Un coche aceleró, rompiendo el silencio de la nada como para oír el
ruido procedente de la fiesta de invierno que se estaba celebrando allí.
Oyó el coche más cerca, debía de estar al principio de la curva, y
apretó el paso al darse cuenta, de repente, de que parecía ir demasiado deprisa para que le diese tiempo a frenar. Entonces llegó el frenazo y el estruendo causado por una
colisión y Zero echó a correr.
Las nubes que ocultaban la luna se apartaron mientras él sentía
una descarga de adrenalina. Allí estaba, era un Renault
que había chocado contra el oscuro follaje. La luz de la luna brillaba en
los cristales rotos que crujían bajo sus botas.
Zero tenía la mirada clavada en el asiento del conductor. En la
figura que estaba luchando por abrir la puerta. Vio unos hombros
pálidos, salpicados por lo que debía de ser sangre. A él se le aceleró el corazón a pesar de sentirse aliviado. Al menos, estaba consciente.
-No te muevas.
Zero necesitaba confirmar el alcance de las heridas lo antes
posible.
–¿Quién hay ahí? – preguntó la mujer inmediatamente,
apartándose de la puerta.
Levantó la cabeza y Zero se llevó una gran sorpresa al ver su
rostro. ¿Sara? No podía ser la pequeña Sara Hernán. No podía ser
ella, con un vestido de fiesta blanco ajustado, muy escotado.
–¿Quién eres? – repitió ella, con miedo en la voz.
Estaba intentando salir por la puerta del copiloto, pero el vestido
le impedía moverse con rapidez.
–¿Sara? No te preocupes, soy yo, Zero Ruiz.
Intentó abrir la puerta del conductor, pero no pudo. Se sintió
inútil.
–¿Zero? ¿El hijo de la señora Ruíz?
Sara hablaba con dificultad y eso lo preocupó, no podía ser una
buena señal.
–Sí, Zero – insistió, intentando tranquilizarla– . Me conoces
perfectamente.
Ella suspiró. Balbuceó algo entre dientes.
–Por supuesto que estás segura conmigo.
Los dos habían crecido en la finca. Sara en la casa principal y él
en una de las casitas de los trabajadores, con sus padres.
–Ven por aquí – añadió.
No olía a gasoil, pero Zero no quería correr ningún riesgo.
Era evidente que Sara podía mover los brazos y las piernas, por
lo que no debía de tener ninguna lesión medular. Estaba arrodillada en
el asiento.
Se giró y una botella cayó al suelo.
Zero se preguntó desde cuándo bebía Sara. Debía de
tener solo… dieciocho años.
–¿Seguro que eres Zero? – le preguntó ella, sentándose sobre
los talones– . Estás diferente.
Sara nunca lo había visto vestido de traje, ni con algo tan caro
como un abrigo de cachemir. Cuando iba a visitar a su madre, Zero
siempre iba vestido de forma más despreocupada. Esa noche, sabiendo que su
madre estaría toda la noche en la casa principal, trabajando, él había
decidido salir directamente a dar un paseo y no se había cambiado de
ropa. Había querido aclararse las ideas antes de despedirse. Aquella
sería su última visita. Por fin había convencido a su madre de que se marchase de la dehesa "el Pinto".
–Por supuesto que soy Zero.
Intento de nuevo abrir la puerta, y por fin tuvo suerte, entonces, alargó los brazos y la levantó en volandas para sacarla por la
puerta recién destrozada, pero, cuando iba a dejarla en el suelo, Sara lo abrazó por el
cuello.
–Tienes que hacerme una promesa.
Sus miradas se encontraron y a Zero se le encogió el
estómago.
–Prométeme que no me vas a llevar de vuelta a casa.
–Necesitas ayuda, estás herida – le dijo él, viendo que tenía
sangre por todos lados.
–Ayúdame tú. Solo tú; no avises a nadie.
Sara hizo un puchero y aquel gesto de los labios hizo que Zero la desease. Se maldijo.
–Por favor – le rogó con los ojos llorosos.
Él la agarró con más fuerza e intentó no pensar en que Sara se había convertido en una mujer muy atractiva.
–Por supuesto que te voy a ayudar.
-¿Y me prometes que no me vas a llevar a casa? ¿Que no les
vas a decir dónde estoy?
La intensidad de su mirada y la angustia de su voz hizo que a
Zero se le erizase el vello de la nuca.
No parecía borracha, sino asustada.
Él frunció el ceño y pensó que todo era un truco. Sara no quería
enfrentarse a las consecuencias de lo ocurrido. Había estrellado un
coche muy caro y había estado bebiendo. Y su padre se sentiría
decepcionado. Pero, Zero sabía que Estefan Hernán era
un jefe horrible, pero también un hombre de familia cariñoso. Sara no
tenía nada que temer.
–¡Prométemelo! – exclamó desesperada, retorciéndose entre
sus brazos.
Zero miró hacia la casa principal. Nadie había ido detrás de ella.
Tal vez ni siquiera supiesen que se había marchado. Suspiró.
–Te lo prometo. Al menos, por ahora.
