Cristina lo miró, al borde del llanto, pero se obligó a mantenerse firme. No pensaba derrumbarse frente a él. Gustavo notó el dolor en su mirada, pero ni siquiera podía imaginar cuánto le dolía. Aunque no lo amaba, le tenía un cariño profundo… uno que él mismo se encargó de destruir con sus acciones.
—¿Tan poco te importo que olvidaste que ya no puedo comerla? —dijo con un hilo de voz, mientras las lágrimas finalmente escapaban.
Gustavo cambió de expresión. Solo entonces comprendió la magnitud de su error. La tarta de kiwi... su postre favorito desde niña. Pero ahora era alérgica, y él lo sabía. O lo había sabido, alguna vez. Había pasado tanto tiempo ignorándola que olvidó incluso eso. Y en parte, también era su responsabilidad que ya no pudiera volver a probarlo.
—Discúlpame por olvidarlo, Criss… —murmuró, avergonzado.
Intentó acercarse para abrazarla. Se sentía un idiota. ¿Cómo pudo olvidar algo así? Si ella le diera una sola oportunidad, pensó, compensaría todos esos años de abandono. Porque, aunque nunca supo amarla, la quería. De algún modo, la quería, pero Cristina retrocedió.
—Gustavo… no más. Por favor. Quiero el divorcio.
Él palideció.
—Criss, sé que estás molesta. Pero escúchame: terminé con Grecia. Te lo juro. Esta vez es en serio. Voy a cambiar. Te voy a apoyar en tu carrera. Prometo que no voy a burlarme más de tu ropa, ni a decir que el metal es ruido. Voy a ser tu mayor fan. Pero no me dejes así… por favor, intentémoslo una vez más. De verdad.
—Tus promesas ya no me significan nada, Gustavo —dijo Cristina, con voz quebrada—. Nunca creíste en mí. Siempre fuiste un obstáculo. Te avergüenza mi aspecto, pero lo peor… es que tú la amas a ella. Y no te juzgo. Nadie elige a quién amar. Pero déjame ser libre.
—Criss… Grecia ya no existe. Se acabó. Tú y yo podemos empezar de nuevo.
—No, Gustavo —respondió con firmeza—. Por el cariño que nos tuvimos desde niños, necesito ser libre.
Cristina lloraba, y esa imagen suya —tan rota, tan expuesta— lo impactó. Ella no era de expresar lo que sentía. Verla así lo dejó paralizado. Por primera vez, Gustavo se preguntó si quizá tenía razón. Si había sido él quien le cortó las alas. Si su egoísmo los había arrastrado a un matrimonio donde ninguno de los dos fue feliz.
—¡Ah, claro! ¿Quieres divorciarte por ÉL? Pues no va a ser tan fácil, Cristina —espetó con rabia. Solo pensar en Leo le hacía hervir la sangre. No iba a perder contra ese tipo.
—No es por él, Gustavo —respondió ella, agotada—. Lo sabes. Tenemos que admitirlo: nos estamos haciendo daño los dos.
—Así que lo admites —dijo él con sarcasmo venenoso—. ¡Lo quieres! Dilo. ¡Dilo de una maldita vez, Cristina!
Ya no más. Ella no iba a callarlo, no esta vez.
—¡No lo quiero, Gustavo… lo AMO!
La palabra retumbó entre las paredes blancas como un disparo.
—No eres mejor que yo —gruñó él—. ¡Eres una cínica! ¡Tú tampoco creíste en este matrimonio!
—Tienes razón. Por eso no voy a seguir fingiendo —dijo ella con calma gélida—. Esto se terminó.
Gustavo apretó los dientes. Su mirada era una mezcla de furia y desesperación.
—Voy a ver cómo haces para divorciarte de mí, Cristina. Porque si yo no soy feliz… tú tampoco lo vas a ser. Y mucho menos al lado de él.
Gustavo habló con resentimiento. No esperaba encontrar a Cristina con esa actitud. Había discutido con Grecia en Miami y acababan de terminar definitivamente. Por primera vez en mucho tiempo, estaba decidido a arreglar su matrimonio, solo que nunca imaginó que Cristina… ya no estuviera dispuesta.
Cristina, por su parte, sentía miedo. Gustavo tenía fama de perder la paciencia con facilidad. Pero estaba decidida. No pensaba desperdiciar ni un minuto más de su vida. Ya había perdido demasiado.
En ese momento, tres personas entraron al comedor: el abogado de Cristina, el Dr. Sánchez, acompañado de dos hombres corpulentos que parecían guardaespaldas. Gustavo se sorprendió. A esa casa pocos tenían acceso. Pero al ver la expresión de Cristina —serena, expectante— entendió que los había llamado ella. Los esperaba.
—Mucho gusto, señor Fernández. Soy el Dr. Sánchez. Estoy aquí en representación de la señora Cristina.
Gustavo intentó discutir, pero se contuvo. El abogado venía preparado. Los dos hombres que lo acompañaban parecían más que decorativos.
Su celular vibró. Pensó en ignorarlo. Grecia lo había llamado varias veces ese día. Pero al ver el nombre en pantalla, frunció el ceño: era su padre. Y a su padre… no podía ignorarlo.
—Ven a casa de inmediato —ordenó la voz al otro lado, seca, sin margen de réplica.
—Papá, estoy manejando una situación con Cristina, necesito algo de tiempo.
—Precisamente por eso. O vienes ahora, o atente a las consecuencias.
Gustavo entendió. Su padre sabía todo. Y le estaba ordenando… retirarse.
—Ya voy en camino —dijo, con la mandíbula apretada.
Miró a Cristina.
—Esta conversación no ha terminado —espetó. Luego giró hacia el abogado—. Y usted, doctor Sánchez, está perdiendo el tiempo. No estoy dispuesto a divorciarme.
—Eso lo discutiremos en tribunales, señor Fernández. Por ahora, llévese sus pertenencias —respondió con firmeza, entregándole la orden de alejamiento.
Gustavo se quedó sin palabras. El documento era claro. Y Cristina, por primera vez, no se quebró.
Salió de la casa furioso. Al acercarse al auto notó varias cajas apiladas junto a él. No estaban allí cuando llegó. Se detuvo. Eran sus pertenencias. Cristina lo había preparado todo. No lo esperaba, y eso lo descolocó más que cualquier palabra. Las subió al vehículo sin decir nada, la rabia creciendo en su interior.
Por ahora lo dejaría pasar. Pero no, no pensaba rendirse. Cristina había tomado una decisión, lo sabía. Estaba convencida. Pero tal vez, en un par de días, ella se calmaría. Podrían hablar. Volver a “ordenar” las cosas, como siempre lo había hecho con ella. Después de todo, desde niños, él sabía cómo manipularla.
Lo que Gustavo aún no entendía… era que esta vez era distinto.
Ahora que se iban a divorciar —aunque no lo supiera aún— iba a descubrir lo que en el fondo más temía: que había perdido a una gran mujer. Que su ego, sus prejuicios, su incapacidad de aceptarla como era… se habían llevado todo lo que pudo haber sido un amor verdadero, y no hay postre, promesa, ni recuerdo de infancia que repare lo que nunca quiso ver.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 112 Episodes
Comments
Alexandra Romero
Hombre al fin y al cabo 🤦🏻🤦🏻🤦🏻🤦🏻🤦🏻
2025-02-15
0
Orea Lety
él no terminará con su amante
2022-12-27
7
yarita
Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierdes 😤ahora sabe
2022-05-17
5