la niña de papa.

Luego de correr como enferma para llegar a mi catedra, no pude evitar la cara poco amigable de mi profesor. Disculpándome me siento en mi lugar y enseguida saco mis apuntes. Concentro toda mi atención en la clase, pero de vez en cuando se filtra la mirada sonriente de mi vecino jugando con mi pequeño juan.

Luego de terminar mis clases salgo y paro un taxi para dirigirme a las oficinas de la empresa de mi padre. Al llegar la recepcionista me anuncia que mi padre me espera en su oficina.

Tomo el ascensor para llegar al piso de mi padre. Al salir me recibe la sonrisa bondadosa de la secretaria de mi padre que justo se encuentra hablando con la recepcionista.

—Buenos días, señorita Marion —saludan al unísono las mujeres a mi disposición y Mónica, la secretaria se acerca para tomar mi brazo.

—¡Que hermosa te ves hoy! —exclama la mujer colgada de mi brazo—. Tu padre está preocupado por tu resiente independencia.

—Hay Moni, solo paso un día desde que me mude y ya está lagrimeando —digo rodando los ojos.

—Sabes que para el señor serás siempre su niña pequeña —murmura la mujer. Llegamos a la puerta de la oficina de mi padre y golpea—. Señor su hija ya llego.

—Que espera para entrar —gruñe desde dentro de su oficina, sonrió a la mujer a mi lado y entro a la oficina de mi padre.

—Buen día papa —saludo, él se incorpora de su lugar para acercarse a mí, me inspecciona.

—¿Estas bien? ¿Ya te arrepientes de habernos abandonado? —pregunta haciendo que suspire.

—Hay papa, ya dejé de ser una niña hace mucho —digo abrazando a mi progenitor que moquea como niño golpeado.

—Es que parece que fue ayer cuando te mecía en mis brazos y hoy ya vives sola, lejos de tu madre y de mi —espeta exagerando el lagrimeo, debería postularse como la llorona del año.

—Hay papa, que exagerado que eres —susurro acariciando su cabellera que poco a poco se va encaneciendo, lo aparto para verlo a la cara—, ahora deja de llorar como magdalena —ordeno— ¿Almorzamos juntos?

—Si querida, tu madre vendrá alrededor de la una y los tres iremos a almorzar —respondo ya secando sus ojos con su pañuelo, me sonríe. Me aparto de él y beso sus cachetes regordetes.

—Iré a trabajas antes de que me despidan —insinúo sonriendo a lo que él se ríe. Me despido y salgo de la oficina de mi papa para dirigirme al ascensor—. Moni, llévale un té a mi papa para que reponga líquido, es toda una magdalena —le pido a su secretaria que enseguida se pone en marcha con un té para mi padre.

Bajo a mi piso y no más ingreso, me recibe la encargada que al verme se acerca a mí con una pila de carpetas para que revise.

—Todo esto necesita ser revisado, es parte del balance que se está organizando —dice mi querida supervisora.

—Enseguida me pongo con ello —digo, ser la hija del dueño de la empresa no me da ningún tipo de preferencia y mi trabajo es tan pesado como el de cualquiera en este piso. Agradezco que sea así, quiero que me valoren por lo que se y no por lo que soy.

Por suerte a pedido de mi padre me asignaron un cubículo más cómodo que el del resto, es el único veneficio que acepte. Mi silla es tan cómoda que parece que me están dando masajes.

Dejo la pila de carpetas, prendo mi PC y me acomodo en la silla para comenzar con mi tarea del día.

La hora pasa rápido y cuando menos me lo espero la secretaria de mi padre me llama por el intercomunicador de la empresa.

—Señorita, su padre junto a su madre la esperan para el almuerzo —escucho la voz de Moni atreves de la bocina, miro la hora percatándome que faltan tres minutos para la una de la parde. Como si de un acto reflejo se tratase, mi estoma ruje.

—Moni, diles que me reúno con ellos en recepción —indico, moviendo mi cilla hacia atrás.

Tomo mi bolso y antes de bajar paso por el tocador del piso para hacer mis necesidades y retocar mi maquillaje.

Ya refrescada bajo y me reúno con mis padres, los tres partimos en el coche de mi padre al restorán preferido de mi madre para almorzar.

—Cuéntame hija ¿Cómo fue tu primera noche en tu departamento? —pregunta mi madre luego de pedir nuestros platillos.

—Genial, dormí como un bebe —digo y recuerdo al gigolo de mi vecino.

—¿Hiciste alguna nueva amistad? —pregunta— aunque es pronto para ello.

—Pues la verdad es que mi vecino me ayudo con la mudanza —murmuro tratando de sonar ajena.

—¿Vecino? —pregunta mi padre en tono receloso.

—Si, Adrián —digo mirando como el mesero se acerca con la botella de vino que pidió mi padre—, fue muy amable y respetuoso —miento, si supieran que en todo momento estaba prácticamente desnudo, mis días de independencia llegarían a su fin.

—Qué bueno hija, ese señor se merece un buen vino como recompensa —expresa mi madre y yo pienso en el trato que tenemos.

—Tienes razón, no lo había pensado —digo mientras saboreo de mi copa el cabernet Sauvignon que sirvió el mesero luego de que mi padre aprobara el buen vino.

—Luego elegimos uno para tu vecino, hija —recomienda mi madre, recordando que el restorán cuenta con una importante vinoteca con venta al público.

