El hombre tomó un trago de su copa de vino. Un delgado hilo de la bebida roja se escurrió por su barba. Después de secarse con una servilleta, tomó una pieza de pollo y la mordió de manera feroz. Lorena tenía miedo, el espantapájaros tenía una presencia intimidatoria, pero, después de juntar el coraje necesario nuevamente, repitió la pregunta. Esta vez un poco más fuerte.
—Así es.
El viejo comerciante respondió antes de darle otra mordida a su pieza de pollo. Lo observó con detenimiento. Al verlo comer sintió repulsión. Imaginó su vida con él, imaginó que el sería su primera vez y por poco vomitó, apenas y logró contener la bilis. Con un poco más de valor Lorena le preguntó:
—¿Por qué yo?
Quería saber cómo es que había terminado en esa situación y por qué. Massimo Ferrera se detuvo por un instante y la miró a los ojos. Ella sintió que sus ojos la perforaban hasta llegar a su alma. Después tomó otro trago de su copa y respondió:
—Porque eres joven, bien parecida. Perfecta para engendrar un heredero varón. Pagué un buen dinero por ti y espero que valgas cada moneda. Ahora, deja de hecer preguntas y come. No me gustan las mujeres demasiado flacas.
Regresó su atención a su comida. Lorena sintió un dolor en el estómago y todo comenzó a darle vueltas, pero de alguna manera logró mantener la compostura. Trató de comer algo. Apesar de que la comida tenía un aspecto fantástico no pudo probar bocado, no tenía apetito. Entonces repentinamente escuchó que la puerta a su espalda se abrió violentamente. Una serie de pasos retumbaron en el comedor.
—¿Esta es?
Una muchacha se detuvo a su lado y preguntó. Era extremadamente delgada, casi de complexión enfermiza, tez cetrina y cabello negro. Llevaba puesto un vestido blanco demasiado grande para ella, debía tener a lo más dieciocho años. Acercó su rostro para examinarla, por su expresión parecía que tenía frente a sí a una especie de insecto.
—Padre, ¿en serio? Es vulgar, ordinaria, simplona, corriente, común...
—¡Caterina! ¡Siéntate!
El viejo comerciante gritó al mismo tiempo que dio un manotazo sobre la mesa. La muchacha no se inmutó y obedeció en silencio. Se sentó junto a su padre y después de que un mayordomo le acercara un par de cubiertos comenzó a comer. Durante un rato los únicos sonidos que se escucharon en el comedor fueron el golpeteo del tenedor y el cuchillo contra el plato.
—Si me disculpan... estoy muy cansada.
Lorena dijo. Quería salir de ese lugar, sentía que el aire se hacía cada vez más denso y se le dificultaba respirar. Se levantó y salió del comedor. En el pasillo Sara estaba esperando por ella.
—¡Ah! Por aquí.
Le dijo al verla para que la siguiera. Pero alguien la sujetó del brazo. Al voltear vio a Caterina.
—Conozco a las de tu tipo. Sé por que estás aquí.
—Yo...
Trató de decir que ella no estaba ahí por su voluntad, que deseaba irse, volver a su casa. Sin embargo, las palabras no salieron de sus labios.
—Te estaré vigilando, así que más te vale que te andes con cuidado.
La amenazó y la soltó. Volvió al comedor dejándola confundida. Por unos momentos Lorena se quedó de pie en el corredor.
—Vamos, déjame llevarte a tu recámara.
Sara la tomó de la mano y gentilmente comenzó a jalar de ella.
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