El sudor corre por mi frente. El único ruido pertenece al segundero del reloj viejo que debo remplazar, la oscuridad abunda en la fría habitación. Me levanto y termino de despertar al mismo tiempo que el frío del suelo atraviesa mi piel.
Abro las cortinas dando llegada a la tenue luz de la lámpara que ilumina la calle. Cambio mi pijama por ropa deportiva donde solo guardo un poco de efectivo y teléfono para salir a correr. No me detengo hasta llegar al edificio donde hoy comienzo a trabajar. Es mi primer día en este hospital, que es uno de los mejores del país. Me detengo en la entrada para admirar el edificio, ver lo impotente que es. Entro a darme una ducha en la sala que es más bien como una casa solo para los especialistas ya que puedes dormir, ducharte, descansar y comer. Abro mi locker y ese color azul rey me alegra el día aún más. Mi primer trabajo… conocer a los pacientes.
-¡Haz tardado cariño…! -dice. No puedo evitar sonreír al escuchar esa hermosa voz.
-Yo también te extrañé Sam- susurro. Digo al darme la vuelva y abrir los brazos.
-Fui a verte a tu antiguo departamento pero me dijeron que te mudaste y no pude contactarte porque perdí mi teléfono y no recuerdo tu número así que decidí esperar a tu regreso- dice riendo.
-¡Gracias! pero… ¿tienes un brillante cerebro para ayudar a tus pacientes y destruir a la competencia pero no puedes recordar el número de tu mejor amiga? eso es insultante.
-Si pero tú hombre me ha dicho que estas bien y eso me es suficiente- cierto, olvidé por un momento a Bernard.
Una llamada de quirófano frena nuestro pequeño reencuentro por lo que salimos corriendo.
-¿Qué tienen?
-¡Atropellado!
Corro a ver las pupilas pero…
-¡Pupilas arreactivas! Un taladro- grito al residente.
Estabilizo el cuello y rapo una parte de la cabeza. Tomo un bisturí, abro y separo el cuero cabelludo. -¡El taladro!- perforo y cuando saco el instrumento, sale la sangre y coloco gasas, el hombre reacciona y todos entramos un tanto aliviados por ello. Está completamente irreconocible, siempre he detestado los accidentes automovilísticos solo por el hecho de que es más difícil encontrar a los familiares e identidad del paciente sin algún tipo de identificación.
Todos hablan al mismo tiempo sobre quien iniciara primero pero decido dejarlos hablar mientras yo hago lo mío pero de pronto hay un silencio y me vuelvo a ver qué sucede.
-¿Qué haces? -dice una colega con tono molesto.
-¡Arreglar la epidural!— digo volviendo a mi trabajo.
-¿Eres la nueva cierto?- dice moviendo la cabeza en forma de negación. Al ver que no contesto comienzan a tomar sus puestos, en realidad no sé porque están relajados cuando el paciente puede morir. Además de que lo que me espera no será fácil con esa mujer por lo que veo.
Al salir de la operación me indican que ha vuelto a tener hemorragia y tengo que intervenir de nuevo. ¿Qué carajos sucede? ¿No tienes ganas de vivir?
-¡La presión baja! —la voz de la enfermera me trae de vuelta.
El tiempo pasa lento y eso no me gusta, me siento bajo presión cuando eso sucede y no es bueno… nunca es bueno, es como una mala señal que advierte que todo irá mal.
-Presión intracraneal en 30, 70 de manitol y oxígeno —no… ¡no!- ¡No puede ser! — solo dejo los instrumentos en su lugar y me quedo calmada pero veo que el pequeño interno tiene cara de confusión. Todo pasó demasiado rápido.
-¿Qué? ¿Qué pasa? —dice asustado y confundido.
-¿Estas tonto o qué? ¡Ya no hay nada que hacer! — le grita esa estúpida doctora. Sé qué tipo de persona es y creo que nunca podremos llevar una buena relación de colegas.
-Sufrirá acidosis e hipotermia —digo tranquilamente tomando su hombro. –Llévenlo a terapia intensiva —digo tirando el uniforme desechable a la basura y saliendo del quirófano.
Todos piensan que nosotros como doctores no tenemos sentimientos, que somos de hielo y que para eso somos entrenados. Pero siempre se equivocan, el hecho de que no reflejemos nuestras emociones y sentimientos al paciente y familiares no quiere decir que seamos robots; al contrario, no saben lo que se siente el saber que somos las últimas manos responsables de su vida, las últimas personas a quienes ven y les hablan… los responsables de su vida o muerte. Vemos la muerte a cada minuto y tratamos de enfrentarla con nuestras mejores armas, eso es lo que hago.
Mi turno finalmente llega a su fin y mientras me dirijo a la salida, me encuentro con una figura familiar. Llego hasta su lugar solo para sonreírle.
-¿Qué haces aquí? -digo muy sorprendida por tal gesto, me mira y estira la mano para chocarlas ya que es como nuestro saludo personal.
-Sam me dijo que hoy llegabas y quería recibirte también. ¿Vamos? -dice sonriendo.
Caminamos a su auto pero me detengo.
-¿Estrenando?
-Es un regalo de mi padre.
-¿Y eso?
-Es por ganar mi tercer año consecutivo al mejor chef del país.
-¡Wow! ¡Muchas felicidades! Eso es increíble- digo mientras le doy un abrazo.
-Sí, aunque es la tercera vez… esto ya es aburrido -me indica subir. Él no es como los demás que abran la puerta para dejarte subir primero, él es quien sube primero y yo siempre quedo como estúpida esperando que haga ese gesto que nunca pasará por lo que subo finalmente.
Bernard es mi amigo desde la preparatoria y todo el tiempo en que estoy con él, fuera de pensar en que llevo años enamorada de él; pienso y recuerdo que no pertenecemos a la misma sintonía del amor. Él es hijo de un grandioso y muy reconocido chef y su madre es maestra de primaria. La primera vez que conocí a sus padres y su familia, yo estaba muy nerviosa y no sabía cómo comportarme con ellos.
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