Caminaba de aquí para allá pensativa, su rostro sereno pero preocupado era iluminado por la luz leve del sol que ingresaba por aquel enorme ventanal que daba a uno de los jardines; en su mente repasaba aquellas palabras y terminaba aún más desconcertada. Sabía el estado de las cosas en el palacio y le preocupaba que escalara a más, la princesa aún era pequeña y era peligroso dejar que conviva con los enemigos a su lado. Su esposo le dejó tiempo para que reflexionara antes de hacerlo oficial y aunque no quería aceptarlo, tiempo atrás hubiera sido lo más normal; pero aunque ella quisiera estar todo el tiempo con su hija esa no sería la forma ideal para su desarrollo como persona.
"El separarte del camino que has estado recorriendo, sólo hace que tengas más territorio que descubrir y a veces, allí en lo desconocido se encuentra la verdad que tanto has estado buscando. Que te apartes del camino no significa que no puedas volver a él. Es sólo una despedida corta y a su vez una promesa sagrada."
Esa misma noche, durante la cena junto a sus padres, la jovencita oiria aquellas palabras que aún sin entenderlas y aunque vinieran envueltas en tristeza; serían las primeras piezas que se movían a su favor y las que permitirían que ella se volviera aún más maravillosa de lo que sus padres habían imaginado.
—Adriana, me haría muy felíz que sigas estudiando y aprendiendo aún más de lo que has hecho hasta ahora—comento el hombre viendo a la pequeña.—Por ello, junto con tu madre hemos tomado la decisión de que estudies lejos de este palacio.
Aquellos hermosos ojos azules se abrieron como hortensias en plena temporada de florecimiento, desconocía el por que sus padres tomaron aquella decisión; pero su corazón sintió el ansia de descubrir aquel mundo fuera de ese enorme palacio. Por fin podría conocer al mundo del que su madre tanto le había hablado... Pobre Adriana, en su ilusión era inocente y aquello sólo hacia que su partida fuera aún más triste.
—Señora Luisa, ¿Usted conoce el mundo allí afuera?.—pregunto la pequeña a la mujer junto a ella.
La mujer mayor, que ayudaba a la princesa en su baño sintió la ternura con la que la pequeña hacia aquella pregunta; siempre eran curiosas sus preguntas y por su parte estaba dispuesta a responderle siempre que le fuera posible. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras lavaba aquel hermoso cabello.
—Claro que si niña Adriana, allí afuera vive mi hijo junto a su padre, ambos trabajan en el campo cosechando el trigo con el que fabricamos el pan—respondio sinceramente.
—Puede contarme más, quiero saber como es el pueblo que mi padre protege.—expresó con una sonrisa.
La mujer se llenó aún más de ternura, la curiosidad de la pequeña era insaciable y aunque no podía explicarle mucho siempre buscaba una forma para que ella entendiera de lo que se le hablaba. Siempre era divertido hablar con la pequeña princesa, los sirvientes la adoraban y sentían que ella no los veía como lo que eran; para la princesa ellos quizás eran sus amigos y por ello le gustaba pasar tiempo con ellos, o se ofrecía a ayudarlos, ella era una niña más junto a ellos más allá de su sangre real. En los años en que había servido a aquel palacio jamás se había sentido tan libre sirviendo a la realeza, sin saberlo la pequeña le había enseñado que los niveles sociales no son nada cuando tu corazón es puro y nos ves más que compañeros en la vida.
Aquella mujer sonrió con tristeza, aquella había sido una de las últimas charlas que tendría con la pequeña, viéndola ahora dormida en su cama le hacía pensar que la próxima vez que la viera ella ya sería una mujer y estaría pronto a asumir el trono. Sólo deseaba dos cosas, que en aquella futura mujer aún se encontrara ese corazón inocente y bondadoso; y que la vida le diera el tiempo suficiente para verla asumir al trono, después de eso le gustaría ir a descansar a su vieja casa con su hijo.
