Mis Cicatrices Son Solo Mías

Desde el día que maté a mi esposo, mi vida no volvió a ser misma. Tenía la necesidad de seguir matando.

Baje la última valija con el cuerpo de Axel, por el ascensor. Nadie sabía lo que escondía debajo del edificio donde por muchos años había vivido.

El aire dentro de ese hueco se mezclaba con la humedad de las paredes, el olor a madera y otras cosas más, no me daban asco el olor, sino la asquerosidad de aquellos depravados que tenían la mente sucia para ensuciar los cuerpos de chicos y chicas inocentes. El brillo de mis ojos ya no era humano. Mi humanidad se estaba desconsolando con pequeñas demencias de vez en cuando. Ya no podía distinguir entre lo real o lo imaginario. Solo intentaba salir de esa oscuridad que me consumía día tras día.

Nadie sabía lo que había detrás de esos muros. Con un picó y una pala empecé a cavar. A pocos centímetros encontré huesos humanos. Me asusté y tiré la pala a un rincón.

Recordé las veces que Axel bajaba a este lugar a altas horas de la noche. Él y yo éramos los únicos que teníamos acceso a ese sitio. Me senté en una esquina, escuché el grito de auxilio de Martina cuando era violada y maltratada por el monstruo de mi esposo. Miré a cada rincón y empecé a escuchar más gritos dentro de mi cabeza.

Con mi mano excavé el suelo con mucha ansiedad. No solo había un cuerpo sino muchos más. "Eres un maldito hijo de puta", grité tomando un cráneo entre mis manos. No soportaba estar más en ese lugar, salí a toda prisa y me dirigí directamente al departamento donde estaban todas las cámaras y empecé a revisar una por una, me tomé toda la noche revisando esas cámaras. Axel, mientras yo dormía el aprovechaba para meter jóvenes como Martina para violarlas y matarlas.

No podía con todo eso. Cuando me di cuanta el sol ya había salido, era momento de volver al trabajo. Me bañe y cambie en el departamento, donde hace días aún dormía, compartiendo el mismo techo con el cuerpo muerto de Axel.

Cuando llegue a la oficina una joven hermosa me esperaba en la entrada. Se acercó y me abrazo muy fuerte.

—No pude ir a tu boda, pero felicidades— me dijo.

Me aparte de ella y la mire con mucho cariño, no podía decirle ninguna palabra.

—Irina ¿Por qué me miras como si no me conocieras?— dijo la joven.

—No digas tonterías, como voy a olvidar tu hermosa carita. Espérame en mi oficina ahora voy— le dije dirigiéndome al baño.

Saque de mi bolso una carpeta con pequeñas notas y fotos para recordar algunos rostros. No podía creer que había olvidado a Martina. Estaba segura de que había días que no era yo, pero no podía estar pasando esto ahora. Me sentí mal, lloré en mi soledad. "¿Qué va a pasar si un día te olvido mi amor?", le dije a mi bebé.

Después de un rato volví a mi oficina. Martina estaba con Aidan, ambos sonreían hablando no se de qué cosas, pero mi corazón se sintió aliviado. Martina reía y eso dejó de preocuparme un poco. Cosas malas había en mí, cosas que aún no entendía, pero que de a poco se hacían presente. Esa mañana salí con Martina a dar un paseo, hablamos de cosas lindas, mi compañía le había ayudado a avanzar en su recuperación, pero sentí un poco de nostalgia tener presente lo que le pudo ocurrir, si no llegaba a tiempo.

Esa noche Aidan volvio a llegar borracho.Quizás estaba hecha de un molde que no encajaba con su corazón, o simplemente yo no quería encajar con su forma de ser y su forma de amar.

Le ayudé a cambiarse y lo acosté en la cama. Le acomodé la almohada para que esté cómodo. En silencio lo observaba. Me preguntaba si estaba haciendo bien en retenerlo conmigo.

Mi egoísmo estaba rompiendo toda brecha de mis límites. Él era un hombre bueno, de eso no tenía ninguna duda. Intentaba hallarle una imperfección, para odiarlo un poco, pero era imposible. Moldeé mi vida con frialdad, quería romper ese espejo, pero la sensibilidad me daba miedo. No sabía cómo amar, no sabía cómo tratarlo y eso me hacía odiarme.

