Cristian, tras hablar con su esposa, finalmente se presentó ante las autoridades con la prueba de ADN para reconocer legalmente a Cristina como su hija. A partir de ese momento, dejó de ser Cristina Duarte para convertirse oficialmente en Cristina Martínez.
Fernanda, gravemente enferma, fue ingresada en el hospital. Sabía que le quedaba poco tiempo y pidió ver a su hija una última vez. Quería despedirse.
—Criss… me tengo que ir de viaje —le dijo con voz frágil, acariciándole el cabello.
—¿Puedo ir contigo, mami? —respondió la niña, inquieta, con esa dulzura que desarma.
—No, mi amor… no puedes ir conmigo. Pero tus abuelos van a cuidarte.
—¡Pero mami, no quiero que te vayas sola! —gritó Cristina entre lágrimas.
—Quiero que me prometas que vas a ser una niña buena y obediente —dijo Fernanda, colocándole una cadenita de plata con una cruz diminuta—. Perdóname, Criss… por no ser la mamá que necesitabas. ¿Puedes perdonar a tu tonta mamá?
—¿Pero vas a volver de tu viaje?
—Eres tan buena hija… solo espero que nadie en este mundo te haga daño —murmuró, con la voz quebrada. Luego miró a Saúl y Laura. No quería que Cristina la viera así por más tiempo.
—Criss, despídete de tu mamá. Necesita descansar —dijo Laura con ternura.
—Chao, mami. Regresa pronto… —Cristina le dio un beso en la mejilla. Fernanda sintió un nudo en el pecho. En ese instante, entendió cuánto la amaba… y cuánto tiempo había perdido sin demostrárselo.
—Señor Saúl… si puede… dígale a mi Criss que, a mi manera, la quería mucho. Y que no la tuve por dinero. Yo… amaba a su padre. Ella no fue un negocio para mí —dijo entre sollozos.
Saúl, conmovido, asintió. Siempre había creído que Fernanda era una trepadora, pero ahora… ahora solo veía a una mujer joven, enferma, vencida, que cometió errores como cualquiera. Y que creyó, ingenuamente, en las promesas de su hijo.
—Se lo diré. Pero hubiera sido mejor que se lo dijeras tú misma… Porque Cristina va a crecer pensando que nunca la quisiste.
Días después, Fernanda falleció a los 28 años. Cristina no entendía del todo lo que ocurría. En el funeral, sostenía la mano de Laura con fuerza. Tras la despedida, fue llevada a la casa de sus abuelos paternos.
Para una niña que había conocido tantas carencias, aquel mundo era deslumbrante. Por primera vez, tenía una habitación propia, decorada en tonos suaves de rosa. El clóset estaba lleno de vestidos bonitos, juguetes, peluches, y hasta le permitieron tener una mascota.
Laura y Saúl la trataron con un cariño desbordado. Querían que supiera que ahora era especial. Que por fin estaba a salvo y que esos años oscuros no definirían el resto de su vida.
La primera vez que la oyeron cantar, sus abuelos supieron que Cristina era un prodigio. Laura, su abuela paterna, había sido una cantante de ópera medianamente famosa en su juventud y actualmente presidía la Casa de la Cultura. Era una figura influyente en el mundo de las artes del país, además de una militante activa del partido de derecha, al igual que su esposo, Saúl.
A pesar de sus múltiples compromisos, Laura siempre encontraba tiempo para enseñarle a Cristina —ahora con cuatro años— todo lo que sabía. Aunque tenía otros dos nietos, Rafael de ocho años y César de seis, Cristina se convirtió rápidamente en su favorita.
Cristian, el padre de Cristina, trabajaba en la empresa familiar. Nunca fue particularmente brillante, sobre todo si se lo comparaba con sus padres. Hijo único de una familia adinerada, había sido criado entre comodidades, sin exigencias, y ahora era un hombre de mal carácter, ostentoso y sin habilidades de liderazgo. Estaba casado desde hacía diez años con Roxana, quien era —en todos los sentidos— su reflejo: frívola, inútil y adicta al lujo.
Cristian valoraba mucho a su "familia legal", conformada por su esposa y sus dos hijos, aunque eso nunca le impidió mantener frecuentes romances. De uno de esos encuentros, con su secretaria, nació Cristina. Desde el inicio, la noticia del embarazo lo disgustó. Intentó que Fernanda no siguiera adelante, pero ella lo amenazó con contarle todo a su esposa, y así la niña nació… en secreto. Cristian no tenía intención alguna de reconocerla. Y no lo habría hecho de no ser porque la enfermedad de Fernanda obligó a destapar la verdad.
Para Roxana, descubrir que su esposo le había sido infiel y que tenía una hija fuera del matrimonio fue devastador. Su matrimonio entró en una grave crisis. La situación empeoró aún más cuando sus suegros comenzaron a presionarla: exigían que la niña fuera reconocida como hija legítima de Cristian y que se integrara a la familia.
Roxana se negó rotundamente. Pero Saúl y Laura fueron claros: si no aceptaba la presencia de Cristina, debía mudarse con sus hijos a otra residencia.
Finalmente, Roxana terminó cediendo. No le quedaba otra opción. Pero cada vez que veía a Cristina, la infidelidad de su esposo regresaba como una sombra. Durante un tiempo intentó hacerle la vida difícil a la niña, aunque de forma discreta. Sin embargo, cuando comprendió lo apegada que Laura estaba a su nieta, se dio cuenta de que continuar con esa actitud sería un error. Decidió, entonces, que ni ella ni sus hijos tendrían mayor contacto con la niña. No la maltrataban… simplemente la ignoraban.
Pero Rafael, el hijo mayor, no podía seguir ese juego. A pesar de las indicaciones de sus padres, no lograba ignorar a su hermanita.
Un día, Laura la sorprendió.
—Roxana, te recuerdo que esta es mi casa. Si vuelves a hacer algo así, te vas de inmediato —le advirtió con voz firme, tras verla tomar bruscamente del brazo a Cristina creyendo que nadie la observaba.
—No volverá a ocurrir, suegra —respondió con frialdad, molesta por haber sido descubierta.
—Más te vale —sentenció Laura, sin suavizar el tono.
La familia Martínez pertenecía a la alta sociedad, y Laura quiso que Cristina tuviera el mismo nivel de vida que sus hermanos Rafael y César. A pesar de la negativa de Roxana, la inscribió en el mismo colegio privado, donde conoció a Gustavo Fernández y a Luis Arturo Alcalá. Desde el primer día, Cristina y Luis Arturo se hicieron inseparables.
A raíz del abuso emocional sufrido en sus primeros años, Cristina era una niña muy insegura. Su madre le repetía constantemente que era fea. Y con el desdén de su padre, esas palabras se volvieron parte de su identidad.
Cristina era pelirroja, usaba lentes correctivos por una fuerte miopía, y su complexión delgada, sumada a su piel muy blanca y rostro serio, no la hacían destacar físicamente en un entorno de apariencias. Pero quienes se acercaban a ella… descubrían algo más.
Su amabilidad era desarmante y hacía sentir bien a todos los que la rodeaban. Todos menos uno: el único incapaz de verlo… era su propio padre
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Comments
Alexandra Romero
Que raro otro 🤬🤬🤬🤬🤬😰🤬🤬🤬
2025-02-15
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