Un cuento de hadas.

Cuando Sara quiso darse cuenta, estaba con Zero junto a otra enorme ventana, en un rincón muy tranquilo. No miró hacia afuera, tenía toda la atención puesta en él.

Tenía los pómulos muy marcados, la mirada profunda, las cejas negras como el azabache y una mandíbula prominente. Zero Ruiz era capaz de cautivar a cualquier mujer. Su piel morena apuntaba a su herencia romaní y la nariz recta, ligeramente torcida porque se la había roto años antes, le daba un aire todavía más atlético y

masculino. El hecho de que llevara el pelo muy corto, un pelo que Sara sabía que tenía rizado cuando se lo dejaba crecer, no hacía que su

aspecto fuese menos salvaje.

Y aquel salvajismo se había contagiado a su corazón, que latía

demasiado deprisa.

–Ibas a explicarme qué haces aquí – le espetó.

Él sonrió de medio lado y ella se aferró a su libro y retrocedió un paso. Chocó contra la ventana.

Zero la miró divertido, pero ella se sintió bloqueada por el

deseo. No era la sonrisa de Zero lo que quería, sino mucho más.

¿Cómo podía sentir tanto, desear tanto, después de tan solo una

semana?

La presión de su pecho aumentó y Sara odió sentirse tan vulnerable. Era una sensación que había intentado erradicar de su vida.

Una sensación que se había prometido no volver a sentir jamás.

Levantó la barbilla y proyectó algo parecido a la altivez que caracterizaba a su padre.

Zero dejó de sonreír y se puso serio.

Levantó la mano para volver a tocarla, pero ella se quedó

paralizada.

Abrirse a Zero, como lo había hecho en París, había sido una

experiencia completamente nueva. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo peligrosamente lejos que se había dejado llevar.

–He venido a por ti – le respondió.

–¿A por mí?

–Sí.

Zero se acercó más, pero no la tocó. No le hizo falta. Su mirada acabó con todas las dudas de Sara.

–No podía seguir lejos de ti, Sara.

–Pero tenías que trabajar…

–Me ocupé de la emergencia en un día y después reprogramé todo lo que no era urgente.

Cuando la miraba así, Sara se sentía tentada a pensar que sentía lo mismo que ella. Se le cortó la respiración.

-¿Es una de las ventajas de ser el jefe? – preguntó con naturalidad– . A tu secretaria debe de encantarle.

–Soy un buen jefe.

Parecía orgulloso de ello.

–Y suele ser fácil trabajar conmigo. Es la primera vez que hago esto.

De repente, el ambiente se tensó. A Sara no podía latirle el corazón con más fuerza.

Tragó saliva. Se sentía feliz y tenía miedo al mismo tiempo ante a idea de ir más allá de los límites que ella misma se había impuesto.

-¿Es la primera vez que faltas al trabajo? – bromeó con voz temblorosa– . Me cuesta creerlo.

Él sacudió la cabeza y sonrió como si se hubiese dado cuenta de

lo que quería hacer. Nadie, aparte de su hermano Daniel, la entendía tan bien.

–Por supuesto que he roto algunas reglas.

Todo el mundo sabía que Zero había desafiado las normas establecidas en "El Pinto". El padre de Sara siempre se había quejado de él y lo había acusado de muchas cosas, desde cazar furtivamente a faltarle al respeto, e incluso de ser demasiado listo.

Para Sara, que era siete años más joven que Zero, sus proezas habían tenido dimensiones míticas, y había llegado a verlo como a

un superhéroe de Marvel o un gran justiciero. Había aplaudido su audacia y había llorado su ausencia cuando se había marchado de la finca. Había deseado seguir sus pasos y alzarse contra la opresiva autoridad de su padre. Y al final lo había hecho, pero los años de conformismo le habían

pasado factura.

–Pero ¿ahora eres un hombre de negocios?

Sara se había llevado una gran sorpresa al descubrir que Zero el inconformista se había convertido en un respetado empresario.

–Asumo riesgos calculados, pero cancelar citas importantes no

es mi estilo – dijo, dejando de sonreír– . O no lo era hasta ahora.

Hasta que has llegado tú.

El calor de su mirada hizo que Ava ardiese por dentro.

-Yo también estaré de nuevo en Londres la semana que viene –

le dijo sin aliento.

Zero negó con la cabeza.

–No podía esperar tanto.

