Día 5

5 de julio de 2019

Día 5 Calorías: 1500

- Desayuno: Cereal de chocolate y un sándwich.

- Comida: Salmón a la plancha con pasta.

- Cena: Té

- Peso: 101 kg

Hoy, por fin, Jon se dignó a verme. ¡Fuimos a comer juntos!

Por supuesto, no dejé pasar la oportunidad para reclamarle y armarle una escena en el restaurante. ¿Su ofensa? Condicionarme a verlo solo si bajaba de peso y, para colmo, ¡plantarme en el gimnasio!

Se disculpó hasta el cansancio, justificándose con el estrés laboral y las exigencias de la empresa familiar. Jon trabaja en el departamento de relaciones públicas del negocio azucarero de su familia, que cuenta con varias fábricas. Sin duda, un puesto demandante.

Como experta en el tema, entiendo perfectamente su situación. Yo también me dedico a las relaciones públicas, cuidando la imagen y la publicidad de los restaurantes de mis padres. Sé lo que implica estar 24/7 pendiente de las redes sociales y demás responsabilidades.

Por eso, decidí perdonarlo durante la comida en uno de los restaurantes familiares. Sin embargo, no pudimos evitar una pequeña discusión:

—De verdad lo siento, bombocito. Ya no te enojes, ¿sí me perdonas? —dijo Jon, tomando mi mano y entrelazando nuestros dedos sobre la mesa, con una mirada de cachorro arrepentido.

—Está bien, te perdono. Pero debes entender lo vergonzoso que fue esperarte horas en el gimnasio. Afortunadamente, Edward llegó al rescate. ¡Si no, todos hubieran pensado que me plantaron! es muy vergonzoso—respondí, apretando su mano con cariño y esbozando una sonrisa.

—¿Eduardo? ¿Por qué rayos llamaste a Eduardo? —preguntó molesto, soltando mi mano de inmediato.

—Pues porque me dejaste plantada, ¿no es obvio? —contesté.

—¡¿Y necesitas a un hombre para que te haga compañía?! ¡¿No puedes hacer nada sola?! —exclamó, visiblemente enojado. Su rostro había cambiado por completo.

—¡Por favor! ¿Harás un escándalo? Sabes perfectamente que soy una mujer independiente —respondí, elevando también la voz.

—¡Lo único que veo es una niña mimada que exige atención las 24 horas! Y si no la recibe, ¡corre al primer hombre que se la ofrezca! —continuó gritando.

—¡No me trates como si estuviera desesperada por atención! Sabes que Edward es mi mejor amigo, ¡lo conozco desde mucho antes de que tú aparecieras! Así que no es cualquier persona. ¡Estuve con Edward! Y si eso te molesta, ¡es tu problema, no el mío! —repliqué, con lágrimas en los ojos y luchando por no llorar.

—Prefiero no decir algo de lo que me arrepienta. Así que, bombón, ¡mejor termina tu pasta! —dijo fríamente, mirando su plato, cortando un trozo de carne y comiéndoselo.

—Ok —respondí seria. No quería seguir discutiendo, especialmente cuando casi no nos vemos.

—¿Cómo va la dieta? ¿Has bajado algo? —preguntó, rompiendo el silencio con un tono agresivo pasivo.

—Estoy a dieta —respondí, mirándolo fijamente a los ojos.

—Sí, ¿pero has bajado aunque sea un gramo? —insistió, con la misma voz fría y con la clara intención de herirme.

—¡Apenas han pasado cinco días Jon! ¡No seas ridículo! —estaba a punto de llorar, me hacía sentir menospreciada.

—Ridícula tú, seguro ya te comiste todo el pastel de compromiso a solas —dijo, limpiándose la boca con la servilleta y dejándola caer sobre la mesa. Me miró con desdén, como si pensara que soy patética.

La sangre me hirvió. Tomé los cubiertos que tenía en la mano y los aventé sobre la mesa. Luego, agarré mi copa de vino y se la lancé a la cara.

Jon se quedó inmóvil por unos segundos. Tomó la servilleta de tela y comenzó a limpiarse el rostro y la camisa lentamente, como si quisiera que absorbiera todo el líquido.

—Te pasaré la factura de la tintorería. Este es un traje Oscar de la Renta —comentó, levantándose y lanzando la servilleta sobre la mesa.

—¡Por favor! ¡Ese trajecito seguro lo compraste en una tienda Polo!

Apenas terminé de gritar esas palabras, Jon ya estaba a medio pasillo. Me ignoró y salió del restaurante, dejándome con la palabra en la boca.

