿Quién eres tú?.—le respondió el niño siendo sorprendido.

—Yo soy la princesa Daniela—expresó viéndolo, él se sorprendió aún más.—¿Cómo te llamas?.

—Eduardo—dijo el pequeño tímido.

—¿Qué estás haciendo Eduardo?.—volvió a decir la niña.

—Estoy practicando con la espada..—contó aún tímido.—¿No ves?.

—Esa no es una espada de verdad.—agregó ella.

—Ya lo sé, mi padre tiene una de verdad.—contó él algo ilusionado.

—¿Quieres ver una espada aún más linda?.—preguntó ella emocionada.

—Tengo que terminar mis entrenamientos.—sentenció el pequeño.

—Anda, vamos te la voy a mostrar.—expresó la niña tomando su mano.

Pronto ambos salieron corriendo de aquél lugar, el niño siendo prácticamente arrastrado por ella quién corría muy rápido para ser una niña. Cuando llegaron hasta aquél enorme salón divisó muchas espadas y otras armas que no conocía, la niña le iba explicando que todas esas eran de su padre y aunque él no entendía mucho, no podía esconder el hecho de que se veían increíbles.

—¿Quieres ser mi amigo?.—preguntó la niña viéndolo.

—Bueno—dijo el tímido.

No tenía muchos amigos, de hecho ella era la primera y no sabía que debía hacer ahora.

—Entonces ahora que somos amigos, te prometo que cuando sea más grande te regalaré una.—pronunció ella sonriendo.

El niño sintió sus mejillas sonrojarse, era una niña muy bonita y su sonrisa era preciosa.

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