Unión Por Interes

Unión Por Interes

Prólogo (1/2)

Un coche aceleró, rompiendo el silencio de la nada como para oír el

ruido procedente de la fiesta de invierno que se estaba celebrando allí.

Oyó el coche más cerca, debía de estar al principio de la curva, y

apretó el paso al darse cuenta, de repente, de que parecía ir demasiado deprisa para que le diese tiempo a frenar. Entonces llegó el frenazo y el estruendo causado por una

colisión y Zero echó a correr.

Las nubes que ocultaban la luna se apartaron mientras él sentía

una descarga de adrenalina. Allí estaba, era un Renault

que había chocado contra el oscuro follaje. La luz de la luna brillaba en

los cristales rotos que crujían bajo sus botas.

Zero tenía la mirada clavada en el asiento del conductor. En la

figura que estaba luchando por abrir la puerta. Vio unos hombros

pálidos, salpicados por lo que debía de ser sangre. A él se le aceleró el corazón a pesar de sentirse aliviado. Al menos, estaba consciente.

-No te muevas.

Zero necesitaba confirmar el alcance de las heridas lo antes

posible.

–¿Quién hay ahí? – preguntó la mujer inmediatamente,

apartándose de la puerta.

Levantó la cabeza y Zero se llevó una gran sorpresa al ver su

rostro. ¿Sara? No podía ser la pequeña Sara Hernán. No podía ser

ella, con un vestido de fiesta blanco ajustado, muy escotado.

–¿Quién eres? – repitió ella, con miedo en la voz.

Estaba intentando salir por la puerta del copiloto, pero el vestido

le impedía moverse con rapidez.

–¿Sara? No te preocupes, soy yo, Zero Ruiz.

Intentó abrir la puerta del conductor, pero no pudo. Se sintió

inútil.

–¿Zero? ¿El hijo de la señora Ruíz?

Sara hablaba con dificultad y eso lo preocupó, no podía ser una

buena señal.

–Sí, Zero – insistió, intentando tranquilizarla– . Me conoces

perfectamente.

Ella suspiró. Balbuceó algo entre dientes.

–Por supuesto que estás segura conmigo.

Los dos habían crecido en la finca. Sara en la casa principal y él

en una de las casitas de los trabajadores, con sus padres.

–Ven por aquí – añadió.

No olía a gasoil, pero Zero no quería correr ningún riesgo.

Era evidente que Sara podía mover los brazos y las piernas, por

lo que no debía de tener ninguna lesión medular. Estaba arrodillada en

el asiento.

Se giró y una botella cayó al suelo.

Zero se preguntó desde cuándo bebía Sara. Debía de

tener solo… dieciocho años.

–¿Seguro que eres Zero? – le preguntó ella, sentándose sobre

los talones– . Estás diferente.

Sara nunca lo había visto vestido de traje, ni con algo tan caro

como un abrigo de cachemir. Cuando iba a visitar a su madre, Zero

siempre iba vestido de forma más despreocupada. Esa noche, sabiendo que su

madre estaría toda la noche en la casa principal, trabajando, él había

decidido salir directamente a dar un paseo y no se había cambiado de

ropa. Había querido aclararse las ideas antes de despedirse. Aquella

sería su última visita. Por fin había convencido a su madre de que se marchase de la dehesa "el Pinto".

–Por supuesto que soy Zero.

Intento de nuevo abrir la puerta, y por fin tuvo suerte, entonces, alargó los brazos y la levantó en volandas para sacarla por la

puerta recién destrozada, pero, cuando iba a dejarla en el suelo, Sara lo abrazó por el

cuello.

–Tienes que hacerme una promesa.

Sus miradas se encontraron y a Zero se le encogió el

estómago.

–Prométeme que no me vas a llevar de vuelta a casa.

–Necesitas ayuda, estás herida – le dijo él, viendo que tenía

sangre por todos lados.

–Ayúdame tú. Solo tú; no avises a nadie.

Sara hizo un puchero y aquel gesto de los labios hizo que Zero la desease. Se maldijo.

–Por favor – le rogó con los ojos llorosos.

Él la agarró con más fuerza e intentó no pensar en que Sara se había convertido en una mujer muy atractiva.

–Por supuesto que te voy a ayudar.

-¿Y me prometes que no me vas a llevar a casa? ¿Que no les

vas a decir dónde estoy?

La intensidad de su mirada y la angustia de su voz hizo que a

Zero se le erizase el vello de la nuca.

No parecía borracha, sino asustada.

Él frunció el ceño y pensó que todo era un truco. Sara no quería

enfrentarse a las consecuencias de lo ocurrido. Había estrellado un

coche muy caro y había estado bebiendo. Y su padre se sentiría

decepcionado. Pero, Zero sabía que Estefan Hernán era

un jefe horrible, pero también un hombre de familia cariñoso. Sara no

tenía nada que temer.

–¡Prométemelo! – exclamó desesperada, retorciéndose entre

sus brazos.

Zero miró hacia la casa principal. Nadie había ido detrás de ella.

Tal vez ni siquiera supiesen que se había marchado. Suspiró.

–Te lo prometo. Al menos, por ahora.

La llevaría a casa de su madre, comprobaría qué heridas tenía y

después decidiría si tenía que llevarla a un hospital o llamar a su

padre, el último hombre del mundo con el que le apetecía hablar.

–Gracias, Zero.

Sara sonrió y apoyó la cabeza en el cuello de él, su pelo le

acarició la barbilla, su olor a jazmín y a mujer lo envolvió.

-Siempre me has caído bien. Sabía que podía confiar en ti.

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Comments

Malu Enriquez

Malu Enriquez

Pinta interesante 😃

2022-07-10

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