Todos los presentes fueron testigos de nuestro drama.

—Lo siento por incomodarlos. ¡Acepten mis sinceras disculpas! Y al pedir su cuenta, se les descontará el 15% del precio final.

¿Qué esperaban? ¿Comida gratis? ¡Claro que no! Mi padre me mataría. Eso solo pasa en las películas.

Después de la terrible situación con Jon, llegué a mi departamento decidida a comerme la última rebanada de pastel de chocolate. Estaba triste, enojada y avergonzada. Me había insultado y humillado de muchas maneras. ¿Cómo iba a casarme con un hombre tan patán y cruel? ¿Acaso no merezco algo mejor?

Estaba en la cocina, con la cuchara en la mano, lista para devorar mi pastel de "cena de compromiso". Pero recordé las horribles palabras de Jon y rompí en llanto. Me senté en el piso de la cocina, en un mar de lágrimas, preguntándome si Jon tenía razón. ¿Será que no soy capaz de controlarme? ¿Siempre seré esta gorda que come compulsivamente cuando está triste o sola? Me sentía derrotada, sin esperanza de encontrar el amor o de ser lo suficientemente fuerte para adelgazar y privarme de lo que me gusta.

Pero entonces recordé dónde podía refugiarme. Me sequé las lágrimas rápidamente, tomé el pastel, agarré las llaves del coche y me fui al departamento de Edward.

—¿Qué haces aquí, Fati? No te esperaba —me preguntó Edward al abrir la puerta. Ansiaba tanto un abrazo suyo que no dudé en ir a buscarlo.

—Lo sé... es que... yo... —dije con la voz entrecortada, volviendo a llorar.

—Tranquila, tranquila. Espérame aquí un segundo, por favor, no te vayas —cerró la puerta, dejándome en el pasillo.

Detrás de la puerta se escuchaba una voz femenina discutiendo con él. Al escuchar a la mujer, decidí irme, pero justo en ese momento abrieron la puerta.

—Hola Fátima, mucho gusto. Soy Maru, la novia de Eddy —se presentó una mujer delgada, de piel blanca y cabello pelirrojo. Vestía un elegante vestido verde esmeralda.

—¿Eddy? —pregunté, desconcertada.

—Sí, bueno, "Edward", como tú le dices —comentó en tono de burla.

—Maru ya se iba, así que te veo mañana, Mar... —Edward no terminó de hablar cuando la pelirroja se lanzó sobre él, enrollando sus brazos en su cuello y besándolo. ¡Casi se lo traga frente a mí!

Al terminar de besarlo, se limpió la comisura de los labios con los dedos, me miró de arriba abajo, se despidió y se fue.

—¡Qué fina mujer, Edward! Muy elegante —comenté sarcásticamente, entrando al departamento.

—¿Y ese pastel? —preguntó Edward, con esa curiosidad tranquila que siempre lo caracterizaba, mientras cerraba la puerta. Sus ojos se posaron en la caja que traía, como preguntando sin palabras qué historia se escondía detrás de ella.

—Es para ti... —murmuré, sin poder evitar que mi voz sonara un poco apagada.

—¿No es el pastel de tu cena de compromiso? —preguntó, ahora con un tono más suave, como si intuyera que algo no andaba bien.

Negué con la cabeza, evitando su mirada. —Ya no lo quiero...

Sentí las lágrimas acumulándose en mis ojos y, antes de que pudiera hacer nada para evitarlo, una resbaló por mi mejilla.

En un instante, Edward estaba a mi lado, rodeándome con sus brazos. No fue un abrazo espectacular ni dramático, sino uno sencillo y reconfortante. De esos que te hacen sentir que todo va a estar bien, aunque no lo esté.

Me acurruqué en su abrazo, sintiendo el latido constante de su corazón contra mi oído. Era un ritmo familiar, un sonido que siempre me había transmitido calma. Sus músculos estaban tensos, pero no de una forma amenazante, sino como si estuviera listo para protegerme de cualquier cosa.

En ese momento, el mundo exterior se desvaneció. El pastel, la cena, Jon... nada de eso importaba. Solo estábamos Edward y yo, en silencio, compartiendo un abrazo que valía más que mil palabras.

Sentí su calor, su apoyo incondicional, su amistad sincera. Era justo lo que necesitaba en ese momento: un refugio seguro donde poder ser yo misma, sin juicios ni expectativas.

Yo solo quería quedarme ahí, en los brazos de Edward, sintiendo su cercanía y sabiendo que, pasara lo que pasara, no estaba sola.

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Eli Sanchez

Eli Sanchez

no no la merece

2022-12-05

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