La llevaría a casa de su madre, comprobaría qué heridas tenía y
después decidiría si tenía que llevarla a un hospital o llamar a su
padre, el último hombre del mundo con el que le apetecía hablar.
–Gracias, Zero.
Sara sonrió y apoyó la cabeza en el cuello de él, su pelo le
acarició la barbilla, su olor a jazmín y a mujer lo envolvió.
-Siempre me has caído bien. Sabía que podía confiar en ti.
Sara hizo un gesto de dolor al entrar en la acogedora cocina, deslumbrada por la brillante luz de la mañana. La luz no agravaba su dolor de cabeza, pero sabía que iba a revelar lo que ya había visto en el pequeño espejo del cuarto de baño. Tenía ojeras, los labios pálidos, que se había pintado de color rojo, y varios cortes en la piel.
Una piel que estaba demasiado pálida.
Había intentado colocarse un poco el vestido para taparse, pero no lo había conseguido. No era un vestido diseñado para ocultar, sino para enseñar.
La cobarde que había en ella deseó poder marcharse de allí sin que Zero se diese cuenta. Él había sido maravilloso, comprensivo,
pero ¿qué pensaría de ella? Había tenido un accidente con el coche y se había negado a llamar a su padre, a ella misma le parecía una niña malcriada ante esa situación. Contuvo la respiración. ¿Tendría
que enfrentarse a la señora Ruiz esa mañana?
–¿Te duele la cabeza? Puedo darte un analgésico.
Sara se giró. Zero estaba allí, alto, moreno, muy atractivo, observándola con preocupación. Tenía en la mano un vaso de agua y
medicinas. Su tonto corazón se aceleró solo con verlo.
Se sintió avergonzada. Zero pensaba que tenía resaca debido a lo colorada que se había puesto.
Tal vez pensase que hacía aquello con frecuencia, que se pasaba los días bebida o de fiesta.
Cuando quiso darse cuenta, Zero la estaba ayudando a sentarse y le había puesto algo de abrigo sobre los hombros. Algo que
olía a limpio, a bosque después de la lluvia. Como él. Sara respiró hondo y su masculino olor se le subió a la cabeza haciendo que se empapara de ese olor que tanto amaba.
-Gracias.
Sara lo miró a los ojos oscuros y volvió a sentir aquella incómoda punzada de atracción. Zero la abrumaba. Se había sentido atraída
por él desde niña, a pesar de que se llevaban siete años. Siempre le había gustado su vena aventurera y peligrosa, y su amabilidad.
Más recientemente, se había sentido cohibida ante aquel hombre tan guapo y seguro de sí mismo en el que se había convertido. ¿Sabría él que hacía que se le acelerase el corazón?
¿Que hacía que se derritiese por dentro cuando la miraba con aquellos enigmáticos ojos oscuros? Con los que en ocasiones soñaba…
–Con el agua será suficiente – le dijo.
Tiró de años de disciplina y aparentó una seguridad que no sentía en realidad, sobre todo, teniendo que fingir que estar allí
sentada con un traje de fiesta roto, medio desnuda, tenía algo de normal.
–¿Está tu madre en casa?
–No. Duerme en la casa principal cuando hay una fiesta y tiene que levantarse temprano a preparar el desayuno.
Sara asintió, no quería ni pensar en lo que estaría ocurriendo en "El Pinto" en esos momentos.
–¿Estás preparada para hablar de lo de anoche, Sara?
La voz de Zero era suave, le acarició la piel con ternura. A Sara le encantaba cómo decía su nombre, pero no podía permitir que eso la
distrajese, ni tampoco que él lo supiera.
-Gracias por haberme ayudado – le dijo– . Ahora tengo que regresar.
–¿Vas a volver a la casa? – le preguntó él, frunciendo el ceño– .
Anoche estabas convencida de que no querías volver de nuevo allí.
–Anoche no era yo.
–¿Y no quieres hablar de ello? Estabas muy disgustada.
Sara se quedó inmóvil. ¿Qué le había dicho a Zero la noche anterior? No quería contarle el motivo por el que se había marchado
de "El Pinto" de aquella manera.
–¿Sara? ¿Confías en mí? – inquirió él, sentándose justo a su lado.
Era tan atractivo, parecía tan fuerte que, por un instante, Sara deseó desahogarse y contárselo todo.
Sin pensarlo, alargó la mano para tocarle el pelo, pero se detuvo en seco.
Zero no no podía resolver sus problemas. Solo ella misma podía hacerlo, de momento nadie más.
–Por supuesto que confío en ti.
Era el único hombre en el que confiaba.
–No te puedes imaginar lo que significa para mí que me ayudases con lo que sucedió anoche – le aseguró sonriendo– , pero ahora tengo que marcharme y resolverlo por mi misma, de verdad.
Aunque no estaba muy confiada de que pudiera salir del todo bien, Sara sabía que debía de hacer frente a sus problemas ella sola, no debía de cargar a nadie más con cosas que incluían a sus familiares.
Le sonríe, se levanta de la cama y se dispone a dar una vuelta de página a su libro llamado "vida", se despide de el con la mano y cierra lentamente la puerta de la entrada del sitio donde más cómoda se había sentido en mucho tiempo junto a la persona que más amaba.
