—Alteza- saludó el mayordomo del Palacio de Olivos al ver entrar al Rey por la puerta principal. Formados detrás de él estaba toda la servidumbre del lugar.
— está como siempre- murmuró Marcos al ver la residencia. Su mente se llenó de recuerdos. Había sido un niño muy feliz, cuando su madre, la reina consorte vivía.
—Alteza- habló con delicadeza una voz grave. De solo escucharla su cuerpo sintió una ola de calor.
— ¿qué ha dicho?- se volvió hacia el general, que no se había despegado de él desde el teatro.
— le quiero presentar a su secretario real y a sus damas de compañía- el rey asintió con la cabeza- este es Lord Marcelo, Conde de Córdoba- el beta se arrodilló ante Marcos y le beso la mano- ellas tres sin Laila, Leticia y Francisca, lo ayudarán con la ropa y todo lo que necesite- Las tres omegas sonrieron y se inclinaron con respecto.
Marcos se sintió increíblemente solo al ver que, si bien era la casa donde se había criado, no conocía a nadie ahí. No tenía a nadie en quien confiar. Sonrió con desganada.
— si me permite Su Majestad deberá ir a sus aposentos a descansar- habló Marcelo- Mañana le espera un día largo. Los Lores principales le esperan para debatir la situación del reino.
— antes quisiera hablar con el General- pidió Marcos con el corazón acelerado. La idea había nacido de un impulso, no creyó capaz de ejecutarla- ¿cuál es su nombre General?- preguntó.
— General Lucio Dukoi, Su Alteza- contesto el militar cuadrandose frente a su soberano.
— me permite unos minutos de su tiempo, a solas- miró al secretario y al Mayordomo. Los sirvientes y el secretario se retiraron- preferiría que ustedes también- pidió a sus damas de compañía. Estás asintieron y se retiraron en silencio.
— usted dirá Majestad- habló el General.
— me crié aquí sabe- comenzó el rey, recorriendo el salón maestro que comunicaba todo el palacio- incluso odiaba este cuadro- dijo señalando uno de los cuadros que colgaba en las paredes del lugar, un barco hundiéndose- en el fondo era negación, lo odiaba porque representaba a los omegas, seres que nacen para hundirse. El agua nunca aprecia el valor del barco, solo lo toma como su propiedad.
— no entiendo a dónde quiere llegar- El general parecía nervioso.
— creo que lo sabe- desafío el Rey- lo sabe tanto como yo.
— mí deber es protegerlo- se defendió Lucio.
— pero no lo necesito detrás mío todo el tiempo ¿o si?- el rey lo miró directamente a los ojos. Se perdió en aquel mar Jade.
— sabe cómo somos los alfas- gruñó el general perdiendo la compostura. Se abalanzó hacía el rey y lo chocó contra la pared- sabe que no podemos permitir que nada le pase a nuestro Omega- El alfa coloco una de sus manos en su cuello- sobre todo si aquí no hay una marca- continuó haciendo círculos con su pulgar al inicio del cuello.
— le pido que se controle- exigió Marcos haciendo uso de la poca compostura que tenía. El tacto firme y tosco en su cuello le hacia templar las piernas. En ese momento solo pensaba en una cosa, estar acucurrado dentro de los brazos fuertes de su General.
— ¡no puedo!- gruñó el alfa- su sola presencia me atormenta. Quería tomarlo en plena coronación para que todo el reino viera que me pertenencia. Quiero tomarlo ahora, aquí mismo y hacerlo mío. Solo mío.
— ¡pero no lo soy!- exclamó el Omega- ¡pertenezco a Argentina!.
Reinó el silencio por unos minutos. Luego el dichoso cuadro del barco hundiéndose fue perforado por un puñado. Lucio respiraba entrecortado, una mano en el cuello del rey y la otra enterrada en el cuadro.
— ¡no digas eso!- le advirtió- ¡no es verdad!.
— Lo sabe General Lucio- habló suavemente Marcos.
— deberá tener un hijo, un heredero. Deberá casarse y yo seré su esposo- A Marcos no le gustó el tono amenazante del alfa.
— eso no lo decide usted.
— Controlo su ejército majestad- dijo apartándose, Lucio- verá que puedo hacer muchas cosas. Además no hay Alfa de rango, aparte de mí, con edad de casarse. Y usted no aceptará un esposo viejo.
— ciertamente- asintió el rey- Pero no tengo intenciones de casarme aún.
— no espero que lo haga a la primera- reconoció el General- primero debo ganarme su afecto, luego su atención y cuando usted esté a mis pies lo haré mío.
— ha roto el cuadro- atinó a decir el Omega- espero recuerde la enseñanza.
— se equivoca. No sabe lo que vale un Omega para un alfa. Es su tesoro más preciado.
— tanto que se atreven a arrebatarle su libertad- replicó Marcos- porque eso hacen, nos sobre protegen porque nos concideran débiles.
— yo no le considero débil majestad. Y si, Le protegeré con mí vida si es necesario.
— ya lo veo General. Dejemos las cosas claras. Es obvio que estamos destinados, pero eso no significa nada. Yo soy el Rey y tengo un deber con mí pueblo. No consentire muestras de sobreprotección hacia mí persona. Si quiere ser tóxico deberá hacerlo lejos de mí presencia.
— amarás que sea sobreprotector contigo- dijo el alfa mientras le acariciaba la mejilla- sé que lo anhelas.
— se equivoca. Lo considero una idiotez- dicho esto el rey llamo a sus Damas. Estás entraron en silencio- Vamos a mis aposentos, necesito descansar- las damas le hicieron un gesto para guiarlo.
— al menos permítame cortejarlo- exigió el General- no lo consideraré una muestra de afecto si usted lo acepta, ni me creeré su dueño. Al menos hasta que usted cambié de opinión.
Marcos lo miró cansado. El General era el hombre que siempre soñó. Aquél alfa que lo protegería del mundo y no permitiría que nada le pasara. Sin Embargo las cosas habían cambiado, se debía proteger a si mismo. Él debía proteger a los demás, él era el rey.
— le permito el cortejo- contestó. No pudo resistir. El alfa lo volvía loco. Trataba con todas sus fuerzas controlar ese pensamiento irracional de arrojarse a sus brazos- pero está advertido, Soy de Argentina, no de usted.
— tiene mí palabra de lo que ocurrió hace un rato no sucederá de nuevo, Su Alteza- el General hizo una pose militar.
— y haga el favor de cambiar ese maldito cuadro. Elija uno que vaya con su personalidad. Si quiere cortejarme querré conocer un poco del alfa que me pretende.
Lucio Dukoi sonrió. A Marcos su sonrisa le ardió como mil soles sobre su vientre.
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