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EL ITALINO Y SU ESPOSA RUSA

EL ITALINO Y SU ESPOSA RUSA

Status: En proceso
Genre:Arrogante / Mafia / Embarazada fugitiva / Malentendidos / Amor-odio / Matrimonio entre clanes
Popularitas:5.4k
Nilai: 5
nombre de autor: Genesis YEPES

Una esposa atrapada en un matrimonio con uno de los mafiosos
más temidos de Italia.
Un secreto prohibido que podría desencadenar una guerra.
Fernanda Ferrer ha sobrevivido a traiciones, intentos de fuga y castigos.
Pero su espíritu no ha sido roto… aún. En un mundo donde el amor se mezcla con la crueldad, y la lealtad con el miedo, escapar no es solo una opción:
es una sentencia de muerte.

¿Hasta dónde está dispuesta a llegar por su libertad?

La historia de Fernanda es fuego, deseo y venganza.

Bienvenidos al infierno… donde la reina aún no ha caído.

NovelToon tiene autorización de Genesis YEPES para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

HUIDA EN LA OSCURIDAD

ℑ⟦ISABELLA ⟧ℑ

El aire estaba cargado de humedad y miedo. Las calles de Niza

eran estrechas, angostas, desconocidas. isabella miraba hacia atrás cada dos minutos

con el corazón latiendo con tanta fuerza que creía que podía escucharse desde los tejados.

Sus pies dolían por los kilómetros que llevaba corriendo, sus pulmones ardían, pero

no se detenía.

No podía detenerse.

Llevaba días escapando. Desde que vio el rostro de aquel hombre en el aeropuerto, lo supo.

Nicolaok había descubierto su paradero.

Y si lo sabía él, no faltaba mucho para que la encontraran.

Fernanda le había dado el tiempo suficiente para huir.

Le había dicho: “Cuando yo dé la señal, corres.

No te detienes por nada.

Ni siquiera por mí.” Y así lo hizo.

Ahora, estaba sola. No sabía de Fernanda.  No sabía si la red rusa de protección aún estaba

activa o si ya habían sido silenciados uno por uno.

No sabía nada, salvo que debía seguir corriendo.

Entró en un hostal de mala muerte, pagó en efectivo, se encerró en

una habitación que olía a humedad y encendió su celular por solo treinta segundos.

Solo lo necesario para activar una ubicación segura que sus contactos le habían configurado.

Luego, lo rompió, quitó la batería y la tiró por el retrete.

El dispositivo fue arrojado por la ventana en dirección opuesta.

Se sentó en la cama y respiró hondo. Su cabello estaba mojado por la lluvia, pegado a la frente.

Sacó del bolso una foto.

Fernanda. Ella, sonriendo con isabella cuando aún eran libres, o eso creían.

Años atrás. En Italia.

Esa mujer la había salvado más de una vez. Y ahora…

ahora ella estaba encerrada en la jaula de un monstruo.

—Nicolaok: ¿Sabes qué día es hoy?

dijo Nicolaok, tumbado en la cama con una copa de vino en la mano,

los ojos fijos en ella, como si cada movimiento suyo tuviera un significado oculto.

Fernanda no respondió. Estaba sentada en el sillón de terciopelo

junto a la ventana, con la mirada perdida en el reflejo de la luna.

Una bata negra, fina como el humo, se aferraba a su piel como un secreto no dicho.

Las marcas aún visibles en sus piernas, en su cuello, en sus muñecas,

contaban una historia que cualquier palabra.

—Nicolaok: Hoy hace exactamente una semana que me entregaste

tu cuerpo para salvar a ese imbécil de Éli.

Su tono era casual, como si hablara del clima o recordara una anécdota de infancia.

Dio un sorbo al vino, saboreándolo con una sonrisa sutil.

—Nicolaok: A veces me pregunto si fue un sacrificio…

o simplemente una excusa para entregarte a mí más allá del deber de ser mi esposa.

La habitación quedó en silencio, cargada de electricidad y de memorias recientes.

Fernanda mantuvo la mirada baja. Había aprendido que en la guerra del lenguaje

su silencio era el único refugio que Nicolaok aún no había invadido.

Cada palabra que dijera era un riesgo; podía ser

desmenuzada,

retorcida,

usada en su contra como un cuchillo.

—Nicolaok: Aunque esa última noche…

Se sentó al borde de la cama, dejando la copa en la mesa de noche.

Su voz descendió a un murmullo casi íntimo.

