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Me puse la pijama más cómoda que tenía, y me dirigí a mi habitación, donde los únicos que podían acompañarme allí, eran los incontables osos de peluche que tenía. Abrí mi preferida red social, Insta, como le decía yo, y busqué, de todas las formas posibles, a el tal Evan. A pesar de buscar durante quince minutos, no obtuve resultado, hasta que se me prendió una lamparita y dije—¿Y si Luna lo sigue?

Y sí, había buscado a la chica simpática que saludé, y sólo me bastó poner su nombre para que me apareciera primero. Y cielos, ¿tan bien podía salir en las fotos? La respuesta es sí. Y ahí estaba yo, babeando por un joven que al día siguiente debía ignorar. Menos mal que los peluches, aún, no hablaran, sino, no sabría si se reirían de mí o se alejarían lentamente.

Al día siguiente, la secuencia fue exactamente igual. Aunque esta vez pensaba irme un poco más producida de lo normal. ¿Qué me está pasando?

Planché mi pelo entre castaño y rubio, que me llegaba por los hombros, no utilicé mucho maquillaje. Más que nada, porque no sabía hacer algo estupendo en mi rostro, no porque no me gustara usarlo. Me perfumé y me coloqué mis botas, que aún no estrenaba, pero eran muy cómodos y entré en el auto.

La primera semana, fue una secuencia muy rutinaria. Es decir, pasaba exactamente lo mismo con Evan. Lo observaba cuando podía, mientras desde ya me derretía de amor, pero aún así no me atrevía a hablarle. Sólo hubo un acercamiento un poco más notable un viernes, en el que el profesor, Mario, nos había puesto en un mismo grupo de trabajo en equipo, que constaba de escribir ideas y responder otras preguntas. Todo estaba bien, dentro mío, hasta que nos advirtió que nos formáramos en círculo y se ubicó, literalmente, en frente mío, aunque bueno, a unos pasos. Pero yo trataba de no demostrar lo nerviosa que estaba, algo que mis mejillas parecían no entender por lo coloradas que sentía que estaban. En fin, tampoco hablamos, fue algo más general.

Este chico me volvía loca. Ahora sí podía decir que los aritos en forma de cruz se volvieron mis favoritos. Tenía buenas publicaciones subidas en sus redes, los cuales, supongo que hacía que tenga la cantidad de seguidores que tenía, se vestía bien, era simpático, por lo que veía con sus compañeros, y por lo que sabía, vacacionaba en España y Brasil, así que tenía una buena posición de la cual se sustentaba. ¿Podría haber mejor partido? La respuesta es no.

Un lunes, con otra profesora, y en otro horario, nos volvieron a exigir que formáramos un grupo. Mi compañera, llamada Adela, con quien siempre me sentaba al lado, decidimos no hacerlo con los jóvenes de atrás, parecían ser bastantes distraídos como para enfocarse en este trabajo que requería esfuerzo. Evan estaba a una fila delante mío. Agarré mi celular y comencé a buscar algunas imágenes para el proyecto. Cuando volví a levantar la mirada, él estaba de cara hacia mí. Bueno, él y sus amigos. Yo me sentía como en alma flotante de la dicha. Pensé — Este es mi momento. Pero así como me elevaba, una muchacha, llamada Emilia, tenía que ser quien me baje de la nube.

— Ya no hay más lugar para este grupo. — me dijo mirándome a mí y a Adela.

Yo quedé quieta sin poder responderle por unos segundos.

— ¿Entonces no podemos estar acá con ustedes? — pregunta Adela.

— No. Es que ya somos siete, y ustedes se sumaron después. — responde la "adorable" Emilia.

Ambas revoleamos los ojos y nos dirigimos a el grupo de atrás. No nos quedó de otra. Todos los demás ya estaban ocupados y debíamos terminar el trabajo. Ya está, no fue mi culpa.

Los próximos días a éste no lo ví. Creí, al principio, que podría estar enfermo, o algo así, pero parecía que sólo coincidíamos los lunes, miércoles y viernes.

