Aquel día era precioso, la pequeña tomaba una de sus clases en el jardín, pero a pesar de estar concentrada en resolver esos problemas que le fueron dados; su mente aún pensaba en aquellas crueles palabras.
—Señor Profesor...—llamó captando la atención del hombre.—¿Usted cree que las niñas también pueden combatir?.—preguntó curiosa.
El hombre se limitó a verla sorprendido, si bien las preguntas de la jovencita siempre eran interesantes, creía recordar que nunca había oído una tan transgresora y más viniendo de alguien de su edad.
—Señorita Adriana, permítame preguntarle—añadió el hombre.—¿Usted cree que no pueden?.
—Creo que sí, si mi padre aprendió matemáticas y ahora yo lo estoy aprendiendo, por que no sería lo mismo que el combate.—respondió sinceramente.
—Eso es correcto, pero el combate no son sólo golpes y defensa—expresó viendola—Se debe estudiar algo llamado Estrategia para saber cómo enfrentarte a un enemigo.
¿Estrategia?. Pensó la pequeña, que palabra más rara.
—¿Es como en el ajedrez?.—murmuró dudosa.
—Es correcto, en el ajedrez debes estudiar los movimientos de tu oponente y con ellos sabras que piezas debes mover para ganar la partida.—explicó pacientemente.
—Entonces, ¿Podría yo aprender sobre estrategia?—añadió esperanzada.—¿Me ayudará a ser una mejor monarca?.
Los ojos del hombre al igual que su corazón sintieron aquella sensación que sólo el orgullo es capaz de crear. No sabía muy bien porque aquellas palabras salieron de la pequeña pero si ella estaba dispuesta a aprender sobre ello, él haría todo lo posible por encontrarle sus respuestas. Quizás no debía juntar aquellas palabras, pero oírla hablar así a tan corta edad le hacía imaginarse que si su mente dominaba tales conocimientos; esa niña una monarca monstruosa.
—Usted es libre de aprender todo lo que quiera Señorita Adriana—respondió, pero pronto una sonrisa triste apareció en su rostro.—Quisiera poder ayudarla, pero esta es la última clase que tendré con usted.
Los ojos de la pequeña, que habían estado brillando de convicción ahora se apagaron en la fría brisa de la tristeza. Había sentido el paso de esos días, pero recién con esas palabras comprendió la cruda verdad; mañana iniciaría su viaje, hoy sería su última noche en ese palacio.
El tema quedó en el viento y en el recuerdo de aquel hombre que sentía un poco de tristeza al saber que no le daría más clases a quien sería la mejor alumna que hubiera tenido jamás. Sus pasos resonaban por aquel pasillo que lo alejaba más de aquel jardín, el mediodía caía con pesadez y en sus brazos cargaba aquellos libros que no volvería a usar por un tiempo.
—¡Profesor Esteban!—llamó una voz que logró desconcertarlo.
El hombre volteo sólo para sentir aquel cuerpo colisionar contra el suyo, su aliento se detuvo y oía su corazón latir en sus oídos; le tomó bastante tiempo comprender lo sucedido, más por que al principio juro que aquello era sólo un sueño.
—Profesor Esteban, muchas gracias por sus clases.—oyó decir a la pequeña abrazada a él.
Por alguna razón sus ojos se cristalizaron, aquella muestra de ternura lo conmovió como jamás nada lo había hecho; pronto bajo su cuerpo hasta poder quedar a la misma altura que la pequeña, no podía esconder aquella sonrisa que se había dibujado en su rostro. La pequeña volvió a abrazarlo y aunque sabía que no era propio, él correspondió aquel abrazo, aunque no quería pensarlo conocía bien aquél sentimiento que ese abrazo le generaba. Era un abrazo de quien no volverías a ver, era la despedida de alguien que tuvo más importancia en tu vida de lo que podrías haber pensado.
—Tenga una buena vida, Profesor Esteban.—dijo la pequeña aún en aquél abrazo.
—Cuídese mucho, Señorita Adriana.—sólo pudo responder el hombre.