A media noche decidí ir a dormir al cuarto de invitados, cuando estaba por alejarme de su lado, él me agarró de la mano— Quédate conmigo— dijo.

—Estoy cansada, fue suficiente por hoy— fue mi respuesta y me solté de su mano para irme.

El ruido del avión me despertó, estaba por aterrizar en Nueva York, cuando de repente unas pequeñas náuseas rompieron mis pensamientos. Me tomó algo de tiempo en reponerme.

—¿Está bien señorita?— la azafata me preguntó al notar que no bajaba del avión.

—Solo fue un pequeño mareo, pero estoy bien— respondí.

Tome mi bolso y baje del avión, sentí un aire frío, esa no fue mi sorpresa, sino que mi esposo me esperaba en la salida.

—¿Creíste que te dejaría sola con este proyecto?— dice alegre al verme.

—Pensé que tu borrachera te haría olvidar que teníamos un viaje muy temprano.

—Después de la última discusión fuerte que tuvimos, creí que me mandarías los papeles de divorcio. Fui un idiota, perdóname Irina.

—Aidan, yo no voy a estar detrás de vos controlándote. Si estamos casados es por una causa, pero aún estas a tiempo de tomar otra decisión, como dijiste, no estás seguro que mi hijo sea tuyo, perfecto, esperemos hasta que nazca y luego vemos como seguir.

—Dije estupideces Irina, perdóname.

—Lamento mucho no corresponderte como quisieras, pero también me gustaría que me entiendas.

—No veo las cosas, como vos lo miras. Estos días me la pasé pensando en cómo sería las cosas si nos hubiésemos casado por amor.

—No me gustan las cursilerías, a la noche tenemos una fiesta de bienvenida, necesito llegar al Hotel y relajarme un poco.

—No te preocupes de eso, ya me encargué de todo, vamos. Afuera nos espera el chofer.

Efectivamente, un ambiente muy acogedor me esperaba. Me quité los tacones que ya no aguantaba más. Me asomé al balcón para apreciar la gran ciudad, recordé la última vez que estuve aquí, cuando creía que sería mujer de un solo hombre.

—¿En qué piensas?— me interrumpió mi esposo.

—En nada.

—¿Puedo acariciar a nuestro hijo?

—Aún es muy pequeño, no lo vas a sentir.

—Igual quiero tocarlo.

Le tomé de la mano y lo apoyé en mi vientre.

—¿Irina, por qué no te gusta lo cursi y las rosas?

—Porque las palabras bonitas y las promesas se olvidan, las rosas se secan. ¿Qué sentido tendría idealizar el amor de esa forma?. Si un día llegarás a quererme como dices, lo sabría sin tanto poema.

—¿Qué te hace pensar que no te quiero?

—Tu forma de actuar.

—¿Qué puedo hacer para demostrarte que te quiero?

—Dejemos que el tiempo fortalezca lo que realmente queremos.

En otra parte de la Mandy se probaba su vestido plateado con pequeños diamantes en su escote. Tenía intenciones de provocarme y arruinar mi noche de negocios en la gran velada. Pero no sabía quién era realmente.

—¿Estás lista?— mi esposo me preguntó tocando mi hombro, al ver que no le respondía a la primera pregunta.

Mi mente estaba en otro sitio, pensando en las cosas que quería, pero que en breve desaparecían, por los miedos atroces que sentía que llevaba conmigo.

—Sí, vamos— le respondí.

—Irina, te ves hermosa— comentó sin quitarme la mirada.

No fue tan difícil escoger el vestido que usaría, un vestido recto y ajustado al cuerpo, de color blanco con pequeños brillantes, si le gustaba a mi esposo cómo me quedaba, estaba segura de que al resto le encantaría más. Estar casada con el hombre más hermoso y reconocido a nivel mundial en el mundo empresarial, era lo que muchas mujeres deseaban y soñaban, pero que nunca se me ocurrió a mí.