Un Maravilloso Error

Reconozco que estaba nerviosa.

Me pasé toda la mañana echando miradas veladas a Mónica, pensando en la forma de abordarla.

Me decidí por la manera directa.

En cuanto pude la agarré por el brazo y nos metimos en un armario de suministros.

No quería que nadie nos oyese, ni siquiera Daniel.

Mónica alzó una ceja, divertida por la situación.

—La gente va a pensar que estamos haciendo travesuras. — dijo con una sonrisa.

—Ssshhh... — le callé mirando inquieta hacia la puerta. Seguía cerrada. Bien.

No me hizo caso.

—Vale, esto no es raro en absoluto. Quiero decir, la gente suele arrastrarme a roperos para tener su mal camino conmigo diariamente. Nadie va a pensar nada raro.

La miré anonadada. No sabía si hablaba en serio o no.

—Y nunca lo he hecho con una chica, aunque reconozco que siento curiosidad. Y tú no estás nada mal. ¿Por dónde empezamos?

De acuerdo, recé para que no hablará en serio.

—¡Un momento! — le imploré—. Sólo dame un momento. Estoy pensando en cómo preguntarte algo.

Por fortuna se calló,aunque el brillo travieso seguía en su mirada.

Me toqué el cabello, nerviosa, a punto de mandarlo todo a la porra y salir de allí.

Pero tenía que saber.

—Anoche, en tu fiesta, había... Me fijé en este hombre. — pensé en como describirlo. — Alto, con el cabello moreno rizado, piel tostada, mandíbula fuerte. Estaba acompañado de una rubia que vestía un traje morado.

La miré esperanzada.

—¿Hablas de Nick? Estaba en la fiesta con Pamela anoche.

Nick.

Dije el nombre en mi cabeza varias veces.

Nick. Con que así se llamaba.

—¿Lo conoces? — pregunté.

—Claro, antes de entrar aquí trabajábamos juntos. Es policía.

—¿Eras policía? — pregunté sorprendida.

—Solo aguanté dos meses. No era para mí. ¿Por qué me preguntas por él?

Porque es muy probable que sea el padre de mi hijo.

Casi se lo digo antes de pensármelo bien.

—Yo... Me gustó. — improvisé—. Pero como estaba acompañado no me atreví a hablarle. Me preguntaba si es posible que puedas... No sé...

¿Presentármelo en alguna otra ocasión?

Diosa, esto era ridículo. ¿Cuándo se ha convertido mi vida en una comedia romántica?

—No sé Olivia, ¿me dejas que me lo piense? Te diré mañana.

Asentí resignada.

Bueno, ya tenía una conexión con él. Paso a paso.

Salimos del armario, afortunadamente sin que nadie nos viera para que sacara conclusiones erróneas.

—Mañana te diré lo que sea, ¿vale Olivia?

Tras esto se fue.

El resto de la mañana fue horrible. La cabeza me latía como si me estuvieran dando martillazos en el cerebro y más de una vez tuve que ir al baño para vomitar.

En una de estas ocasiones salí encontrándome con Daniel esperándome.

—Vamos a hablar con el supervisor, Liv. Tienes que pedirte la baja. Estás fatal.

Sabía que tenía razón, de modo que asentí y juntos nos dirigimos haciel el despacho del doctor Olsen, nuestro supervisor.

—¿Qué tal con Emily? — le pregunté.

—Después de una fuerte discusión, ambos estuvimos de acuerdo en que lo mejor para los dos era romper.

Lo dijo en un tono tan suave que parecía casi aliviado por el resultado.

—Lo siento, es por mi culpa.

Daniel sacudió la cabeza.

—Ya te dije anoche que tú no eres responsable de la actitud de Emily—

se paró cuando llegamos frente al despacho de Olsen—. Tú pide la baja y cuídate ¿vale? Cualquier cosa llámame.

Asentí con una sonrisa. Tuve que contenerme de darle un beso en la mejilla.

Cuando Daniel desapareció por los pasillos, respiré hondo y me preparé para lo que sin duda sería una incómoda charla.

Increíblemente, Olsen fue comprensivo.

No me hizo preguntas incómodas y salí de la oficina con una sensación de triunfo muy rara.

Me dirigí al parking y conduje hacia mi piso, mirando por el espejo retrovisor de vez en cuando.

Nadie me perseguía esta vez.

Al llegar a mi apartamento cerré la puerta y fui directamente a por un pijama.

No pensaba salir para absolutamente nada. Creo que me quedé dormida.

Me desperté con unos golpes en mi puerta.

Adormilada, fui a brirla y me sorprendió lo que hallé.

Un gran ramo de flores, margaritas exactamente. Son mis favoritas.

Lo cogí con precaución, como si me fuera a estallar en la cara de repente, y cerré la puerta.

Deposité las flores sobre la mesa y busqué alguna tarjeta.

No había ninguna.

Solté un bufido.

Muy bien, Olivia, recapitulemos.

Saca la llamada de Rebecca de la ecuación.

¿Qué más hay?

El intento de atropello, las fotos espeluznantes y ahora esto.

¿Cómo podía saber, sea quién sea, que las margaritas son mis flores preferidas? Eso solo lo sabía una persona, Alberto, y no le veo con las agallas suficientes para atentar contra mí.

Tiré las flores a la basura y me fui a la cama.

Ya basta por hoy.

Mañana será un día importante.

Con suerte, conoceré al posible padre de mi hijo, y más tarde llamaré a Daniel para contarle lo de las amenazas,a ver si entre los dos podemos hacer un frente común.

Satisfecha, me acosté en la cama y cerré los ojos.

Esa noche soñé con unos ojos azules y una sonrisa suave.