Verdades incómodas.

"Entró diciendo que saldríamos. No supe si alegrarme o asustarme. Pero bueno… salir era salir, ¿no?", pensó Nelly mientras cruzaba la puerta automática de una tienda elegante, demasiado elegante para su gusto.

El aire acondicionado, el brillo de las vitrinas, el olor a perfume caro… todo le resultaba ajeno, como si estuviera en una película donde no encajaba. Caminó al lado de Yulian, manteniendo la distancia con cada paso.

Una asesora de ventas, con una sonrisa ensayada y un tono azucarado, se acercó al ver al hombre.

—¡Bienvenido, señor Yulian! Tiempo sin verlo. ¿En qué puedo ayudarle hoy?

—Ropa para ella —respondió él, seco, sin molestarse en explicar más.

La vendedora giró hacia Nelly y la evaluó de pies a cabeza, aún sonriente.

—¿Y qué es lo que busca, señora?

Nelly soltó una pequeña risa, pero no era de alegría.

—Oi, no me digas "señora", me haces sentir vieja. Llámame Nelly, por favor.

—Muy bien, Nelly. ¿Qué necesitas?

—Ropa sencilla, cómoda. Nada raro —respondió, sin mostrar interés en la conversación.

—Perfecto, sígueme. Tenemos varios estilos, también—

—No —la interrumpió Nelly, señalando con el dedo sin emoción—. Quiero esos pantalones, esas chaquetas, y esas blusas. También esas camisas.

Todo en la misma talla. Ya está.

La vendedora se quedó en silencio por un segundo, sorprendida. Luego asintió y se fue a empacar todo sin hacer más preguntas.

Yulian, que la había observado desde cerca, tomó una prenda aparte y la colocó sobre el mostrador. Nelly arqueó una ceja.

—¿Y eso qué es?

Él levantó el conjunto: ropa de dormir, de tela ligera, reveladora.

—Es para ti. Para las noches… así tengo buena vista.

Nelly lo miró fijamente, sin pestañear. Su tono fue firme, frío.

—No pienso ponerme eso. Lo usaría si fuera para mi novio. Pero tú no lo eres.

Yulian la sostuvo con la mirada, el gesto cada vez más tenso.

—¿Tienes novio? —murmuró entre dientes.

—¿De verdad me preguntas eso? —dijo ella con una sonrisa ácida—. Tú eres el secuestrador. Yo, la secuestrada.

Es obvio que tenía a alguien.

De hecho… esa noche iba a estar con él. Pero un degenerado decidió llevarse a tres chicas inocentes.

Silencio.

La tensión llenó cada rincón de la tienda.

Nelly, lejos de acobardarse, dio un paso más, disfrutando el efecto.

—Vamos, tú preguntaste. Yo solo respondí como una buena chica.

Yulian apretó la mandíbula, dio media vuelta y dejó la prenda sobre el mostrador.

—Nos vamos. Los piques comienzan dentro de poco —espetó, sin mirarla.

Regreso a la mansión.

Yulian cerró de golpe la puerta al bajar del auto. Caminaba sin hablar, la ira aún viva en su pecho. En su cabeza, una sola imagen: Nelly riéndose, hablando de otro hombre.

"Solo imaginarla con otro me enferma… y eso fue antes de Sonia y Ana."

Pero lo tenía claro.

Ella sería suya. Completamente.

Quisiera… o no.

La camioneta se detuvo en el patio. Nelly bajó detrás de él, caminando con paso tranquilo, sin prisa, sin mostrar emoción.

Él habló sin mirarla:

—Voy a cambiarme. Espérame aquí.

Se alejó. Nelly lo observó por un instante, luego desvió la mirada hacia el jardín. No dijo nada. No lo llamó.

Solo pensaba en una cosa:

"No me importa a dónde vaya ni lo que quiera. No voy a darle el gusto de romperme."

Poco después.

En un rincón de la casa, Yulian hablaba con sus hombres. Su tono era frío, cortante.

—Saquen una de las motos. Nosotros iremos en la camioneta. Yo iré con Nelly.

Estén atentos. Esta vez no voy solo… y allá habrá quienes quieran verme muerto.

Antoni, uno de los más cercanos, frunció el ceño.

—¿Y por qué iríamos todos, señor?

—¿Para qué creen que están aquí? —respingó Yulian—. Normalmente voy solo. Pero hoy, ellos vendrán por quien me duele. Mujeres, hijos…

No se le separen a Nelly. ¿Entendido?

—Sí, señor —respondieron al unísono.

Nelly descendía lentamente las escaleras. Había cambiado de ropa, pero no por él. Lo hizo porque no soportaba la idea de verse como él quería verla.

Llevaba pantalones amplios, una chaqueta cerrada, el cabello suelto. Yulian la esperaba al pie de la escalera. La vio. Se le notaba la tensión contenida, la mirada que recorría cada detalle.

Pero Nelly no le dio el gusto de reaccionar.

Él simplemente dijo:

—Vamos.

Ella asintió sin palabras, sin mostrar un solo gesto.

Iba con él, sí. Pero cada paso que daba era un acto de resistencia.

《●》

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