Una mujer de mediana edad que de repente se da cuenta que lo ha perdido todo, momentos de tristeza que se mezclan con alegrias del pasado.
Un futuro incierto, un nuevo comienzo y la vida que hará de las suyas en el camino.
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Fiesta interrumpida
Los días siguientes transcurrieron con una precisión casi mecánica. Me sumergí por completo en los preparativos de la fiesta de los gemelos, como si con eso pudiera poner en pausa el dolor que me carcomía por dentro. Cumplir dieciséis era un hito importante para ellos, y yo estaba decidida a darles una celebración que recordaran con alegría, no empañada por los problemas de sus padres.
Revisaba listas, encargaba decoraciones, coordinaba con el catering, respondía mensajes de invitados, y todo lo hacía con una sonrisa bien ensayada. Cada vez que Charles intentaba acercarse con algún comentario sobre los centros de mesa o una sugerencia sobre la música, yo asentía, agradecía en voz baja y me alejaba con cualquier excusa. No discutíamos. No mencionábamos lo que había pasado. Pero la distancia entre nosotros era palpable.
Un día antes de la fiesta, mientras revisaba los bocetos del banner de bienvenida que mandé a hacer con fotos de Luana y Alex desde pequeños hasta ahora, escuché la puerta abrirse de golpe.
—¡Llegó su tía favorita! —gritó Alma desde la entrada, su voz tan estridente como siempre.
No pude evitar sonreír, y antes de que pudiera decir algo, ya estaba en la sala conmigo, dejando su bolso en el suelo.
—Tus sobrinos están que no dan más de la emoción —le dije sin mirarla, acomodando unas cintas sobre la mesa.
—Y su mamá está que no da más del agotamiento —respondió ella, dándome un abrazo por detrás.
Me giré y la abracé fuerte. Me sostuvo un rato en silencio, hasta que preguntó en voz baja:
—¿Cómo vas con todo esto? —dijo, aunque ambas sabíamos que no se refería precisamente del cumpleaños.
—Sobreviviendo —le dije sin pensar demasiado.
—¿Y él?
Suspiré, bajando la mirada.
—Intentó hablar conmigo un par de veces, pero... no tengo fuerzas. No quiero que los chicos noten nada. No ahora.
Alma asintió, comprensiva.
—¿Segura que no quieres que le pida ayuda a Josh? —preguntó con un tono tan serio que hasta me hizo reír.
—No, gracias. Aunque no te voy a mentir... la idea no me disgusta.
—Entonces me contengo. Pero que sepas que si se pasa de vivo otra vez, no me detiene ni la ley —dijo en tono de broma, aunque había algo de verdad detrás de sus palabras.
Le sonreí con ternura.
—Gracias, cariño —le dije con sinceridad —Por estar, por venir, por no hacerme preguntas incómodas... y por quedarte.
—No tienes nada que agradecer. Tú me enseñaste lo que es la lealtad, cuando decidiste quedarte conmigo.
Asentí, con un nudo en la garganta.
—Igual, voy a dormir en casa —dijo mientras tomaba su bolso— pero vuelvo temprano mañana. Prometí que iba a ayudar con el maquillaje de Luana, y no pienso fallarle. Y a vos tampoco.
Me acerqué y la abracé una vez más.
—Te quiero, hermanita. Gracias...
—Yo más. Ahora, ve a descansar. Mañana va a ser un gran día para esos dos.
La casa estaba decorada con luces tenues, cuando el gran día de mis hijos al fin llegó, había guirnaldas plateadas y doradas que se balanceaban suavemente con la brisa. El jardín trasero se había transformado por completo con las mesas decoradas con fotos de Luana y Alex a lo largo de los años, un sector con livings blancos y almohadones para que sus amigos se relajaran, y una pista de baile que comenzaba a llenarse poco a poco con adolescentes risueños.
Los invitados comenzaron a llegar uno tras otro, con regalos envueltos y abrazos calurosos. Luana estaba radiante con un vestido rosa empolvado y un peinado que le había hecho Alma; Alex, elegante y relajado, saludaba con una mezcla de entusiasmo y vergüenza adolescente. La música sonaba suave aún, pero ya se notaba la energía que iba en aumento.
Yo estaba allí, impecable con un vestido azul oscuro y el cabello recogido de forma sencilla, recibiendo a todos con una sonrisa que no dejaba ver cansancio ni tristeza. No iba a permitir que nada, absolutamente nada, arruinara la noche de mis hijos.
Charles se mantenía cerca. Saludaba a los invitados con cortesía, pero sus ojos me buscaban constantemente. Y cada tanto, se acercaba con gestos pequeños, casi torpes, en busca de contacto.
—¿Te ayudo con algo? — me preguntó mientras acomodaba unas copas sobre una de las mesas auxiliares.
—Todo está bajo control, gracias —respondí sin siquiera mirarlo.
—Pensaba en dar unas palabras más tarde, algo para Lu y Alex… ¿Te parece bien?
Lo que obtuvo de mi fue un asentimiento sin expresión.
—Claro, ellos lo van a apreciar.
Charles suspiró y se quedó a mi lado unos segundos más, en silencio. Me giré con delicadeza, le sonreí apenas, con una amabilidad que no era calidez, sino distancia educada, y luego él se fue a saludar a una pareja de amigos que acababa de llegar.
Charles me siguió con la mirada mientras charlaba con la pareja, yo simplemente le devolví una mirada de nostalgia. Él sabía que esa actitud no era enojo ni rencor: era decepción. Y eso, era mucho más difícil de revertir.
A medida que avanzaba la noche, los adolescentes se adueñaron de la casa, bailaban, reían, se sacaban selfies y compartían historias, las risas llenaban el lugar y me sentí agradecida por el respiro. Alma y yo nos manteníamos atentas, intercalando entre la organización y el disfrute. Charles dio su pequeño discurso, breve y emotivo, y aunque fue bien recibido, mis aplausos no fueron con entusiasmo, sino con la misma sonrisa templada que mantuve durante toda la noche.
En la superficie, todo parecía perfecto. Pero ambos sabíamos que el hielo entre nosotros no se derretiría con nada. Y, aunque me sentía muy dolida, no estaba dispuesta a dejar que el recuerdo de esa fiesta quedara marcado por una conversación que podía esperar.
Ese era el día de Luana y Alex. No el de enfrentar una crisis matrimonial que probablemente no se podría resolver con nada.
Pero a pesar de mis buenos deseos, olvidé que no tengo el control de todo lo que pase.
Mientras estaba charlando con Alma, noté que Charles caminaba hacía el interior de la casa con su móvil en la mano. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, aún así caminé con pasos lentos en la misma dirección.
Al entrar a la sala escuché que Charles hablaba con voz baja, casi susurrando, se encontraba en el pasillo que daba a la puerta de entrada de la casa. Me detuve y esperé, de pronto escuché que Charles se alteraba y su tono de voz subía varios decibeles mientras caminaba hacia la puerta.
Me moví para observar, apenas fueron necesarios unos pocos pasos. Y cuando él abrió la puerta me quedé congelada y sin reacción.
—Te lo advertí, Charles —le dijo la misma mujer que había visto días atrás en su oficina.
Seguiré leyendo
Gracias @Angel @azul