Esperé con ansias el miércoles. Volví a producirme. Mejor que nunca diría. Hasta le envié una foto de cómo estaba vestida a Zoila, a quien sólo estaba viendo los martes por la tarde y merendábamos en su casa, ya que trabajaba durante todo el día, todos los días, debía aprovechar los benditos martes. Y sin duda, ella me elogió maravillosamente. Tenía que hablarle, era así.

La clase empezó como de costumbre. La profesora tardaba incluso los mismos minutos en llegar, y él también. Aunque esta vez, decidí sentarme un poco más en el centro. Y simuladamente miraba de vez en cuando hacia mi otro costado. ¡Lo atrapé! Me miró rápidamente en un segundo y volvió a darse a vuelta. ¿Realmente me estaba mirando a mí? Digo, tenía compañeras muy lindas sentadas de mi lado. Bueno, igual estoy segura que fue a mí, porque se corrigió vergonzosamente cuando yo también lo hice. Punto.

Esa mañana había invitado a una vieja amiga que vivía cerca de mi Universidad. Hace mucho no la veía porque ambas empezamos a estudiar, aunque ella decidió ingresar al centro de la Ciudad. Aprovechamos, entonces, que estaba libre y llevó, incluso, unos paquetes de galletas, que lo acompañamos con mate. Eso decidí ofrecerlo yo.

Nos ubicamos en una de las mesas de cemento, al igual que sus asientos, del gran patio trasero y empezamos a hablar de todo un poco. Me impactó saber que quería dejar de estudiar Arquitectura para dedicarse al diseño de moda. No porque no me gustara ese trabajo, sino porque le dedicó mucho tiempo en su estudio, y sería una pena que prefiera desperdiciarlo así, pero, en fin, no era mi problema y si así lo quería, tendría que apoyarla. Yo también le comenté sobre la idea de trabajar en un local de ropa cerca de aquí. Entonces, podría verla, quizás más seguido. Y bueno, este lugar también.

— Disculpa que te lo pregunte así directamente, pero...¿nadie te gusta de aquí? ¿Ninguno se atrevió a invitarte a algo? — me pregunta Ainara levantado las cejas mientras daba un sorbo del mate.

— No. Son bastantes tranquilos. Creo que todos estamos enfocados en las materias, y eso... — respondí acomodando mi cabello detrás de mi oreja, y realmente iba a nombrar mi atracción hacia Evan, pero me quedé helada por unos segundos, cuando, de repente, mis malditos ojos vieron cómo él, quien estaba sentado en otra de las mesas pero más atrás, estaba besando, a la vez que le acariciaba lentamente la mejilla, a una de nuestras compañeras. Sentí que algo dentro mío se rompió como un tazón. Y el humo de ilusión color dorado se fue transformando poco a poco en gris y asfixiante. No podía entender muy bien de lo que me estaba hablando Ainara en ese momento, a lo que yo sólo respondía "Claro", a todo lo que me contaba. Sólo llegué a darme cuenta de que me estaba por comer todas las galletitas de chocolate del paquete. Es que me puse muy nerviosa. Y no podía parar. Por un lado quería llorar sinceramente, y por el otro, tenía tremendas ganas de golpearle el rostro divino que tenía. ¿Por qué ella y no yo? Y para colmo, pude acordarme minutos después de que ésta muchacha se sentaba, normalmente, cerca mío, pero no la conocía.

Intenté disimular lo más que pude con Ainara, y la despedí con un abrazo tan fuerte que hizo que me sintiera rara y no tardó en preguntarme — ¿Estás bien, Jaz?

— Obviamente. Te extrañé mucho.

— Pero no más que yo — sonríe —Arreglamos para otro día, ¿te parece?

— Perfecto. — respondo dándome vuelta y dirigiéndome hacia el estacionamiento. Donde ya estaba esperándome mi tía Mariana. Me subí y bajé el volumen por completo de la radio, algo que hizo que mi tía me mirara.

— ¿No quieres escuchar nada?

— No. Me duele la cabeza — mentí junto a una sonrisa falsa y luego, apoyé mi cabeza en la ventana, entrecerrando mis ojos. ¿Había alguna sensación más horrible que ver lo que no querías ver, o, lo que menos esperabas? Bueno, ya saben la respuesta.

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