—Nicolaok: No me gritaste. No me arañaste. No intentaste huir.

Te entregaste como si fueras mía desde siempre.

Como si por fin entendieras lo que somos.

Se puso de pie y caminó hacia ella, despacio. Cada paso sonaba

como un reloj marcando una cuenta regresiva. Cuando estuvo lo suficientemente cerca

alzó una mano y acarició su mejilla con la suavidad de una caricia que ardía más que una bofetada.

Fernanda cerró los ojos un instante, pero no se apartó. Su cuerpo sabía que huir no tenía sentido.

—Nicolaok (susurrando contra su oído): ¿Qué pasará cuando te quite a isabella también?

¿Qué estarías dispuesta a hacer para salvarla?

El nombre  rompió algo dentro de ella. Su espalda se tensó, sus dedos

se cerraron en puños sobre sus piernas.

El silencio ya no era escudo; era prisión.

Fernanda levantó la vista. Y por un segundo, ya no fue la mujer vencida, herida, reducida.

Fue la hija de Aleksandra Romanov. La sangre rusa, fría y peligrosa, brilló en sus ojos como cuchillas de hielo.

—Fernanda: Te mataré.

Su voz fue baja, pero cargada de certeza.

No era una amenaza.

Era una promesa.

Nicolaok la miró durante un segundo que pareció eterno…

y luego soltó una risa. Una risa profunda, grave, que retumbó

en las paredes de la habitación como un presagio.

—Nicolaok: No sabes cuánto me excita escucharte decir eso, esposa mia.

Isabella salió del hostal antes del amanecer. Vestía una chaqueta de cuero, jeans oscuros,

una gorra que ocultaba su rostro. No tenía armas.

No tenía aliados. Solo una dirección escrita en un billete viejo: Marsella.

Allí la esperaban, según Fernanda. Un contacto de confianza.

Uno que todavía no había sido tocado por las manos sucias de Nicolaok.

El viaje fue largo. Peligroso. Cambió de transporte cinco veces.

Caminó por calles donde los rostros no tenían nombre.

Sintió ojos tras cada esquina. Pero llegó.

Era una cafetería modesta, escondida entre edificios grises.

Entró. El lugar estaba vacío salvo por un hombre mayor leyendo un periódico.

Alzó la vista. La miró.

—¿Isabella? —preguntó con voz baja.

Ella asintió.

—Vas a tener que correr mucho más de lo que ya corriste

le dijo, cerrando el periódico y poniéndose de pie

—. Él ya sabe que estás en Francia. Y Fernanda… Fernanda te ganó solo unas horas.

—Isabella: ¿Sigue viva?

—Sí. Por ahora.

Isabella tragó saliva. El miedo se instaló en su pecho como un cuchillo.

—Isabella: ¿Qué hacemos?

—Ven conmigo.

La llevó por callejones, puertas ocultas, pasillos traseros.

Llegaron a un sótano con pantallas, mapas, transmisiones cifradas.

—Aquí es donde empieza la guerra

dijo él.

 Tú vas a ser la pieza clave. Nicolaok no sabe lo valiosa que eres.

Ni siquiera Fernanda lo sabe.

Isabella lo miró, confundida.

—Tu padres y Aleksandra Romanov  tenían un trato.

Un pacto sellado con sangre.

Tú naciste bajo ese acuerdo.

Si Fernanda cae… tú tomas su lugar.

—Yo… no soy como ella.

—Lo serás. Porque si no, él ganará.

Y si Nicolaok gana, Europa se tiñe de sangre.

Fernanda

Las marcas en su piel aún dolían. Pero no tanto como el fuego en su interior.

Sabía que Isabella estaba huyendo.

Sabía que Nicolaok la buscaba. Y sabía que no le quedaba mucho tiempo.

Solo una cosa la mantenía viva: la promesa que se había hecho desde niña.

No importa cuántas veces caiga.

No importa cuánto me arrastre.

Algún día… voy a ver a Nicolaok Bianchini sangrar.

Y ese día… seré libre.

1
Melody Arianny De león reyes
Hermoso
Lety
Me encanta como narras el comienzo
Claudina Reyes
HERMOSO
Luis Chairiel Reyes
hermoso
GENESIS YEPES
intrigante, emocionantes, fuerza, poder, amor retorcido, en definitiva es una historia encantadora.
Mirta Vega
hola autora empezando a leer tu historia ,primer capítulo interesante gracias por tu imaginación
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