Más allá de la relación profesor-alumno, el hombre ya entrado en años jamás creyó que la sentiría casi como una nieta. Ver crecer a la pequeña e ir ayudandola a desarrollar sus habilidades lo hacían sentir como un abuelo que busca enseñarle lo mejor a sus nietos. A lo lejos ahora veía como aquella pequeña niña se despedía agitando animadamente su mano, el hombre le dedicó un último saludo junto a aquella triste sonrisa al llegar a aquella imponente puerta.
En su mente aparecieron aquellas palabras que habría deseado poder decirlas pero que quedarían guardadas con su recuerdo.
La adoro Princesa Adriana, tenga usted, una vida y un corazón honorables.
Esa misma tarde, unos sirvientes terminaban de cargar aquellas cajas donde se habían guardado las cosas que la pequeña necesitaría, la pequeña sólo veía por aquel ventanal como terminaban de preparar su viaje; si bien partiría temprano en la mañana, ver aquello se sentía como si en ese momento ya estuviera por irse. Sentimientos que no comprendía llenaron su interior haciéndola estar silenciosa, casi no tenía ganas de comer e incluso no pudo dormir en toda la noche; sólo veía aquella leve luz del pueblo y el horizonte infinito que aguardaba por ella.
La mañana la encontró despierta y tan pronto como esas doncellas la ayudaron a vestirse sintió una gran tristeza, se despidió de aquellas doncellas y señoras que tan calidamente la habían cuidado; algunas tenían lágrimas en sus ojos y en parte ella no entendía por qué, ella volvería algún día. Su madre la recibió en el salón, ella también estaba llorando y tan pronto la vio la abrazo con todas sus fuerzas. La pequeña seguía sin hablar mucho y aquellas sensaciones en su interior le causaban malestar a su estómago.
Cuando se despidió de su padre, él la abrazo con tanta calidez que la pequeña se sintió segura en sus brazos por un momento; con los ojos cristalizados el hombre le entregó un pequeño paquete decorado con una hermosa hortensia azul sujeta por un lazo. No sabía que era aquello.
Subió al carruaje en silencio y aunque una doncella la acompañaba, ella se sintió sola en ese lugar; oyó las puertas del palacio abrirse por primera vez en el tiempo que ella llevaba allí y pronto sintió al carruaje moverse, oía el caminar de los caballos y tras un silencio bastante largo comenzó a oír el sonido de aquel pueblo.
Todas las personas se hacían a un lado dejando pasar aquel un tanto misterioso carruaje, admirando con curiosidad y desconcierto, intentando saber a quien pertenecía, pero tanto por fuera como por dentro, nada podía verse. ¿Sería el rey?, ¿Sería quizás la reina?. Se preguntaban todos, pero nadie sabía la respuesta.
Era sólo un carruaje que salía escoltado del palacio. Un carruaje que llevaba a nada más y nada menos que una princesa que ellos jamás vieron, una princesa que salía a conocer al mundo y no podía disfrutarlo, porque en su interior sólo tenía aquella tristeza que le generaban malestar.
De pronto, unas lágrimas comenzaron a derramarse de esos hermosos ojos azules, como sí de una fuente desbordandose se tratase. Aquel estanque sereno en sus ojos había sido perturbado por las piedras de la tristeza. Por fin se liberó esa presión en la pequeña y apareció en llanto como su compañera de viaje, lloró como quizás nunca lo había hecho a medida que más se alejaba de aquel pueblo; lloró tanto hasta que por fin se quedó dormida en aquella incómoda banca con su cabeza recostada en la doncella que la acompañaba.
Su sueño no fue más que aquel hermoso jardín, donde grandes y refulgentes hortensias florecian a medida que ella caminaba hacia donde esas figuras se encontraban; de pronto parecía caer la noche y todo se volvía negro, la figura de sus padres había desaparecido y se encontró sola en la inmensidad. Aún en sus sueños profundos, unas pocas lágrimas se escapaban de sus ojos.
"Adriana, ese viaje; fué el comienzo de aquella horrible enfermedad que sacudió mi existencia. Eras el mayor milagro en mi vida, mi estrella más brillante y aunque te aparte de mi para que estuviera segura; no pasa un día en que no me arrepienta de lo que hice. Tal vez si te hubieras quedado habría encontrado la forma de protegerte, pero ahora que ya no queda mucho tiempo, sólo puedo rezar y esperar que me perdones...
