Mayoría de edad de Eleonora

Esos meses fueron mágicos para la joven, su historia de amor estaba siendo un regalo que le había dado la vida, así lo consideraba ella, Mohamed no se separaba de su lado, tampoco había insistido en hacerla suya por completo, había respetado su decisión de esperar.

Por las noches, cuando todos dormían, iba de puntillas para que los educadores no le escuchasen y poder darle un beso de buenas noches, siempre era dulce e intenso a la vez, Eleonora estuvo a punto de replantearse su decisión respecto a la virginidad varias veces, pero desistía siendo firme en su decisión.

Una de estas tantas noches, Mohamed entró en la habitación intentando no hacer ruido, sabía que ella lo esperaba despierta, pero cuando abrió la puerta y vio lo que vio, se llenó de rabia, le ardía la cara, sentía la necesidad de matar a aquel cobarde.

Eleonora lloraba mientras el educador la forzaba, con una mano le estaba sujetando las muñecas y con la otra le tapaba la boca, se había bajado el pantalón y la estaba violando, había perdido su virginidad, su pureza, sin quererlo.

Se abalanzó sobre él, lo quitó de encima de ella y lo golpeó hasta dejarlo inconsciente.

La compañera se despertó según esto ocurría, vio a Eleonora abrazarse a si misma empapada de lágrimas, a Mohamed golpeando al educador y a este último sangrando, empezó a gritar confundiendo la situación, pensando que el educador, era el bueno.

Pronto el otro educador subió y llamó a la policía, sucedió todo deprisa, por su edad, Mohamed fue juzgado como un adulto, condenado a un año de cárcel por agresión e intento de homicidio.

Eleonora intentó ayudarlo, explicar la verdadera situación, él solo la protegía, pero no eran más que lacra para la sociedad, ella una huérfana sin futuro, y él un moro ilegal en España.

El educador salió impune, no odió a Eleonora aunque esta sí lo hacía y había repetido una y mil veces que la había forzado, al contrario, estar dentro de ella había sido lo mejor que había vivido, y su obsesión, había crecido.

Cada noche la admiraba en silencio, no la tocaba, no como para que se despertase, un paso en falso y acabarían descubriendo la verdad y alejándolo de ella, no podía pasar eso, no podía perderla.

Acarició la mejilla de la joven y bajó ligeramente las sábanas para observar como su pecho subía y bajaba, se sintió tentado de romper la promesa que se había hecho a si mismo, esperar a que ella fuese mayor de edad y llevársela, pero no lo hizo, aguantó firme, hasta que llegó el día.

Eleonora hacía dieciocho años hoy, la mayoría de edad, un nuevo capítulo en su historia, estaba alegre porque por fin sería libre, la trasladarían a un piso para adultos y la ayudarían a encontrar un buen trabajo, pero sobretodo, estaría lejos de Raúl.

Bajó las escaleras contenta, todos la felicitaron, a la vez se puso triste, eso también significa alejarse de sus amigos, una vez salías del centro, no podías volver.

Fue iluso pensar que habría una tarta, o una canción, un felicidades y haz las maletas, parecía que tenían prisa en sacarla de allí, apenas tuvo tiempo de despedirse.

La subieron a un coche y la llevaron a su nuevo hogar provisional, un piso céntrico, no había nadie más, solo ella y un educador que estaría pendiente, seguía siendo responsabilidad del estado.

Se sentó en la cama y suspiro, bueno, estaba sola, pero al menos no volvería a ver a ese violador, pensó, había tenido muchas pesadillas respecto a esa noche, y todavía temblaba al tenerlo cerca, podía sentirlo entrar y salir de ella.

—¡Eleonora! —la llamó el educador que la llevó hasta ahí.

—¡Voy! —gritó levantándose de la cama y yendo al salón.

Se quedó palida al ver quien estaba con él, era Raúl, no podía creer que de verdad estuviese allí, debía ser producto de su imaginación, de su paranoia, creía, pero no, estaba, aún a pesar de sus acusaciones, de que la menor era ella, él era libre y estaba allí para destrozar su libertad.

—Raúl se encargará de ti hasta los veinticuatro años —le informó el educador.

—¿Qué? —preguntó con un nudo en la garganta que la ahogaba.

—Se nos ocurrió que era buena idea que estuvieses con alguien conocido —dijo él poniendo cara de bueno.

—Bueno, me tengo que ir, te he dejado los informes en la mesa de la cocina, que os vaya bien —se despidió el otro hombre.

—Muy bien, gracias —respondió Raúl.

Eleonora estaba callada y pálida, lo observó ir a la cocina y revisar los informes, después guardarlos en una carpeta y acercarse a ella.

—Por fin solos, sé buena y yo lo seré también, puedo darte un buen futuro —le dijo, lo que para todos es una obsesión, una enfermedad mental, para él, era amor puro.

—No me hagas daño —susurró la joven derramando la primera lágrima, temblando de miedo.

—¡No, no voy a hacerte daño!, ¡Te quiero, jamás lo haría!

Esas palabras la asustaron más, estaba claro que mentalmente estaba muy mal, no sería posible razonar, así que obedeció mientras buscaba la manera de salir de allí.

Los primeros días no pasó nada, al contrario, la ayudó a encontrar un buen trabajo como dependienta de un súper, la llevó a comprarse ropa, a crear una cuenta bancaria, al cine...

Cada vez estaba más y más asustada, su actitud no era normal, era amenazante a la vez que dulce, no sabía en qué momento volvería a tocarla, no saber qué iba a suceder era lo peor, la atormentaba.

Un par de meses más tarde, ocurrió de nuevo, esta vez no la despertó con su mano en la boca, sino que se metió en su habitación según se cambiaba de ropa, Eleonora estaba en ropa interior, él se acercó despacio, acarició su cuerpo deleitándose con cada caricia, la joven temblaba, paralizada por el miedo, no podía gritar ni moverse.

La terminó de desnudar y la hizo suya de nuevo, le dió igual las lágrimas, le dió igual que ella no lo abrazase, ni gimiera, para él, era el mayor placer.

Continuó hasta convertirla en un títere, una muñequita moldeable a sus órdenes, Eleonora obedecía cada orden, si le pedía que se arrodillara, ella lo hacía, si le pedía que se inclinara, también, incluso que se desnudara.

Vivía sin vivir, se sentía muerta por dentro, había aceptado como castigo ese futuro, la tristeza llenaba todo su corazón, había olvidado su promesa, había olvidado a sus padres, a Clara y a Mohamed, todo era tan oscuro y cruel, tan lúgubre.

—Eleonora —escuchó una voz masculina mientras reponía los estantes del super.

Miró al dueño de dicha voz, no podía creer lo que veían sus ojos, era Mohamed, pero la versión adulta, fuerte y sexy, ni siquiera su voz era la misma.

—Eleonora, ¿te acuerdas de mí? —volvió a insistir al no moverse ni un músculo en el cuerpo de la joven.

—Ayúdame —susurró empezando a llorar sin poder parar, creyendo que él había vuelto para sacarla de su infierno.

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