Tu Dulce Aroma

La mañana había llegado rápidamente para quien sentía que la espera había sido eterna. Skylar y su madre estaban ansiosos, terminando los últimos detalles. La casa entera parecía haberse transformado en un salón de belleza, un campamento de perfección centrado exclusivamente en él.

Todo giraba a su alrededor: la ropa, el peinado, la manicura, la pedicura. Cada pequeño detalle tenía que ser impecable, porque él no era un adolescente cualquiera. Era el Omega.

Faltaban apenas tres horas para que comenzara el evento y Skylar, con el corazón palpitando en su pecho, revisaba sus redes sociales. Las noticias sobre su compromiso inundaban cada rincón digital. Los comentarios no se hacían esperar: todos alababan su belleza etérea, la fortuna de su futuro esposo alfa, y la supuesta perfección genética de los hijos que ambos tendrían.

Sabías cuál era tu lugar en la pirámide social según si habías sido invitado o no. La desesperación por asistir se notaba en cada mensaje, en cada historia compartida, en los murmullos en círculos sociales. Aquello no era solo una fiesta: era un evento mediático, un suceso histórico de la élite.

Los autos comenzaban a atascarse en las inmediaciones. La entrada del lugar estaba colmada de flashes, seguridad y cámaras. En años no se había visto semejante despliegue de recursos para un compromiso. Esto no solo era la unión de dos personas, sino la consolidación pública de una fusión empresarial que daría paso a una bestia corporativa.

Todo estaba meticulosamente orquestado. Nada quedaba librado al azar.

Una limusina blanca y reluciente se detuvo justo frente a la entrada. Los flashes estallaron. Cada gesto, cada mirada, cada roce era capturado y reproducido en tiempo real.

Y entonces aparecieron ellos.

Carter y Skylar, la pareja principal de la noche, emergieron como una visión irreal. Durante un microsegundo, todo se detuvo. El murmullo cesó. Los ojos del mundo se clavaron en ellos, como si presenciaran la aparición de dos figuras celestiales.

Skylar tenía un rubor sutil en las mejillas que le daba un aire angelical. Carter, impecable, le tomó la mano con firmeza. Juntos caminaron con la elegancia de quienes saben que el mundo les pertenece.

El omega sentía que el corazón le latía con tal fuerza que temía desmayarse ahí mismo. El zumbido de la multitud, los gritos, las luces, todo lo apabullaba. Pero Carter mantenía su mano aferrada a la suya, irradiando seguridad.

—Tranquilo —susurró el alfa con voz profunda—. No soltaré tu mano. Desde ahora, estaremos juntos en esto. Para siempre.

Skylar lo miró, hipnotizado por esos ojos carmesí que tantas veces lo habían observado en silencio durante años. Asintió, sonrió débilmente y se dejó guiar.

Al ingresar al salón, el ambiente se volvió casi onírico. Una suave música instrumental flotaba en el aire, mezclándose con el tintineo de las copas de cristal. Cada rincón destellaba como si la luz misma hubiera decidido vestir de gala. Todo era perfecto, su madre había tenido razón.

Y en medio de aquella atmósfera irreal estaban ellos: saludando, sonriendo, recibiendo felicitaciones. Pero entonces, el momento culminante llegó.

Sobre el escenario, frente a los invitados más importantes, Carter sacó un estuche de terciopelo y lo abrió. Dentro, un anillo con un diamante de cuatro quilates brillaba como una estrella.

Skylar se quedó sin palabras. El peso del anillo en su dedo era abrumador, casi como si pudiera sentir físicamente el peso de las expectativas.

—Este anillo es el símbolo de mi amor eterno y mi compromiso contigo —declaró Carter, su voz resonando con fuerza—. Con él te entrego mi corazón, mi alma y mi futuro. Eres mi destino.

Un suspiro colectivo se escuchó en el salón. Algunos omegas no pudieron evitar soltar lágrimas. Skylar, con los ojos brillantes como zafiros, sintió una lágrima deslizarse por su mejilla. Carter la limpió y besó con suavidad sus labios, en un gesto casto pero lleno de promesas.

Los aplausos estallaron como una tormenta. Las cámaras no paraban de disparar. Serían la portada de cada medio al día siguiente.

Estaban viviendo un cuento de hadas, una historia perfecta. Skylar no podía sentirse más afortunado. No dejaba de mirar el anillo.

—¿Cómo supiste que había soñado con un anillo así toda mi vida? —preguntó con los ojos brillantes.

—Porque saber todo de ti es mi deber —respondió el alfa con sinceridad—. Crecer contigo me ha permitido conocerte más que nadie. Y aunque a veces parezca que no te escucho, siempre te veo. Siempre te oigo.

Skylar sintió cómo se le apretaba el pecho. Sostuvo con más fuerza la mano de Carter, justo cuando les ofrecían las copas para el brindis. Aunque no solía beber, decidió permitirse un sorbo. Solo esta noche.

El efecto fue inmediato. No estaba ebrio, pero un leve mareo lo obligó a excusarse. Se dirigió al baño y entró en uno de los cubículos.

Sonrió con ironía. Siempre terminaba en ese tipo de lugares. A solas. Con pensamientos que no podía compartir con nadie.

Lamentó no tener su celular. Habría enviado una foto del anillo a la única persona que realmente le importaba. Su mejor amiga. Ella no había sido invitada, aunque Skylar lo había rogado. Pero su madre había sido tajante:

—Ellos no son relevantes.

De pronto, escuchó voces. Omegas conversaban en la entrada del baño, sin saber que él estaba allí.

—Leonor fue descarada —dijo una—. ¿Viste cómo se comía a Carter con la mirada?

—Ella jura que él también la miró. Qué ilusa.

—Pero hay que admitirlo… es muy atractiva. Hasta ahora, ningún alfa o beta se le ha resistido.

—¿De qué hablas? No viste a Skylar Adams. Él está a otro nivel. Ni Leonor podría competir con él.

—¿Competir? He escuchado cosas interesantes de Carter. Dicen que…

—Rumores. Están claramente enamorados. Hoy vi corazones salir disparados de sus ojos.

—Solo digo… si hay rumores, es por algo. Tal vez Leonor también los escuchó.

Skylar sintió un nudo en la garganta. Escuchar eso le dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir. No era por celos, sino por la sensación de estar siempre expuesto, juzgado, cuestionado.

Salió del cubículo en completo silencio. Las omegas se congelaron al verlo. Nadie dijo una palabra. Él no lo necesitaba.

Sacudió con elegancia su cabello, dejando a la vista el diamante que brillaba como un pequeño sol en su dedo. Su sola presencia bastó para hacerlas retroceder. Sabían que estaban frente a alguien inalcanzable.

Si existían niveles en este mundo, Skylar estaba a años luz del resto.