A Sara se le aceleró el pulso al descifrar su mirada. Él la agarró de la mano y se la llevó a los labios sin apartar la vista de la de ella.

Era la primera vez que la besaba.

En París, Sara se había preguntado si iba a hacerlo, había tenido la esperanza de que lo hiciera. Y se había reprendido después por no haber dado el primer paso.

Oyó voces, pero no las registró. Tenía todos los sentidos puestos en los cálidos dedos que habían agarrado los suyos y en la presión de unos labios sorprendentemente suaves en su piel.

Zero le dio un beso en la palma de la mano y ella se estremeció de placer.

Aturdida, sacudió la cabeza. No era del todo inocente. Había

salido con hombres, se había besado con ellos, pero nunca había vivido una experiencia tan sumamente erótica.

Estaban vestidos, en un lugar público y, no obstante, con aquel sencillo gesto, Zero había conseguido que temblase de deseo. Sara se sentía optimista, ligera como el aire, como si se hubiese tragado toda la luz del sol.

–¿Has venido por mí? – susurró, incapaz de creérselo.

A pesar de que había tenido una niñez privilegiada, nadie había hecho nunca que se sintiese especial. Para su padre había sido como una mercancía, no una persona por derecho propio.

–Sí, he venido por ti.

Zero siguió acariciándole la palma de la mano con los labios y ella volvió a temblar.

–Ya te he dicho que no podía estar lejos de ti.

Ella le tocó la mejilla y pasó la mano por su pelo corto.

–Te he echado de menos. Pensé que no volvería a verte –

admitió.

De repente, le parecía una tontería tener dudas.

Él sonrió.

–Yo también te echaba de menos, Sara. Una semana en París no fue suficiente. Necesitaba más.

Sara todavía estaba asimilando aquello cuando él se inclinó y recogió algo del suelo. Era su guía de Praga. Sara no se había dado cuenta de que se le había caído de la mano.

Notó calor en las mejillas y tomó el libro. Nunca había sido torpe.

Tenía veinticinco años y nunca se dejaba impresionar por ningún hombre, por encantador que fuese. Sobre todo, si era encantador. La vida le había enseñado a ser cauta, incluso desconfiada.

Pero con Zero era como si volviese a tener diecisiete años y estuviese despertando con torpeza al amor.

Sus dieciocho años no habían sido así.

Tuvo una sensación de amargura al pensar aquello. Con dieciocho años no había podido pensar en el amor ni había podido soñar. La dura realidad le había enseñado que todo lo bueno tenía un precio.

¿Qué tenía Zero que hacía que olvidase aquellas lecciones aprendidas duramente? ¿Tal vez que no tenía nada que ganar estando con ella? ¿Que no tenía una segunda intención? ¿Que lo que

le interesaba era ella en sí y no, como había ocurrido con frecuencia en el pasado, quién era?

Porque Zero era auténtico. Lo conocía de toda la vida y le había demostrado que podía confiar en él.

¿Cómo no iba a hacerlo, si la había ayudado en la peor noche de su vida? ¿Si la había inspirado a cambiar de vida sin saberlo?

–Gracias – le dijo sonriendo.

Él se quedó sorprendido un instante y luego la agarró suavemente del brazo.

–He hecho bien viniendo a Praga.

Luego la miró a los ojos.

–¿Verdad?

Sara dudó un instante.

–Por supuesto – respondió, agarrándolo del brazo ella también y

disfrutando de la sensación.

–¿Nos vamos de aquí?

–Sí – dijo Sara, dispuesta a seguirlo a cualquier parte.

Por primera vez en su vida, estaba enamorada. Completamente enamorada.

Zero era el hombre con el que siempre había soñado:

comprensivo, carismático, divertido, sexy, de carácter afable, considerado y, al mismo tiempo, fuerte. Cariñoso.

Sara siempre había desconfiado de los hombres, pero conocía a Zero. Él nunca le había hecho daño ni había jugado con ella. Era especial. Siempre lo había sido.

Y ella se preguntó por qué no se dejaba llevar por sus sentimientos por primera vez.

Estaba cansada de que las sombras de su pasado le limitasen la vida.

Salieron del palacio a la luz del sol y Sara tuvo la sensación de estar protagonizando su propio cuento de hadas.

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Comments

Raquel Ortopan

Raquel Ortopan

propiamente ,un cuento de hadas,romantico

2024-05-23

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