—Desde luego mama —expreso y relamo mis labios.

Por un momento la mesa se sumerge en un silencio para nada incomodo, nuestros platillos son servidos y cada uno disfruta de su comida. Al terminar con mi madre pasamos al tocador de damas para refrescarnos y retocarnos el maquillaje.

Antes de volver a la mesa junto a mi padre, mi madre me acompaña a elegir un vino para mi vecino.

—Creo que este es perfecto —digo tomando una botella de vino blanco.

—Ese vino es muy femenino —indica mi madre arrugando su entrecejo.

—Pues genial, mi vecino es gay —miento sonriendo por dentro, ese vino lo voy a disfrutar mientras veo una buena película entre las subes sabanas de mi cama.

—¿O que lástima! —exclama mi madre, concentro mi mirada en ella—. Tenía la leve esperanza que te enamores de una vez por todas y me hagas abuela.

—¡Mama! —gimo sorprendida—. No hace un día que me fui de casa y ya pretendes que tenga hijos, ¡estas locas! —exploto—. Apenas tengo veintitrés y ni siquiera he terminado mi carrera —exclamo escandalizada.

—Tampoco es para tanto, yo te tuve a mis veintidós años y no me arrepiento de nada —murmura con una sonrisa en su rostro restándole importancia a mis palabras.

—Pero yo no soy como tu —digo cruzando mis brazos, refunfuñando.

—de todas maneras, algún día me darás nietos —dice muy segura de sus palabras. Esta loca si piensa que en un futuro muy cercano cumpliré con sus deseos.

—Pues ve sentándote a esperar que para que eso pase falta mucho, mucho tiempo —digo tomando el paquete con el vino para mi vecino.

—Ya veremos —dice mi madre tomando mi brazo.

Volvemos junto a mi padre que enseguida besa en los labios a mi madre y deja un beso en mi mejilla, salimos del restorán rumbo a su coche. De camino dejamos a mi madre en el salón, necesitas retocar sus uñas, dice ella con una mirada cómplice dirigida a mi padre.

Seguimos camino hasta la empresa. Bajamos y subo a mi piso con la botella envuelta en mis manos. Concentro todo mi intelecto en hacer lo que se me pidió al llegar esta mañana y justo unos minutos antes de que termine mi turno logro terminar de revisar todos los archivos.

Organizo mi escritorio, llevo el trabajo terminado a mi supervisora, y luego me despido de todos mis compañeros de trabajo para ir a mi departamento.

Al llegar a mi departamento dejo mi bolso, mis apuntes de la universidad y la caja de regalo con el dichoso vino que me voy a tomar en un momento.

Paso a mi habitación ansiosa por darme una ducha relajante, el calor se está haciendo sentir. Mientras me desnudo, lleno la tina y coloco sales aromáticas. Me introduzco en ella y con una esponja suave lavo mi cuerpo.

Termino mi baño relajante y al salir, luego de secar mi cuerpo y poner crema corporal, me visto con un pijama de dos piezas. Es sencillo pero fresco. Entro a la habitación saliendo del gran vestidor y coloco el aire acondicionado para que se refresque. Mientras voy a la cocina y preparo unos snacks de frutas secas, quesos y fetas de jamón ahumado. Tomo la botella de vino junto a una copa para vino y me dirijo al dormitorio.

Acomodo toda la comida sobre mi cama, la botella la dejo sobre la mesa de noche al igual que mi copa a medio llenar. Prendo la pantalla en busca de alguna película, deteniéndome en una pelicula que llama mi atención. Es del año dos mil diez, noches de encanto.

Comienza la película y tomo un sorbo de mi copa a la vez que mastico unas nueces cuando mi celular suena. Lo tomo para ver que son mis locas amigas preguntando cuando daré una fiesta para estrenar mi departamento. Sonrió al saber de ella.

—¿Les queda bien el día de mañana? —pregunto en el chat del grupo y mando una foto selfi con la copa de vino en la mano.

—Esta noche te visita pequeño juan —pregunta mi querida amiga Sylvanas haciendo referencia a mi juguete que ahora recuerdo se lo deje a mi vecino el gigolo.

—No, mi vecino necesitaba que se lo preste un momento —escribo con una sonrisa en mi rostro.

—Esas cosas no se prestan ¡Cochina! —apunta Amy.

—A él le va a servir más que a mi —respondo divertida. Una vez quise usarlo y tuve que desecharlo de inmediato.

—A lo mejor te puede ayudar a que lo uses de una vez por todas —escribe Ceci, la dueña de ese regalo tan descabellado.

—Solo a ti se te ocurre regalarme algo así —dejo mi queja y tomo un sorbo de mi copa.

—Bueno niñas, dejen de pelear —deja su toque mi querida amiga Briza—. Mañana nos vemos en la noche las cinco, sin pareja, para celebrar.

—Ok, nadie piensa llevar los asnos que tenemos de novios —escribe Sylvanas.

—Bien que te comes el asno de mi sobrino —Amy siempre a la defensa.

—Como no tienes idea —responde está adjuntando una foto de ella sacando su lengua.

—Besos chicas, vere una peli y me dormiré pensando en mi querido pequeño juan que no sea maltratado —me despido de mis amigas, riendo por los emojis que suben luego de mi comentario.

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