Pronto llegaría el día marcado y aquel carruaje saldría del palacio escoltado por aquellos valientes soldados; por ahora la pequeña tenía un poco más de libertad y aunque acompañada por una sirvienta, podía caminar por aquellos pasillos algo silenciosos y por los cuales no había caminado nunca. Sentía curiosidad por aquellos salones y pronto unas voces llamaron su atención, apresuró su paso y tras abrir junto con aquella joven esa pesada puerta descubrió un patio inmenso; había varios soldados luchando y otros practicaban sus habilidades.
Algo en ella se agitó ante aquello, y quiso saber más, habiendo dado unos pasos unos brazos la detuvieron.
—Perdóneme Princesa, pero su madre me ha pedido la aleje de las cosas peligrosas.—expresó la joven.
—Pero yo quiero ver más sobre eso.—pronunció viéndola.
—Si es así, déjeme llevarla a uno de los palcos donde podrá ver mejor y estará segura.—contó ahora su acompañante.
—Esta bien, ¿Me llevas allí?.—pidió con amabilidad.
La joven comenzó a caminar guiando a la pequeña, en el camino ella le preguntaba sobre lo que allí hacían y aunque ella no entendía mucho le contaba lo que había oído.
Sus ojos se abrieron al llegar allí, desde aquella altura podía verlo todo con detalle. Veía como practicaban con espadas y como peleaban cuerpo a cuerpo; también habían profesores enseñándole a algunos, pero entre todos; un pequeño niño llamo su atención.
—Señorita, ¿Qué está haciendo aquel niño?.—pregunto curiosa sin dejar de verlo.
—Esta aprendiendo a luchar, creo que ese niño es el hijo del General Antonio.—respondió no muy seguros la joven.
—¿Los niños también tienen que aprender a luchar?.—volvió a decir la pequeña confundida.
Una divertida risa se oyó cerca de ellos. Tras voltear la pequeña se encontró a su padre sonriendole.
—Buenos días su majestad.—saludo la joven que la acompañaba haciendo una reverencia.
—Ese pequeño niño está aprendiendo para que cuando sea más grande, pueda protegerte hija.—contó el hombre tomando asiento.
—Pero aún es pequeño.—respondió la pequeña volviendo a verlo.
El pequeño ahora caminaba junto a un hombre mayor, había dejado de luchar y parecían dirigirse hacia donde ellos se encontraban.
—¡Buenos días su majestad!.—resonó el estrepitoso saludo de aquellos hombres.
El hombre saludo a los guerreros y pronto volvió a su asiento sólo para retomar su charla.
—Tú eres aún pequeña y estudias, ¿No es así?.—pronunció viéndola con curiosidad.
—Mi madre dice que debo estudiar mucho para ser una buena monarca cuando sea grande.—respondió con sinceridad.
El hombre río divertido.
—Bueno, así como tú estudias para ser como yo cuando seas grande—explicó amablemente.—Ese niño estudia para ser como su padre, cuando sea grande también.
La jovencita comenzaba a entenderlo, o eso parecía; de nuevo sus ojos quedaron atrapados por aquellos combates y esos movimientos que ejecutaban, se veían divertidos y aunque no se imaginaba blandiendo una espada si se preguntaba como se sentiría luchar contra el enemigo.
—Padre, ¿Podré yo aprender eso?.—preguntó con curiosidad.
Oyó al hombre reír divertido por sus palabras.
—Aún eres pequeña para hacer eso, cuando seas grande tu deber no será ir a una batalla como ellos.—respondió viéndola.
Pero él es pequeño y ya está aprendiendo, yo también podría aprenderlo. Pensó la niña.
Quería negarlo, pero conocía ese brillo en los ojos de su hija; que más quisiera él que ella aprendiera a combatir pero sus palabras eran ciertas, cuando ella sea monarca no será su deber entregar su vida en el campo de batalla. Además ella es una niña y las mujeres no pueden combatir, cuando ella sea mayor deberá formar su familia y tendrá sus propios hijos. Al menos quería aferrarse a esos pensamientos, pero también le era imposible negar que la convicción en los ojos de su hija hacían temblar sus ideales; si ese era su don, ella podría ser una monarca aún más grande de lo que él había sido.
"No hay nada que no puedas hacer Adriana, en este mundo no hay nada escrito y si lo hay, puedes ser el precedente que lo cambie. Nada dice que el viento no pueda ayudarte a volar y nada dice que el mar no puede estar en en cielo."