Al menos, mientras espero volverte a ver y tenerte de nuevo en mis brazos..."
Un largo viaje lejos del pueblo que nunca conoció, por un camino que no conocía; hacia un lugar que pronto conocería y a una vida que desconocía. Ese era su destino.
Aquel enorme salón se hayaba en silencio, aquellos consejeros que acompañaban al rey se miraban los unos a los otros intentando encontrar algo que poder decirle a su majestad para alivar su pesar. Ver a aquel hombre en silencio, perdido en sus pensamientos y sumido en una profunda tristeza; aquel hombre que era conocido por su alegría al hablar, que valoraba cualquier palabra y que siempre estaba dispuesto a oír ideas. Sólo había quedado un gigante caído en una batalla que el tiempo ayudaría a superar.
Por otro lado, su majestad la reina había decidido recostarse en su habitación se corazón se sentía vacío y pronto volvería a ella el llanto mientras abrazaba aquel vestido que fue lo único que quedaba de su pequeña en esa habitación silenciosa. Extrañaba esos azules ojos en los que parecía encontrar la paz y esa hermosa forma en la que veía al mundo que no conocia. Habían pasado sólo unos días y ya los sentía como años.
En aquel palacio que parecía haberse quedado dormido, sólo festejaban quienes no compartían aquel dolor, aquellos que su codicia dominaba su corazón y quienes sólo parecían anhelar un cielo que no les pertenecía.
Esa rubia mujer pensaba sólo en lo beneficioso que aquello sería para sus hijas, para la familia por la que tanto se preocupó y comenzaba a tramar los primeros hilos de su codicioso plan. Sin ver como estaba enseñando a su hija a ir por un camino que sólo puede hacerse más horrible, que sólo puede hacerte una persona malvada y que al final de la vida te lleva a un lugar vacío y sin ninguna esperanza.
Pero era un alivio pensar, que aquella otra pequeña ya era lo suficientemente consiente para comprender lo que sucedía; si era aún pequeña pero en su corazón había bondad...
Los vientos traían aquella tranquila pero melancólica melodía de lo que parecía una flauta, los árboles danzaban con la brisa llenando el bosque de movimiento y la luna inmensa iluminando el camino. El cielo estrellado jamás había estado tan brillante y las luciérnagas parecían marchar señalando el camino, a lo lejos, allá en el horizonte y a paso desganado se formaron esas negras nubes que sólo se iluminaban con esas luces que se formaban en su interior. Hermosas y perfumadas flores suavizaban el ambiente conjurando sueños tranquilos así como consuelo a los corazones afligidos.
Una tenue luz comenzaba a verse a lo lejos, casi perdida en una profunda noche que sólo hablaba de silencio; una pequeña niña dormía profundamente sobre aquel regazo, su cuerpo estaba cubierto por algunas mantas mientras era mecida por aquel movimiento del carruaje que seguía su camino a paso tranquilo.
En sus sueños, un enorme jardín se abría para ella casi como sí se adentra en el mundo de las hadas; había un hermoso cielo refulgente y hasta donde alcanzaba su vista sólo enormes pompones de blancas hortensias comenzaban a florecer.
Sus ojos parecían ser el único color diferente en aquel jardín, las aves cantaban alegres, la vida parecía llenar todo a su alrededor y sentía la hierba hacer cosquillas a sus pies. A lo lejos vio a aquellos niños jugar alegremente y corrió hasta ellos, por más que corría y corría parecía no poder alcanzarlos; aquel hermoso jardín se alargaba cada que ella daba un paso, como sí no quisiera dejarla escapar y le recordaba que no podía hacer aquello que más anhelaba.
De tanto correr pronto tropezó y al caer vio como sus rodillas estaban peladas, de sus ojos comenzaron a salir lágrimas y su llanto no hizo más que empeorar. Quería que apareciera su madre y la abrazara, pero allí entre todas esas hermosas flores estaba sola.
Hasta que oyó como si alguien llamara su nombre...
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Comments
Martina Verdina
bella historia.me encantó.he llorado mucho..qe seas My Autora..
2023-05-04
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