Había llegado el momento de dar la cara en casa y hacer las cosas bien . Sola
Siete años más tarde.
Paris , Francia.
Zero se apoyó en el respaldo del asiento de cuero y dejó que las sombras lo envolvieran mientras observaba silenciosamente a los entusiastas turistas que había en la parte delantera del barco. Charlaban animadamente y se inclinaban sobre el río Sena para conseguir las fotografías más perfectas y románticas de París con la luz del atardecer que pudieran conseguir para colgarlas seguidamente en sus redes sociales.
Solo había otra persona que estaba sola, y que estaba al margen de todo ese postureo, como él.
Se levantó elegantemente las gafas de sol y las apoyó en el pelo rubio y brillante, dejando al descubierto una piel cremosa, cuidada, e hidratada y un rostro con forma de corazón.
Tenía los rasgos armoniosos, la nariz recta y una boca demasiado grande y carnosa para poder considerarla, perfecta o demasiado bonita, pero Zero se puso completamente tenso al reconocerla.
El rostro de Sara siempre había tenido un atractivo especial y en
esos momentos, en los que sonrió al ver Notre Dame, su cara se iluminó y pareció doblemente hermosa.
Zero nunca había creído en las coincidencias, más bien había dedicado sus últimos siete años en tener su vida completamente controlada desde su vida social, estudios, familia todo. No había tenido tiempo para casi nada, mucho menos para las casualidades, pero, se alegraba enormemente de que los astros se alinearan ese día a su favor.
La última vez que la había visto, la noche en que se había quedado a dormir en casa de su madre, después del accidente, todavía era una adolescente, a pesar del cuerpo de mujer que ya de aquella poseía, aún tenía dieciocho años.
Zero se había sentido culpable por sentirse atraído por ella, y había intentado olvidar ese momento durante todos estos años, aunque realmente no lo había conseguido, se había convencido a si mismo que fue por culpa de la situación y la adrenalina que está hizo derrochar . En esos momentos, con veinticinco años, Sara tenía los pómulos más marcados, lo que le daba a su rostro un carácter y una elegancia que la sonrisa despreocupada no hacía más que acentuar.
No obstante, la intensidad de su reacción lo sorprendió. No sabía que aún tenía ese poder sobre él, hacia que todo su cuerpo reaccionara como si múltiples descargas fueran calentando su cuerpo poco a poco.
Zero frunció el ceño mientras intentaba definir la sensación. Era atracción, sí. Era una mujer guapa. Aunque no fuese su tipo, vestida con vaqueros y una camisa de flores. A él le gustaban más las mujeres glamurosas y sofisticadas, pero Sara también podía ser así. Lo había mamado desde la niñez.
Zero asintió. Aquello era lo que le ocurría, por supuesto.
También sentía satisfacción. Satisfacción porque Sara era la mujer adecuada. La mujer perfecta. Y él había sabido nada más verla que
aquello funcionaría a la perfección.
Siempre era satisfactorio que un plan saliese a la perfección.
Vio a Sara mirar a una pareja que se besaba y sonreír con nostalgia.
Curiosamente, por un instante, la duda lo asaltó. Pero fue solo un instante. Zero se puso en pie y fue hacia la parte delantera del
barco a la altura de la chica.
Cuando llegó a su lado, se detuvo y la miró fijamente. Los ojos azules de Sara se clavaron en él y Zero sintió calor en el vientre, tuvo que tomar aire para aparentar la más absoluta tranquilidad.
–¿Zero? – preguntó sorprendida, con la voz ronca. Deliciosa.
Él sonrió. Era un hombre afortunado.
Una semana más tarde, Zero volvía a perderse en sus soñadores ojos azules y se sentía satisfecho al ver que Sara tomaba su
mano y entrelazaba los delgados dedos con los de él cariñosamente. ¡Sí!
Sara estaba disgustada porque Zero se tenía que marchar, pero no quería demostrarlo. A él, por su parte, también le había fastidiado
mucho aquella llamada de trabajo. Había estado muy cerca. Un poco más de tiempo y…
-Por supuesto que tienes que marcharte – le dijo Sara– . Te
necesitan en New York.
–Lo sé.
La empresa de Zero había crecido mucho y él seguía trabajando como director general. Prefería estar al tanto de todos los movimientos que sucedían en su ausencia y seguir delegando en ellos.
No obstante, en esos momentos lamentó que nadie más pudiese ocuparse del último problema que había surgido. No quería alejarse de Sara tan pronto.
–Además… – añadió Sara, levantando la barbilla lentamente– . Yo también me marcho mañana de estás mini vacaciones en París. Voy a Praga.
Pero Zero se dio cuenta de que su sonrisa era tensa, hasta algo amarga, eso le
gustó. Le estaba dando la sensación de que Sara odiaba tener que despedirse de él tan pronto; después de tanto años sin haberse visto. Tal vez fuese mejor marcharse en aquel momento, quizás pudiese sacarle algo de beneficio a largo plazo a este encuentro fortuito.
Download MangaToon APP on App Store and Google Play