Esta vez, no fallaré

De un manotazo aparto su asquerosa mano de mi rostro. Camino con firmeza hacia una de las sillas en medio de la sala y me dejo caer con elegancia, sin mirarlo.

Asher se queda quieto, pero de pronto, como si le hiciera gracia la escena, suelta una risa baja.

—¿Cómo pudimos llegar a esto? —murmura.

—Vamos, Asher —le digo sin siquiera verlo—. Las cosas no volverán a ser como antes.

Escucho cómo aprieta la mandíbula. Lo conozco demasiado bien.

Hubo un tiempo en que fuimos cercanos. Amigos. Tal vez algo más… pero eso murió el día que se convirtió en príncipe heredero. Su ambición fue más grande que cualquier afecto que nos uniera.

Finalmente, se sienta frente a mí. Solo una pequeña mesa nos separa.

—¿Entonces has venido a rogarme que retire la orden de matrimonio de tu querida amiga? —pregunta con cinismo.

—Ja, no me hagas reír. Aunque te besara los pies, jamás harías algo solo por complacerme.

Cruzo los brazos. Mantengo la mirada firme.

—¿Por qué tan segura? Admítelo. Es tu orgullo lo que no te permite rogar.

Imbécil.

No caigas, Melody.

No le des el gusto.

—No estoy aquí para hablar de mi orgullo —digo con calma, aunque por dentro hiervo—. Estoy aquí para entender por qué lo hiciste.

—Oh, me decepcionas. Pensé que eras más lista —dice con una fingida expresión de pena—. Pero te lo diré: lo hice para obtener más poder.

Mi mano golpea la mesa con fuerza.

—¡No mientas! ¡Sabes muy bien que su lealtad es frágil como un recién nacido! ¡Lo hiciste solo para hacerme enojar!

Él sonríe.

Triunfante.

Maldito.

—Lo sabía —dice, satisfecho—. Si ya lo sabías, ¿por qué me preguntas? —se encoge de hombros con arrogancia—. Uní a dos personas que me matarían si pudieran… pero no soy tan idiota, Mily.

Mily.

Mi apodo de infancia.

El veneno de su burla me recorre la piel como fuego.

—Entonces lo hiciste solo para molestarme…

Siento las uñas clavándose en mis palmas. Mis puños tiemblan.

—Exacto. ¿Creías que no lo sabía? —dice mientras se levanta y me toma del mentón, obligándome a mirarlo—. Sé que planeabas escapar con esa niña dentro de unos meses… a Wheslan, ¿no?

Wheslan. El pequeño país vecino. Neutral. Silencioso. Seguro.

Mi garganta se seca.

¿Cómo lo supo? Solo Cecilia y yo lo sabíamos.

—Mily… ya te lo he dicho —su voz baja, pero llena de amenaza—: no intentes escapar. O las personas a tu alrededor empezarán a desaparecer… una por una.

⋯⋯⋯

Actualidad.

Después de aquel día, enterré la mitad de mi esperanza… y afilé la otra mitad como una espada.

Empecé a entrenar en secreto. Cambié mis rutinas. Confundí a los espías de Asher con una vida predecible, mientras en las sombras me preparaba.

No logré detener la boda de Cecilia. No pude hacer nada. Ni siquiera asistí. Solo la vi desde lejos. Cada vez que llegaba un invitado, su mirada se alzaba… buscándome. Pero nunca entré. El momento en que dijo “acepto”, me fui.

No volví a verla.

Hasta hoy.

—Princesa, ya hemos llegado —me informa Margo.

—Está bien.

La residencia del Duque Williams es una mezcla cruel entre lujo y encierro. Rejas doradas se abren frente a nosotras. En el jardín esperan cuatro damas. Cecilia está entre ellas.

Se ve nerviosa. Delicada. Casi irreal.

Me bajo del carruaje real. Todas hacen una reverencia perfecta.

—Bienvenida a la quinta estrella del Imperio —dicen al unísono.

—Gracias. Estoy deseando probar los postres —respondo, sonriendo con cortesía.

—Por aquí, Alteza. Permítame guiarla —dice Cecilia con voz suave.

La observo de cerca… y mi corazón se rompe.

Está delgada. Su vestido azul le queda grande. Sus ojos, antes vivaces, ahora parecen de vidrio. Su piel está pálida, casi enfermiza, y su maquillaje es tan grueso que parece una máscara.

Una muñeca rota.

—Su Alteza, ¿pasa algo? —pregunta Margo con preocupación.

Entonces me doy cuenta: estoy llorando.

—Sí… está bien. Ve tú adelante, quiero caminar un poco —le digo con rapidez. No quiero que las demás me vean así—. Ven, Margo.

No espero respuesta. La tomo del brazo y la llevo conmigo.

Cruzamos el jardín hasta llegar a una fuente de piedra blanca. Nos sentamos. El murmullo del agua es lo único que se escucha.

—Margo… ¿lo notaste? —pregunto en voz baja.

Ella titubea. Pero asiente.

—Todo esto es mi culpa, Margo —mi voz se rompe—. Ella… no es feliz. Está muriendo por dentro. Estoy segura de que él la golpea.

—No, princesa… no diga eso. La señorita Cecilia jamás la culparía.

—¿Y cómo puedes estar tan segura? ¡No hice nada! ¡No pude salvarla!

—Es verdad, Alteza… yo jamás la culparía.

Una voz suave. Que conozco demasiado bien.

Cecilia aparece, con pasos decididos. Me tiende un pañuelo. Lo tomo con manos temblorosas.

—Cecilia… tú no eres feliz, ¿verdad?

Ella baja la cabeza. Empieza a temblar.

De pronto, sus rodillas ceden. Cae al suelo y rompe en llanto.

Me acerco. La animo a que llore en mi regazo. Lo hace. Como una niña. Como antes.

—Hic… hic… Es verdad, Alteza. No soy feliz. Pero… ¿qué elección tengo? —dice entre sollozos. Luego se incorpora, y me mira con lágrimas en los ojos—. Aun así… jamás la culparía. Por nada.

Y me abraza.

Yo también la abrazo con fuerza. Como si pudiera protegerla del mundo entero.

Esta vez, no fallaré.

Te sacaré de aquí, Cecilia.

Aunque tenga que matar.

Serás libre.

Te lo juro.

⋯⋯⋯

Continuará…

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