Asher
—¡Argh, estos libros de viajes son tan aburridos! —exclamó mientras arrojaba uno al suelo—. ¿Estás seguro de que ella lee esto?
El mayordomo suspiró, visiblemente cansado.
—Sí, Alteza. La servidumbre de la quinta princesa lo confirmó —respondió con formalidad.
Asher se dejó caer en el sillón, frustrado.
—Sinceramente, no logro entenderlo. —Su voz se suavizó—. ¿Por qué quiere escapar? Si tan solo supiera que yo… le daría todo.
Ha pasado un año. Un largo y maldito año en el que ella cambió por completo. No solo en apariencia, sino también en espíritu. Cuando éramos pequeños, Mily era distinta… mi Mily.
Melody.
Un rostro imposible de olvidar. Ojos dorados como oro fundido, cabello negro azabache que cae con fuerza y elegancia. Sus pestañas largas, sus cejas definidas, sus labios pálidos… toda ella parecía esculpida con propósito. Su piel bronceada le da un aire exótico en medio de la palidez de la nobleza. Su carácter es como su espada: firme, afilado. Implacable con los que dañan a los suyos. Pero con aquellos que ama… es una llama cálida, protectora, sin dejar de ser feroz.
Ese cambio le queda bien. Demasiado bien.
Y tal vez… por eso me temo que quiera volar lejos de mí.
—Mayordomo Rogers —llamó, rompiendo el silencio—. ¿Dónde se encuentra Mily ahora?
—La quinta princesa ha asistido a la fiesta de té de la señora Williams. Finalmente, después de posponerla cinco veces.
—Oh… De ese reencuentro no saldrá nada bueno —dijo con una media sonrisa.
—¿Por qué piensa eso, Alteza? Solo es una reunión social.
—Ay, Rogers. Para ser un anciano, eres increíblemente ingenuo —se burló Asher—. En fin. Duplica la vigilancia de Mily. Quiero que cada uno de sus movimientos me sea informado personalmente.
—Me temo que eso no será posible, Alteza. La princesa se ha encargado personalmente de seleccionar a su servidumbre. Ninguno de nuestros hombres ha podido infiltrarse. Solo contamos con Violetta como informante.
El castillo fantasma.
Propiedad de la antigua emperatriz. Luego de su muerte, surgieron rumores de que su espíritu maldito rondaba los pasillos. Los sirvientes huyeron… los débiles, claro. Los que se quedaron lo hicieron por amor a Melody. Ella se negó a abandonar ese lugar. Y como la familia imperial jamás desmintió los rumores, Melody fue arrastrada con ellos.
Pero a ella jamás pareció importarle.
—Está bien. Ya encontraré otra forma.
—Si necesita algo más, Alteza… —dijo el mayordomo, haciendo una reverencia antes de marcharse.
Asher se quedó solo.
Cada vez eres más cautelosa.
Quizá si te acorralo… la única salida que verás será casarte conmigo.
Y cuando lo hagas… ya no escaparás.
⋯⋯⋯
Melody
—¿Princesa, está bien? —preguntó Daniela, una de las invitadas de Cecilia.
—Sí. Solo sentí un escalofrío…
—Es verdad. El clima se ha puesto más fresco. —Cecilia intervino—. Daremos por finalizada esta reunión.
Perfecto. Era la oportunidad ideal para hablar a solas con Cecilia.
Tras despedirnos de las invitadas, regresamos a la mesa en el jardín.
Cecilia no puede ocultar su incomodidad. Sabe por qué me he quedado.
—Princesa… espero no ofenderla, pero… —empieza a jugar con sus dedos—. Creo que será mejor que continuemos esta reunión otro día.
Mierda.
Miro con disimulo a los alrededores. Lo sospechaba: hay más ojos sobre nosotras. Asher ya comenzó a moverse.
—¿Princesa? ¿Por qué sonríe? —pregunta Cecilia, desconcertada.
¿Sonreí sin darme cuenta? Estoy emocionada. El juego apenas comienza.
—Cecilia, qué pena que no podamos seguir hablando. Pero… ¿qué te parece si lo retomamos en el banquete de la hija del conde Gouden? —pregunto con falsa alegría.
Cecilia se sorprende, pero la chispa en sus ojos me lo confirma: entendió.
Su sonrisa es ligera… casi pícara.
Jamás imaginé ver ese gesto en ella. Quizás los horrores vividos la han transformado. Y aunque duela, ese cambio puede ser su fuerza para sobrevivir.
Me levanto de la mesa. Ella me imita.
—Será un honor, princesa.
—Haré que mañana mismo te envíen la invitación.
—Gracias por su generosidad, Altez… —intenta responder, pero la interrumpo con dulzura.
—¿Por qué me hablas tan formal? Siempre me has llamado por mi nombre.
Ella sonríe con calidez. Me acompaña hasta el carruaje.
—Que tenga buen viaje, señorita Melody —dice… pero antes de que se aleje, la abrazo.
Me inclino y le susurro al oído:
—“No estás sola, Cecilia. Ninguna de nosotras lo está.”
Me separo, y con cuidado le seco las lágrimas que ya empiezan a brotar de sus hermosos ojos.
Ella asiente en silencio, fuerte como puede.
Y me alejo, llevando en el pecho una única promesa:
La próxima vez que venga… será para sacarte de este infierno.
⋯⋯⋯
Continuará…
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