4 de julio de 2019
Día 4 Calorías: 2000
- Desayuno: Cereal de avena y hotcakes de Nutella.
- Comida: Caldo de pollo
- Cena: Fruta
- Peso: 101 kg
Hoy tocaba gimnasio. Aparentemente, no basta con una dieta inhumana, ¡también debo torturarme físicamente!
El gimnasio es un lugar incómodo. En el área de pesas, los hombres se adueñan del espejo, admirándose mientras levantan una mancuerna de 3 kilos. ¡Como si verse en el reflejo hiciera crecer el músculo más rápido!
Y ni hablar de lo escandalosos que son al levantar pesas. ¡Pujan como si estuvieran pariendo! ¡Por Dios! Yo levanto lo mismo y no hago tanto ruido. Gracias al cielo, los hombres no tienen que dar a luz. Si no, no sabríamos quién chilla más: si los bebés o ellos. Sobre todo, esos que pujan por cualquier mínimo esfuerzo.
Creí que me rechazarían al entrar al gym, pero me equivoqué. Me han tratado de lo más normal. Incluso la entrenadora, al pesarme, no hizo gestos de "¡qué gorda estás!". Al contrario, fue amable y me hizo sentir bienvenida. Supongo que los entrenadores no juzgan porque su trabajo es motivarte. Además, una persona con sobrepeso es insegura y necesita sentirse aceptada para no abandonar. Los gimnasios son muy astutos en su trato con la gente.
Otra cosa que me llamó la atención son las parejas que hacen ejercicio juntas. Sentir el apoyo de alguien que se compromete a ejercitarse contigo y motivarse mutuamente habla de una relación equitativa y en equipo. ¡Qué envidia!
Me gustaría que Jon viniera al gym conmigo. Sería genial ejercitarnos juntos. Dijo que me esperaría en el gimnasio, pero nunca llegó. Me sentí patética esperándolo durante 30 minutos. Si no le hubiera mandado un mensaje, ¡jamás me habría enterado de que no vendría!
Pero no me quedé sola y alborotada. Llamé a mi buen amigo Edward, y llegó en 15 minutos. No sé qué haría sin él.
Además, Edward me recomendó este gym, ya que él tiene membresía aquí porque es donde entrena.
A diferencia de Jon, Edward tiene un cuerpo escultural. ¡Es como una barra de chocolate cuadriculada! Creo que debería contarles un poco sobre nuestra historia.
Como saben, Edward trabaja para mi familia desde los 16 años, y mis padres prácticamente lo adoptaron. Edward tuvo que trabajar a tan corta edad porque, tras perder a sus padres en un accidente en República Dominicana y no tener familiares, la única opción que encontró para salir adelante fue viajar a México.
Llegó a mi país con una maleta y unos pesos en el bolsillo, pero con muchas ganas de trabajar. Edward es una de las pocas personas a las que respeto y aprecio. Siempre me dice lo agradecido que está con mis padres, quienes creyeron en él y le dieron un empleo y un hogar cuando más lo necesitaba. Él reflexiona sobre cómo algunas personas no confían en los demás, mientras que otras abusan de la hospitalidad ajena.
Su gratitud es palpable. Su piel, de un tono exótico y hermoso, no es común en México, donde la mayoría tiene tez morena o blanca. Su singularidad es parte de su encanto.
Yo tenía 12 años, estaba en primero de secundaria, cuando mis padres decidieron que no querían una hija mimada y me pusieron a trabajar en el mismo restaurante que Edward. Al principio, no hablábamos. Pero un día, el destino tenía otros planes para nosotros. Edward trapeaba la cocina, el suelo brillaba engañosamente húmedo, y yo pasaba con una jarra de 2 litros de malteada de vainilla, sintiéndome torpe y fuera de lugar.
De repente, mis pies perdieron el control. Sentí el deslizamiento traicionero bajo mis zapatos y, en un instante, el mundo se puso de cabeza. ¡La jarra salió volando!, la malteada se derramó en una cascada blanca y pegajosa, y yo aterricé de sentón en el suelo frío y duro. El golpe me sacudió hasta los huesos, y el silencio posterior fue ensordecedor.
Pero la vergüenza no me dejó disfrutar de ese breve respiro. Edward corrió hacia mí, su rostro reflejaba genuina preocupación.
—¿Estás bien? —preguntó, tomándome del brazo con suavidad.
—Sí, pero estoy pegajosa —murmuré, sintiendo el dulce líquido empapar mi ropa. Intenté levantarme, pero el suelo resbaladizo me traicionó de nuevo. Mis manos buscaron desesperadamente algo a lo que aferrarse, y terminé jalando a Edward conmigo.
En cámara lenta, vi cómo perdía el equilibrio y caía sobre mí. Su cuerpo, más grande y fuerte que el mío, amortiguó el golpe, pero el impacto nos dejó a ambos tirados en el suelo, cubiertos de malteada.
El silencio volvió a reinar, roto solo por nuestras respiraciones agitadas. Edward estaba encima de mí, nuestros rostros peligrosamente cerca. Nunca había estado tan cerca de un chico, y la incomodidad me invadió. Sus ojos examinaron mi rostro con una mezcla de sorpresa y diversión.
Y entonces, hizo algo inesperado. Con una lentitud deliberada, lamió mi mejilla, dejando un rastro húmedo y dulce en mi piel.
—¡Qué rica vainilla! —exclamó, con una risita burlona pero sorprendentemente agradable.
La cercanía, el contacto, la burla... todo se combinó para crear una tormenta de sensaciones en mi interior. Me sentí avergonzada, confundida y, extrañamente, intrigada.
—¿Sabes que se pone un letrero de "piso mojado" cuando uno trapea? —le contesté, tratando de ocultar mi nerviosismo con una falsa irritación.
—Sí, lo puse, pero es evidente que no lo viste —dijo, señalando el letrero que yacía derribado en una esquina.
—Ah, es verdad, sí... no lo vi... iré por un trapeador.
—Mejor ve a cambiarte; yo me encargo, es mi trabajo.
Al principio, le hice caso, pero luego lo vi tallando el piso. Sentí culpa, porque fue mi torpeza la que provocó ese desastre. Tomé una cubeta, un trapeador y me puse a limpiar el piso con él. Juntos, en silencio, borramos las huellas de nuestro accidente.
Desde entonces, nos volvimos amigos. Y aunque ninguno de los dos lo supiera en ese momento, esa caída en la cocina marcaría el inicio de una conexión que cambiaría nuestras vidas para siempre.
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Comments
Ingrid Arias
que hdp jajajajjaja casi me hago pipi de la risa.. 🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣 los princesos de hoy en dia 🤣🤣🤣
2022-09-18
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