Mohamed la abrazó sin comprender por qué estaba tan afligida, acariciaba su espalda intentando calmarla, pero las lágrimas caían en cascada.
—Eleonora, cuéntame por qué lloras —le rogó con una presión en el pecho al verla así.
Él no la había olvidado, durante el tiempo que pasó en prisión, que no fue mucho, no más de seis meses, ya que sus padres decidieron interceder al no poder permitir que un hijo suyo estuviera allí, a merced de la autoridad Española.
Lo sacaron a base de fajos de dinero separados por funcionarios y presión política de su país, y lo volvieron a llevar a Casablanca, allí esta vez fueron más duros y controladores, obligándolo a hacerse cargo de parte del negocio familiar, aunque él lo único que deseaba era vivir en España y ser libre de tomar sus propias decisiones.
—No puedo... —susurró avergonzada Eleonora mientras seguía apoyada en su pecho.
—Mirame —le ordenó levantando con la mano su mejilla —.Dime que pasa, ahora puedo ayudarte —le aseguró muy serio y dulce a la vez.
—Es él, el educador —le contó entonces la chica.
—¿Te está acosando?
—No, vive conmigo —soltó temblando.
—¿Qué? —preguntó furioso, su cara enrojeció de ira.
—Me trasladaron a un piso cuando hice la mayoría de edad, y él vino conmigo.
—¿Me estás diciendo que el hijo de... que te violó vive contigo?, ¿¡Es qué son imbéciles!?, ¿Te ha tocado?, ¿Qué te ha hecho, pequeña? —preguntó bajando el tono de voz y mirándola con lástima.
—Me... me... ¡No quiero decírtelo! —lloró nuevamente abrazándolo.
Mohamed acarició su cabello, el silencio de Eleonora ya le decía todo, lo mataría, juró en ese instante que ese hombre pagaría por romper una flor tan pura con sufrimiento y dolor.
—Tranquila, está bien, no necesitas contármelo, coge tus cosas, te vienes conmigo —le ordenó volviendo a levantar su mirada por el mentón y mirándola a los ojos.
—¿Dónde me vas a llevar? —preguntó confusa.
—A un lugar seguro, me encargaré de que nadie vuelva a hacerte daño.
Eleonora obedeció, fue a la parte trasera, se quitó la camiseta con el logo del súper mercado, cogió su bolso y salió, alejándose con Mohamed de la pesadilla que la atormentaba cada día, cada noche y cada minuto de su joven vida.
Ese primer día la llevó a su hotel, él durmió en el sofá y ella en la cama, Eleonora confiaba en él y le dió permiso para dormir en la misma cama, el problema era que él no confiaba en si mismo, estar tan cerca de ella despertaba al hombre lujurioso que llevaba dentro.
Un par de días después, Eleonora esperaba en el hotel a Mohamed, ya hacía un rato que se había ido y no había vuelto, ella, por miedo, no salía sola de la habitación, temía que el educador la encontrara.
Mohamed entró y ella se levantó rápido.
—¿Dónde estabas?, ¡Estaba asustada! —le contó ella mientras lo abrazaba.
—Tenía algo que resolver, coge tus cosas, nos vamos —le ordenó frío.
Eleonora lo miró unos segundos confusa, ¿A qué se debía esa frialdad repentina?, ¿Había hecho algo mal?, se preguntó.
Obediente, cogió la ropa que Mohamed le había comprado y la metió en una mochila que también él le había regalado.
Al salir del hotel, montaron en un coche muy caro, eso llamó la atención de Eleonora, que se acababa de dar cuenta de que no sabía nada de él, estaba enamorada de ese hombre, sin conocerlo.
—¿De quién es este coche? —le preguntó intentando averiguar algo.
—Es mío —respondió con la mirada centrada en la carretera.
—Pero es muy caro... —susurró.
—Sí, lo es, tengo la suerte de poder permitirme ciertos lujos, como sacarte de ahí —respondió Mohamed dando por zanjado el asunto.
Eleonora empezó a pensar en huir, al igual que tantas veces se lo planteó en el centro de menores, y después, en el piso, desistió al darse cuenta de que no tenía donde ir, no tenía familia, ni dinero, ni un techo donde cobijarse, seguro que sería mejor el destino que le iba a dar Mohamed, al que tenía con el educador.
Llegaron al aeropuerto, subieron al avión privado y se sentaron, Eleonora no preguntó más, solo hizo caso a todo lo que él le ordenaba, dedujo por como lo trataron que era alguien importante, sentía cada vez más curiosidad.
Llegaron a su destino, Casablanca, aquí subieron a otro coche, igual de lujoso que el de España, pero esta vez no lo conducía Mohamed, sino un hombre que trabajaba para ellos y lo trataba de usted.
—Mohamed, ¿Dónde me llevas? —preguntó asustada al empezar a barajar ideas descabelladas, trata de blancas, por ejemplo.
Él la miró, se desabrochó el cinturón y la besó suavemente, se apartó despacio y tan solo unos milímetros para mirarla a los ojos.
—Solo te pido una cosa, confía en mí, nunca haría nada que te dañase.
—Confío en ti —susurro sonriente Eleonora.
Se había perdido en sus ojos oscuros, acariciaba la tez morena, se acercó un poco, y lo besó esta vez ella, Mohamed se dejó besar alargando el contacto, aunque ella no lo supiese, el último, entre sus planes no se encontraba Eleonora, eso solo la destrozaría, aunque ella ahora no lo viera.
Llegaron a una gran casa con un portón enorme en la entrada del terreno, el conjunto en si era maravilloso, como un cuento de princesas, o de la mafia...
Eleonora lo siguió al abrirse el portón y bajar del coche después de aparcar, entraron en la casa, una mujer abrió la puerta realizando una especie de inclinación, sin mirar a Mohamed directamente a los ojos.
—Hola —sonrió ella a la mujer, la cual se vio confundida.
La guió hasta una habitación mientras admiraba el interior de la casa, arcos creaban estancias preciosas, las tonalidades marrones y blancas destacaban en el suelo, las paredes y el techo.
Un olor muy agradable a incienso y esencias invadió sus fosas nasales, entró en la habitación y dejó la mochila en la cama, se giró sonriente a Mohamed, pero él ya no estaba.
Abrió la boca para decir su nombre y la volvió a cerrar al darse cuenta de que el beso en el coche era una despedida, no estaba segura de qué debía hacer ahora, ¿Quedarse en esa habitación?, ¿Salir en busca de su amado o una explicación lógica?, optó por sentarse en la cama y esperar, la curiosidad mató al gato, pensó.
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