En un pintoresco pueblo, Victoria Torres, una joven de dieciséis años, se enfrenta a los retos de la vida con sueños e ilusiones. Su mundo cambia drásticamente cuando se enamora de Martín Sierra, el chico más popular de la escuela. Sin embargo, su relación, marcada por el secreto y la rebeldía, culmina en un giro inesperado: un embarazo no planeado. La desilusión y el rechazo de Martín, junto con la furia de su estricto padre, empujan a Victoria a un viaje lleno de sacrificios y desafíos. A pesar de su juventud, toma la valiente decisión de criar a sus tres hijos, luchando por un futuro mejor. Esta es la historia de una madre que, a través del dolor y la adversidad, descubre su fortaleza interior y el verdadero significado del amor y la familia.
Mientras Victoria lucha por sacar adelante a sus trillizos, en la capital un hombre sufre un divorcio por no poder tener hijos. es estéril.
NovelToon tiene autorización de Rosa Verbel para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 18
CINCO MESES DESPUÉS...
Diciembre volvió con su aire fresco, su olor a natilla, buñuelos y luces de colores. Pero para Victoria, este no era un diciembre cualquiera. Era el primer cumpleaños de sus trillizos. También el suyo, su cumpleaños número dieciocho.
La pensión estaba decorada con guirnaldas, globos pastel, y un letrero de cartón brillante que decía: “Feliz cumpleaños Valeria, Valentina, Victor y mamá Victoria”. Rosalía, la recepcionista, había ayudado con la decoración y Carlitos había pintado unos dibujos de los tres bebés para pegar en la pared. Todo era modesto, pero hermoso. Lleno de amor.
—No puedo creer que ya pasó un año… —murmuró Victoria, viendo a sus hijos correr por la sala con gorritos de fiesta.
Valentina, como siempre, era la más veloz. Corría con un babero lleno de crema pastelera, lanzando carcajadas mientras Valeria la perseguía con pasos tambaleantes y Victor los seguía detrás con calma, observando y a veces parándose en seco para aplaudir por puro gusto.
—¡No, Valentina! ¡No metas el dedo en el ponqué! —le decía Victoria entre risas, corriendo a atraparla.
La mesa tenía una torta de vainilla sencilla, decorada con flores de azúcar, unas empanadas, jugo natural y un par de bandejas con dulces que trajo Lisseth, que había llegado el día anterior con permiso de la casa donde trabajaba.
—No es una fiesta lujosa, pero esto está lleno de amor —dijo Lisseth, abrazando a Victoria—. ¡Feliz cumpleaños, mi niña hermosa!
—Gracias por todo… por no soltarme nunca —respondió Victoria con los ojos húmedos.
Doña María estaba sentada en una mecedora, con Victor en su regazo. Lo acariciaba con una ternura que solo una abuela de corazón podía ofrecer.
—Estos niños son mi bendición… mis tres angelitos. Dios me los dejó como consuelo por mi Azucena —susurró—. Pero qué traviesos me salieron las niñas, ¿ah?
—¡Mamitaaa! —gritó Valeria, tropezando directo a los brazos de Victoria.
—Ay, mi amor… —la levantó riendo—. Cada día hablan más. Dicen "mamá", "agua", "pan", y ahora hasta "¡no!" cuando los regaño.
Todos rieron.
Cuando llegó el momento del ponqué, colocaron tres velitas pequeñas, una por cada bebé. Carlitos fue el encargado de ayudarlos a soplarlas. Victoria los abrazó fuerte mientras cantaban el cumpleaños.
—Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti…
Los bebés aplaudían, reían, y miraban las velas con fascinación.
Victoria, con un nudo en la garganta, miró a su alrededor: su familia improvisada, su gente, el hogar que había construido con esfuerzo. Y no pudo evitar llorar.
—No son lágrimas de tristeza —dijo, secándose los ojos con la manga—. Es que… sobrevivimos. Lo logramos. Hace un año no sabía si podría con esto. Tenía tanto miedo… Pero los tengo a ustedes, tengo a mis hijos. Y no cambiaría nada de lo vivido.
Doña María se levantó, se acercó a abrazarla y le susurró al oído:
—Y tú eres una madre como pocas. Eres fuerte. Eres amor. Eres mi orgullo, niña mía.
Victoria cerró los ojos, sintiendo la paz de saberse amada y acompañada.
...
Por otro lado, en una noche de viernes en la ciudad…
Mathias se sentó en la terraza de un club elegante. Sus amigos bebían whisky y reían con mujeres atractivas que se les habían unido. Él sonreía a medias, pero no estaba realmente ahí.
—¡Vamos, Mathias, anímate! —le dijo uno de ellos—. ¡Hoy brindamos por el nuevo contrato que firmaste!
—Sí… claro —dijo, alzando la copa con desgano.
El negocio iba bien. Muy bien. Su empresa estaba expandiéndose a otras ciudades. Tenía socios fuertes, influencia y una vida acomodada. Pero no era feliz. No del todo.
A veces, se sorprendía deseando volver a aquel pasillo de hospital, solo para ver de nuevo a esa joven con el vientre redondo, la que lo miró con ojos tranquilos mientras sostenía su barriga.
La había buscado sin buscarla. Había visitado a su prima Mónica más de una vez con la excusa de conversar, esperando verla por casualidad en la clínica. Pero nunca ocurrió.
Y no se atrevía a preguntar por ella. ¿Cómo hacerlo sin parecer un loco o un acosador?
Aquella noche, mientras revisaba su celular por inercia, una imagen le saltó a los ojos.
Karla. De nuevo. Ahora con una enorme barriga, estaba seguro de que le faltaban pocos días para dar a luz y una sonrisa teatral. Brandon la abrazaba desde atrás con las manos sobre su vientre a punto de reventar.
Mathias la observó en silencio.
—Tú sí pudiste ser madre… con otro, pero pudiste. —murmuró. No había rencor. Pero el vacío se le abrió otra vez en el pecho.
Apagó el celular, se levantó sin decir nada y se fue a casa.
Al llegar, se desvistió lentamente, sirvió un vaso de agua y se asomó a su balcón. La ciudad resplandecía con las luces de Navidad. Fuegos artificiales brillaban a lo lejos. Todo el mundo celebraba. Todos menos él.
Y sin saber por qué, pensó en la chica del hospital. ¿Tendría una niña? ¿Un niño? ¿Estaría sola?
—Ojalá estés bien —dijo al aire—. Dondequiera que estés, tú y tu bebé.
Y por primera vez en meses, una pequeña chispa de curiosidad le encendió el pecho...