Así creció la curiosidad de la pequeña y los próximos días sus tardes de lectura fueron reemplazadas por pequeños paseos a aquel campo de entrenamiento y sólo se resumía en ver lo que hacían porque no entendía como luchaban pero eso no quitaba que no se viera asombroso. Y eso no hacía más que aumentar sus ganas de aprender.
—¿De nuevo por aquí, mi señora?.—habló aquel hombre. Era el que había visto junto al pequeño.
—Buenas tardes Señor.—respondió viéndolo.
—Perdóneme que lo pregunte, ¿Pero por qué viene a ver a los soldados luchar?—preguntó el hombre con curiosidad.—No es el lugar ideal para una princesa.
La pequeña sintió algo extraño en ella, como sí esas palabras la molestaran, no creía que hubiera nada malo en que ella viniera a ver; si así lo fuera tanto su madre como su padre le hubieran prohibido ir allí. Pero más que aquello, sintió como si le molestaba que se refirieran a ella como la "princesa" .
—Creo que es asombroso—respondió sin verlo.—Aunque no lo entienda puedo ver su valentía y determinación.
El hombre guardó silencio conmovido por las palabras de la jovencita.
—Pero aún así, no es lugar para alguien como usted.—añadió el hombre.
La jovencita volteó a ver al hombre, tenía un rostro curioso, lleno de sinceridad y verdad. El hombre extrañamente se sintió intimidado por esa expresión, era una que jamás había visto.
—Ninguno de esos hombres se preocupa por que este aquí, ¿Porque usted lo hace?.—preguntó la pequeña.
—Por que yo juré entregar mi vida por protegerla.—respondió el hombre sintiéndose un poco aturdido.
—Y esos hombres también lo hicieron.—agregó ella.
Aquel hombre no supo que responder, sentía que se había quedado sin palabras y entonces optó por retirarse.
—Si no fuera una princesa...—murmuró la jovencita viendo aquel combate.—¿Podría aprenderlo también?.
Pronto oyó una voz detrás suyo y se sintió curiosa por saber a quién pertenecía.
—No puedes aprenderlo porque eres una niña—dijo una voz burlona.—Y las niñas no pueden luchar.
Cuando ella volteó se encontró con aquél niño que había visto días atrás, parecía burlarse de ella y sus palabras la lastimaron.
—Las niñas también pueden luchar.—expresó ella viéndolo.
El pronto río burlonamente—No pueden, porque las niñas son tontas.—volvió a decir.
Ella se molestó y antes de volver a decirle una palabra sólo se retiró de allí, no tenía caso seguir hablando con alguien tan malo como el.
El resto de días pasó y ella jamás volvió a aquél lugar, no quería volver a ver a ese niño malvado que la había llamado tonta; así que sólo se quedó en su jardín leyendo sus libros y haciendo su tarea. Su madre había notado que algo parecía molestar a la pequeña y pronto llegó a aquel jardín donde se encontraba su hija.
—Adriana.—llamó su madre haciendo que ella volteara y dejara su libro sobre aquella mesa.
—Si, Madre.—respondió viéndola.
—He notado que algo te molesta, ¿Te gustaría contarme?.—preguntó la mujer tomando asiento junto a ella.
La pequeña pareció pensarlo y pronto comenzó a contarle a su madre lo sucedido, y grande fué su sorpresa cuando la oyó reír divertida.
—Cuando conocí a tu padre, él me dijo que yo no podía haber leído más libros que el—comentó la mujer sintiendo un poco de nostalgia.—Cuando nos volvimos a ver, él trajo todos los libros que había leido.
—¿Y qué sucedió?.—preguntó la pequeña.
—El colocó en el suelo sus libros y pronto yo comencé a acomodar los mios—contó divertida.—Al final yo tenía más libros leídos que él.
La pequeña se quedó pensando en esa anécdota, entonces pensó en ese niño y en que quería hacer lo mismo que hizo su madre.
"Aquellas palabras que parecen lastimarnos por dentro, no son más que las semillas que permiten desarrollar nuestras habilidades. Adriana, nunca te quedes con el dolor que esas palabras pueden causar, porque entonces estarás siendo lo que ellos quieren que seas."
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