Madelein una madre soltera que está pasando por la separación y mucho dolor
Alan D’Agostino carga en su sangre una maldición: ser el único híbrido nacido de una antigua familia de vampiros. Una profecía lo marcó desde el nacimiento —cuando encontrara a su tuacantante, su alma predestinada, se convertiría en un vampiro completo. Y ya la encontró… pero ella lo rechazó. Lo llamó monstruo. Y entonces, el reloj comenzó a correr.
Herido, debilitado y casi al borde de la muerte, Alan llega por azar —o destino— a la casa de Madeleine, una mujer con cicatrices invisibles, y su hija Valentina, demasiado perceptiva para su edad. Lo que parecía un encuentro accidental se transforma en una conexión profunda y peligrosa. En medio del dolor y la ternura, Alan comienza a experimentar algo que jamás imaginó: el deseo de quedarse, aún sabiendo que su mundo no le permite amar como humano.
Cada latido lo arrastra hacia una verdad que no quiere aceptar…
¿Y si su destino son ellas?
¿Madelein podrá dejar
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Capitulo 14 Lo viste
Madeleine se alejó por el pasillo, mientras la niña lo observaba con recelo.
—De verdad… ¿es usted doctor? ¿O lo mandó la mamá de Alan?
El hombre parpadeó, confundido.
—¿Y quién es la mamá de Alan?
—La señora María, la que estuvo el otro día —replicó Valentina sin perderle la mirada—. Lucien… ¿a él lo mandó la mamá de Alan?
Una sombra se materializó tras el doctor, serena, con ojos grises
—Sí, mi niña. Él solo te estaba probando —dijo Lucien con suavidad.
Valentina cruzó los brazos y frunció el ceño.
—Gracias, Lucien. Te sugiero que sea la última vez que me pones a prueba. La próxima no la vas a contar… y no me interesa que seas muy amigo de la mamá de Alan .
El silencio cayó por un instante. El doctor tragó saliva.
—Lucien, ¿y si hace que Alan despierte con esa inyección? ¿Qué vamos a hacer?
—Eso esperamos. Pero recuerda: le quedan cinco días. Luego se irá. No te encariñes.
—Lucien… ¿cuántos años tienes?
—Mmm… no lo sé. Pero sé que son más que los de mi amo.
—¿Tienes un cuerpo físico en algún lugar?
—No puedo darte esa información.
Valentina lo observó con una expresión grave. Luego bajó la mirada, respiró profundo, y dijo con una madurez impropia para una niña de ocho años:
—Está bien. Me gustas. Cuando sea grande quiero casarme contigo. Sé leal solo a mí, ten ojos solo para mí, ámame solo a mí… y yo te daré mi amor, lealtad y respeto por la eternidad.
Lucien desvió la vista.
—No puedo hacer eso. Perdóname, Valentina.
—Lo sé. Solo quería escucharlo —susurró.
Y mientras el doctor descendía los escalones de la entrada, Valentina se quedó de pie frente a la puerta, con los bracitos colgando a los lados, sin moverse. El viento nocturno le movía el cabello, pero ella parecía de piedra.
"Pues sí, se preguntarán cómo una niña de ocho años puede pedir eso. Pero ver a mi mamá sufrir por un amor me ha abierto los ojos, y me ha hecho entenderla un poco. Cuando sea grande, no quiero sufrir lo que ella ha sufrido. Quisiera un amor que fuera solamente para mí, que me dé confianza, lealtad, respeto… y a cambio, ofrecerle lo mismo y más. Sin miedo. Sin temor a que un día lo perderé todo. Y aunque soy pequeña… no sé por qué, pero Lucien me gusta mucho
Antes de cerrar la puerta, Valentina levantó apenas la cabeza y miró hacia la oscuridad de los árboles. No dijo nada, no señaló a nadie… solo sostuvo la mirada, como si supiera exactamente quiénes estaban allí.
En lo alto, ocultos entre la noche, los padres de Alan intercambiaron una mirada silenciosa.
—Ella lo sabe —murmuró su madre.
—Sí —respondió su padre—. Es más lista de lo que esperábamos.Dñ Ni siquiera Alan, con todos sus sentidos antes agudizados, los había percibido con tanta rapidez como ella.
—¿Lo viste? —murmuró la madre de Alan, apoyada contra el tronco de un árbol centenario.
—Sí. Lo vi —respondió su padre, con los ojos clavados en la pequeña figura que cerraba la puerta con una calma inquietante.
Valentina no los había señalado. No había gritado. Pero los había mirado. Como si pudiera ver más allá de lo que debía.
—No es normal —añadió la madre tras un largo silencio—. Esa niña… hay algo en ella. En su voz. En su manera de hablar. No es solo inteligente.
—Lo sé —asintió él—. Tiene una presencia que no corresponde a su edad. Y cuando habló con Lucien… no vaciló ni una sola vez.
La mujer apretó los labios. En todos sus siglos de existencia, había conocido seres únicos. Algunos ocultaban sus dones por miedo. Otros ni siquiera sabían que los tenían hasta que la vida los empujaba al límite.